16. Mamadysh
Un frío repentino le despertó lentamente, mientras se propagaba por todo su cuerpo. La luz blanquecina atravesaba sus párpados, despertándole, obligándole a sentir la incomodidad de los asientos acolchados de la furgoneta.
El olor a sangre y putrefacción seguía inherente en todos los rincones desde el primer momento que entró en ella. La habían lavado incluso con jabón, pero el olor no quería irse de allí.
Abrió los ojos y se encontró con el techo gris metálico del coche. Se incorporó. La puerta estaba abierta. Estaban completamente rodeados de arbustos gigantes recubiertos de nieve. Se oían ruidos en la parte de detrás, donde el maletero, como si algo o alguien estuviera moviendo cosas. Tras unos minutos el maletero se cerró y Emma pasó por delante de la puerta abierta del coche.
- ¡Buenos días! - dijo con el rostro resplandeciente de felicidad, sonriendo. -
Matt le contestó con una mirada tensa, seria, totalmente callado. Ella pareció no darse cuenta de lo que querían transmitir los ojos de la persona que tenía en frente.
- ¡Has dormido más de lo que esperaba! Pero no te preocupes, ya hemos pasado la ciudad, y he escondido la furgoneta a las afueras, en el campo. Se ha quedado sin combustible, así que tendremos que ir andando.
La manera en la que hablaba era tan optimista y despreocupada que Matt sintió como sus venas bombeaban sangre con la fuerza del mar embravecido, intentando no sacar a flote la impotencia e intentando ser tolerante con la situación.
- Dame algo para la cabeza. Y cállate, por favor.
- ¿Te duele?
Matt suspiró y apoyó sus manos en la parte frontal de la cabeza, mientras se agachaba.
- No, claro que no. Si te lo pido es porque me apetece una.
La chica le miró extrañada durante unos segundos, pero cuando captó la ironía empezó a reír. Matt no se lo tomó tan bien.
- ¡Una maldita medicina! ¡Una aspirina, lo que sea! ¡Dios! - gritó lo que pudo. -
Emma fue a por la aspirina que le había dicho Matt, todavía riéndose. Cuando volvió ya había parado de reír.
- Oye... perdona. Te fuiste de la furgoneta y no sabía que podía estar ocurriendo...
- No hables, por favor. No quiero discutir. Tan solo háblame del viaje. Solo, ¿vale? Solo lo esencial. Por favor...
Sus palabras sonaban tan amargas y tristes que Emma no encontró un motivo por el que tener una actitud alegre y jovial hacia él.
Serían tres días de viaje. Le explicó la ruta a seguir en el mapa y las tres paradas que harían. Dos para conseguir recursos y una intermedia para descansar. Según cálculos precisos, para llegar a la más próxima tardarían diez horas, para la segunda diecisiete y para la tercera unas quince.
Sería un viaje complicado y largo en el que tendrían que poner mil ojos a su alrededor mientras andaban todo el día, a buen paso.
Cogieron las cosas y se pusieron a caminar en cuanto Matt se vio con fuerzas. El dolor de cabeza le había disminuido considerablemente al cabo de un tiempo, pero aún seguía sintiendo algunas presiones molestas.
Salieron a la carretera y continuaron su camino por aquellos parajes desiertos, que se repetían una y otra vez, nevados, bajo miles de nubes grises que no se cansaban de deshacerse en copos. Cada vez se aburría más de aquello, y una leve depresión producida por el temporal se iba haciendo un hueco entre sus emociones, que ya bastante destrozadas estaban.
Miró a Emma, que estaba adelantada, y recordó el día que huyeron de Karmaskaly. La situación parecía calcada. Si no tuviera la certeza de que ya había ocurrido, no sabría diferenciar una de otra.
También recordaba la noche anterior, aunque lo quisiese evitar por todos los medios. La cara de Emma. Una cara que inspiraba mucho más que terror. Inspiraba un rechazo, una decepción consigo mismo. Porque durante bastante tiempo creyó estar convencido de que estaba haciendo lo correcto, aun con las dudas que le ocasionaba todo.
Creyó confiar en ella. Pero ahora solo le daba razones para creer que tenía un serio problema en su mente. Un trastorno. Un peligro que debía evitar y que no lo estaba haciendo.
Recordó la dolorosa charla con Sagres, el encuentro más esperado de toda su vida que había acabado por demacrar sus ideas y sus convicciones, justo lo que empezaba a anhelar. Sin embargo, nunca pudo imaginar que sería tan doloroso. Las dudas se habían multiplicado, y su cerebro no terminaba de reaccionar bien ante ellas. El bloqueo mental le estaba sometiendo a un estado ausente, melancólico.
Si se paraba a pensar por qué había decidido continuar esa peculiar misión no encontraría la respuesta. Había decidido avanzar sin mirar atrás, sin analizar nada de lo que le pasaba, pero intuyendo, por culpa de las palabras de Sagres, que no tenía ninguna lógica.
¿Había aparecido ante él para manipularle? ¿O todo lo que le había dicho era por su bien? Y, además, ¿cómo podía tener la seguridad de que aquel era Sagres y no otra persona?
Esa sensación de la que le había hablado y que había tenido se podía resumir en aquellas preguntas. Al mirarle, como a Emma, había percibido una extraña familiaridad. Como si se estuviera viendo en el espejo a sí mismo. Y una completa convicción de que aquel hombre era Sagres había surgido en él.
Durante la mayor parte de las diez horas que anduvieron, lo hicieron por la carretera principal que llevaba a Kazán. Esta pasaba por una ciudad que tuvieron que rodear, evitando así cualquier posible encontronazo con enemigos o habitantes agresivos. Sin embargo, no vieron ni un alma en todo su trayecto, que a Matt se le hizo realmente eterno.
Hasta llegar a la ciudad de Mamadysh, justo a la orilla de un río, los dos jóvenes no hablaron ni una palabra, tan solo para comunicarle al otro que quería parar a descansar o a comer.
Matt no notaba a Emma especialmente compungida. Siempre aprovechaba cualquier breve detalle que se le ocurría sobre el viaje para explicárselo y poder hablar con él. Se explayaba todo lo que podía, con especial dedicación, esperando con ansias una respuesta por parte de Matt para continuar hablando. Aquello al chico le hacía gracia, puesto que lo que hablaban eran cosas muy obvias, pero por otra parte sentía pena por ella y por la relación tan extraña que tenían. Pero solucionarlo tan solo supondría exponerse al peligro que conllevaba hacerlo. Quién sabía si la locura de la chica pelirroja acabaría por matarle.
Y sin embargo ahí estaba, siguiéndola, intentando parecer rígido y enfadado, convencido de que la noche anterior no había aparecido nada ni nadie y que Emma estaba completamente chalada. Por una parte así lo creía, por la reacción tan extrema que había tenido. Pero no podía negar que estaba evadiendo la pregunta que tarde o temprano le haría, además de la mentira que tendría como respuesta.
Cruzaron el puente del río y se adentraron en la pequeña ciudad, bordeándola. El afluente estaba separado de la ciudad por unas verjas y farolas negras de forma suntuosa que evocaban un ambiente muy intrigante. El paseo estaba empedrado con adoquines de forma ondulada, y parecía que el césped en tiempos remotos fue mullido. Ahora la nieve cuajada había relevado su puesto.
Emma le dijo que se dirigían a una iglesia de allí. Subieron por unas escaleras en la colina que daban a la parte interior de la ciudad. Salieron por una calle ancha y alargada, y al poco rato comprobaron que todas estaban diseñadas del mismo modo. La mayoría de las casas eran bloques de dos o tres pisos, grandes, y entre ellas dejaban bastante espacio. Las subidas y bajadas pronunciadas también abundaban, además de las plazas y los monumentos conmemorativos a animales y personas. A Matt le mareaba girar la cabeza y encontrarse diez carteles escritos en ruso una y otra vez. Para él no era un abecedario muy agradable a la vista. Era como si aquella ciudad la hubieran terminado antes de tiempo.
Al poco rato, efectivamente, comenzaron a ver la iglesia. Estaba en lo alto de una subida donde apenas había casas, tan solo descampados. Matt quedó completamente prendado por el majestuoso edificio azulado que se cernía ante ellos.
Las bóvedas de aquella iglesia convertida en palacete eran de un color azul más oscuro que el de la fachada, azul cielo. En lo alto de cada una de ellas podía vislumbrarse una cruz alargada dorada. Al lado de las cuatro bóvedas pequeñas que rodeaban la grande, una pequeña torre surgía del edificio, que no se mostraba afín con ningún elemento ornamental identificativo. El color blanco también jugaba de forma espectacular en los bordes de los salientes, dando a entender que el objetivo de construir aquella magnífica iglesia era la de dar visibilidad artística al color.
A juicio de Matt, las nuevas formas de concebir la arquitectura en los edificios tradicionales era una buena manera de poner a prueba la creatividad de la persona. Estaba bien siempre y cuando el resultado no fuera un completo desastre. La iglesia era sencilla y pequeña pero bastante cómoda, incluso algo infantil, en el buen sentido. Y lo más curioso de todo: no parecía estar a punto de desplomarse, al contrario que los edificios y casas de su alrededor. Daba la sensación de que estaba recién construida, fuerte y brillante, y el color tenía un fuerte contraste con el gris pavimentado de las calles.
Saltaron una de las verjas de baja altura que rodeaban la iglesia y entraron en ella.
El interior estaba particularmente oscuro, a pesar de que la luz entraba por las vidrieras y los ventanales. Las típicas hileras de bancadas estaban en su sitio, a los lados, cubiertas de una fina capa de polvo. La ciudad, hasta lo que habían visto, no estaba habitada, y aquel templo católico era una clara representación de ello.
Al fondo del todo, en el presbiterio, se discernían una especie de bajorrelieves donde se explicaba el nombre de la iglesia, su origen y demás. Matt se acercó, interesado. No entendió nada de lo que ponía, por las palabras en ruso.
Tras un rato inspeccionando la zona se giró al oír unos estruendos, y vio expectante como Emma derribaba una puerta de madera con su cuerpo.
Bajaron la escalera de caracol que había tras la puerta y llegaron a una sala pequeña con estanterías llenas de libros mugrientos. Matt reconoció aquel sitio por el nombre común que se le atribuía: biblioteca. Deseó con impaciencia que Emma buscara una salida y que no fuera ese el lugar donde pasarían la noche, ya que acababa de entrar al sitio y ya se estaba asfixiando por el olor a podredumbre y a humedad.
Parecía que la hispano rusa buscaba algo por las estanterías, y Matt pensó instantáneamente que sería un libro, así que él también empezó a ojear las cubiertas empolvadas. Todos los libros que había hablaban sobre la religión cristiana: su historia, la biblia, la gestión de la iglesia... Nada que no fuera normal en un sitio como aquel. Estuvieron unos largos minutos dando vueltas por la sala, que no era en absoluto grande, y comprobando repetidamente todas las estanterías.
Cuando Matt no pudo más y se dirigió a Emma para preguntarle que estaba buscando, la chica arremetió con todo para tumbar una de las estanterías que estaban en el centro del lugar. Tras el sonoro golpe de la estantería cayendo al suelo, Matt, de nuevo expectante y sorprendido, vio como movía la estantería hacia un lado con el pie, descubriendo una especie de trampilla en el suelo de madera. Tenía un candado que Emma no dudó en abrir con una llave que encontró en su mochila.
Matt rió por dentro, incrédulo. Se le pasó por la cabeza que, aunque sonase muy imposible, la chica podría saber dónde se encontraban todas las trampillas de Rusia. Era poco probable, pero sonaba más creíble que supiera las de unas zonas concretas.
Bajaron por una escalera muy larga pegada a la pared que se introducía en un lugar cementado de bastante profundidad. Cuando llegaron al final se encontraron un pasillo bastante ancho en la absoluta oscuridad, con varios paneles de electricidad a sus lados que, obviamente, no funcionaban. Emma sacó una cerilla y continuó a tientas.
Al fondo había una gran sala circular gris, claramente mal cementada y desgastada con el paso de los años. A los lados se encontraban bolsas de plástico con ropa, muchas cajas de cartón y varias cajas fuertes apiladas en una montaña. Emma cogió varias velas de una de las cajas y las encendió, distribuyéndolas cerca de ellos.
- Pasaremos la noche aquí. - le dijo.
Dejaron las mochilas. Claramente era un lugar mejor que el que estaba encima de ellos, pero un detalle que captó Matt más tarde le inquietó. Se oían varias goteras provenientes del fondo más alejado de la sala, donde el techo no estaba cementado. No se podía quejar, pero el hecho de estar cerca de un río, bajo suelo, podría ser peligroso. La mayor parte estaba helado, eso era cierto, pero igualmente el agua seguía fluyendo bajo la capa de escarcha.
Emma sacó de las cajas fuertes varios tipos de carne de cerdo y de pollo. Con un vistazo indiscreto a su amiga, Matt pudo averiguar que las cajas tenían en su interior hielo.
Eran neveras que funcionaban sin electricidad. No se le hubiera pasado por la cabeza pensar que tuvieran en su poder aquella inconcebible tecnología, pero lo cierto es que su padre se debía codear con científicos de gran calibre.
Hicieron una fogata con la madera sobrante del piso de arriba y pusieron la carne a cocinar. También tenía verduras e incluso una cacerola algo oxidada. Matt no podía esperar ni un segundo más para devorar todo lo que pudiera después de un día completo caminando.
Mientras cenaban, Matt se lanzó a hablarla. No podía aguantar. Si no lo hacía, su cabeza acabaría por explotar.
- Tengo muchas dudas de esto, de lo que estoy haciendo.
Emma siguió comiendo mientras no le quitaba un ojo de encima, sorprendida por aquella frase soltada de sopetón. Matt se quedó callado durante un rato, provocando un silencio tenso. Fue ella quien habló después.
- ¿No te preguntas por qué tengo estas cosas aquí? ¿Cómo es que tenemos pollo, ropa, platos...?
- No sé qué pensar ya de ti. Incluso sabiendo mi trauma por las explosiones y disparos casi me matas.
Suspiró. No pensaba cambiar de conversación porque ella quisiera, como siempre.
- Pregúntame sobre el pollo.
- No voy a preguntarte sobre el pollo. Voy a preguntarte sobre qué es lo que tienes en la cabeza que me da tanto miedo. Son tus actitudes, tus decisiones, tu... obsesión con las cosas. No creo que pueda confiar en ti más.
Matt hablaba de aquello titubeante, nervioso, expresando una confusión que le ahogaba profundamente. No se atrevía a mirarla a la cara. Tan solo tenía la mirada enfocada en su plato, que estaba a punto de terminarlo.
- Pregúntame por el pollo. - volvió a repetir la chica, con tono de insistencia.
Matt volvió a suspirar y habló con pesar, más lentamente de lo normal.
- Si esto es alguna táctica para... manipularme... no te molestes. Tengo ya suficientes quebraderos de cabeza sobre mi persona como para ahora preocuparme por la tuya.
Emma le miró fijamente y Matt le devolvió la mirada, con dificultad. La chica insistió en que le preguntase por el pollo una vez más, y aunque Matt consideraba una valiente tontería aquello, al final cedió.
- Explícame... sobre el pollo que tienes aquí.
- Mi madre era científica, trabajaba para una agencia meteorológica en España. Fue trasladada aquí tras descubrir con un grupo de personas un importante cambio climático a corto plazo, el que estamos viviendo ahora. Conoció a mi padre antes de trabajar para Sagres. Cuando empezó yo ya había nacido. Me crié entre ellos, sí. Tuve un hogar entre mi madre, mi padre y Miguel Ángel Sagres.
La piel del chico se le erizó.
- No recuerdo mucho más de la vida allí. Recuerdo a Skarrev, que era una persona muy cercana a mis padres. Les ayudaba en todo lo que podía en cuestión de trabajo y para cuidarme a mi cuando ambos trabajaban. Recuerdo jugar con él y sola en ocasiones, divirtiéndome por los búnkeres donde trabajaba papá, viendo pasar caras desconocidas todo el rato. Pero luego volvía a mi casa, un bungaló de madera acogedor que también me encantaba. Allí estaba mi madre, esperándome en casa. Tenía amigos, vecinos, que cada vez eran menos y que sentía que se escapaban de mi vida.
Matt dejó su plato de comida en el suelo, totalmente absorto ante la inusual escena que se estaba dando con la mismísima Emma Yakolev.
Luego todo cambió, cuando tenía nueve años. Recuerdo... a mis padres discutiendo, moviéndose con urgencia por toda la casa, poniendo lo indispensable en mochilas. Salir corriendo de mi casa, abandonarlo todo para siempre, sin ningún motivo. No pude despedirme de la poca gente que vivía en el pueblo con nosotros. No pude asimilar todo lo que se me venía encima. Huíamos con miedo, con ansiedad por escapar, sufriendo con cada paso, mientras mis padres intentaban de manera desesperada que yo viviera lo mejor posible aquellos momentos tan duros. Antes de que pudiera darme cuenta habían pasado dos años. Nos encontraron en una fábrica abandonada, y uno de ellos hirió a mi padre y mató a mi madre. Ese fue el primer día que tuve que valérmelas por mi misma. A partir de ahí todo cambió. Mi padre me dijo que cada día que pasaba podía ser el último, que debía hacerme muy fuerte, mucho. Aprendí de su coraje, me entrenó para sobrevivir. Cinco años en los que no ha pasado un día que no pelee contra todo, creciendo con ello, con la disciplina de mi padre. Porque lo tenía todo en contra. El clima, la posición, los recursos. Pero no iba a permitir que fuera un blanco fácil para ellos.
Las palabras de Sagres pasaron por la cabeza de Matt. "Un juego sin tablero ni oponentes" Un juego en el que él era el ganador desde el primer momento.
Emma dejó de hablar y el silencio se hizo eterno entre los dos. Matt acababa de presenciar lo que había estado intentando conseguir durante semanas. Había escuchado su historia de su propia voz, analizando quien era, en que se había convertido y que era lo que la había llevado hasta allí.
Pero una cosa no acababa de cuadrarle.
- ¿Y... lo del pollo?
Emma le miró, sonrió y al poco rato soltó una pequeña risa.
- Gracias a la mutua confianza entre mis padres está este pollo congelado aquí. Suena a tontería, pero para mí significa mucho. Mi madre avisó a mi padre de las incesantes ventiscas de Rusia, y después mi padre avisó a todos sus hombres para que guardasen provisiones. Apuntó las coordenadas en mapas con todos los puntos donde había recursos. Y por ello... pienso que la confianza entre las personas crea esperanza en ellas ante la adversidad, y que es tan necesario como el comer esta carne. El amor entre dos personas, la lealtad entre amistades...
- ¿Una confianza ciega?
- Sin importar lo que pase. - asintió. - Algo... indispensable. Sagrado.
El chico no tenía la certeza de que aquella idea tan extremista sobre la confianza pudiese ser buena, dijera lo que dijera ella.
- ¿Tu padre tenía contactos por toda Rusia?
- Todos los apellidos alquimistas tienen, a su vez, apellidos de familias que se dedican a velar por ellos, por su seguridad y por guardar el secreto ante el mundo.
Matt enmudeció, en señal de entendimiento. Sin embargo, no tardó mucho en volver a hablar, cediendo a un deseo ferviente de consultar sus pensamientos e inquietudes con otro. Se mostró melancólico al pronunciar sus palabras.
- ¿Para qué me necesitas?
- Para completarme. Para continuar con esto. Porque sin ti no estaría hoy aquí.
- ¿Para completarte?
- Para complementarme. - rectificó, y Matt volvió a tener esa intuición, irritado, de que Emma se daba cuenta de cosas que él nunca llegaba a percibir. - Tras un silencio corto, volvió a hablar.
- ¿Y qué hago? ¿Me creo que ese pollo no me quiere embaucar y quiere lo mejor de mí? ¿O pienso que está loco?
Emma empezó a reírse fuertemente y aunque al principio Matt no pudo evitar empezar a reír con ella. Realmente le hacía gracia aquel símil tan incoherente, pero también necesitaba reírse de cualquier forma.
- Que yo sepa los pollos no te embaucan, ni están locos.
- Bueno, depende de lo bien hechos que estén y de la calidad.
Los dos chicos siguieron riendo durante bastante tiempo con comentarios de tal calibre.
Tras ello, se miraron a los ojos. A pesar de haber estado pasando un buen rato, sus pupilas derramaban pena por lo que acontecían en su interior. Ambos tenían un buen motivo para evadirse de las fotografías impregnadas en sus recuerdos.
- Lo siento. - soltó Emma.
- Estás perdonada. Pero no sé si para siempre, ese es el problema. No sé si debería seguir luchando por esto o no...
- Matt... ¿de verdad no viste... a nadie?
Matt aguantó la mirada más punzante y dolorosa que había tenido que soportar en toda su vida, mientras los aterradores infiernos que vivían en su cabeza se devoraban entre ellos, buscando un ganador a muerte, sin encontrarlo.
La confianza... Emma... El camino de la todopoderosa codicia... Sagres... Su propio ser, su personalidad, el autoengaño por el engaño...
Miles de preguntas pasaban por su cabeza, veloces, sin tiempo a procesarlas, temiendo su respuesta... ¿Quién era? ¿Qué debía hacer?
Se acordó fugazmente de Ken y de Dalia, lo bien que le aconsejaban y lo mucho que habían estado a su lado en los buenos y malos momentos.
Millones de conversaciones, divagaciones y dudas revolotearon por su cabeza en aquel momento. Pero no tardó más de tres segundos en responder.
- Nadie. No vi a nadie. Era tan solo la sombra de un árbol, nada más.
La conversación no duró mucho más, y tras apagar el fuego intentaron conciliar el sueño. Emma lo logró muy pronto, pero Matt, a pesar de estar por los suelos del agotamiento, le costó un poco más.
Los infiernos que le consumían no daban tregua de descanso. Estaba quebrantando el principio más fundamental para Emma, y eso alimentaba el pensamiento de culpabilidad.
Pero también pensaba que debía hacerlo por su propio bien.
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