15. Tempestad Platina
Su corazón pasó de colapsarse en un romántico suicidio a empujar con la ansiedad de un preso que necesita la libertad del exterior.
Una silueta humana permanecía inmóvil entre la innumerable cantidad de abetos esqueléticos y frígidos, a varios metros del coche.
Ennegrecida por la penumbrosa sombra de la noche, podía perfilarse a ojos de Matt con la forma de un adulto delgado, alto y firme.
Intentó tragar saliva, pero le fue imposible. Se acomodó en el asiento y percibió como le temblaba levemente cada músculo en el acto. Sus ojos no dejaban de observar fijamente a la figura, sin ni siquiera pestañear, mientras se preguntaba por qué aquellas sensaciones le inundaban.
Había alguien ahí, eso estaba claro. Pero no veía motivos para que su cuerpo y su mente se alarmasen de aquella manera. Tan solo era un suceso más, sin demasiada importancia, nada comparado con el hecho de que había sobrevivido a un accidente de avión y que se iba a enfrentar a una conspiración de alquimistas.
Quizás se sentía vulnerable, más de lo normal. Le estaban rondando dudas y preguntas en su cabeza que le hacían estar mucho más susceptible a los nuevos acontecimientos. Aquella mezquita había calado tan hondo en él que había descubierto un mundo nuevo de sensaciones y posibilidades relacionados con él y con las personas de su alrededor.
No se había cuestionado nada durante mucho tiempo. Y ahora, por el idiota de Skarrev, volvía a cuestionar las cosas. Pero algo en él creía que aquello no era tan malo. ¿Todo el entendimiento que había adquirido en la mezquita era real? ¿Estaba realmente convencido de lo que había significado la mezquita para él?
Siguió mirando la figura, absorto, como en un sueño. Se fue calmando, mientras sus pensamientos fluían.
Había vivido en un mundo totalmente aislado de la tormenta nevada que asolaba el exterior. Un lugar seguro donde poner sus pensamientos y sentimientos en orden. Pero seguía teniendo la necesidad de salir, preguntar, pedir explicaciones, hablar con alguien que tuviese otro punto de vista, ajeno a todo, que le pudiera aconsejar.
No se sentía en el mundo real. Se sentía inseguro.
Abrió la puerta del coche impulsivamente, casi sin quererlo.
Emma dormía, pero se olvidó completamente de poder despertarla con el ruido.
Esperó unos segundos a que el hombre de la penumbra diera señales de haberse dado cuenta, pero no lo hizo.
Matt cogió un fusil y salió del coche. Se fue acercando lentamente hacia la silueta, que no se había movido ni un centímetro. Quiso hablar alto, advertirle y preguntarle quien era. Pero solo logró apuntarle con el fusil, nervioso, y dedicarle unos susurros imperceptibles.
Entre ellos ya quedaban menos metros, y Matt seguía sin aclarar los rasgos de aquella figura oscura. Al final logró preguntarle quien era en un tono fuerte y firme, pero no obtuvo respuesta. Pocos segundos más tarde clamó que dejara las armas en el suelo, pero la silueta del hombre, que empezaba a parecer más lo primero que lo segundo, no hizo ni un mísero movimiento.
Y, efectivamente, Matt se dio cuenta, entre suspiros, que aquello que había visto no era la silueta de un hombre, si no la de unas ramas. Había caído en la trampa visual más vieja de todas, y un sentimiento mezclado de vergüenza, decepción y alivio le recorrió el estómago.
Tras unos segundos en medio del ventoso y absoluto silencio de la nieve, un escalofrío fue lo que recorrió esta vez la espalda del joven.
Una voz suave pero masculina, adulta, con un tono similar al que había utilizado Matt dirigiéndose a la silueta, rompió en mil pedazos la tranquilidad nocturna.
- Noventa, noventa y dos y ochenta.
Matt pegó un grito y se giró hacia su derecha envalentonado, blandiendo su AK-47 como pudo, al mismo tiempo que quería utilizar todas las palabras grotescas del diccionario español.
Respirando con dificultad, retrocediendo pasos agigantados, todavía asimilaba el terrible susto que le habían dado. Mientras seguía temblando, quiso fijarse bien quien era el que, incomprensiblemente, estaba a su derecha en el momento del vergonzoso descubrimiento.
¿Cómo era posible que no le hubiera visto a él pero a la figura sospechosa del árbol sí?
Cuando repasó con la mirada los rasgos de aquel hombre adulto, de unos cuarenta años, rápidamente se le pasó por la cabeza una idea que no supo, ni de lejos, asimilar.
El hombre, rubio, con el pelo largo hasta el cuello, completamente hacia atrás y con una barba descuidada, llevaba una ropa inimaginable para un momento como aquel: una chaqueta de cuero gris, gafas de sol opacas negras, un pantalón blanco con cinturón lustroso y guantes también de cuero, negros. Le colgaban del cuello varios collares con diferentes joyas, y en los dedos se apreciaban otros anillos de igual o más calibre lujoso. Su ropa parecía tan nueva y pulcra que parecía brillar más que los diamantes, zafiros y demás piedras preciosas que llevase por complemento.
Le miró a través de sus innecesarias pero estilosas gafas de sol, y sonrió.
A Matt parecía que se le iban a salir las cuencas de los ojos. Le miraba con una profunda incredulidad, mientras cientos, miles, millones de preguntas asomaban en su cabeza.
No entendía nada. Aquello era, sin ningún lugar a dudas, el perfecto sinsentido de todo lo que llevaba en Rusia. El primer puesto del top. Lo último que se esperaba ver.
Y, de repente, la idea volvió a su cabeza. En un primer momento había quedado en completo shock por las pintas de aquel tipo, que era lo contrario a lo que su mente podía establecer como lógico y normal. Pero lo que había dicho lo llevaba todo a una lógica que, a pesar de ser completamente exagerada e improbable, era muy factible.
Matt fue poco a poco calmándose del sobresalto. Seguía mirándole con asombro, sin creer lo que estaba pasando por su mente. Todo su ser esperaba con ansias el rayo de esperanza que caería de un momento a otro y que parecía una ensoñación, completamente irreal y extraño.
- No... - repitió una y otra vez, tanto en su mente como en su propio habla.
Matt negaba con la cabeza. Pero Miguel Ángel Sagres seguía sonriendo.
- Noventa... noventa y dos... y ochenta. - volvió a repetir el hombre.
Un espía. Un siervo. Un vecino de Ufá. Algo. Tenía que tener una explicación razonable. Era completamente imposible que fuera aquel hombre, que estuviese delante suya, delante de sus propias narices.
Le dirigió decenas de miradas de odio, le apuntó con el arma, pensó en dispararle.
Pero su intuición seguía gritándole con fuerza que tirase el arma. Que estaba allí, que era él, que lo había conseguido.
Algo en el pecho de Matt se llenó hasta rebosar. El rayo de esperanza que había empezado negando que llegaría, incrédulo, y por el que había acabado rezando, impactó contra él de lleno, liberando miles de sensaciones que se contradecían entre sí. Llanto, risa, asombro, alegría...
Todo convergió en una mirada vacía dirigida a la persona que tenía delante. Una mirada vacía de vida. Un bloqueo mental, espiritual.
Cansancio, mucho cansancio. Una mirada a la nada, al infinito. Muchas emociones que se dispersan durante segundos y que no parecen existir, que poco a poco se van diluyendo. Un colapso de mirada preocupada, sin ningún motivo aparente.
Matt volvió a la realidad; el tiempo, como ya le había pasado en más de una ocasión, no pareció avanzar para él. No notaba su respiración, y ya no existía ni viento ni noche que sonase en sus oídos. Notó que aquella sensación se asemejaba a las que le surgían con las explosiones, pero sin llegar a ser ni un tercio de horrible de lo que eran.
Un vahído habría estado cerca de asemejarse también, pero lo que le ocurría era mucho más intenso.
De repente se dio cuenta de su sonrisa. No dejaba de sonreír. No podía. Sentía una alegría inmensa, embriagadora, que le hacía reír a carcajadas llenas de júbilo, pero a su vez de obsesión. Había pasado más de un año. Habían conseguido realizar con éxito un trabajo que la mayoría había tildado de imposible. Tanta lucha, tanta gente, tanta implicación, tantos kilómetros, fechas, números...
Y ahí estaba la recompensa, justo en frente de él. La persona que significaba algo muy grande. La que lo significaba todo.
- He estado ahí contigo todo este tiempo, en cada paso que has ido dando, totalmente impresionado.
- ¿Cómo...cómo es posible que tú... así... sin más...?
- Porque he creído oportuno que nos conociéramos ya, dadas las circunstancias.
- Yo... no puedo creer que seas tú... ¿de verdad?
- Matt. - el rostro del hombre se volvió completamente rígido y serio. - ¿Sabes a qué estás jugando?
El chico se quedó completamente en silencio. Seguía sin dar crédito a la escena, mientras su corazón latía el doble de rápido que cuando había visto aquella sombra desde el coche.
A pesar de que esas últimas palabras habían cortado como un cuchillo la emoción del momento, Matt lo ignoraba completamente, en su burbuja de felicidad. Su sonrisa, que alguien ajeno podría haber descrito como algo siniestra, permanecía inmutable en su rostro.
- Te lo diré. Estás jugando a mi juego. No hay tablero, ni siquiera hay oponentes. Y tú mismo lo sabes, no eres imbécil.
Matt fue poco a poco volviendo a la realidad, dejando de sonreír, gracias a los disciplinados silencios de Sagres.
- Lo sé. - dijo tajantemente tras tragar saliva. -
- Pues no lo parece. Mira, en realidad te tengo mucha estima. Mucha. Puedo decir que soy un gran admirador tuyo. Pero no has obrado con inteligencia en ningún momento.
- Yo... he tenido ese accidente... y el tema de los alquimistas en esa mezquita era...
- No hace falta que me lo cuentes. Lo sé perfectamente. Pero no me refería a eso. Me refiero a que no maduraste bien las cosas cuándo te fuiste de casa.
- ¿A qué te refieres?
- A que todo te ha llevado a esta situación. Te han convencido antes de convencerte a ti mismo. Mírate. ¿Reconoces a Mateu Oliver ayudando a salvar al pueblo ruso de las garras de tu amada y lujosa codicia?
Se produjo un silencio de tensión que duró un rato largo. En él Matt maduró concienzudamente las cosas y pudo salir definitivamente de ese estado fantasioso en el que se encontraba.
- No sabes lo que estás haciendo hasta que te introduces en su mundo, con ellos.
- ¿Qué? - rió.- Dios santo. Su mundo es esta ruina manchada por el hielo que una vez fue un país habitable. ¿Vas a proteger un lugar así de inservible y pobre?
- Muere mucha gente inocente por tu codicia. Ellos no solo tienen que luchar contra este tiempo, sino también contra ti.
- ¿Ah, sí? Qué pena. Matt, escucha y deja de soltar palabras sin sentido por la boca. Creo que debería darte un par de lecciones de vida que en su momento nadie te dio.
- Eso no te lo voy a negar. - dijo el chico con absoluta seriedad, triste por la verdad de sus palabras.
- Pues no hace falta que te las diga, porque ya las sabes. El dinero lo es todo.
- Eso es mentira.
- Eso es completamente verdad.
- Eso es por lo que me fui de mi casa. Por el dinero. Por disfrutarlo y creer ser diferente a ellos. Y tan solo me trajo soledad y decepción. Es papel mojado, un poder que no te da lo que quieres como persona. Te sientes vacío.
- Te llevó a la soledad y a la decepción por que no supiste aceptarlo. Porque no manejaste bien la situación. Nadie te guió, nadie te dijo que no era malo. Que tan solo debías avanzar sin preocuparte por ello. Y dime, ¿qué hiciste?
Los ojos de Matt se entornaron y se dirigieron hacia abajo. Un susurro salió lo suficientemente fuerte de sus labios como para que Sagres lo entendiese.
- Encontrarte a ti.
- Y avanzaste sin que te importase nada. Buscándome, alzándote como Mateu Oliver, el tercer patrimonio más grande de España. La persona más joven en formar parte de la comisión de mi búsqueda. "Los tres de Oliver". No importaba nada ni nadie, tan solo encontrarme y hacerte con mi colaboración. Aumentar tu fortuna, seguir mis pasos. Eras tú mismo.
- Intenté ser yo mismo con todo lo que tenía, pero seguía sin ser... lo que pensaba que era...
- Es lo que somos lo que nos hace movernos en la vida. Lo que determina nuestras motivaciones y decisiones. - le hablaba suavemente, despacio, comprensivamente. - Tan solo hace falta darse cuenta de que es lo que te ha movido para saber quién eres. -
- A mi me ha movido acabar con tus planes cuando me los han contado. ¿No crees que te estás equivocando al decir eso?
Matt notó en sus propias palabras una intención minúsculamente agresiva, irritado, pero conservando el respeto y emoción positiva iniciales.
Sagres esbozó de nuevo otra sonrisa.
- ¿Y tú no crees que te estás equivocando al pensar que eso es una elección consciente de Mateu Oliver?
Mateu Oliver era la persona que aspiraba a ser Sagres. La que aspiraba a convertirse en el nuevo primer multimillonario a cualquier coste. La que aspiraba a controlar el mundo económico, a mover montañas de oro, plata y bronce. A lograr lo inimaginable con su riqueza y patrimonio.
- ¿No crees que... hay algo por encima de ese sentimiento...? - dijo Sagres, dubitativo, esperando a que Matt reaccionara.
- Ese sentimiento está ahí.
- Lo sé, lo sé. Sólo pienso que te han engañado y que tenías ganas de conocerme, Matt. No acompañas a esa chica por que quieras salvar su pueblo, si no por un deseo más egoísta. ¿No...crees?
La cara de Matt reflejó, a continuación de lo que dijo Sagres, una mirada atada al vacío, seria, con la boca ligeramente entreabierta, absorbiendo el aire seco y congelado.
El rostro se le fue quebrando, y una tristeza amarga le recorrió hasta el último poro de su piel. Le costó tragar saliva cuándo quiso. Sagres volvió a hablar.
- Ese sentimiento está ahí... porque todos y cada uno de nosotros nos sentimos vacíos. Unos nacen con el objetivo de llenar ese vacío con los demás, con la bondad, con la felicidad ajena. Caemos engañados en cuanto nos dan a probarlo. Pero, ¿qué dices de nosotros?
Sagres dejó un silencio esperando la respuesta de su interlocutor, que se hizo derogar unos largos segundos.
- Que... somos...
- Del otro bando. - completó la frase, asintiendo. -
- Del otro bando... - afirmó Matt, no muy convencido, con palabras anímicamente inertes. -
- Somos los que viven de otra manera, con otros pensamientos. Somos tan transparentes y frágiles... que nos engañan con gran facilidad. Y tú, Matt, tienes tanto potencial...
De nuevo otro silencio, esta vez larguísimo, invadió el lugar.
- Por eso... ¿Mateu Oliver es la persona firme, fuerte e independiente que aspira a poseerlo y controlarlo todo para su propio goce o... la débil que necesita de la felicidad de los demás para ser feliz con su persona?
Había sido él cuando enfureció con sus padres y se fue de casa. Había tenido dudas y disgustos con su vida independiente. Había vuelto a ser él cuando descubrió la búsqueda de Sagres. Y, de nuevo, los sentimientos y valores que hacían felices a los demás habían sacrificado su ser, ametrallándolo con nuevas dudas. Siempre acababa decidiendo tomar otro camino que le hacía avanzar. Ser él mismo. Hiciera lo que hiciera.
No podía contener las ganas de quedarse allí como un pasmarote, mirando al tendido, mientras millones de personas y voces pasaban por su cabeza gritándole cosas. La mayoría eran gritos de crítica. Otros, contados, eran susurros de cariño y amistad.
Seguía sin poder tragar bien saliva. Esperaba el momento en el que su mente, completamente en blanco, tan solo con esas voces, volviera a funcionar de manera normal. Sentía que perdería el equilibrio en cualquier momento. Una carga en sus párpados y en todos sus músculos se agarraban a él con forma de fatiga. Había recibido demasiada información, añadiendo así demasiadas preguntas a la ristra que ya llevaba encima.
Bastó oír las sílabas de su nombre para despertarse de su letargo.
- Emma ha sido lo peor que te ha podido pasar. - dijo con una tristeza burlesca y sobreactuada. -
- Ten cuidado con lo que dices de ella.
- Empieza a tomar nota, chaval. Yo nunca fui tan agresivo con mis socios.
Desde que se habían encontrado, Sagres tenía una actitud muy altiva con Matt, la cual alternaba con una comprensión certera que descolocaba al joven. Él también podía identificarse con esa actitud antes, hacía un año, cuando empezó su aventura, pero poco a poco iba hartándose de que le pagaran con la misma moneda, aunque fuera el mismísimo Miguel Ángel Sagres.
- ¿Cómo sabes tanto de mí? ¿De todo lo que hago, de dónde estoy, con quién voy...?
- Nunca has estado solo, ya te lo he dicho. Ni si quiera aquí, en lo que llevas estando junto a ella.
- No vas a tocarla un pelo. Y tampoco te llevarás el oro.
- Vale. Si me lo dices tú, aceptaré encantado.
Otro silencio, esta vez de sorpresa, envolvió a Matt ante la respuesta de Sagres.
- No voy a interferir en tus decisiones esta vez, Matt. Confío en que recapacitarás sobre la que estás tomando ahora. Pero ese oro lo necesitaré tarde o temprano, y no voy a rendirme porque tú quieras, y perder el juego.
- Y... ¿no vas a pedirme que te acompañe...?
- Creo que tengo suficiente visión de la realidad como para saber que no tengo ninguna posibilidad. ¿Cierto?
Sagres se acercó y le tendió la mano. A Matt ni se le pasó por la cabeza devolverle el saludo, después de que hubiese avivado las brasas del incendio que se estaba produciendo en su cabeza.
Cerró los ojos e intentó respirar profundamente al notar que lo estaba haciendo entrecortadamente y mal desde hacía rato.
No pudo lograrlo. Sintió que Sagres apoyaba la mano en su hombro, la estrechaba levemente en él y después se marchaba hacia el fondo del bosque.
Matt abrió los ojos y miró en la dirección en la que se iba, serio. Sagres paró un segundo y se volvió hacia él.
- ¿Lo notas?
Matt se quedó mirándole impasible, pero negó con la cabeza tras un tiempo.
- No... ¿qué?
- Ya. Bueno, en realidad tengo bastante tiempo para pensar, analizar cosas, hacer investigaciones... y no sé. Tengo la sensación de que a veces... parece que haya algo en mí y en este lugar que no esté del todo... nítido. No sé cómo explicártelo. ¡Déjalo, serán cosas mías!
Volvió a girarse para seguir andando, pero la voz de Matt sonó poco después.
- En realidad ahora mismo lo acabo de notar.
Durante unos minutos tan solo se percibió el crujir de la nieve con cada paso de Sagres. Después, el primer multimillonario del mundo volvió a girarse.
- Ten cuidado con diferenciar lo que es real de lo que no, incluso con esa chica...
- Descuida.
- Te doy de límite hasta que mates a mis dos alquimistas. Después no habrá camaradería que valga, socio.
Ninguno habló más, y Matt siguió mirando como aquel hombre se introducía en la oscura profundidad del bosque de abetos desnudos. Lo primero que se le vino a la cabeza fue el pasado; sus sensaciones, sus pensamientos entonces. Como se hubiera desmayado de la emoción si Sagres le hubiera tocado el hombro o si hubiese escuchado de su voz que tenía potencial para relevarle.
Pero eso ya era agua pasada. Y se había dado cuenta en aquel momento. Que aquellas ganas, aquella ambición, aquella lucha, aquella pasión por llegar a donde estaba en ese momento... se habían disuelto muy lentamente, casi sin darse cuenta. Seguía teniéndolas, pero quizás bajo una capa de engaño que disminuía la fuerza con la que arremetían, haciéndolas así endebles.
Había caído engañado completamente. Incluso traicionó a su propio ser, su esencia, para avanzar inconscientemente hacia su felicidad.
Y en el momento en el que la había encontrado... todo era un desastre, y la culpabilidad se empotraba contra él con la mayor de las fuerzas.
Matt oyó tiros de escopeta cercanos y su cuerpo no tardó en responder ante ello, horrorizado. No lo entendía. Prácticamente tenía asumido que el sonido de las armas de fuego ya no tenía efecto en él. Quizás fuese por la sorpresa del momento, que estaba en completo silencio, pero volvía a notar como en sus venas se agitaba ese calor irrefrenable.
Unos gritos fervientes y oxigenados de ira clamaban al cielo que dejase de esconderse alguien, mientras poco a poco el chico notaba como se alejaban y un sonido hueco los sustituían. Tras un largo rato tumbado en el suelo, con las manos en la cabeza y chillando, sintió que alguien le levantaba con fuerza del suelo helado.
Sus ojos parecían bailar mareados hacia arriba y hacia abajo, pero observando claramente el rostro descolocado de Emma Yakolev.
Se calló y comenzó a tiritar, con cara de haber presenciado la peor tortura imaginable. A penas pudo percibir palabras borrosas de la chica, que parecía preguntarle con ansias enfurecidas qué había pasado o quién estaba allí. Aunque Matt en aquel momento no estaba en condiciones de analizar nada de lo que ocurría a su alrededor, sabía que Emma había perdido los papeles completamente.
Pasó un largo rato y no se desmayó, aunque rezó todo lo que pudo para que sucediera. Emma tardó unos largos minutos en inspeccionar la zona, todavía gritando y pegando tiros, hasta que se dio cuenta de que había puesto en peligro la salud de Matt. La joven rusa le ayudó a incorporarse y a volver a los asientos traseros de la camioneta.
Matt pasó la mitad de su turno de dormir intentando calmarse, mientras Emma le abrazaba con cariño y le susurraba para consolarle, pidiéndole perdón una y otra vez.
La otra mitad la pasó durmiendo, hasta el amanecer, justo antes de que Emma rompiese a llorar.
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