19. Agua y Plata
...
Pero finalmente le tendió la mano.
Emma la cogió al instante, pero su cara no cambió. Matt quiso continuar, mientras sonaban las balas rebotando en el metal, pero Emma no se movió. Su rostro ahora estaba completamente serio, sombrío. Apretaba los dientes y su mandíbula se apreciaba tensa, como si estuviese guardando para sí una especie de rencor e ira profunda. Sus ojos, medianamente entornados, avisaban de peligro de muerte a lo primero que se le pasase por delante. Matt se asustó, pero lo primero que pensó, inexplicablemente, fue que esa expresión le hacía parecer más mayor.
Después comprendió que se había dado cuenta perfectamente de su vacilación al ir a rescatarla. Emma estaba completamente parada, sin ni siquiera importarle que siguieran disparando, aun estando a lejos alcance.
- ¿Qu haces? ¡Vamos!
La chica sacó de su mochila la granada de fragmentación que iba a utilizar en el recinto de las piscinas. Avanzó lentamente hacia él y esbozó media sonrisa que reforzó su siniestro aspecto.
Matt se fue echando hacia atrás instintivamente, asustado, mirando fijamente la granada que llevaba en su mano. Repitió varias veces la palabra "no" por lo bajo y acabó gritándole esas palabras con desesperación a la cara. El agobio le retorció cada músculo. Los ojos se le humedecieron. De nuevo el miedo asomaba en él por enésima vez desde que había caído a esa desdichada tierra.
Emma quitó la anilla con delicadeza, lentamente, como si quisiera sentir el tacto de forma especial. Matt se desplomó de rodillas en el suelo pocos segundos después de mirar como lo hacía. Se llevó las manos al pelo mientras su cuerpo reflejaba el peor de los terrores, sin poder creérselo. La chica siguió avanzando hacia él y, con el tono más suave y dulce que pudo poner en su voz, empezó una cuenta atrás que apenas duró seis segundos, pero que para Matt pareció durar seis horas. Emma recitaba aquello con una lentitud y calma apaciguantes.
Seis...
cinco...
cuatro...
tres...
dos...
uno...
Emma tiró la bomba hacia delante con fuerza. Matt, que tenía los ojos cerrados y que volvía a hiperventilar por segunda vez en aquel día, a punto de un ataque de ansiedad, los abrió.
Ver a Emma a un palmo de su cara le ayudó a que su respiración se cortase durante unos segundos. Después, su nariz se vio embriagada por su esencia, su dulce olor corporal. Notó el inusual frío de su aliento y su inusual alma evocada en él. Pudo ver en sus iris de nuevo aquel espejo que distorsionaba su cordura. Dibujó cada borde y cada rasgo de su cara con la mirada.
Le besó. Y la bomba explotó a sus espaldas como si nunca lo hubiera hecho.
Ambos se separaron y se miraron a los ojos, mientras inhalaban la ardiente humareda del explosivo que llegaba a ellos.
Emma empezó a reírse a carcajadas y Matt, entre sorprendido y avergonzado, ignoró aquellas repentinas risas. Tan sólo se limitó a mirar durante largos segundos al infinito, sin saber exactamente qué pensar. Ni siquiera se había enterado de que había explotado la granada. Y la forma en la que había conseguido ignorar aquel trauma... Miró de nuevo a Emma y se levantó, rojo, cuando vio que le devolvía la mirada.
- ¿Por... qué...? No deberías... - titubeó Matt. -
- Espero que no vuelvas a tener ataques de pánico con los explosivos. - dijo aún entre pequeñas risas, señalando algo detrás de él. -
Matt se giró y vio que había un enorme boquete en el más grande de los tres tanques de agua. Sin embargo, no salía agua por él. La puerta, que había volado por los aires, daba a un pequeño conducto con algún tipo de escalera interna. Matt se sorprendió de sobremanera cuando pensó en lo terriblemente acertada que había estado al tirarla. Se suponía que tenía especialidad en ello, pero era verdaderamente increíble como manejaba el tiempo justo y la precisión de su lanzamiento.
Emma se paró a hacerse una venda improvisada para su tobillo cuando Matt pasó delante de ella.
- Seguramente hubiera estado abierta. - dijo todavía ruborizado, mientras la adelantaba, indignado.
- Sí. Seguramente. - volvió a reír ella.
Subieron las escaleras de aquel pequeño y estrecho conducto que se internaba en el tanque. Sin embargo, no llegaba a ser ni de lejos una mínima parte de lo que era todo su volumen.
Matt subía rápido, con esmero y nervios, debido a lo que había ocurrido minutos antes. Emma lo hacía tras él lentamente a causa de su pie malherido.
De nuevo todo le parecía una obra conspiranoica de su acompañante. Eso o se había arriesgado mucho, y aquello era lo que más miedo le daba de ella. Había activado aquella granada suponiendo que, al besarle, no le ocurriría nada. Como si lo supiese a ciencia cierta o pudiera controlar cualquier situación. Incluso a él.
Intentó quitarse esos pensamientos negativos de la cabeza, pero no pudo. Una parte de él sentía que estaba siendo injusto con Emma, pero otra creía que no debía estar junto a ella, que era una persona tóxica, que estaba en el bando contrario. Las palabras de Sagres resonaban una y otra vez dentro de él como los segunderos de un reloj. El reloj de una bomba a punto de estallar.
Llegaron arriba del todo y, sorprendentemente, se encontraron de bruces con los copos de nieve, el viento y el cielo grisáceo. Miraron a su alrededor. Podían apreciarse cada uno de los edificios del sur de Kazán, y también distinguirse, a lo lejos y desmenuzados, los de la parte norte. Matt no había advertido de la presencia de los tres tanques en la superficie, seguramente por la tensión del momento en el que habían saltado al agua con el coche.
En pocos segundos comenzaron a temblar de frío. Todavía tenían la ropa mojada y húmeda, y el contraste de temperatura lo empeoraba aún más.
En cuanto la vieron la apuntaron con las Kalashnikov. Era una mujer con bata, aparentemente con menos ropa de la que una persona normal llevaría en esas condiciones. Pero no tenía pinta de que le temblase ni uno de sus finos músculos. Su pelo rubio le tapaba parcialmente la cara, pero todavía se podían apreciar unos rasgos duros y rígidos, con ojeras, con el hueso de los pómulos y de las mandíbulas marcado. Permanecía tranquila, con las manos en los bolsillos de la bata.
No les quitaba un ojo de encima, seria, fría como la ventisca. Tras ella se extendía una piscina de tamaño enorme, circular, que probablemente fuera una abertura al agua que almacenaba el tanque. También, sujetadas al suelo de aquel extraño ático, había máquinas y monitores similares a los que vieron en la zona de las piscinas.
Su voz sonó grave y autoritaria dentro del lógico tono femenino, mientras se acercaba a ellos arqueando la cabeza y mirando hacia abajo.
- No sabéis en que lio os estáis metiendo, chicos. - rió brevemente. -
- No sabes en que lio te estás metiendo tú. - respondió tajantemente Emma. -
- En uno menos peligroso que el tuyo, creo. Y tú, Matt... - dijo con un suspiro de resignación sospechoso. - Me avisó Miguel Ángel de que vendrías, pero de forma amistosa. Que desilusión conocerte así... ¿verdad?
Emma giró la cabeza lentamente hacia la de Matt, a su lado. El chico sintió cien puntas de iceberg clavándose en la garganta. Y la mirada de la pelirroja esquizofrénica empujándolas con el fragor de su mirada. Sus ojos quedaron petrificados en el rostro socarrón de aquella mujer.
Tardó varios segundos en reaccionar cuando se dio cuenta de que ambas esperaban una respuesta por su parte.
- ¿Cómo es que él... sabe que yo existo?
La mujer esbozó una sonrisa más amplia y volvió a moverse por allí, suspirando con aires de superioridad.
- La pregunta más bien sería... ¿y qué ganarías si no fuera así? - una pausa de incertidumbre resopló en el ambiente. - ¿...O si lo pretendieras?
- Estoy aquí para acabar con el acto inhumano que vais a cometer.
- ¿Seguro que es por eso? ¿No prefieres quedarte aquí hasta que venga a recogerte?
- No. Voy a matarte. Y no voy a permitir que hagáis esa locura.
- Pensé que estabas acostumbrado a ganar, no a perder. O por lo menos es lo que me dijo Sagres de ti.
- ¡Deja de decir mentiras! - intervino Emma, furiosa.
- ¡Cállate, sucia Yakolev! ¡Esto no va contigo!
Emma recargó el fusil con la intención de disparar, pero Matt se abalanzó sobre ella antes de que su puntería acertase. Los disparos se sucedieron en todas direcciones menos en la de aquella mujer con bata, que se puso a cubierto tras unas cajas de gran tamaño. El chico forcejeó hasta poder quitarle las manos del gatillo.
- ¡Para! - dijo él.
- ¿Qué haces?
El chico no respondió y un nuevo cruce de miradas pausaron la escena durante unos segundos. Una sensación de pertenencia cálida que no encontraba explicación, que durante unos breves segundos le trastocaba y le hacía pensar que debía haber algo más escondido tras ese pelo rojo, tras ese rostro. Un rostro que volvió a endurecerse, con rabia.
Emma le tiró con desdén su Kalashnikov, su mochila, y corrió lo más rápido que pudo hacia la piscina ante los ojos de la mujer científica, que había salido con otra arma para contraatacar. Emma empezó a bucear hacia el fondo y la mujer no dudó, entre improperios, en quitarse la bata y saltar al agua para perseguirla.
Matt se acercó al borde de la piscina y comprobó que lo que tenía de ancha también lo tenía de profunda. Se había tirado allí sin decirle nada, sin ni siquiera saber cuál iba a ser la forma en la que pararían todo aquello. Matarla no serviría de nada. Pero estaba claro que, aunque no se lo hubiera dicho, ella ya sabía cómo.
Todo había sucedido demasiado deprisa; pillar desprevenidos a sus enemigos era la estrategia básica desde el principio, pero Emma ya había caído varias veces en los impulsos irracionales.
Apenas podía diferenciar una figura y otra allí abajo. La científica agarraba la pierna de Emma, que se intentaba soltar desesperadamente, mientras intentaba agarrarla también ella, presa de una ira realmente peligrosa.
Sin embargo, la lucha por ahogar a la otra no duró mucho. Tras algunas patadas y ataques al cuello y a la cabeza, la alquimista rubia empezó a jugar en serio. De uno de los bolsillos de su pantalón militar sacó un cuchillo. Emma, al verlo, sintió que la necesidad de inhalar oxígeno se multiplicaba a cada segundo. Quiso escapar, pero no pudo esquivar los primeros ataques en los hombros y en las piernas, que empezaron a teñir el agua de rojo. La científica siguió reteniéndola por la pierna hasta que su aguante llegó al límite y emprendió la subida.
Matt se apartó del borde cuando salió, todavía amenazante con la AK, apuntándola, nervioso. Tardó unos segundos en hablar mientras jadeaba, tomando aliento, justo antes de que Matt se acercase de nuevo al borde, preocupado por su compañera.
- No llegará a subir con vida. La he herido de gravedad.
El chico la miró como si tuviera al demonio a varios metros de él. Su rostro fue transformándose en una mueca de ira lentamente. La misma que le había puesto Emma antes de tirarse a aquel depósito. Volvió a apuntarla, preparado para disparar más que nunca en su vida. Pero las palabras que pronunció calmaron sus instintos agresivos.
- Si voy a morir, Matt, no quiero que sea junto con Emma Yakolev.
- ¿Qué?
- Mátame, pero que esté esa chica para contarlo. Que haya una razón por la que lo hiciste.
- ¿Te crees que vas a salvarte con eso? En matarte tardo dos segundos. Me da tiempo a salvarla.
- Ya han pasado mucho más de dos segundos, créeme.
Matt siguió dudando mientras la apuntaba.
- O te vienes conmigo... o la salvas a ella.
Matt bajó el arma. Él sabía que tarde o temprano ocurriría, a pesar de que Sagres le había asegurado que no se entrometería en sus decisiones ni que le convencería para unirse a él. Sin embargo, en ese momento, una de sus alquimistas le estaba dando a elegir una de las dos opciones que tanto le atormentaban. Dejar morir a Emma, olvidarse de todo lo que había hecho en Rusia aquellas semanas y empezar la vida que había soñado desde hacía un año.
Ser socio y discípulo del mismísimo Miguel Ángel Sagres. Manejar el negocio de la alquimia con él. Convertirse en su sucesor. Sonaba tan lejano y perfecto...
Dejar morir a Emma. Sonaba tan imposible...
Matt soltó el arma, las mochilas y se tiró de cabeza a la piscina del depósito. Buceó todo lo deprisa que pudo hasta que la vio, a punto de perder el conocimiento, mientras un denso color rojizo se aglomeraba a su alrededor.
Algo en él le dolió mucho al verla así. Un dolor tan agudo como lo que pudiese pensar ella sobre él si llegara a descubrir que le había estado mintiendo desde que se vio con Sagres. Seguramente se hubiera sentido incluso peor que en aquel instante.
Matt la estrechó con fuerza entre sus brazos, llevado por la rabia y la imperiosa necesidad de abrazarla. Subió con toda la rapidez y potencia que pudo, logrando tirones en las piernas por ello cuando llegó a la superficie.
Salieron al borde. Un poco más alejada, la científica les miraba intimidante con los brazos cruzados, mientras Matt intentaba que Emma reaccionase de alguna manera, desesperadamente. Fue a hacer el boca a boca, pero a los pocos segundos Emma escupió agua por la boca y se incorporó entre quejidos por el escozor de sus heridas.
- Debería haberme esperado al boca a boca. - le sonrió la chica, todavía tosiendo agua.
- He elegido. - dijo Matt, mirando a la científica.
Ella se arremangó y se acercó a él con el cuchillo en la mano. Lo giró un par de veces antes de abalanzarse hacia Matt.
- Entonces yo también.
Matt se levantó como un resorte hacia la piscina de nuevo y se tiró de cabeza. La mujer le siguió.
Sabía perfectamente lo que debía hacer. Lo había visto cuando rescató a Emma; estaba un poco más abajo. Eran una especie de botones y teclados manuales básicos del depósito. Si lo que pensaba era cierto, Emma había tenido un plan desde el principio: despistar a la alquimista, hacer que la persiguiera, inutilizarla bajo el agua y activar la alquimización del depósito entero. Toda el agua que había allí dentro se convertiría en plata, incluido el propio metal de la torre.
La mujer le alcanzó antes de lo que pensaba e hizo la misma estrategia que con Emma. Le agarró de la pierna y fue poco a poco intentando ahogarle. Se notaba que tenía instrucción militar, no solo por sus pintas de marine, si no por cómo se movía al atacar bajo el agua. Matt pudo controlarla más o menos, pero en un momento dado sacó el cuchillo y él decidió que no iba a ser menos. Sacó el grueso y afilado cuchillo de Emma y lo blandió. Ambos atacaron a la vez, hiriéndose los brazos y parte de los hombros. Matt no lo pensó ni un instante y se dirigió de cabeza hacia la profundidad en cuanto esquivó algunos movimientos de su enemiga, despistándola.
Antes de que la alquimista llegara a él, se plantó en frente de aquel teclado. Había que poner una clave para acceder a su manipulación, y sus pulmones ya empezaban a demandar un poco de aire.
Intentó razonar todo lo rápido que pudo. Eran números, solo números. Del uno al diez. Pensó en sus tres números sagrados, pero no conseguiría nada. Los puso de todas formas y, ante la negativa, presa del pánico, rompió los mandos con el cuchillo.
La mujer, que iba hacia él, se paró en seco al verle, y poco después empezó su ascenso a la superficie. Unas luces rojas de emergencia empezaron a brillar en medio del agua.
Ya no podía más. Empezó a mover las piernas para impulsarse todo lo rápido que pudo hacia arriba, pero notó que el agua le ayudaba más de lo previsto a hacerlo. Una corriente muy turbulenta fue poco a poco llevándole hacia arriba con velocidad, sin saber bien por qué. Hasta que miró hacia abajo.
El agua estaba dejando de ser agua. Poco a poco se iba convirtiendo en una sustancia completamente sólida y brillante de color blanquecino y grisáceo. Plata.
Matt se topó con la científica, que le miró con rabia, mientras ambos intentaban atacar de forma mortal con los cuchillos una vez más. Sin embargo, la corriente era demasiado fuerte y ambos acabaron perdiendo el control de sus cuerpos y el de los cuchillos. Tan solo una patada desgarradora en la cabeza a la alquimista hizo ganador a Matt en aquel duelo, dejándola inconsciente, preparada para compartir el mismo destino que sus cuchillos.
Un baño de plata.
Matt salió despedido por los aires mientras el agua que rebasaba del borde se terminaba de transformar en el metal precioso. Apenas se levantó del suelo vio a Emma en el mismo sitio en el que la había dejado, tumbada, mirando al techo fijamente con rostro atolondrado, como un zombi. Se acercó a ella. Respiraba entrecortadamente.
Después se acercó a los monitores más grandes de aquel lugar y, tras unos minutos de probar teclas y comandos, no lo pudo aguantar más. Disparó a todo aquello, desesperado e impetuoso, para luego coger a Emma y ayudarla a andar. Ambos estaban heridos, pero Emma era la que peor pinta llevaba en todos los aspectos.
Encontraron unas escaleras auxiliares para bajar a las piscinas, y allí unos pasadizos para ir a la ciudad.
Ya no quedaba nadie. Tenían que andar con mil ojos, pero seguramente se hubieran marchado para recibir instrucciones de Sagres.
Salieron por una alcantarilla en medio de una calle desértica, sin casi edificios. Pero había todavía varios todoterrenos negros. Matt se montó en uno de ellos, en el asiento del piloto. Emma se recostó en los de detrás, tiritando y tosiendo.
El chico cerró los ojos y, por unas horas, no le importó lo más mínimo que les encontrasen allí y los matasen.
No. Porque todo tenía que ser una pesadilla. Porque las sensaciones que tenía de todo lo que estaba viviendo todavía le daban esperanzas de que fuera así.
Aquello era real. Pero en el fondo, muy en el fondo, sabía que no podía serlo del todo.
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