Prólogo
Hubo una vez, en algún momento de mi existencia, en el que creí que un error había salvado mi vida.
Un error y su posterior reacción en cadena.
Un error que obligó a una persona a tomar una decisión en el último momento.
Pero sigo siendo el mismo ingenuo que cree muy firmemente en algo, a pesar de que el tiempo me haya castigado varias veces por ello.
Soy ese idiota, ese antihéroe que escupe al cielo y le caen rocas kilométricas como consecuencia.
Soy un perfecto iluso, perfectamente perdido en una playa, tal y como ocurrió una vez, en algún momento de mi existencia. Soy el mismo que asumía que se había equivocado con lo que pensaba, con su devoción sobre esa creencia de intentarlo mientras se enagañaba a sí mismo, aparentando.
Aquella no era la solución.
Y ahora soy el mismo que asume que no fue un error. Fue una desgracia.
Tendría que haber muerto en Rusia.
Si hubiera muerto en Rusia...
Aquella oscura lluvia no me cubriría con pesar. La arena no se me pegaría en la ropa.
Arena.
Estaba muy harto de la arena, como también lo estuve de la nieve en algún momento de mi existencia.
Si hubiera muerto en Rusia, estos pensamientos con tan poco sentido no llegarían a mi, heridos de gravedad por el pasado, acobardados por el pésimo futuro.
Muerto todo hubiera ido a mejor.
Sentado, mirando al mar, acabé levantándome.
Una vez le prometí a un traidor que no lloraría por los estragos de mis acciones. Que asumiría las consecuencias con dureza, con mente fría.
Y creí pensar que estaba equivocado con ello, que no hacía falta esa dureza de la que hablaba.
Pero una vez más me equivocaba.
Él tenía razón, ya había llorado suficiente en esa vida. Ya había sufrido lo suficiente. Y llega un momento en el que sabes que también has disfrutado demasiado y has reido demasiado. Has luchado por la paz y por la guerra durante demasiado tiempo.
Te das cuenta que ya has hecho demasiado daño a los demás. Siempre les has hecho daño, aunque siempre creyeras que no.
Que de tanto mover la balanza de tus deseos y de lo que piensas que debes hacer, acaba rompiéndose. Tu propia alma no se sabe reconocer a sí misma. Acaricia tu cuerpo como al de un extraño. Te mira con los ojos de quien es demasiado anciano como para que le recuerden la rebeldía de los jóvenes.
Te ves a ti mismo como un ente extraño, haciendo cosas que, a pesar de todo, te identifican.
Sabes que es el final, que debes decir adiós, cuando en lo único que puedes pensar es en lo molesta que es la arena, a pesar de que has pasado uno de los mejores momentos de tu vida bailando sobre ella.
Caminé de nuevo, derrotado, balanceándome hacia el helicóptero.
Quise sentir el peso de mis pies hundiéndose en la arena con cada paso, reconfortándome en ella cada segundo.
Volví a verme a mí y a Emma bailando sobre esa arena. Riendo, disfrutando de la compañía del otro. Miradas de afinidad, de comprensión. Besos, caricias. Un sol radiante. Calor. El olor del mar. Nadie en kilómetros. El ambiente mediterráneo de Barcelona.
Rayos ultravioleta quemando, sanando pieles que en algún momento de nuestras existencias estuvieron a punto de congelarse.
Pero sobre todo bailar. Bailar pegados, bailar dándonos la mano, girando sobre nosotros mismos en perfecta sincronía.
Bailar sin música.
Creer que la hay, que suena junto con las olas rompiendo en la costa. Creer en algo que no existe, como nuestro viaje por Rusia. Aquello nunca pareció haber existido, mientras nuestros pies descalzos se movían al ritmo de esa felicidad momentánea.
Mi cabeza se esforzaba por interpretar las horas que habíamos pasado juntos en aquella playa, pero mi agotada imaginación tan solo podía hacerme visualizar momentos, fracciones de segundo. Mis sentidos absorbiendo cada detalle de la risa de la pelirroja, de sus andares, de su fragancia.
El tiempo y el pasado me habían hecho creer una cosa.
Pero era realmente inconcebible como podía seguir enamorado de una chica que me había mentido...
No.
Que me había engañado sobre quién era, sobre sus intenciones. No parecía que la Emma que había conocido hubiera cambiado en absoluto. Ella mantenía una actitud más calmada, menos loca y más cuerda. Pero su esencia, aquello que la diferenciaba de cualquier otro ser humano, seguía estando en ella: la manera que tenía de dirigirse a mi.
Y es que, aunque el tiempo y el pasado me habían hecho creer una cosa, nosotros habíamos creido aún más en otra. En nosotros mismos.
En el futuro.
Y tristemente, por unas circunstancias inevitables, en nosotros mismos, pero por separado.
Y en un futuro que no pudimos prever.
Pero esos tiempos se habían acabado. Tocaba decir adiós.
Y yo ya no iba a creer más ni en mí ni en nadie, porque la vida acaba jugándotela cuando crees demasiado en algo.
Todo lo que consigues es acabar creyendo en que estás confuso por ello. Y si llegas a estar tan confuso y perdido como yo, si llegas a creerte tanto que verdaderamente lo estás, acabas tan roto como la balanza.
Acabas diciendo adiós.
Nunca me imaginé que iría a hacer algo como lo que iba a hacer.
Pero en algún momento de mi existencia, mi propia existencia debía acabar.
Y lo peor: iba a hacerlo sin miedo. Sin preocupaciones. Con la conciencia tranquila. Olvidando el pasado, deseando lo mejor para el futuro.
Llevando mi preciado, y a la vez, odiado egoísmo, a su máximo exponente. Honrándolo por la libertad que me dio y sacrificándolo por ser el culpable de lo que iba a hacer.
Y es que todavía faltaba una cosa que no había sacrificado por los demás.
Llegué al helicóptero y pasé los dedos de mis manos por el dragón Güell pintado en él.
-"Hora de volver a Rusia" - le susurré.
Hubo una vez, en algún momento de mi existencia, en el que creí que nunca diría esas palabras.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro