6. Temerosos, nostálgicos y tristes
Por primera vez en mucho tiempo el general Mateu Oliver llegó el último a la sala de reuniones de los dragones. El garbo en su andar dictaba las pulsaciones en su corazón, lento y atento a las reacciones de los demás. La mentalidad de soportar las miradas inquisitivas, de enfrentarse a ellas con la mirada impositiva. Convertirse en el general Lagunov, o mejor dicho, acentuar al general Lagunov que todavía vivía en el carácter del catalán no le era complicado. Durante los últimos cuatro años nunca lo ha sido, salvo por una persona.
Matt pasó la mirada por cada uno de sus integrantes, empezando por Emma Yakolev y acabando con Arina Slavik. Todos le esperaban con posturas cómodas en sus sillas o sentados en la mesa. Solo Emma y Dalia, que conocían los silencios del chico y los saboreaban como la propia sangre derramada por él, se levantaron poco después de que se postrase frente a la mesa. Instintivamente dirigieron sus miradas hacia el suelo.
- Buenos tardes. - sonrió con dos comisuras falsas.
- ¿Más descansado? - preguntó Ken, interrumpiendo su conversación con Connery sin despegar la mirada de su portátil.
Matt ya llevaba tiempo oliendo lo que pasaba en los círculos de su grupo. Actualmente había una división clara entre los adultos y los jóvenes. Y claramente había un problema con ello, porque el líder del grupo estaba dentro de los clasificados como jóvenes. Y no es que no tuvieran voz o voto en las decisiones: al fin y al cabo todos habían tenido una adolescencia relacionado con los asuntos más turbios del mundo, es decir: mafias, dinero negro y la mismísima guerra armada. Sin embargo, si ellos tan jóvenes habían navegado en esos mares, no hacía falta decir que sus compañeros de militancia más cercanos eran expertos capitanes del barco.
Y el problema es que el capitán del navío era Mateu, no Ken. O así se había proclamado él cuando salió de Rusia vivo, destrozando momentáneamente los planes de Sagres en Rusia. El problema, de nuevo, es que habían dos personas que así lo habían presenciado. Cuatro, si se contaban las dos nuevas incorporaciones. Por mucho que conociesen a Mateu Oliver, Ken y Dalia Hachiro no habían conocido al Mateu de Rusia, y eso se notaba a la legua.
Mateu ya no toleraba que Ken le dirigiese o le protegiese, pero Ken lo veía como una necesidad. Mateu lo veía como un obstáculo desfasado. La caída del avión en Rusia había supuesto un antes y un después.
- Desde luego. Lleno de energías. - dijo Matt expulsando todo el aire. Ken levantó la mirada. No era normal que Matt respondiese con tanta expresividad. - ¿Vosotros no?
Nadie contestó. A pesar de todo, todos sabían que las preguntas irónicas eran las puñaladas marca de la casa del chico.
- Claro. - respondió Ken.
- No lo parece, con los ojos todo el rato en la pantalla. - señaló su portátil.
- Estoy trabajando para la reunión de hoy, no es que quiera...
- Parece que no te alegres de verme. -alzó la voz por encima de él. Ken le sostuvo la mirada, expectante, sin mover ni un músculo de su cara, hasta que respondió.
- Y tú parece que no hayas descansado con esos humores que traes.
- El humor de un general que ve poco respeto.
- ¿Poco respeto? - las caras de Arina y Connery eran un poema con el título de deja vù. - No estamos en Rusia, Matt. No sé por qué vienes así aquí.
- No es Rusia, pero sigue siendo un ejército. Levántate. - Emma se acercó a él para que se tranquilizase pero el chico no le hizo caso. A pesar del mandato de Matt, no dejaba de dirigirse a él de "tu" y no en tercera persona.
Ken tardó en hacer lo que le pedía, pero finalmente lo hizo sin ningún achaque. Tras un silencio largo llegó la ansiada respuesta del japonés, acompañado de una risa.
- Esto es ridículo. - casi pareció que se lo dijo a sí mismo.
Todos los integrantes se sentaron después de que Matt les indicó que se sentasen. En cuanto el trasero de Matt se tocó su trono, una silla igual que las demás, anunció algo que dejó sin palabras a los demás.
- Vamos a viajar a Rusia. Estaremos un año allí brindando apoyo táctico a nuestros hombres .
Todos se miraron entre ellos, esperando a que alguien saltase a decir algo. Finalmente fue Ken quien, de nuevo, se atrevió a contrarrestar el poder de decisión del general.
- ¿Qué? ¿Y eso a que obedece?
- Sus informes explican que siguen habiendo luchas de territorios aun teniendo dominio de la zona oeste. Siberia sigue siendo territorio enemigo y se ven cosas extrañas relacionadas con las infraestructuras que edificó Sagres. Rusia sigue siendo el laboratorio personal de Sagres con la alquimia y hemos olvidado demasiado ese aspecto.
- No, no, no, Matt. Por mucho que vengas aquí y te pongas así no podemos decirte que sí a todo lo que decidas. Por mucho que seas el general. Un general no es un tirano.
Matt suspiró y se empezó a reir mientras pasaba su mano por la cara. Se recolocó en su silla para estar más cómodo.
- ¿Que quieres entonces Ken? ¿Una democracia? O es que igual tú serías mejor general que yo. Puede ser eso.
- Iba a proponer ir a Roma. Tenemos información suficiente para empezar una búsqueda allí. Se que nunca has sido fan de esa opción, pero que haya una cuarta alquimia ahí fuera sin explotar es una tentación demasiado importante para Sagres. Tiene que moverse en esos círculos.
- No me has respondido. ¿Quien es el general?
- Tú eres el general. Mi misión es convencerte.
- Pues hay una división clara de opiniones. - miró a todos los dragones Güell sonriendo y poniendo caras graciosas. Volvió a suspirar de manera sonora y se levantó. El padre de Emma se giró hacia el chico al oir su nombre. - ¡Ay, Aleksey! ¡Las mujeres, lo que hacemos por ellas! De no ser por tu hija no hubiera durado ni tres días en el ejército rebelde. Ella fue... la gasolina para que me ardiese todo por dentro. El fuego a veces es difícil de prender por sí solo. - la abrazó por detrás y le dio un beso en la mejilla. - La cuestión personal que me llevó a estar aquí ahora y hacer cosas muy feas, lo reconozco. Ella también lo hizo engañándome, claro, pero el pasado es pasado. El pasado, la nostalgia, esas cosas, ya sabes... es motor. Gasolina para el motor. ¿Conoce personalmente al familiar italiano de su mujer?
- Ehh. No.
- ¿No? ¿No es gasolina de nada te refieres?
- Bueno, tal y como lo has explicado tú, sí. Claro. Es parte de mi familia, de la familia Yakolev Parisi.
- Y, Aleksey, proteger a tu familiar, a la tradición alquímica de tu mujer, es muy importante, ¿verdad?
- Claro. - Arina y Connery dejaron de mantener contacto visual con la situación cuando Aleksey contestó eso, y dirigieron sus miradas a cualquier otro lado, en una mezcla de pensamientos temerosos, nostálgicos y tristes.
- Claro. - repitió Matt. Miró a Emma, que permanecía impasible. Empezó a dar vueltas alrededor de la mesa. - Conocer la tradición alquímica de tu madre es importante.
- Es importante para dar con Sagres. - Ken alzó la voz.
- ¿Utilizando un ser querido como cebo? Muy bien pensado Ken. El sacrificio individual por el bien común. ¿No os suena de algo? ¿Arina? ¿Connery? - le miraron, pero no respondieron. - Bueno. Creo que pensar con la cabeza fría, a veces, sirve de más, Ken.
- Roma es la clave. Ese familiar es la clave de todo. Llámale cebo si quieres, pero si nos movemos bien no tiene por qué salir mal. Tenemos preparadas hasta las maniobras de evacuación cuando demos con él, las negociaciones con los hombres de Sagres, los perímetros de máxima seguridad de la ciudad, los movimientos, la gente que necesitamos...
En la cabeza de Matt resonaban palabras de un pasado que ya quedaba muy atrás, pero seguía tan presente como él mismo en una mesa de capitanes.
"Si organizamos un ataque en torno a lo que hay en este CD... todo se habrá acabado. Si logramos organizar bien nuestros escuadrones, si reclutamos a un gran número de soldados... podremos tener una gran oportunidad de ganar esta guerra. Podremos, aunque sea, sorprenderles. Que Sagres no esté seguro de su posición en el tablero de juego. Y entonces es cuando habremos avanzado de verdad en nuestro cometido."
Después de una gran charla de Ken en la que Matt no escuchó nada, sumido en sus propios pensamientos, se fue tras decir unas palabras conocidas.
- No voy a permitir que nadie se vuelva loco por acabar con Sagres. Lo que el mundo necesita es un pilar que le sostenga y se organice a sí mismo. Una fuerza que traiga el orden y que crezca más rápido que cualquier célula terrorista u organización que ponga en peligro al mundo. Necesitamos estar más cuerdos que nunca, y actuar con prudencia, ir paso a paso. No podemos volvernos locos y pensar que esto se puede solucionar de la noche a la mañana. Todos tenemos nuestros motivos para que sea así; nuestras familias, nuestra gente, nuestros patrotismo, lo que sea. Pero este ejército se formó para que todos ellos tuvieran una oportunidad, y no para que nos la juguemos a una carta. Sentemos las bases y construyamos un ejército al nivel de este mundo, y entonces podremos pensar en acabar finalmente con el enemigo. Esos son los valores de éste lugar.
Lagunov siempre había pensado así. El ejército antes que nada ni nadie: antes que las ambiciones individuales de un simple capitán. Los objetivos del ejército eran prioritarios, y los objetivos eran pausados, fríos, estratégicos, ordenados, siguiendo un plan. Y ese plan, por desgracia, acabó siendo un fraude, aunque los valores de ese lugar fueran totalmente verídicos. El sacrificio del exgeneral del ejército ruso eran los objetivos individuales por los comunes.
Y de nuevo, como si la historia se repitiese, todo era un fraude. Un fraude más inteligente, con una vuelta demás en el pensamiento retorcido de Matt, pero al fin y al cabo un fraude. Si la manera de acabar con esa guerra "fría" contra Sagres era llegando al familiar de Emma no llegarían tan fácilmente. Antes tenían en frente al espíritu de Lazar Lagunov, revivido en carnes españolas, con el objetivo de poner a prueba a sus nuevos capitanes.
Mateu Oliver era un chico que aprendía de los errores de otros. Y no hay mejor manera de aprender de ellos que poniéndolos en práctica a posta.
- ¿Y bien? - dijo Raf. Estaba comiendo con Matt en la cafetería de la universidad.
- Emma.
- ¿Por qué?
- Porque es la que más apegada estaba a su madre. Es la que más le importa.
- Ayer no dijo nada. Bueno, nadie dijo nada. Solo Ken.
- Ken casi es como el altavoz de las dos chicas.
- ¿A que vas a esperar entonces?
- A volver a derramar mechones.
Raf hizo una mueca de no haber entendido nada de eso último, pero asintió igualmente, sarcástico. Él había empezado un poco más tarde las clases de relaciones internacionales, un grado al que le habían convencido matricularse. Raf, al igual que todos los jóvenes de la élite del ejército, no habían tenido una vida normal. De repente, un adolescente que se había metido de lleno en los negocios más turbios del mundo adulto se encontró estudiando en la universidad como la inmensa mayoría de personas de su edad.
Otro de ellos no le quedó más remedio que ser soldado en una guerra y otra creció, literalmente, ya siéndolo y comandando a muchos de ellos. Ambos salieron de Rusia y acabaron en un mundo de paz. Algunos, como Raf, tuvieron que adaptarse y seguir los consejos de esa nueva familia que habían formado.
Emma, por su parte, había decidido descansar una larga temporada y vivir como una turista sin preocupaciones monetarias, justo con la misma mentalidad de Matt antes de su horrible caída en Rusia. Era curioso el cambio de mentalidad entre ambos, cruzados, pero en diferentes direcciones. Matt prestaba más atención a los detalles del día a día, a las personas y utilizaba más la lógica al pensar.
Volvió a dar una mordida a una de las albóndigas templadas mientras se fijaba en Dalia Hachiro pidiendo la comida, divagando en pensamientos completamente azarosos. Poco después se dirigió a la mesa en la que estaban los dos chicos.
- Y el tipo se cree que cualquiera puede iniciar una guerra cuando quiera. Menudo iluso. Podrían invitar a otra gente a dar charlas para las clases, porque... - le contaba Raf.
- Hola. - saludó Dalia.
- No tienes ni idea de cómo funciona un ejército nacional. - respondió Matt.
- ¿Lo que teníamos qué era entonces?
- Los restos. Yo creo que ni Lagunov sabía dónde se había metido al tratar con los de otros países. La gente que estábamos allí éramos lo más parecido a dos monos que ejercen como políticos de una república bananera. Una ruina. El caos hace que la gente... - hizo un gesto con la mano en su sien para ilustrar la locura.
Dalia continuó callada un rato, comiendo y escuchando.
- Me voy a clase otra vez. Os veo luego, o mañana, cuando tengamos reunión. Ya no sé en que día vivo entre los horarios de clases, charlas, descansos... qué agobio.
Raf puso pies en polvorosa, dejando solos a Matt y a Dalia. Matt empezó a comer más deprisa a causa del denso silencio que había en la mesa. Matt no se hacía una idea de dónde salía, y para él eso era extraño, pues desde su salida de Rusia tenía una conexión especial con la actitud de aquellos con los que interactuaba. Dalia lo estaba provocando, pero por algún motivo Matt no lograba identificar bien la tensión. Se imaginó que era por la cercanía natural que tenía con ella.
- ¿Todo bien? - dijo el chico.
- ¿Podemos hablar una cosa sobre el trabajo?
- ¿Trabajo?
- Sagres.
Matt resopló, a punto de terminar su comida.
- A ver.
- No me parece bien lo que le has dijiste a Ken ayer. Sonó muy injusto.
- ¿El qué de todo?
- Todo. En general.
- Si no concretas poco podemos hacer.
- Pues, primero, esos aires de tirano que llevas que... ¡no se de donde salen! ¡Nunca te has quejado de que gestionásemos nosotros estas cosas! - según avanzaba se alteraba más. Él la miró a los ojos con la cabeza inclinada.
- Si tiranía es recordarle a la gente dónde está, pues sí. Soy un tirano.
- Pues a los tiranos. - se acercó amenazante a Matt. - se les trata como escoria hasta que la revolución les fusila.
Matt mantuvo su mirada y se le escapó una pequeña risa.
- ¿Y así es como se para la rueda, Khaalesi?
- No te rias. Lo que pasó ayer me dolió de verdad. Te lo estoy diciendo en serio, ya no estás en un ejército.
Matt movió su cuello para apuntar con su barbilla a la mesa y afilar sus pupilas contra las de Dalia. La chica siguió hablando, previsora de las formas con las que pretendía contraatacar Matt.
- Volviste diciendo que habías cogido las riendas del... ¿ejército nacional de Rusia? Que trabajaban contra Sagres. Que eras general de un ejército, Matt. ¿De verdad crees que eso era un ejército?
- No lo sé. Dime tú que piensas.
- Pues gente desesperada por quitarse de encima a Sagres de su país. El ejército ruso acabó cuando se produjo la gran evacuación. Solo quedó gente... trastornada, desesperada por dejar su vida por quedarse allí, obtener poder de la nada, acabar con Sagres o qué se yo. Locos. Tú no estás loco.
- Y pretendes decirme que yo no pintaba nada ahí, ¿no?
- No. Lo que hay aquí no es eso. Eso que tu llamas ejército. Tú no eres general de nada, eres miembro de una organización contra las influencias y el poder desmesurado de Sagres. Y ya está.
- Escúchame. - intentaba mantener una voz calmada carraspeando la garganta. - En cuanto veamos que la situación en Rusia está controlada sacaremos a toda la gente de allí y la emplearemos en Roma. ¿No te vale con eso?
- ¿Qué dices? Tiene que ser ya, Matt. Eso es una pérdida de tiempo.
- Dalia, soy el último que quiere que nos separemos y que haya conflicto en el grupo, de verdad. Eso es lo que querría Sagres, tengo experiencia en eso ya. El motivo por el que estamos aquí, ahora, es por ese cuarto alquimista. Es nuestro as de oros -sonrió- y hay que guardarlo bien para dar el golpe de gracia. Pero necesitamos ir poco a poco, midiendo bien nuestros pasos para que todo salga bien en Roma.
- ¿Y si lo secuestran? No es una carrera de fondo, es a contrareloj. ¿No te das cuenta?
- A ver, Dalia. - sintió como algo en él ardía y reprimió expresarlo como pudo. - Mientras vosotros estábais conspirando en mi contra para salvaros el culo Ken y tú, yo me dejaba la puta piel por acabar con Sagres. Con el que, por cierto, hablé más de una vez, y he llegado a conocer muy bien como actúa. Como en un jodido juego de mesa, el ajedrez. Conozco a la perfección como es y como le gusta actuar, y a estas alturas ya sabe que vamos a por ese cuarto alquimista. Me jugaría, de nuevo, la puta piel, Dalia. Porque yo era uno de esos trastornados de los que has hablado antes. Siempre habría dado mi vida por encontrar a Sagres o con acabar con él, dadas las circunstancias. En eso siempre hemos sido diferentes.
Dalia le costó seguir la conversación después de aquello. Suspiró.
- Mira... sabes que Ken se calla con estas cosas. No te quiere ver mal. Y yo tampoco quiero pero... no vayas de que te has hecho un "hombre" durante estos cuatro años y que quieres demostrarlo.
- Iremos a Roma. Te lo prometo.
La japonesa emitió un último suspiro de impaciencia y se fue con su bandeja sin decir una palabra más.
Matt todavía recordaba los dientes de Lagunov al hablar como estalactitas.
Los suyos eran acero templado en una forja.
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