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18. Contra la ciencia

El agua verdosa y glacial se presentaba ante Matt y Emma como el enemigo más tenaz a batir.

Un enemigo denso, fuerte, que les impedía avanzar. La inmensa cantidad de ropa que llevaban puesta no era tampoco una ayuda para ello. Las algas y demás vegetación se mezclaban de forma impactante con la basura y residuos sobrantes en la construcción del lugar, que eran bastantes.

Poco a poco se acercaban a un tubo de varios metros de diámetro que se introducía, a lo lejos, en las paredes del gran laboratorio subacuático. Antes de ello, la enorme tubería metálica se mezclaba con otras cercanas, formando una especie de pequeño laberinto. Emma, al llegar, dio varias patadas a la reja que tapaba la entrada al conducto. Al ver que no podía quitarla, sacó su preciado y gigantesco cuchillo. Poniendo todo su empeño en ello y sin ninguna urgencia aparente de respirar, pareció que las rejas cedían un poco. Tras una patada fulminante las quitó de en medio.

Ambos entraron en el conducto, pero una corriente succionadora proveniente de dentro les tragó sin previo aviso, con una fuerza descomunal. Emma intentó agarrar a Matt antes de que escapase a su control, pero para cuando se dieron cuenta ya estaban rebotando por el laberinto de tuberías, separados. Sentían como el agua les zarandeaba a velocidades endiabladas mientras avanzaban, sin poder reaccionar ni moverse. Tan solo podían cerrar los ojos y esperar que el destino del viaje no fuera demasiado adverso.

El agua dejó de empujar a Matt y le despidió a un remanso de paz y tranquilidad. Tras unos segundos en los que su cabeza seguía aturdida por el mareo, se dio cuenta de que seguía bajo el agua, pero esta vez un agua de una temperatura mucho más cálida. Abrió los ojos y comprobó que el agua ahora era de un color mucho más azulado. No podía ver mucho más aparte de paredes a lo lejos, y su pulmón empezó a pedir oxígeno de forma urgente, por lo que se dirigió hacia la superficie.

Inhaló por la boca todo el aire que pudo, aliviado, y echó un vistazo a su alrededor mientras giraba sobre sí mismo. Estaba en una especie de piscina de tamaño mediano. Y cerca de la suya había cuatro o cinco más del mismo tamaño, rectangulares y separadas entre sí por bordillos cementados, y todas recogidas en un mismo habitáculo, tan solo cercado por paredes transparentes de cristal. Al otro lado podían verse una inmensa cantidad de habitaciones transparentes exactamente iguales que en la que se encontraba.

Miró hacia arriba. El techo era extremadamente alto, tal y como se lo imaginaba por fuera; apenas podía discernirlo. Tan solo podía ver otra sala acristalada muy a lo lejos del lugar, justo en la planta de arriba, y cientos de escaleras y pasillos colgantes de metal sobre su cabeza que se perdían hacia arriba.

El lugar no estaba para nada en silencio. Se oían distintos tonos de voz en el eco que producían las paredes, algunas cercanas y otras lejanas, como un murmullo constante que experimentaba altibajos. Matt, ante ello, nadó hasta apoyarse en una de las paredes, ocultándose así del pasillo que había detrás suya.

Oyó un ruido cercano parecido a un chapoteo y se asomó para ver si era Emma. Efectivamente, al echar un vistazo rápido y cauteloso al pasillo, la vio en otra piscina a varios metros de la suya, apoyada en el bordillo y con el dedo índice en su boca, pidiéndole total sigilo a su compañero. Estaba en el habitáculo de cristal contiguo al suyo.

La chica, tras unos segundos completamente atenta y concentrada, le indicó con señas que se introdujera en el agua y que avanzara.

Matt lo vio claro. Al abrir los ojos debajo del agua había vislumbrado otra tubería que, casi al cien por ciento, conducía a la piscina que tenía delante. Matt se internó en el agua, cruzó el cilindro que atravesaba la pared y llegó a la segunda piscina. Sin embargo, no salió. Un hombre con bata cuya figura se ondulaba en las retinas de Matt estaba merodeando fuera del cristal, mirando lo que parecía ser unos monitores y trasteando con un centro de mandos.

El hombre estuvo un par de minutos allí y, cuando se fue, Matt descubrió levemente su cabeza para coger aire, agotado. De nuevo se puso en marcha para avanzar hasta el final de la sala, donde acababa la pared de cristal, buceando por las tuberías de las piscinas contiguas y teniendo cuidado de que nadie notase su presencia.

Finalmente, y tras un profundo análisis de la situación, Matt salió a la superficie confirmando que no había nadie que pudiese advertirle. Palpó la pared de cristal hasta dar con la puerta casi invisible que allí se encontraba. Medio agachado y prestando atención a cada suspiro que oía, mientras su ropa dejaba caer cascadas de agua al suelo, echó un vistazo a los monitores y a los pesados dispositivos que parecían controlar distintos mecanismos. Matt entendió muy poco de los datos y gráficas que salieron por los monitores, pero se imaginó que allí manipulaban y experimentaban con el agua, su potencia y los componentes químicos que le echaban.

Se fijo de nuevo en Emma, que ya estaba preparada para continuar su intromisión allí. Se había escondido tras una pared opaca cercana al pasillo principal, y Matt no dudó en hacer lo mismo. En su opinión volver a juntarse era arriesgado, y pensó que Emma lo creía igual. Por aquel pasillo pasaba bastante gente y cruzarlo no era muy buena idea.

Ambos siguieron hacia delante entre pasillos, columnas y piscinas encerradas en cristales transparentes. Aquel lugar no era muy espacioso de ancho, pero de alto y de largo era lo más titánico que había visto.

Emma se atrevió a cruzar el pasillo cuando no pasaba nadie y se colocó al lado de Matt, tras una mesa alargada, en uno de los espacios intermedios entre los habitáculos de las piscinas. Ambos empezaron a hablar entre susurros.

- Tenemos que atacar. - dijo ella.

- ¿Así sin más?

- Si queremos destruir este lugar tenemos que matar a todo el mundo.

- ¿Qué? No hay necesidad de eso. No somos animales.

- Pues a los que dirijan este sitio, y a los hombres de negro.

- Eso es imposible, solo somos dos, y ellos demasiados. Tenemos que coger al alquimista, secuestrarle y preguntarle dónde esconden a tu padre.

- ¿Vas a torturarlo tú?

- ¿Torturar?

- Sí. ¿O piensas que nos lo va a decir por las buenas? Lo haría yo, pero no creo que salga muy bien. No tengo tanta práctica.

Matt la analizó de arriba a abajo para ver si iba en serio o se estaba quedando con él.

- Y tú crees que yo sí, por lo que se ve. Sé que soy inaguantable, pero no hasta ese punto. En cambio, tú...

- En cambio yo intento exprimir esas cosas al máximo.

- Oh, sí, tranquila. No hace falta que me convenzas después de tirarte al agua con...

Matt enmudeció sus susurros al oír unos pasos acercarse a la mesa. Ambos contuvieron el aliento con la vista fija en el suelo, tensos. Emma tardó algo más de lo que pensaba Matt, pero finalmente reaccionó.

Con sutileza, alargó la mano hasta el pantalón del hombre, y tiró dos veces de él. Extrañado, se agachó para comprobar que ocurría y, como una bala, Emma se levantó y le atizó con la culata del arma en la nuca. El científico quedó K.O, pero el pequeño grito que pegó antes de ello bastó para alertar a la gente de su alrededor. El murmullo del lugar bajó el volumen considerablemente, hasta tal punto que casi se hizo el silencio. Emma mostró su enfado ante ello, y Matt se limitó a poner cara de angustia.

En cuanto los científicos y los hombres de negro se asomaron para ver que había ocurrido, una tormenta de balas se precipitó hacia ellos, quedando algunos heridos y otros muertos.

¡Corre! - se aventuró a gritar Emma.

Matt no iba a dudar ni un solo momento en hacerlo, se lo gritase o no. Sacó su AK-47, la cargó y comenzó a disparar a todo lo que se movía y no tenía el cabello rojo. Los siervos de Sagres contraatacaron y se vieron obligados a separarse y ponerse a cubierto en paredes distintas.

Matt hizo lo mismo en un hueco que encontró. De vez en cuando se asomaba y disparaba a un objetivo, pero también se daba cuenta de que había otro que avanzaba a una mejor posición para dispararle.

Atolondrado por la tensión y su amarga adrenalina, unos disparos cercanos a su posición le despertaron, haciéndole correr a otro punto. Intentaba por todos los medios recurrir a lo aprendido en el búnker con aquel entrenamiento que le había hecho Emma, pero la realidad era mucho más complicada. Se metió tras una de las paredes transparentes que rodeaban las piscinas, pero, mientras corría, el fuego enemigo las hizo trizas, provocando un aluvión de cristales hacia él del que no salió indemne.

Incluso con pequeños cortes en la cara y en las manos no dejó de correr, disparando hacia su lado izquierdo cuando veía alguna figura moverse amenazante. El chico se encontró de frente con uno de los hombres de Sagres, pero quedó neutralizado gracias a la rápida intervención de Emma. Sonaron más explosiones acristaladas cerca de ellos, y se agacharon para poder continuar. Mientras no fueran causadas por la detonación de un explosivo el joven estaría bien.

La chica se adelantó, y Matt le cubrió la retaguardia. Movió el arma hacia un lado y hacia otro. Habían aumentado de número, y estaban distribuidos estratégicamente por todo el lugar. Se cubrió tras uno de los aparatos de control enormes que había tras unos monitores, mientras intentaba tener a todos a raya, rezando para que Emma hubiera dejado el camino impoluto de enemigos.

Matt volvió a moverse y, en medio del fragor de la batalla, notó algo que hacía mucho tiempo que no sentía en sus poros y que no se había parado a pensar en ello. La temperatura tan cálida y agradable que hacía. Le recordaba a sus vacaciones tropicales y a las costas españolas, fuera de aquel infierno helado en el que se había metido y en el que llevaba ya demasiado tiempo.

Volvió en sí cuando vio que un científico apuntaba con una pistola a Emma mientras estaba de espaldas, intentando acertar a un objetivo. Matt, que estaba cerca suyo, no se lo pensó dos veces y corrió para abalanzarse sobre él. Sus habilidades de luchador no estaban muy pulidas, pero el débil físico de su oponente le sirvió para tumbarle y darle en la nuca con la culata, tal y como había hecho Emma antes.

Matt giró la cabeza y vio que ahora era él el que estaba indefenso. No le dio tiempo a reaccionar y a apuntar con el arma, pero en su lugar lo hizo Emma, abatiendo al hombre en el momento justo. Ambos, jadeantes, compartieron una breve mirada de complicidad y avanzaron rápidamente.

El ascensor a la planta de arriba lo habían desactivado, y ahora solo quedaban las escaleras y dos hombres muy corpulentos vigilándolas tras dos paredes. Emma cogió una granada de su mochila, pero Matt volvió a impedirle hacer nada con ella.

- Aléjate.

- No. No te lo voy a permitir.

Los disparos seguían sonando detrás de ellos, en la lejanía, intentando encontrar a los dos jóvenes en aquel laberinto de piscinas experimentales. Emma se dispuso a guardar la bomba en la mochila, mientras clavaba sus ojos en los de Matt y este le devolvía la mirada.

Sin embargo, Matt la volvió a retener por el brazo. Ambos se prepararon para matar a balazos a los dos hombres que les esperaban atrincherados.

Una granada salió despedida hacia los hombres que estaban a cubierto. Estos, impulsados por el pánico, decidieron salir corriendo. Antes de darse cuenta los disparos de los dos chicos arremetían con violencia en sus cuerpos.

Cuando todo estuvo en calma y Emma recogió la granda del suelo, que no estaba activada, fueron directamente hacia las escaleras, antes de que los que habían dejado atrás les alcanzasen. En el trayecto al piso de arriba pudieron derribar a más hombres gracias al factor sorpresa, a los reflejos de Emma y a sus rápidos movimientos con el AK en la mano.

El primer piso era un laboratorio clásico enfundado con las mismas paredes de cristal que había en la planta de abajo; estanterías repletas de libros, artilugios de vidrio y mesas alargadas donde descansaban embudos a rebosar de gas y líquido. Una fila de hombres vestidos de negro y científicos les apuntaban con fusiles a lo largo de la sala, creando una especie de barrera con sus cuerpos. Emma ordenó a Matt agacharse justo en el momento en el que abrieron fuego, nada más verlos.

Reptaron por las impolutas y blancas baldosas del lugar mientras los disparos se sucedían en todas direcciones. Sonaron más cristales rompiéndose a la vez que los dos chicos se ponían de acuerdo en separarse. Emma se fue por una fila de mesas de la izquierda, y Matt reptó hasta otra que había hacia su derecha. La pelirroja no dudó en disparar estando cuerpo a tierra hacia todos los pies que veía acercarse a su posición. Los gritos de dolor acompañaron al sonido de las balas, y Emma siguió reptando con tesón, avanzando. Matt se había quedado atrincherado bajo una mesa de la segunda fila y de vez en cuando atraía la atención de los hombres disparando hacia su posición, logrando acertar a alguno.

Pero Emma no pudo avanzar mucho más. Los hombres se subían a las mesas y la buscaban con la mira puesta en todos los rincones. El juego de estrategias estaba fallando: Matt podía seguir cubriéndola, pero no por mucho tiempo. Un par de hombres acabarían cayendo, pero alguno se le escaparía. Todos iban hacia su posición.

No daba tiempo para pensar más en lo que hacer, y su cerebro funcionó de forma automática, reduciendo a movimientos bruscos pero rápidos lo que antes eran tembleques en sus piernas.

Se levantó y empezó a disparar a bocajarro mientras emitía un grito de guerra, avanzando, llamando la atención de los siervos de Sagres más próximos a Emma, pero también a los que tenían la vista puesta en él. Tan pronto como pudo se volvió a esconder, y Emma aprovechó su oportunidad y corrió.

Matt empezaba a estar realmente cansado. Físicamente y psicológicamente. Se permitió un descanso de unos breves segundos mientras estaba tras los tablones partidos de una mesa. Sin embargo, aquello le salió caro. Unos pasos a pocos centímetros de él le sobresaltaron. El ruido de la metralla también, provocándole levantarse al momento y tirando la mesa que tenía tras los tablones. Matt inició de nuevo la carrera, agachado, pero un alarido de dolor inundó hasta el último recoveco de aquel monumental sitio.

El chico se giró, alarmado, y vio con sus propios ojos algo que, aunque lo había llegado a comprender, siempre tuvo serias dudas de que de verdad existiese. Si no lo comprobaba con sus propios ojos nunca se lo creería.

Y ahí estaba. Sus retinas estaban viendo cada detalle. El brazo izquierdo y parte del cuerpo del científico, armado, se había transformado en un metal plateado, brillante y con textura rugosa a la vista. El hombre cayó de rodillas, llorando y chillando de dolor, mientras Matt se quedaba completamente conmocionado, observando la increíble escena. Finalmente, tras volver a oír disparos, se dio la vuelta y siguió corriendo. Todo era verdad. Pensaba que ya lo tenía asumido, pero hasta que no lo había presenciado con tan solo unos centímetros de distancia no se había dado cuenta de ello.

Emma llegó a la puerta de cristal, la abrió y ambos pasaron. La mampara volvió a romperse por los disparos. Eran los refuerzos del piso de abajo, que habían llegado justo cuando los intrusos querían salir de la habitación, llena de cadáveres.

Frente a ellos, unos enormes y largos pasillos colgantes se entremezclaban entre sí. Estaban hechos de metal, pero unas cuerdas negras y gruesas los sujetaban con firmeza. Emma fue la primera en poner un pie sobre la plataforma y continuar por ella. Matt la siguió después, comprobando que se tambaleaba hacia los lados más de lo esperado. Subieron unas escaleras hasta otro pasillo y se volvieron a oír disparos bajo sus pies. Corrieron de nuevo por el pasillo, teniendo cuidado de no tropezarse o que la plataforma no volcase de alguna manera.

Una ráfaga disparada por uno de los fusiles enemigos alcanzó el tobillo de Emma, lo que la hizo tropezar. La chica emitió un gruñido agudo de dolor, mientras cogía a tiempo su arma antes de que se cayera por uno de los amplios huecos de la barandilla. Matt llegó hasta ella y la ayudó a levantarse, soltando maldiciones por su mala suerte. Entonces se percató, preocupado, que ahora los disparos enemigos no seguían su dirección. Los siervos estaban disparando a las cuerdas. Querían descolgar las plataformas con ellos encima.

Emma no dejaba de apretar los dientes con fuerza y soltar murmullos quejicosos, aguantándose las ganas de gritar y llorar por la ardiente sangre que recorría los bajos de su pantalón. Una cuerda se rompió, y Matt ayudó a correr a Emma hasta el otro extremo del pasillo, donde empezaba otro. La segunda cuerda finalmente se rompió, pero una tercera también lo hizo, inclinando la plataforma en la que estaban hacia abajo. Matt tuvo que dejar de ayudar a Emma un segundo y agacharse, de tal manera que no perdiese el equilibrio. Le volvió a dar la mano para continuar hacia delante mientras el aluvión de disparos seguía resonando.

Matt levantó la mirada y vio que a pocos metros de donde estaban había tres tanques de agua que ocupaban todo el edificio. Si hubiera tenido que describir con más adjetivos lo grande que eran probablemente le faltarían palabras. Nunca hubiera pensado que el ser humano pudiera hacer cosas tan extremadamente colosales.

El chico salió de su asombro cuando subieron una de las últimas escaleras y llegaron a los últimos pasadizos colgantes. Matt ya tenía los pies sobre un lugar seguro, pero Emma, que iba cojeando, se quedó rezagada, y al querer correr tropezó de nuevo. Habían disparado a dos cuerdas a la vez, y el pasillo se había inclinado completamente hacia abajo. A la pelirroja le había dado tiempo de agarrarse a una barra, pero por los pelos.

Matt se giró y fue raudo en su ayuda, pero en el momento que le tendió la mano y vio su rostro, unas dudas surgieron de él como burbujas queriendo salir a la superficie. Tenía cara de dolor, de sufrimiento. Le miraba profundamente, sin decir nada, probablemente sabiendo que iba a salvarla de cualquier modo. Y eso a Matt no le gustaba nada.

Manipulación. Obsesión. Traumas. Skarrev y Sagres pasaron despacio por su mente, cargándole de razonamientos y apoyos para esas dudas y conjeturas. Sintió por un momento que la abandonaba, se iba, conocía al alquimista y le juraba a Sagres una lealtad infinita.

Tragó saliva. Se levantó.

Emma cambió la expresión en su rostro a una consternada, desesperada. También sorprendida.

Matt volvió a tragar saliva...

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