11. Espera por ti
Estaba atardeciendo, y a pesar de que ese día había nevado, no lo había hecho con la fuerza habitual. De hecho, poco a poco había bajado el nivel de las nevadas y se rumoreaba que podía llegar "ese día" dentro de poco. Sin embargo, era solo un rumor, no se sabía nada con certeza y Matt no entendía de que hablaba la gente. Lo preguntó, y la respuesta que recibió fue simple y a grandes rasgos, signo de que no estaban muy esperanzados en que ocurriese.
"El día" se trataba de unas veinticuatro horas, más o menos, a veces incluso cuarenta y ocho, en las que la temperatura se llegaba a acercar a los cero grados. Seguiría haciendo frío, pero la diferencia de temperaturas era algo muy notable entre los días normales y aquellos especiales. Normalmente la gente solía salir de la mezquita con bastantes capas de ropa térmica encima, y aquellas horas que les brindaba el tiempo era una oportunidad de salir a la calle liberados de esas cargas que les oprimían todo el cuerpo.
Emma y Matt lo notaron de camino allí, tras otra sesión interminable de entrenamiento militar. La rusa se había puesto a gritar de alegría y, seguidamente, había cogido la mano de Matt para salir corriendo y aligerar el paso. La primera reacción del chico había sido notar algo de calor, quitarse las bufandas que llevaba al cuello y la capucha del anorak.
Al llegar, todo el mundo saltaba y gritaba de alegría; se abrazaba, ilusionada con aquella esperanza en la que habían tenido poca fe y que finalmente se había convertido en realidad. El atardecer fue, para Matt, un cúmulo de sentimientos que le hicieron hasta marearse.
Completamente anonadado por el panorama, las personas de la mezquita se plantaban frente a él y le abrazaban, le decían cuanto le querían, le daban la enhorabuena por algo que ni siquiera él sabía... Absolutamente todo el mundo parecía fuera de sí. Ningún razonamiento cabía en sus cabezas. Él intentaba comprender su alegría; sonreía de forma estúpida y devolvía las enhorabuenas y los cumplidos sin saber bien que decir. Emma, por su parte, se había dejado llevar por la emoción, como sus compañeros, y había ido a abrazarse con ellos, dejando olvidado a Matt.
La fiesta se propagaba cada vez más por toda la zona, y junto a ella el manto estrellado de la noche. El joven no pudo evitarlo y poco a poco empezó a soltarse y a dejarse llevar por la multitud enfervorecida. Sacaron instrumentos de todo tipo: cajas y utensilios de cocina para la batería, trompetas, guitarras, armónicas, acordeones...
Matt habló, rió, comió y bailó como nunca en su vida había hecho. Un gran banquete se sirvió en mesas enormes del campamento base de fuera. Se olvidó de todo. Por una vez en toda su vida, lo único que le importó fue que sus pasos de baile fueran al compás de la música, no atragantarse con la carne de cordero al punto y que Grigory y Raf siguieran contando más chistes sobre borrachos. Para ver a Grigory más animado de lo normal, aquella fiesta debía ser bien importante. Todo aquello era lo mismo que no importarle absolutamente nada.
De alguna manera sentía una comodidad, un arrope de las personas de la mezquita que le hacía sentirse como en el hogar que nunca había tenido. Y quería vivirlo todo lo que pudiese. Aquella sensación de no tener un objetivo, una presión, algo que engullese su pensamiento, era realmente adictiva. Quería dejarse llevar por todo.
La fiesta seguía y ya era bastante tarde de madrugada. Raf y Grigory se levantaron de la mesa donde estaban los tres para ir a dar un paseo, pero Matt prefirió quedarse allí sentado, con pleno rostro de satisfacción y felicidad, bebiendo la cerveza que le quedaba. Poco después, una figura imponente y musculosa, que sorprendentemente y a pesar del cambio de temperatura llevaba manga corta en su camiseta aquella noche, se sentó al lado del chico con una copa de vino en la mano.
Era Irak, el hombre barbudo que les había recibido el día de su llegada. No había hablado mucho con él en los días que llevaba allí, pero tampoco se dejaba ver demasiado. Salía a las afueras de la ciudad para liderar la especie de brigada que habían formado. Vigilaban y conseguían comida. No querían saquear si no resultaba rentable el botín, y por ello examinaban con precisión y prismáticos las figuras que se movían entre la nieve, ya fueran coches, personas o animales. La inmensa mayoría de veces traían consigo presas, mientras que las restantes, de forma menos frecuente, verduras o frutos que milagrosamente no se habían helado. Más de una vez había salido con las luces del alba a las cacerías con ellos.
Sin ninguna duda, era una de las experiencias más espectaculares que había podido vivir. El sigilo definía cada paso que daban por las extensas llanuras nevadas de los alrededores de Ufá. Subiendo una pequeña montaña rodeada de vegetación se podía observar un horizonte de amplios campos donde, si tenían suerte, podían dejarse ver ciervos. El silencio y la tranquilidad reinaba en cada uno de los puestos de los francotiradores que esperaban a su presa. Pero Matt, a diferencia del resto, notaba de nuevo esa ansiedad que le recorría al estar en un tiroteo. Había estado al lado de Raf, aprendiendo a utilizar el rifle y a controlar su respiración, y por primera vez la adrenalina había pasado a ser un recuerdo positivo.
Sin embargo, todo lo que conseguían cazar o recolectar acababa guardado, a buen recaudo. Casi siempre comían de las provisiones de lata, menos algún día que otro a final de semana en el que se sacaban la preciada comida fresca, como hortalizas o alguna que otra verdura. Y en ocasiones muy especiales, como aquella, sacaban las carnes cazadas para asarlas y darse un buen festín de comida. En ese aspecto, como en casi todo los demás, estaba bastante bien contado y regulado. No faltaría ni comida ni bebida en tanto en cuanto hubiera un control disciplinario y estricto. Irak se encargaba, junto a su esposa, de la gestión del inventario, y le había jurado a Matt una vez que ni en una situación de emergencia dejaría que se descontrolase aquella organización que tanto tiempo les costó inculcar a los suyos.
- ¿Has probado el vino? - saltó Irak, sin más.
- Ah, no. No lo he probado. -
- No eres de vinos. - se atrevió a afirmar.
- No, no, que va. Sí que me gustan. -
- Pues prueba un poco. -
Irak le tendió la copa y Matt mojó los labios en el fuerte y agridulce líquido.
- Abráu-Diursó. - dijo el hombre. -
- No lo conozco. Pero es uno de los más fuertes que he probado.
- Rusia y Vodka. País y bebida hermanadas. Que sería de mi gente sin alguna de las dos... Pero que le voy a hacer, siempre he sido más de vino.
- Creo que no te pega.
- Yo también creo lo mismo. Demasiado refinado para mi estilo.
- ¿Has probado alguno español o de otros lugares?
- Claro. Tenemos un montón de vinos en la bodega. La otra mitad de los que había en la ciudad desapareció.
- ¿Y por qué bebes de este? Te podría recomendar varios.
- Porque me recuerda a que está hecho aquí. Puedo saborear el esfuerzo de los vendimiadores. Creían en lo que hacían. Y me recuerda a que tengo que poner el mismo esfuerzo que ellos por lo que creo.
Matt asintió, comprendiendo el significado de sus palabras. Irak siguió hablando.
- Hicieron esta franquicia de vinos con ilusión. No sabían si el producto sería de buena o mala calidad, si podría competir con el Vodka. Pero se esforzaron en cambiar las cosas aquí, en el mercado de bebidas alcohólicas.
- Da igual como sepa, o lo que demande la gente. Lo importante es lo que significa.
- Por eso siempre me ha gustado el vino. - esbozó media sonrisa. -
Ambos permanecieron callados. Al poco rato Irak volvió a hablarle.
- ¿Te lo estás pasando bien? -
- Sí. En realidad, hace mucho tiempo que no me sentía así de...bien. -
A Matt le costaba expresar todas aquellas nuevas turbulencias de emociones. La voz de Irak sonaba algo pesarosa, algo que no logró identificar bien por el ambiente festivo, que desviaba su percepción.
- Me alegro. Pensé que no entenderías bien todo esto. Estoy seguro de que para alguien de fuera de Rusia le debe parecer muy extraño.
- ¡No, para nada! Es genial que se celebre esto. Ver a la gente así, feliz, disfrutando y desinhibiéndose de las preocupaciones es lo que necesitan, después de tanto esfuerzo y sufrimiento.
- Sí. - hizo una larga pausa. - Tanto esfuerzo y sufrimiento. Justo eso.
Matt le miró dubitativo. Irak suspiró y siguió hablando.
- No le suelo contar esto a los extranjeros... Tampoco es que haya habido alguno que haya experimentado esta fiesta, pero es algo no muy agradable que entendería que no quisieras oírlo. No quiero amargarte la noche. Pero, por otra parte, me gustaría que lo oyeses y supieses la verdad.
Matt le siguió observando, dudoso, con un gesto algo más preocupado. No le salió insistirle en ello cuando acabó la frase, puesto que efectivamente, no quería que nada estropease aquella noche. Sin embargo, antes de que el silencio se hiciese demasiado tenso, se lo preguntó.
- ¿Qué ocurre?
El ruso tomó un sorbo a su copa de vino con melancolía y habló.
- ¿Quieres saber por qué la gente está tan feliz... baila, juega, disfruta, come en grandes cantidades...?
- Porque es uno de esos días especiales, por la temperatura, ¿no?
- Sí. Pero hay otro motivo. Otro motivo más importante y triste para ellos. Lleva muchos años sucediendo. Toda nuestra vida lo hemos vivido y nunca falla. Cuando acaba el temporal que celebramos con viveza y con esperanza, la muerte vuelve a aparecer. Las ventiscas arrecian con la mayor de las fuerzas y parece que el invierno vuelve de nuevo para llevarse a muchas de nuestras vidas por delante. Niños, mujeres y hombres. Nadie se salva. El año pasado contamos veinte. Entre ellos nuestro hijo.
A Matt se le hizo un nudo en la garganta. Tardó un tiempo en asimilar toda la información de golpe. Se lo había soltado del tirón, con un intenso dolor en el alma y con palabras titubeantes, no muy propias en su firme expresión.
El sonido del jolgorio se convirtió en una música sorda. Nada a su alrededor estaba ocurriendo en esos momentos para él.
Aquellas personas que veía delante de él y que reían a carcajadas, bailaban y que hablaban entre sí felices, no celebraban solo un simple día algo más caluroso. Celebraban la vida y el bienestar que se les había brindado y que era posible que pudieran perder de ahí a unos días.
El chico se quedó en shock con tan solo pensar en la absoluta desolación de Irak y su mujer viendo a su hijo morir de hipotermia mientras unos días atrás le habían visto jugar con sus amigos a la luz del sol.
- Es horrible. Yo... lo siento mucho.
Irak no contestó y Matt aprovechó para resarcirse de su tristeza y transformarla en razonamientos cargados de impotencia pacífica.
Pero si esto siempre es así, ¿por qué no os vais de una vez de Rusia? Iros, salid de aquí. ¡Esta resistencia lo único que os está trayendo es miseria y muerte! ¡Sufrís para nada, para perderos entre vosotros, a vuestros seres queridos!
- ¡No lo entiendes, Matt! - elevó su tono al mismo nivel que el de él, imponente. - No nos puedes pedir que abandonemos nuestra tierra, en la que nos hemos criado, para que termine de destruirla un estúpido multimillonario ególatra. Se trata de vivir luchando por nuestra tierra o morir luchando por nuestra tierra. No la abandonaremos, como hicieron todos.
- Pues es una batalla perdida. Si creéis que vais a poder salvar toda Rusia sacrificando a las cien personas que viven en esta mezquita sin ni siquiera intercambiar una palabra con vuestros sectores vecinos de la ciudad... considéralo un fracaso.
- Puedes pensar lo que quieras. Pero le debemos lealtad a Aleksey Yakolev. Fue él quien nos dio esperanzas y argumentos para montar esta resistencia. Nos dijo que Rusia podría caer en manos de la nieve, pero no de la codicia.
- Ah, ¿sí? ¿Y qué argumentos os dio para esas esperanzas?
- La chica que te salvó. Su hija.
Matt se quedó sorprendido. ¿Emma era la esperanza de la resistencia contra Sagres? En todo caso sería el plan B, como había dicho Skarrev, para que perdiesen tiempo con su padre mientras la encontraban a ella y al oro para la alquimia.
- ¿Y por qué exactamente?
Irak miró hacia abajo, pesaroso, negando levemente la cabeza en el acto.
- No lo sabemos. Pero Emma... me hizo prometer que la protegeríamos de cualquier manera. A pesar de que Aleksey tenía un motivo especial para hacerlo, yo estaba dispuesto a cuidarla igualmente; es como una hija para mí. Y todo esto me lo dijo antes de que se fuera con ella, de que huyera... pero la historia es más larga.
- Cuéntamela. - saltó en seguida Matt, no pudiendo reprimir un interés que intentó maquillar con un tono similar al de su compañero.
Irak levantó la cabeza y le miró durante unos segundos inquisitivamente. Por un momento el joven pensó que había sido algo irrespetuoso con su entusiasmo por saber más, pero la voz de Irak sonó igual de tibia.
- Su padre y yo solíamos ser muy amigos cuando éramos pequeños. Todo esto de las tormentas de nieve era impensable que ocurriese. No estábamos divididos. Un día, cuando teníamos trece o catorce años, empezó a pasar menos tiempo conmigo y más en la estación de bomberos donde trabajaba su padre. Cuando pasó un tiempo le empecé a seguir y comprobé que Aleksey quitaba del suelo un pedazo enorme de cemento y se metía en un agujero que había debajo. No dejé de espiarle entonces, y yo también me interné en aquel agujero. Descubrí allí que, su padre no solo tenía armas y explosivos en su taller de los bomberos locales, si no que almacenaba y experimentaba con ellos en un búnker. Él me lo contó todo y me pidió que no se lo dijese a nadie más. Pero con el paso de los años tuvo que hacerlo. Se fue a Moscú, a la universidad, y empezó a trabajar para un gigante millonario. Ya te puedes imaginar quién era. El servicio que le dio le hizo aumentar su patrimonio hasta colocarse como la primera supuesta persona física más adinerada y, con su anonimato, la más poderosa. Aleksey se dio cuenta de que persona era, lo que pretendía y huyó de allí con su esposa y su hija. Vino aquí, nos lo contó todo, y se volvió a marchar.
Irak hizo una pausa para suspirar hondo de nuevo.
- Sus secuaces malnacidos mataron a casi cuarenta de nosotros, a pesar de que nos avisó Aleksey. Estaban enfadados, muy enfadados. Sin el alquimista y sin la muestra base del oro alquímico no podían seguir adelante con el plan. Siguieron su camino y... no volvimos a saber nada, hasta que Emma volvió el otro día.
Matt se quedó callado, serio, mirando hacia un punto fijo, pensativo. Un silencio frío y concienzudo se hizo entre ellos mientras el ambiente festivo de charlas, música y risas sonaba de fondo. Veía tantas ganas de celebración que las historias de muerte y de angustia que había detrás quería que se le antojasen como lejanas, irreales. Pero el miedo y la desesperación, la desesperanza, se escondían tras caretas de felicidad que se sostenían firmemente sobre sus rostros, luchando por sus propios derechos y el orgullo a disfrutar de la vida.
- Una pregunta, Irak. ¿Por qué... depositáis tantas esperanzas en Emma? Resulta ser una chica increíble, lo admito... pero, ¿por qué no formáis un grupo con los mejores hombres para encabezar la revolución contra lo que viene?
- Buena pregunta. Pero la respuesta no creo que esté a su altura. No podemos dejar a los más débiles aquí, somos pocos los que verdaderamente mantenemos el pilar de nuestra comunidad. Si nos dedicásemos a estar meses e incluso años tras Sagres... todo por lo que luchamos se acabaría antes de lo pensado. Es muy duro vivir aquí año tras año, te lo garantizo.
- Entiendo.
- No creo que le puedas sacar a Emma todo esto que yo te he contado hoy. - esbozó una sonrisa con pena, volviendo a mirar a Matt. - Y presiento que tú tampoco tenías intención de hacerlo, ¿me equivoco?
- Quizás antes no... pero, si te digo la verdad, mi estancia aquí ha modificado algo mi forma de pensar sobre las cosas.
- Ya veo. ¿Y sabes por qué no se ha ido todavía a buscar a su padre?
- No... - respondió Matt, vacilante.
- Precisamente por tu estancia aquí, Matt. Porque para ella ahora eres un apoyo fundamental en su vida. Porque para ella seguramente representes algo que lleva mucho tiempo soñando, salir fuera de aquí, de toda esta conspiración y guerra. El otro día hablé con ella. Tan sólo es una cría, como tú, y no ha podido disfrutar de la vida. Han sido dieciséis horribles años de entrenamiento, de huida y de muerte para ella.
- ¿Por qué?
- Porque ha visto morir a su madre y ha visto cómo se llevaban a su padre. - dijo, soltándolo seguido, de golpe. - Porque se ha visto sola después de todo lo ocurrido. Y ha tenido que soportarlo mientras llevaba a cuestas una responsabilidad.
Matt sintió que algo en él se desplomaba como una pesa de mil kilos.
- Esa chica se preocupa más de los demás que por ella misma, y no solo te quería ver recuperado de tus heridas. Quería ponerte en forma y que vivieras esta experiencia. Pasar tiempo contigo, también.
Se quedó extrañado por esas últimas palabras. Irak estaba dando por hecho cosas que incluso no tenía por qué saber, como lo de ponerse en forma. O en aquella mezquita todo el mundo sabía lo que hacían los demás o Irak tenía muy buenos contactos que le informaban de que hacían los vecinos.
Sin decir una sílaba más, mientras formulaba esas últimas palabras, se levantó y se fue. Matt se quedó varios minutos allí, pensando sobre todo lo que habían estado hablando y la historia de Aleksey. Aún faltaban detalles que no constataban en el relato y que no le hubiera importado saber. Y estaba claro que no conseguiría que Emma le contase nada sobre su vida o sobre lo que había ocurrido en el pasado.
Pero Irak le había dicho que él resultaba ser un apoyo fundamental para Emma, por algún motivo que desconocía y que había estado esperando por él para ir a rescatar a su padre. No se le daba nada bien analizar a las personas. Ya tenía una cierta práctica mental para los números, analizar valores económicos y ángulos en lo poco que había dado de la carrera de arquitectura. Pero con las personas era un desastre. No consigo mismo, al menos; tenía una gran capacidad de conciencia analítica que, a pesar de que no le importase lo más mínimo las conclusiones que sacase ni las expusiese al público, al fin y al cabo las tenía.
Quizás Emma tuviese muchos problemas traumáticos y fuese una forma de evadirse de la realidad, de ahí todas las veces que la había llamado loca mientras estaban juntos. Pero esa absurda fijación que tenía con él... le seguía a todas partes, esa era la verdad. Al principio le había sacado de quicio, pero en ese momento parecía que se estaba acostumbrando.
Quizá fuera porque venía del extranjero, como decía Irak, y tuviese alguna especie de obsesión oculta con ello. Al pensar mínimamente que Emma podía tener alguna especie de enfermedad mental, un escalofrío le recorría el cuerpo y se le erizaba el bello de la angustia.
Sin embargo, quería creer que no era así. No lo parecía del todo, tampoco.
Se levantó y decidió ir a buscarla.
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