12. Sinfonía
Seguía habiendo bastantes personas por el extenso patio de la mezquita y creyó firmemente que podría estar entre ellas. Sin embargo, por más que buscó y buscó, no la encontró por allí. Miró hacia arriba, hacia la noche estrellada. La luna estaba creciente, casi gibosa, y alumbraba con generosidad los lugares en los que la luz de las hogueras no llegaba. Tampoco estaba por los alrededores, en el exterior. No había nadie, o casi nadie en el interior, por lo que se le ocurrió un solo lugar donde mirar.
Se dirigió a las escaleras que el primer día había subido para ver a Skarrev. No le había vuelto a visitar desde entonces, y ya había pasado bastante tiempo. Tampoco pretendía pararse a charlar con él, y si le apurabas, ni a mirarle a los ojos, pero aun así le parecía raro que Emma hubiese pasado por donde estaba él y quedase algún resto vivo suyo.
Subió y, efectivamente, allí estaba, mirando hacia abajo, medio dormido. Sin embargo, la presencia de Matt en la sala le despertó. Le miró con una sonrisa socarrona mientras el chico pasaba de largo y le mandaba una mirada cargada de autoridad. Skarrev movió los labios y pronunció unas palabras, pero Matt no se detuvo a escucharlas y rebatirlas, tan solo siguió su camino hacia la izquierda, donde había otras escaleras.
- Dile a tu novia que no escupa a la gente en la cara.
El pensamiento de que ella podía tener un trastorno volvió a su cabeza como un resorte. Solo se imaginaba a la Emma que se comportaba inocentemente, con cariño, que era dulce y que se preocupaba por los demás. Sin embargo, sabía perfectamente que había un lado muy sádico en ella. Un lado sangriento, con una habilidad para matar increíble, la sangre fría más espeluznante que había podido ver, junto con aquellas miradas de análisis de la situación que coordinaba al segundo con sus acciones. La disciplina de una militar con muchos años de experiencia.
Subió esas segundas escaleras y abrió un portón de madera que se encontraba al final. Era el exterior. Se encontraba en el pequeño balcón de la mezquita que daba la vuelta a su cúpula. Cerca de la puerta, a la derecha, apoyada en la barra del balcón, estaba Emma. Esta le miró con su natural sorpresa y alegría al verle. Matt la observó unos instantes, pensativo, la saludó con la mano y se apoyó a su lado, en la barandilla metálica.
Las vistas eran espectaculares. Desde aquel punto se veía toda Ufá bajo un manto gris de edificios abandonados, tan solo iluminados por la luna y por pequeños puntos amarillos relampagueantes alejados unos de otros. Un algarabío transformado en susurros lejanos se extendía hacia ellos, mientras una leve brisa acariciaba la piel, algo más desnuda, y el pelo de ambos. Tras un rato callados, Matt habló.
- ¿Por qué no os comunicáis con las personas de otros sectores de la ciudad?
- Sí nos comunicamos. Pero muy de vez en cuando, y solo para comerciar. No queremos tener nada que ver unos con los otros.
- ¿Y eso?
- No sé, ¡pero nosotros somos los mejores de la ciudad! ¡Si tuviéramos un club de fútbol, con todos los chicos y chicas en forma que tenemos seríamos los ganadores de la liga de esta ciudad!
- ¿Acaso sabes lo que es un club de fútbol? - rió Matt.
- Pues claro que lo sé. Mi padre me habló de ellos. Era bastante seguidor del fútbol.
- Yo jugué en uno ¿sabes?
- Pero sería en uno para inútiles del fútbol, ¡apuesto lo que quieras a que eres malísimo!
A Matt le sorprendía de grata manera que Emma supiera tanto de tantas cosas, a pesar de haber crecido tan abruptamente. Realmente tenía curiosidad por saber más de la chica, pero siempre se lo ponía muy difícil. Tampoco le molestaba hablar de tonterías con ella y pasarlo bien, pero el misterio sobre su persona se hacía cada vez más profundo y complicado de saber. También necesitaba que le contase sus pensamientos sobre temas importantes y que, en definitiva, hablase en serio alguna vez.
- ¿Y cómo llamarías al club de fútbol?
- Los de la mezquita.
- ¿Sólo eso?
- ¿Puedes pensar un nombre mejor tú?
- Pues... Mezquita de Ufá Club de Fútbol. ¿Qué te parece? Suena bien, ¿eh?
- Bueno. Pues serías portero. Y encima suplente.
- ¿Y eso por qué lo decides tú? Eso tendría que decidirlo yo.
- ¡Y en el dorsal pondría señorito Sagres!
Emma empezó a reír con ganas y Matt, sin molestarse demasiado por el tono divertido de la conversación, lo ignoró. Sin embargo, no pudo evitar reírse con ella.
- ¿Otra vez con eso? ¿Puedes por favor dejarme de llamar así?
- Te vas a quedar con ese mote toda tu vida.
Ambos no dejaron de reír en un largo rato, en el que solo la luna y las estrellas parecían testigos de que el tiempo pasaba, mientras seguían con otros temas de conversación tan poco relevantes como el que se había derivado del principio. De nuevo, se olvidaron de todo lo que había a su alrededor, de todo lo que había ocurrido y estaba ocurriendo. Tiempo y espacio quedaron completamente petrificados en esas conversaciones tan absurdas, pero tan especiales para los dos.
Y, a pesar de ello, Matt no podía evitar la tentación. Debía hacerlo. Era una necesidad imperiosa que salía desde dentro de él.
- Tú nunca has visto un diamante al microscopio, no sabes si es verdad o no.
- Tú tampoco. - replicó el chico, medio riendo. - Pero la diferencia es que tú te crees una científica muy importante.
- Y tú un borde, pero en realidad das lástima.
- Bueno, mira quién dice lo de borde.
- Te lo buscas tú solito, no dejas de ir en contra de lo que digo.
- Solo soy realista. ¿Cómo va a tener un diamante la misma forma que un copo de nieve?
- ¿A caso has visto un copo de nieve al microscopio?
- Pues no, en persona no. Pero he visto imágenes.
- ¡Son espectaculares! - exclamó, queriendo transmitirle su asombro. - Seguro que has visto lo simétricos que son. Sus formas geométricas y puntiagudas... parece increíble que lo haya hecho la naturaleza.
- Tanta... perfección ¿verdad?
- ¡Sí, justo eso!
- Pero que sea tan perfecto e inconcebible no significa que todo sea igual. Un copo de nieve es agua en estado de congelación, hielo agrupado en cristales. Y el diamante es un mineral, no tiene nada que ver.
- Mi padre me dijo que sí.
- Cuándo eras pequeña, verdad?
- Sí.
- A todos nos cuentan historias de fantasía cuando somos pequeños.
- Puede ser. Pero la primera vez que lo vi fue mágico. El hecho de estar con mi padre, la ilusión que tenía por enseñármelo antes de que desapareciese el copo, mi madre...
Matt observó un pequeño detalle en la voz de Emma al decir esas palabras al cual se aferró. No hablaron durante un rato, hasta que Matt volvió a sacar conversación, esta vez con una pregunta.
- ¿Crees que volverán las ventiscas?
- Siempre vuelven. - dijo tras un breve silencio. -
- Ojalá que no volvieran.
Emma no contestó en un gran período de tiempo. Matt la miró de reojo y vio ante su sorpresa que sonreía levemente. Entonces habló, recolocando los mechones de su pelo rojizo a los lados de su cara.
- Mi madre... me cantó una vez una canción popular rusa. Empezó a hacerse popular cuándo empezaron las ventiscas en el país. Mi madre la oyó y se la aprendió. La empezó a cantar con los vecinos y conmigo... ¡y eso que ni siquiera era rusa!
Matt la miraba con expectación, de algún modo victorioso, pero escuchándola con atención y prudencia.
- No me acuerdo del ritmo, solo de una de sus líricas. Decía algo como... "ventiscas sinfónicas suenan para ti" Recuerdo preguntarle el significado de eso a mi madre, pero no sé qué me respondió. Por eso saqué mis propias conclusiones. Me gustan las nieves, pero sé que es un mal augurio. Sé que traen cosas horribles, pero... creo poder oír la voz de mi madre cuando las intento escuchar. Dentro del vacío sonoro de su viento, dentro de la nada que se escucha...
Emma terminó ahí sus palabras. Miró brevemente a Matt, visiblemente emocionada y volvió a contemplar el horizonte. El chico dudó un momento si abrazarla o acercarse más a ella, pero decidió quedarse donde estaba, quieto, mirando con ella el horizonte.
Una vez más se sorprendió a si mismo con aquel deseo de cercanía a una persona.
Aparentemente, Emma había acabado de hablar. No tenía nada más que decir, pero Matt esperó igualmente a que se dirigiese a él de algún modo; que tomara la iniciativa para aclararle sus dudas. No tenía ni idea de que se le pasaba por la mente. No sabía si tenía un plan para rescatar a su padre y destrozar los de Sagres. Tan solo le había contado una anécdota relacionada con su madre y una canción sobre las ventiscas.
Irak había puesto todas sus esperanzas en ella y estaba convencido de que las demás personas también.
Por mucho que todo el sector de la mezquita bailase, bebiese y disfrutase para evadirse de su aciago destino, sabía que un rayo de esperanza les surgía al ver a la hija del mismo que había prometido traerla.
Y eso significaba que ahora tenía una responsabilidad heredada de su padre que tenía que ejercer.
- ¿Eso es todo? - dijo él de repente. Emma se giró para mirarle intensamente, como temiendo haberle ofendido por algo. -
Se pausó durante un tiempo y siguió hablando.
- ¿Vas a contarme esa historia de tu madre y no como vas a rescatar a tu padre? ¿Cómo vas a evitar todas esas muertes que hay todos los años?
Emma siguió callada y desvió la mirada cuando se encontró con la de Matt, visiblemente impacientado por la actitud de la chica. Tan solo se limitó a mirar al horizonte, como si aquella conversación no se estuviese llevando a cabo.
- Porque tenías pensado ir a por tu padre... ¿no?
Entre silencios tensos, el tono de Matt se había vuelto de una total preocupación y urgencia, pero guardando en todo momento la calma. Emma siguió en silencio y, aunque Matt quiso reprimirse todo lo que pudo, acabó soltándolo con un enfado notable.
- ¿En qué demonios piensas, Emma? ¿Te crees que la vida se te va a solucionar porque sí? ¿Qué vivir en tu fantasía va a hacer que la realidad se desvanezca?
- Pero... vivimos muy bien aquí. Mira a todos, parecen una familia. Parecemos una familia. Todo está bien...
- ¿Todo está bien? -
Emma agachó la cabeza ante la reprimenda de Matt, extasiado, que hablaba algo más envalentonado.
- ¡Mira a tu alrededor, Emma! ¡A lo mejor todo te parece genial, pero no es así! La gente está sufriendo porque probablemente en una semana encuentren a sus hijos muertos. Somos una familia, sí, pero hay que moverse, encontrar a tu padre, a Sagres, y evitar las ventiscas... ¡Reacciona! ¡Tú eres su esperanza!
La chica comenzó a temblar levemente, pero Matt se dio cuenta y se calmó, volviendo a mirar a la ciudad.
- No puedo. - dijo a media voz. -
- No es que no puedas. Es que no quieres. - respondió todo lo fríamente que pudo.
- ¡No puedo! - intentó gritar, pero no obtuvo las fuerzas suficientes.
- ¿No puedes mirar por tus seres queridos ni un momento? ¿No puedes dejar de preocuparte por tu propia felicidad para preocuparte por la de los demás? - aquello que dijo le recordó de forma extraña y dolorosa a alguien. – Yo pensaba que no eras así, porque me lo has demostrado. Pensaba que eras todo lo contrario. -
- ¡Sólo necesito que todo acabe! ¡Y que vuelva a la normalidad!
- ¿Y vas a acabarlo antes de tiempo, para que tenga un mal final, sin ni siquiera luchar?
- ¡Yo ya he nacido luchando, y no quiero luchar más!
- ¡Es tu padre, maldita sea!
La discusión duró poco más, y Emma se fue lentamente caminando entre el caldeado silencio de la noche. Matt seguía apoyado en la barra, con la mirada perdida, mientras su cabeza rumiaba pensamientos contradictorios sobre aquella situación. Se sentía fatal por haber acabado discutiendo de nuevo, algo que no le solía suceder. Tenía tanta complicidad con ella que aquello le dolía de verdad, pero creía que era necesario.
- Matt. - le llamó en voz baja justo antes de volver a entrar en la cúpula de la mezquita. -
El chico giró la cabeza levemente hacia donde estaba ella. Al ver que no respondía, se giró de cuerpo entero. Las palabras que salieron de las cuerdas vocales de la joven rusa le sumieron en un estado de confusión y de reflexión impactante.
- ¿Hasta dónde serías capaz de llegar?
La pregunta no tuvo respuesta. Emma tampoco pareció buscarla demasiado en el rostro de su amigo, puesto que había quedado rígida e inmutable.
Tras pocos segundos, la chica pelirroja se marchó, y en aquella larga terraza que bordeaba la cúpula de la mezquita tan solo había quedado Matt y ese sentimiento de pertenencia a las palabras que había sido capaz de escuchar.
Hasta donde sería capaz de llegar. Una pregunta que se había hecho a sí mismo durante tanto tiempo... A veces de forma consciente, con palabras que se retorcían en su pensamiento; otras de forma inconsciente, con acciones y decisiones tomadas.
Las palabras podían sonar diferentes, podían ser muy distintas entre sí, e incluso ser otra frase completamente diferente. Las acciones y decisiones también, completamente dispares.
Pero el fin que tenían en todas las ocasiones era el mismo: Sagres. Su búsqueda, su deseo, su ambición. Su idolatría y su egolatría. Las dos vertientes que se cruzaban en un mismo río. Y en más de una ocasión, sin que nadie más hubiese podido planteárselo como lo había hecho Emma aquella noche, había puesto, más que en duda, a prueba su capacidad, hasta tal punto de plantearse su propia persona.
Nunca, nadie le había dicho aquellas palabras. Era una cuestión tan personal que el impacto que había causado en él era una sensación de irrealidad mayor que la del accidente de su avión. Le había revolucionado por completo.
Hasta donde sería capaz de llegar. La pregunta no quedaba clara del todo, y aunque hubiera sido así, nunca habría tenido una respuesta contundente.
Por ello no debía confundir esa duda con el hecho de no tener un límite, porque Matt, a pesar de no ceder a lo que se interpusiese entre su destino y él, sabía que todos los factores que influían en ello podían ocurrir de una manera o de otra. Y eso no lo podía controlar.
Pero entonces, ¿por qué le había preguntado aquello? ¿Hasta dónde sería capaz de llegar para qué, haciendo qué, cómo? No hubiera sabido decir cuánto tiempo permaneció allí, pensando respuestas para sus preguntas y recuperándose de esa extraña e impactante sensación.
Tan solo esperaba que, por el bien de los suyos, dejaran de pensar hasta dónde llegar y que se pusieran a moverse cuanto antes.
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