21. Causas
A la mañana siguiente volvieron a retomar su ruta. Emma seguía igual, no había empeorado, pero tampoco se veía mejora. La tos seguía torturando su bienestar y el dolor del pecho seguía agarrado a ella. La fiebre tampoco se iba y tuvo que ser de nuevo ayudada por Matt para volver al coche.
Fueron casi nueve lentas horas de coche que se hicieron como días para ambos. Emma no podía empeorar más y, en ocasiones, Matt se podría haber creído perfectamente que había llegado a estar inconsciente. O algo peor. No se atrevía a girar hacia atrás la cabeza cuando dejaba de toser. Le dolía cuando respiraba. Lo decía entre murmullos. Y prefería que fuera así, que aguantase.
Él no se encontraba del todo bien tampoco. Estaba consciente y sin síntomas aparentemente graves. Se intentaba convencer a sí mismo de que no le pasaba nada y que podía manejar aquella situación perfectamente. Pero la realidad es que estaba asustado, perdido y que la situación se le escapaba por momentos. Tan solo podía aferrarse a aquella seguridad ficticia que le daba su misión y que le había reivindicado a Sagres.
Pero lo peor llegó a escasas tres horas de Moscú. El coche fue emitiendo un ruido extraño cada vez más fuerte proveniente del motor. El ruido se fue extendiendo hasta diversas partes del coche y aquel todoterreno negro fue reduciendo su velocidad lentamente... hasta pararse. Matt imprecó a las madres de todos los dioses con varios berridos que acabaron molestando a Emma. Dio un golpe al volante antes de salir bruscamente del coche. Dejó que la nieve le atrapase durante unos minutos, asimilando lo que había ocurrido y lo que conllevaría. Se dio cuenta de que no tenía ni una mísera idea de lo que hacer ni de a donde ir.
Dejó de pensar y abrió la puerta de los asientos traseros impulsivamente. Cogió los dos Kalashnikov, la mochila con los mapas y montó a Emma sobre sus espaldas. No daba crédito de lo que quería conseguir. Llegar vivos de aquella manera a Moscú. Pero empezó a andar por la carretera sin volver a pensar en ello, abandonando el segundo coche que habían utilizado.
Pasó una hora y Matt pensaba que se caería de cansancio de un momento a otro. Emma no podía ni observar concienzudamente lo que estaba pasando ni donde estaba. Poco a poco se convencía de que todo acabaría mal, pero al igual que juró morir hasta el último aliento tras llegar a Rusia, también lo hizo en aquel momento. No descansaría en paz hasta ver a Emma recuperada y lista para terminar lo que habían empezado.
Un color anaranjado apareció a lo lejos, detrás del gran bosque de nieve que se perfilaba a su lado. Matt no lo dudó ni un instante. No importaba si fueran huraños o agresivos. No importaba si los mataban. Pero su amiga estaba en una situación de vida o muerte y él tenía que apurar hasta la última opción. Se fue acercando al lugar por una carretera que atravesaba el bosque. El fuego se veía incluso por encima de los árboles: debía ser una pira monumental. A cada paso que daba los nervios aumentaban en él.
Lo que vio cuando salió del bosque fue absolutamente impactante. Tuvo que dejar a Emma en el suelo para impedir que se cayese con él, mientras abría los ojos como platos y su rostro expresaba una sorpresa incalculable. No era tanto el hecho de lo que veía, si no de la majestuosidad de ello. Unas treinta avionetas de distintas clases y tipos ardían con fuerza en una explanada de tierra gigantesca. Hombres, mujeres y niños se arremolinaban junto a ellas. Jugaban, reían, hablaban, comían... lo primero que se le vino a la mente fue Ufá. Pero aquello era una ciudad entera, unida por el fuego del metal consumiéndose. Se refugiaban juntos en un ambiente centelleante, colorido y rojizo, fuerte a la vista, que obstruía completamente el mundo gris y blanco que les rodeaba en el cielo y en la tierra.
Se quedó unos largos segundos observando todo aquello, pero en seguida volvió a coger a Emma y avanzar por aquella gran explanada, donde las miradas curiosas y cuchicheos se sucedían allá por donde pasaban. Llegaron al alargado y ancho hangar que había al final de ella.
Alguien, un hombre negro, les esperaba con los brazos en jarra justo delante de la puerta junto a más hombres. Parecía el líder de todo aquello, y que alguien les había avisado de que eran nuevos allí.
Con una mirada de determinación simulada pero convincente, serio e intimidante, dejó a Emma apoyada en el suelo y se acercó al hombre.
- Inglés. - dijo solamente en el idioma.
El hombre asintió con la misma mirada que él. Ninguno la despegaba de la del otro.
- Luchamos contra Miguel Ángel Sagres. Hemos matado a su alquimista de plata. La buscan a ella, el oro alquímico que posee. Estamos heridos, enfermos y necesitamos ayuda.
El otro tardó en responder.
- ¿Y cómo sé que no mientes?
- Míranos. Si fuéramos unos mentirosos no estaríamos aquí, de esta manera.
- Pareces confiado. Y no sé cómo pretendes conseguir nuestra confianza.
- Confío en tu pueblo y en qué quieres que vivan. Confío porque he dado mi vida por ellos, por el pueblo de Rusia. Solo pido que nos retribuyan un poco de su confianza.
El silencio volvió a aparecer y Matt sintió una profunda angustia en cada latido de su corazón. Se sentía rodeado y a punto de quedar reducido por sus matones. Pero lo peor era que también se sentía mareado y sin fuerzas de nada.
- Tenemos lo que necesitáis. Sois bienvenidos, luchadores.
Ambos entraron en el hangar, bajo la confianza y la supervisión de sus gentes. Aquel hombre se presentó como Jason y en seguida llamó a los dos jóvenes médicos que había allí. Tumbaron a Emma en un colchón, la taparon con mantas y la oscultaron. Después le dieron los mismos analgésicos y medicinas que en su momento había rechazado Matt.
Él lo había hecho por un motivo noble, y para demostrar a Sagres su determinación cuando le había acusado de tener dudas. Pero ahora veía como los médicos se apresuraban a darle las dosis, y no podía evitar sentir una fuerte culpabilidad. Quiso pensar que Emma hubiera estado de acuerdo con su decisión.
Cuando terminaron, uno de los médicos se dirigió a él con tono preocupado.
- Está muy grave. Espero que a estas alturas le hagan efecto las medicinas. Si no...
No quiso escuchar más. Ignorando al médico, se sentó al lado de ella. Cuando se fueron, Jason se quedó también un rato con ellos. Matt cogió su mano y la estrechó, consternado, mientras la chica intentaba respirar sin ahogarse en su propia tos. Sumido en una mezcla de sentimientos de culpabilidad, preocupación, tristeza y melancolía, escuchó a Jason hablarle.
- Creo que se pondrá bien. Parecéis muy fuertes los dos.
- Hemos sido fuertes durante demasiado tiempo.
Jason rió suavemente.
- ¿Desde donde venís?
- Desde Karmaskaly, por la zona de Ufá. Pero ella de más lejos incluso.
- ¿Y tú?
Matt entendió lo que quería decir Jason, formando media sonrisa.
- Desde más lejos incluso.
Jason asintió.
- Una odisea interesante.
- Sí. Ha sido todo muy duro.
El hombre se le quedó mirando durante un rato, sonriente.
- ¿Has leído alguna vez Miguel Strogoff?
Matt negó con la cabeza, sin mucha curiosidad por lo que era.
- ¿No? ¿Julio Verne? Bueno.
- ¿De verdad parecemos fuertes? - preguntó, haciendo caso omiso al comentario anterior, sumido en sus pensamientos. -
- Resistentes, sí.
- ¿Por qué?
- Porque muy pocas personas que deciden cruzar el país llegan con vida a su destino. Aquí solo llegaron rumores de esos alquimistas de los que hablas y de los planes de Sagres.
- ¿No veíais coches sospechosos de un lado a otro?
- Sí. Y la intuición nos decía que no era nada bueno. Pero cero información. Ni siquiera a mí, que soy el exalcalde de Moscú.
- No parece usted ruso. - dijo extrañado.
- Eso está claro con solo verme. Soy norteamericano, pero hicieron algunas cosas ilegales para que en mis papeles apareciese la nacionalidad rusa. Tengo contactos y experiencia política.
- ¿Lo dejó?
- Justo antes de que toda esta locura de temporal empezase, cuando era joven.
El chico decidió no seguir con la conversación y volvió a centrar su atención en Emma, cuya neumonía estaba a punto de acabar con su vida. Pero tras unos segundos el hombre retomó la interacción.
- ¿Por qué ocurrió esto? ¿Por la alquimista de agua?
- Frío y mojado. La peor combinación de todas.
- ¿Y no crees que se podría haber evitado?
Matt le miró inseguro, como si no supiera que esperaba que le dijese.
- Quiero decir, hay veces que me gusta ver las cosas desde una perspectiva distinta. Analizar las causas de algo que ocurre. Me hace sentir mejor, y me ayuda en ocasiones futuras.
- Bueno... teníamos que entrar en aquel sitio sí o sí...
- Pero vete más atrás todavía. ¿Merece la pena arriesgar tu vida y la de tu amiga por este viaje y esta misión?
- Tenemos que rescatar a una persona importante para ella y para el destino de Rusia. Y acabar con Sagres es...
- ¿Tarea vuestra?
- Sí. De alguna manera.
Jason suspiró y siguió hablando tras una pausa.
- Si te digo la verdad, yo siempre he podido elegir ser alcalde o no. Y a pesar de que no fuera precisamente un cargo legítimo para mí, fui capaz de darme cuenta de que no era algo que me correspondiese. Aunque decepcionase a mis contactos, o que la gente de Moscú no pudiera disfrutar de mis servicios como alcalde de reputación.
- Pero... esto es algo que decidí por mi cuenta, porque me importa mucha gente que está aquí, sobreviviendo. Me importa ella.
- ¿Pero te corresponde a ti entrometerte en lo de Sagres? ¿O te corresponde a ti... por su culpa?
- Nadie tiene aquí la culpa de nada. - puso una actitud más tensa de la que tenía la conversación.
- Quizás culpa no. Quizás causa. -
El silencio que se produjo se tiñó de un ambiente tenso.
- Bien. - se pausó un segundo, comprendiendo a Matt. - Me iré. Será mejor que descanses. Estarás cansado y sin ganas de nada. Si quieres algo me tienes por aquí para lo que sea. Buenas noches.
- Buenas noches.
El tono simpático con el que se despidió dejó a Matt algo molesto consigo mismo. Le había tratado con demasiada dureza con aquellas últimas palabras. Las horas habían pasado como minutos dentro de aquel lugar, mientras rezaba a todos los dioses para que Emma se recuperase de aquel estado.
Los días pasaron y Matt apenas dormía cuatro horas por la noche, justo cuando estaba a punto de desfallecer del cansancio. Se obligaba a despertarse o a mantenerse despierto, comía al lado de ella y tan solo se alejaba cuando debía hacer sus necesidades. Las demás horas del día las pasaba junto a ella, observándola, intentando atisbar la mínima mejoría en su enfermedad. Algunos se acercaban a él a charlar, se iban, y otros volvían. Pero él permanecía allí, al lado, velando por ella.
Ocho días que se hicieron horas para él. Su ciego anhelo de verla de nuevo recuperada, ágil, risueña y activa ocupaba toda su percepción del tiempo y del espacio. Un anhelo que se hizo realidad en esos ocho días.
Ambos dieron las gracias a Jason y a todas las personas que habían conocido allí antes de continuar su camino hacia Moscú.
"No siempre es la misma persona el que elige que al que le corresponde elegir, Matt"
Jason había pronunciado esas palabras el día antes de su partida. Matt miró a Emma y ella le devolvió la mirada.
Ambos habían elegido. Habían elegido juntos.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro