A medida que avanzaban hacia los enormes aviones que aparecían en la lejanía, más escombros se encontraban por el suelo nevado. Matt había estado a punto de tropezar más de una vez con ellos.
En frente se encontraban trozos de muro que seguían de pie, seguramente para separar la zona del aeropuerto con la del campo. Debió de tener los minutos contados en cuanto se disparó la alerta de las ventiscas que ahora vivían. Podía imaginarse a la gente desesperada por entrar en el aeropuerto y colarse en algún vuelo programado. Ya se había acostumbrado suficiente al ambiente apocalíptico de allí como para que algo así le impactara, pero igualmente le afectó.
Siguieron caminando por el gigantesco claro, esta vez ya dentro de la zona del aeropuerto. Pusieron sus suelas sobre el extenso y alargado pavimento donde cientos de aviones despegaban y aterrizaban. Más allá una torre de control se erigía entre dos edificios con grandes ventanales.
No había ni un alma que se pudiese hacer notar. Ni un sonido. El blanco de la nieve, de los aviones y de los edificios componían aquel cuadro pictórico que observaban. Se sentían pequeños e insignificantes respecto a aquel paraje desolado.
- Utilizaban este aeropuerto como una de sus bases de operaciones. Si conseguimos acceder a alguna base de datos allí dentro, es posible que demos con el paradero de mi padre.
Los dos jóvenes se pararon frente a uno de los gigantescos edificios. Emma se dirigió de nuevo al chico.
- Tú investiga dentro, intenta utilizar cualquier ordenador que veas. Yo daré una vuelta por los aviones, por si acaso alguno le queda combustible o funciona.
- ¿Nos separamos?
- Sí. ¿Acaso no te gusta? - dijo con una sonrisa traviesa.
- Sí. ¡Digo... no! Es decir, tú eres la que lleva el arma. Y como me encuentre a alguno de ellos...
- No te preocupes, hace muchos años que está abandonada. Mi padre apuntó que seguía estándolo la última vez que pasamos por aquí, hace dos años.
- Pero no sabemos si la están utilizando.
- En serio, ve tú. Te alcanzaré antes de que te hayas dado cuenta. Si alguien no configuró bien su ordenador es posible que nos pueda ser de gran ayuda. Pero hay muchos.
Emma se giró sin más y se fue. Matt la observó durante varios segundos hasta que se decidió a entrar, sintiendo la impotencia de separarse de ella tras haberlo pasado tan mal por su ausencia.
Abrió la puerta automática a la fuerza con los dos brazos, ya que estaba bastante encajada. Lo que se escondía allí dentro era un almacén de enormes proporciones lleno de los pequeños coches que solían rodar por las pistas de los aviones. Tras subir por varias escaleras y pasar por varios cobertizos con distintas máquinas y cachivaches, todo en una oscuridad total y maloliente, se encontró con una puerta que no podía abrir con el pomo.
No tardó en tirarla abajo, junto con un montón de baldosas encaramadas a sus lados. Las paredes realmente estaban endebles. Y ese pensamiento le produjo un gran malestar cuando salió del cobertizo y miró a su alrededor. Estaba en el vestíbulo principal del aeropuerto.
Los había visto más grandes y espaciosos, pero aquel tampoco se quedaba corto. Percibió un fuerte olor metalizado que le vino de todas partes. Temía que en cualquier momento las paredes cediesen y que se vinieran abajo los kilos y kilos de cristal que colgaban desde el primer día que se construyó el aeropuerto y que ahora seguían haciéndolo sobre su cabeza.
Sin embargo, se forzó a continuar por el alargado pasillo y no pensar más en ello. Miró hacia arriba y el techo se le antojó como una densa tela de araña amarillenta y envejecida. No parecía cristal, pero Matt tampoco hubiera puesto la mano en el fuego para asegurarlo a ciencia cierta.
Pasó por las innumerables mesas de puntos de información y por los tablones electrónicos que en aquel momento no indicaban nada, salvo una negrura vacía. Tras un rato andando, llegó al registro de llegadas. Saltó la mesa y se colocó tras uno de los ordenadores. Nada. Estaba apagado y no había ninguna manera de que pudiese ser encendido.
No llegó a tardar diez minutos en comprobar que a cada uno de ellos le pasaba lo mismo.
Se dirigió con extremo sigilo al piso de arriba, donde estaba el control de seguridad para entrar a la zona de embarques. Comprobó los monitores que había allí, pero tampoco funcionaban.
Avanzó por la zona de embarques; consultó las tiendas, las oficinas, las taquillas, todo.
Pero nada.
Pasó despacio entre las sillas de espera, convencido de que allí no había nada ni nadie. Se acercó a uno de los ventanales para ver las vistas desde allí. Se veía todo el campo que habían recorrido, incluso la casa donde había esperado a Emma. Volvió a recordar lo sucedido. Aquello si había sido una demostración de esperanza.
Vio un pequeño punto rojo entre unos aviones algo alejados. Se quedó unos minutos observándolo hasta que el punto se dio cuenta de su presencia y levantó la mano, saludándole.
Matt también saludó a Emma y vio que ella avanzaba hacia su ventanal. Segundos después, Matt continuaba su búsqueda. Y ya sabía dónde hacerlo: en la torre de control.
Si había algo en aquel aeropuerto tenía que ser allí, no le cabía ninguna duda.
Salió del aeropuerto justo por donde había entrado, para salir por el pavimento de los aviones. Buscó durante un rato a Emma hasta que la vio a lo lejos, cerca de la propia torre. Se pusieron al día mientras entraban a ella y subían por las escaleras.
- ¿Algo? - dijo ella.
- Nada. Todo apagado y sin funcionar. Tampoco hay discos duros, ni USB, ni nada parecido.
- Era una de las posibilidades. Tampoco he tenido suerte yo con los aviones. No he encontrado a nadie sospechoso.
- Ni yo. Este sitio está realmente vacío.
Llegaron a la cúspide de la torre. Era un hexágono bastante espacioso con varios ordenadores de sobremesa y un gran monitor con un control de mandos. El lugar estaba bien recogido y acondicionado. Y parecía que las cosas funcionaban.
Encendieron todos los ordenadores y los aparatos de la torre, que empezaron a funcionar. Ambos soltaron un suspiro de alivio y se pusieron manos a la obra. Emma miraba los ordenadores de sobremesa y rebuscaba por las CPU para encontrar lo que no había podido Matt anteriormente.
El joven se centraba en mirar los datos que salían del monitor cuando tecleaba o movía algún interruptor. El silencio entre los dos se hizo palpable. Tan solo se percibía el sonido mecanizado de las teclas al pulsarse y el de los ordenadores satisfaciendo la necesidad de quienes los manejaban.
Pasaron los minutos, las horas. Pero ambos no conseguían desentrañar lo que escondían las pantallas. Cifras, datos, claves... todo era un torbellino de complicaciones que no parecían llegar a ningún lado.
Emma ya estaba derrotada. Se había atascado en una serie de combinaciones que tenía que teclear para acceder a un programa necesario. Daba vueltas en la silla, aburrida y cansada, mientras la cabeza se le iba a otro lado.
Matt también se estaba dando por vencido, decepcionado por lo mucho que habían avanzado en su labor de hackers para luego no conseguir nada. Intentó mover varios interruptores más, pero el sistema se reinició al principio por algún motivo.
Resopló, indignado. Pero se dio cuenta de algo al mirar un monitor más pequeño que tenía al lado. Entre varias opciones había una que ponía "eject", en inglés. De entre todas las complicaciones que había tenido, una había sido el ruso. Emma le había echado una mano, pero aun así eran términos que no lograban entender del todo. Y por eso, una palabra en inglés le alegraba la vista.
Cogió el ratón y clicó en él. Automáticamente, un disco salió de una ranura cercana al control de mandos. Matt observó aquello con una felicidad pasmosa. Pero algo que vio a continuación le retuvo a compartirla con su compañera. Se guardó el disco en uno de sus bolsillos y acercó la vista a lo que le había llamado la atención.
Una sonrisa iluminó de nuevo su cara. Eran dos milagros en apenas un minuto. Y aquel en concreto era una serie de interruptores y un micrófono. Todo tenía sentido, incluso su estupidez al no darse cuenta antes. Todos los interruptores que había estado manipulando variaban en función de esos que había visto. Primero había que manejar esos.
Se puso manos a la obra, y Emma se dio cuenta de que Matt había empezado a trabajar con mucha energía. Después de unos minutos en los que intentó configurarlo todo, apartó la vista de los mecanismos y buscó algo con ansia. Lo encontró tras investigar el suelo, bajo el control de mandos: unos cascos.
Se colocó uno de los lados en una oreja mientras seguía moviendo paneles y tecleando. Emma se levantó lentamente, sin dejar de mirarle, muy seria. Él no lo podía notar, pero si se hubiera girado para ver la cara de recelo de su amiga, hubiera salido de allí corriendo.
En segundos pasó de nevar tranquilamente a que el viento silbase con fuerza, arrastrando los copos hacia el este, enardeciendo una posible ventisca.
- ¡Eh! ¡Eh! - gritó Matt de repente, abalanzándose al micrófono. - ¡Eh! ¿Alguien puede oírme?
El chico había tomado contacto con la señal de radio que le había dicho Ken una vez para contactar con él si le ocurría algo. Era una profunda satisfacción que, por primera vez, en el mes y medio que llevaba viajando por Rusia, un transmisor de radio funcionase en condiciones. Por fin podría hablar con Ken y con Dalia. Por fin podría volver a casa con ellos y despertar de aquel horrible mundo en el que se había metido.
Ni Sagres, ni alquimia, ni Rusia, ni sufrimiento. Ni siquiera... ella. Nada ni nadie.
Nada ni nadie le impediría volver a casa y abrazar a sus padres de nuevo.
- ¡Ken! ¡Dalia! ¡Por favor, decidme que estáis ahí! ¡Por favor!
A Matt se le saltaban las lágrimas con tan solo pensarlo. Gritaba con una emoción impulsiva, sin darse cuenta de lo mucho que alcanzaba su tono de voz. Tan solo pensaba en que oiría la voz de su querido amigo o de su querida amiga, daba igual quien fuese, entre aquellos chirridos electrificados que emitía el transmisor por los cascos.
Pasaban los minutos y nadie hablaba. Matt hacía caso omiso a Emma, que se había acercado a él de forma fantasmagórica y preocupante. La chica pelirroja estaba a un palmo de su nuca, mirándola fijamente, sin mover un músculo, esperando los acontecimientos.
Una voz entrecortada salió de entre aquellos sonidos. Fue breve, masculina.
La de Ken.
Ni siquiera prestó atención a la entumecida sonoridad de la voz del japonés. Se puso a gritar emocionado, como un loco. Mientras tanto, hablaba, o intentaba hablar. Había algunas palabras que ni siquiera pronunciaba bien, inmerso en su enorme júbilo.
- ¿Matt?
- ¡Ken! ¡Ken! - repetía una y otra vez. - ¡Gracias a dios! ¡Gracias! ¡Estoy en Rusia, en San Petersburgo! ¡Tienes que...!
Miró a su izquierda instintivamente al percatarse de un movimiento. La mano de Emma había dejado un explosivo adhesivo en los mandos, justo delante de él.
Le tembló todo el cuerpo. La sonrisa que mostraba desde que había iniciado la llamada se convirtió en una mueca de sorpresa y temor. Antes de salir corriendo hacia la escalera tuvo tiempo de insultar a Emma y no acordarse muy gratamente de toda su familia.
Ambos empezaron a bajar las escaleras y el explosivo se detonó. Cerró los ojos y se agarró bien a las barras de metal. La explosión no fue tan grande ni peligrosa como había pensado en un primer momento; ni siquiera se había tambaleado la torre. Las frases que siguieron a continuación no escatimaron en tacos e ira.
- Debe ser una jodida broma. ¡Debe de ser una jodida broma!
Emma subió de nuevo a la torre y Matt lo hizo también, más deprisa que ella.
- ¡Eh! ¡Tu! ¡Maldita psicópata de mierda! ¡Vuelve aquí!
Matt podía jurar que nunca antes había estado tan enfadado como en aquel momento, a pesar de que ya había pensado lo mismo muchas veces antes. Una vez arriba, Matt la cogió por el cuello y la estampó en la mesa. Los gritos que pegó eran incluso más altos que los que había soltado en su breve conversación con Ken.
- ¿A qué estás jugando Emma? ¿Me lo vas a decir? ¿Eh?
Ella no respondió, pero le miró con el mismo rostro serio que con el que puso la bomba.
- ¡Háblame maldita...! ¿Dime, que es lo que quieres? ¿Qué me quede aquí contigo hasta el resto de mis días? ¿Eh?
- No vas a ayudar de la misma manera si te vas y nos abandonas.
- ¿Me estás tomando el pelo Emma? ¿Me estás vacilando? ¡No sé ni como hemos salido vivos de tantas cosas en las que nos hemos metido! ¡No puedes reprocharme eso ahora!
- Vas a desertar. Y no te lo voy a permitir.
- ¿Que voy a qué? - la gritó a la cara, soltándola del cuello. - ¿Que voy a desertar? Si vuelvo ahí fuera, en cuanto diga dos palabras de Sagres van a venir y no solo nos van ayudar, si no que van a arrestarle.
- No me vale con que le arresten. Hay que matarle.
- ¡Emma, dios! ¿No me has oído? Si quiero puedo hacer que le maten. Y no solo seremos dos o un puñado en Ufá. Seremos miles.
- No me fio nada de tus políticas. ¡Si quisieran ya nos habrían ayudado!
- No... - dijo riendo, nervioso. - Tu no quieres matar a Sagres, ni que os ayuden. Tú quieres que me quede aquí, contigo, para hacer una familia y olvidarnos de todo, ¿verdad? Es eso. Lo que dijiste en Ufá. Quieres que nos suicidemos, como con todas las locuras que has intentado.
- Ya te he demostrado que no, ¡voy a continuar con ello sí o sí! ¿Como quieres que te lo haga saber?
- ¡Pues no creo que sea buena idea hacer lo que acabas de hacer para hacérmelo saber!
- Solo he hecho lo mejor para ti y para los dos.
- ¿Qué? ¿Lo mejor para mí es no ver a la gente que quiero, según tú? - se acercó amenazante a ella. - ¿Quieres continuar así, aunque todo se haga más y más difícil solo porque quieres estar conmigo?
- Sí. - dudó en su respuesta, pero finalmente lo dijo. -
- ¡Pues entonces no te importa una mierda ni tu padre ni tu gente, mentirosa! - tiró una silla de una patada desahogando toda su furia.
- ¡Me importa que a ti te importe! ¡Sin todo el camino que hemos hecho habrías cedido ante él! ¡Y yo no estaría aquí!
Matt se giró hacia ella, sorprendido por la revelación que había hecho. Ella sabía que había tenido encuentros con Sagres.
- Eres una tremenda idiota.
- Este sitio te ha hecho cambiar, lo sé. He visto como ha sacado lo mejor de ti como persona. Y eso... si te vas... si hubiera dejado que siguieras hablando por esa radio... se hubiera esfumado.
- ¡Cállate de una vez! ¡Estás mal de la cabeza y no quiero volver a escucharte ni a verte más! ¡Vete!
- Matt, escucha...
- ¡No, escúchame tu a mí! ¡Has destrozado lo único que me ha dado alegría durante mucho, mucho tiempo! ¿Crees que eso me hace ser fuerte mentalmente y continuar con mi cambio de actitud?
Emma se quedó callada, y Matt continuó su sermón.
- Existen límites, y los has superado por mucho. Durante mucho tiempo, demasiado. ¡Búscate un psicólogo y aprende a como relacionarte con las personas! ¡No a utilizarlas!
- Deberías estar agradecido por todo lo que he hecho por ti.
- ¡Deberías estar tú agradecida por no matarte ahora mismo con mis propias manos!
- Para de gritar, no quiero verte así. Te pareces demasiado a él.
- Ya, claro. Pues yo no le he visto gritar ni una sola vez. ¿Pero sabes lo que he visto en él, Emma? ¿Lo sabes?
Emma permaneció en silencio, aguantándose las lágrimas, mientras esperaba la respuesta a otra de sus preguntas retóricas.
- Pues lo que he visto han sido respuestas más lógicas y actuaciones más nobles en él que en ti.
- ¿Consideras lógico exterminar a todos los habitantes de un país solo por su propio beneficio?
- ¡Considero que sabe ganarse a las personas que le rodean! ¿Y tú qué? ¡Tú has salido del manicomio!
- Te ha manipulado.
- ¡Y tú no! ¿Verdad? - volvió a gritar. - ¡Sabes perfectamente que me has manipulado y me has fastidiado todo lo que has querido!
- Tan solo he querido que recapacitases con ello y...
- Piérdete antes de que haga algo de lo que me arrepienta.
- Matt...
- ¡Ahora!
Emma le miró unos segundos más antes de darse la vuelta y bajar de nuevo por las escaleras.
Matt estaba de espaldas, observando el boquete de la torre y las llamas que salían del aparato radiofónico.
No se había dado cuenta que derramaba lágrimas amargas en silencio, al igual que ella cuando volvió a pisar la fría nieve.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro