23. Luz y Bronce
Matt y Emma se acercaron a su posición, pero este les advirtió que no dieran ni un paso más. Escondido entre los asientos dejó entrever una pistola. Emma sacó también una que le había robado al piloto y ambos dispararon. En cuestión de segundos los tres ya estaban atrincherados tras los asientos, mientras las turbulencias movían cada vez más al avión a un lado y a otro.
Emma y Jason se levantaban sigilosamente y se buscaban con la mirada cada cierto tiempo, justo antes de disparar si veían al otro moverse. Matt respiraba la tensión del momento mientras maldecía no haber podido clavárselo en el corazón, y pasar a una clara posición de inferioridad. La pelea había pasado a ser un tiroteo, y él no tenía con que disparar.
El chico empezó a reptar por todos lados hacia la cola del avión. Si llegaba al maletero, igual podría encontrar sus cosas y las Kalashnikov. Pero llegó un momento en el que tendría que correr por el pasillo, justo antes de llegar a donde se encontraba Jason.
Lo pensó unos instantes antes de hacerlo, pero finalmente se decidió.
- ¡Emma! - gritó mientras corría, pasando justo al lado del hombre afroamericano.
Jason se giró ciento ochenta grados para apuntar a Matt, pero rápida como la velocidad del sonido, Emma disparó a Jason primero. El disparo le dio en el costado, y aunque emitió un rugido de dolor, no le tumbó ni se vio sangre brotando de él. En cambio, después de resoplar y quejarse un poco más, sonrió.
- Chaleco antibalas. He caído en vuestro jueguecito, pero no soy tan idiota.
Matt entró en el almacén bajando por una escotilla. El lugar estaba oscuro y, aunque era algo estrecho, si hubiera estado lleno de maletas u otros paquetes probablemente le sería mucho más difícil moverse por allí.
Bajó. Tan sólo encontró varias cajas amontonadas a los lados. Las miró de una en una y finalmente encontró lo que necesitaba.
Cogió la Kalashnikov, se puso la mochila, y al darse la vuelta se encontró a Jason apuntándole la cabeza con su revólver. Emma no le había perseguido, y se asustó imaginándose que la había hecho algo.
- Tu amiguita ha saltado.
- Ya sabes que no me gusta que me mientan. ¿Qué la has hecho?
- No. - dijo haciéndose el inocente. - Se ha quedado sin balas, y ha ido directamente a por una mochila con paracaídas. Menos mal que yo sigo teniendo.
Matt le apuntó con el Kalashnikov.
- Tengo un chaleco.
- Apretaré el gatillo hasta hacerlo gruyer.
- ¿No estás furioso porque Emma te haya abandonado?
- No me ha abandonado. Sigue ahí arriba. Dime que la has hecho.
Jason tiró el arma y se apartó de la entrada a la bodega.
- Sube y compruébalo por ti mismo.
Matt subió por las escaleras, sin dejar de apuntarle. Se encontró el avión desierto. La puerta al exterior estaba abierta, y por ella entraba un viento feroz. El avión siguió dando tumbos por las turbulencias, que aumentaban cada vez más. A pesar de que estaba puesto el piloto automático, en cualquier momento podía desestabilizarse y acabar como el jet privado de Matt.
Jason se acercó por detrás de él. Matt tiró el fusil y le cogió por el cuello de la bata antes de hablarle en tono amenazador.
- La has tirado, ¿verdad?
- Ya te he dicho que...
- ¡La has tirado!
- ¡Te he dicho que no!
El joven español sintió una furia que nunca antes había experimentado, ni si quiera defendiendo sus bienes o su misión de búsqueda. Un calor irrefrenable le agitaba y le hacía temblar cada parte de su cuerpo. No pudo aguantarlo. Debía sacar aquella cólera de un modo u otro.
Cogió el Kalashnikov. Jason se dio la vuelta para huir de nuevo a la bodega, pero la culata del arma le impactó con una fuerza sobrehumana en la cabeza. El hombre quedó inconsciente en el suelo, pero no por mucho tiempo.
Matt lo volvió a levantar del cuello de la camisa. Observó como un pequeño chorro de sangre le recorría por la cabeza a su enemigo, y sus propias palabras retumbaban con voz de ultratumba.
- Te crees que puedes manejar a la gente como quieres, pero no le llegas ni a la suela de los zapatos. Hipócrita.
Abrió una de las puertas de emergencia de la bodega, la que daba al ala del avión. Teniendo cuidado de no resbalarse, dejó el cuerpo inconsciente de Jason en el ala, atado de pies y manos con las cuerdas con las que él mismo le había atado. Tras ello, le volvió a atar a una barra de metal que hacía de soporte de los paneles solares. Cerró la puerta y la atrancó una vez que volvió a dentro con unas barras de metal. Cogió una mochila con paracaídas y se tiró por la misma puerta que lo había hecho Emma.
Mientras estaba en el aire, con los brazos y las piernas estirados, preparándose para tirar de la anilla en cualquier momento, se dio cuenta de que, aunque no era la primera vez que lo hacía, era una completa locura. Abrió el paracaídas y suspiro de alivio al ver que funcionaba. El aire era bastante fiero, y los copos impactaban en él más agresivos que nunca. Sin embargo, tras bastantes minutos en el aire, por fin pisó tierra.
Era una explanada terriblemente enorme y blanca por la nieve. Se deshizo del paracaídas y anduvo hacia un camino de tierra que había más allá. Inhalaba y exhalaba a una velocidad más rápida de la normal. Prefirió no pensar en lo que había ocurrido allí arriba ni en nada que le pudiese desviar de lo que debía hacer. Tan solo debía continuar. Tan solo debía andar hacia el camino de tierra. A partir de ahí, su mente no interpretaba nada más que hacer.
Por fin llegó al camino de tierra. Lo atravesó y vió el porche de una casa de madera. Aquello le pareció extrañamente familiar. Estaba cerca de otras, las cuales parecían formar una villa, pero ella era la que más cerca de la carretera estaba. Se sentó en el porche y se quedó allí, serio, en silencio. Esperando.
Sabía que había muy pocas esperanzas. Y que en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera así, tal y como lo había reconstruido su mente al tirarse del avión. El majadero de Jason le había dicho eso, y no había dudado ni un momento en que era una burda mentira. Que la había tirado. Pero entonces el más espantoso de los miedos apareció en él. Y no quiso aceptarlo.
Jason tenía razón. Se había tirado ella. Y él había sido tan retorcido de creer que le mentía. Así que esperaría allí hasta que la viese volver.
Pasaron las horas. Anocheció. Él permaneció allí y las dudas con él. No sabía en que estaba pensando: Emma había muerto. Él la había tirado. Le había mentido a la cara para intentar su jugada manipuladora. Y él allí, tirado en medio de la nada, no esperando absolutamente a nadie. Tenía que estar desesperanzado, absorto en la tristeza, enfadado, tal y como lo había estado en el avión. Pero algo se lo impedía.
Llegó el día siguiente. Y Matt no se había movido del lugar, muriendo de frío, tiritando, mientras la nieve se hacía con él como una presa. Y entonces la incertidumbre cambió de lado. La esperanza seguía ahí, con él, sabiendo que aparecería. Pero la lógica lo cambió todo al llegar la noche de nuevo. ¿Qué sentido tenía saltar sin él? Abandonarle. Ninguno. No tenía sentido a menos que para Emma si lo tuviera. Pero meterse en la mente de aquella chica era lo más complicado que una persona cabal podía hacer.
Le daría hasta el mediodía. Si no aparecía, continuaría sin ella. Con todo el dolor y el pesar del mundo.
... Pero finalmente apareció.
Su figura apareció entre los rayos matinales del sol entrando por las nubes negras. Ambos corrieron en su encuentro. Se abrazaron.
- Avanzaste por ti misma.
- Y tú confiaste en ello.
- No sabes lo que me alegro de que estés viva. Pero... ¿por qué...?
- Debía asegurarme de que le matarías. Y la única manera de que lo hicieras es matándome a mí misma.
- ¿Me pusiste a prueba?
- ¿Y salió bien? - sonrió.
- Salió bien. - le devolvió la sonrisa.
Ambos continuaron campo a través.
- ¿Recuerdas algo antes de lo del avión? - le preguntó Matt a Emma, confuso.
- Llegamos a Moscú y te desmayaste. Después te llevé al sitio donde estaban los recursos, pero nos tendieron una trampa. No me pude defender, nos pillaron por sorpresa.
- ¿Y qué haremos ahora?
- Menos mal que eres un chico previsor y cogiste nuestras cosas.
- Bueno... un fusil. El otro se quedó en el avión.
- ¿Y qué hiciste con Jason?
- Le dejé inconsciente y le até a uno de sus paneles solares.
Emma empezó a reír a carcajadas.
- Eres mi ídolo.
- Me reiría contigo, de verdad, pero hemos estado tan al borde de que nos maten tantas veces que ya poco puedo reír.
- No te preocupes, es normal. Mientras estemos juntos... Mira, ese debe ser uno de los aeropuertos de San Petersburgo.
Tras el campo se veía otra explanada pavimentada y cercada por vallas metálicas. Al otro lado, un par de avionetas descansaban abandonadas, probablemente sin posibilidad de que pudieran volar para escapar de allí.
- Oye, ¿tu sabes cantar? - dijo de sopetón Matt tras un rato de silencio.
- ¿Cantar? En la ducha. Pero puedo reventar tímpanos si me oyen. - río.
Matt río con ella y la miró. No podía negarlo. Empezaba a sentir algo por ella. Matt descolgó el AK del hombro y se la dio.
- Toma. Confío más en ti que en mí.
- Te quiero.
Oír aquello le sumió en un nerviosismo extraño. Lo había soltado sin más, parados, mientras le pasaba el fusil, en medio de aquel vasto lugar. Se sentía incómodo pero a la vez halagado. Y de alguna manera él podía a llegar a corresponder los sentimientos de su amiga, pero una barrera invisible dentro de él le impedía expresarse con claridad.
Yo... vale. Entendido. - dijo lentamente. Emma empezó a reír de nuevo, y él también lo hizo, realmente incómodo. - Tampoco hace falta que te pongas romanticona.
- No me pongo romanticona.
- ¡No, que va! - dijo, sarcástico.
- Querer a alguien no tiene por qué ser romántico.
- Pues de la forma que se utiliza normalmente yo creo que sí. Es una declaración de tus sentimientos.
- Pero mis sentimientos por ti no requieren de amor. Tampoco requieren de palabras. Requieren de tu cercanía y comprensión. Nada más.
Él la miró extrañado. En ocasiones como aquella necesitaba un traductor que simplificase las ideas que quería transmitir.
Pero tras un rato Matt entendió a la perfección a que se refería. Era como si su relación fuera más allá de una atracción natural entre dos personas. Era el simple hecho de querer al otro para uno mismo. El trato que se hacían entre ellos para quedarse con el otro. Un te quiero en su máxima expresión egoísta.
Pero también significaba sentir al otro y comprenderlo a la minunciosa perfección. A morir por el otro si hacía falta. Y eso estaba por encima de cualquier concepto de amor. No era necesario entre ellos, pero sí esa cercanía y conexión que tenían.
A Matt se le pasó por la cabeza un pensamiento que consideró bastante acertado: lo mucho que habían cambiado las cosas dentro de aquel temporal tan implacable.
Seguían las ventiscas moderadas y la nieve del primer día. El frío, a pesar de toda la ropa que llevaban puesta gracias a la aparente amabilidad de Jason y los suyos, seguía calando los huesos y endureciendo las articulaciones, rígidas como témpanos, mientras la piel se asperizaba y las extremidades quedaban insensibles.
Pero si habían llegado tan lejos, nada podía salir mal. Ya habían destruido completamente los dos principales ejes del plan de Sagres. En San Petersburgo continuarían la búsqueda del padre de Emma.
La chica se colgó el fusil al hombro.
Nada podía salir mal.
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