3. Alguien gordo
Plantarse en aquel hotel, después de haber sufrido un ataque de pánico por ella, se podría haber calificado como un suicidio en toda regla.
Pero finalmente había tenido el valor de hacerlo.
Estaba sentado en un sillón del vestíbulo, moviendo las piernas con nervios, mientras esperaba a que bajara.
Ni si quiera el documental de animales marinos que ponían en la gran televisión del fondo le evadía de su terrible ansiedad.
Y ahora se repetía la misma escena de cuando ella la había esperado en el banco de su facultad. Pero ahora era él quien esperaba, y sin desesperarse por la tecnología.
En su cabeza repasaba lo que tenía que decir. Cómo debía actuar.
Pero luego se daba cuenta que era imposible hacerlo delante de quien le había engañado a él durante algo más de dos años.
Emma bajó y se dirigió directamente a la recepción.
Había un par de personas esperando a ser atendidas, pero Emma las ignoró completamente. Empezó a dar voces, hasta que la recepcionista tuvo que parar de atender y hacerla caso.
Matt se levantó como un resorte en cuanto la vio, pero ella no lo hizo de vuelta hasta unos minutos después, cuando se dirigía a la salida.
El joven se acercó a ella.
Volvía a vestir ropa de marca y colorida, como su pelo rojo brillante. Sus ojos se ocultaban, de nuevo, tras unas gafas de sol.
- ¿Puedes hablar ahora?
Habían pasado tres días desde que se habían visto en el observatorio abandonado, en la drástica reunión de última hora.
- ¿Ahora? Iba al centro comercial de compras. Después tengo masaje a las doce, uñas a la una y me pasaré por la playa a las dos para comer con mi padre allí.
- Espera que me ría, ¿vas de compras pero todavía no sabes utilizar un smartphone?
- Si has venido a poner en duda cada cosa que hago pudes ir yéndote.
- ¿Puedo ir yéndome? Te recuerdo que hace tres días te presentastes en mi universidad buscándome.
- ¿Buscándote? - negó con un alarde de seguridad no muy convincente.
- Emma. Hablemos. Solo serán unos minutos.
La chica se movió en el sitio, pensativa, rebajando su posición defensiva.
Finalmente accedió y ambos dieron una vuelta por todo aquel hotel céntrico, hasta acabar en el bar-terraza del ático.
Ahora resulta que la chica "nacida en la ventisca" se va a la playa, a quemarse como una guiri del tres al cuarto, pensó.
Normalidad, suponía. Era justo lo que deseaban desde su particular infierno helado de Rusia, pero a lo que todavía no se acababan de acostumbrar.
Nada que ver. Aquella chica que había conocido en Karmaskaly, lejos de toda interpretación actoral y engaño que le hubiera podido hacer, no era Emma Yakolev.
Pero, inevitablemente, tenía que asumir que estaba equivocado. Aquella era esa parte de Emma que había estado del lado de Sagres. Pero también sabía que dentro de ella, entre mucho trauma, guardaba la parte guerrera, luchadora y modesta. Esa parte que le había enamorado.
Se apoyaron en la barandilla, mientras el sol de la mañana les bañaba. El mar azulado, con pinceladas blancas, y media ciudad catalana, color cobre, gris y plateado a partes iguales, se veían en todo su esplendor.
Todo como si siguieran allí. En Rusia, en Ufá. En la mezquita que ya nunca más existiría. Justo en ese día en el que la vida de Mateu Oliver empezaba a dar vueltas de campana.
Pero ya nada era lo mismo. El silencio nocturno de una ciudad helada y casi deshabitada se había transformado en el rumor y la cháchara diurna de la gente de la urbe, los motores de los vehículos, y de los tintineos de las copas de cristal en el bar de sus espaldas.
- Es increíble cómo pasa el tiempo. - rompió el silencio Matt. - Parece que fue hace nada que deseaba volver a vivir esto contigo. Y desde que volvimos...
- De qué quieres hablar. - dijo secamente.
- De que quiero arreglarlo todo.
- No hay nada que arreglar.
- Quiero que nuestra relación vuelva al mismo punto dónde todo empezó a ir a peor. Quiero fortalecerla. Avanzar. Volver a recuperar la ilusión.
- No hay nada que fortalecer, Matt.
- ¿Qué?
- Que llevamos dos años intentándolo, y siempre acabamos cuesta abajo. Es imposible hacer nada mientras él siga suelto.
- ¿Qué importa que él siga...? - intentó hacerse el escrupuloso.
De nuevo, no le salió bien engañarse a si mismo.
- Claro que importa, y lo sabes de sobra. Él es... nuestra desconfianza personificada. Es ese pensamiento inconsciente que aparece cuando intentamos olvidar lo que pasó.
- Dijimos que lo íbamos a olvidar, pasase lo que pasase.
- No se puede. Nunca podrás olvidarlo.
- No entiendo. No te entiendo nada. He sufrido tanto por ti, he sacrificado tantas cosas... he decidido olvidar y pasar página de todo lo que me hicistes... Decidí olvidar que todos los problemas fueron por tu culpa... ¿Para nada? ¿Dices eso?
- Matt... se honesto, por favor. Ahora mismo, dentro de todas las complicaciones que tenemos, tenemos que ser honestos.
- No me hables de honestidad, cuándo has ido a mi universidad a buscarme, desesperada por verme, y ahora me tratas como un desconocido. No. No después de tus... celos con cada chica con la que estoy.
- Tienes una imaginación preocupante.
- ¿Te acuerdas de la última vez que me respondistes eso?
La chica no siguió con el tema, callándose. Matt siguió hablando.
- ¿Estás jugando otra vez conmigo Emma? ¿Qué demonios quieres esta vez?
La chica se enfadó y se volvió hacia él. Le cogió del hombro con brusquedad e hizo que su cabeza se acercase a su rostro. Puso sus labios pintados al lado de su oreja. Su tono se acercó a la amenaza, pero esta vez Matt no sintió el menor atisbo de miedo.
Y eso le pareció curioso. La podía tener miedo en situaciones incómodas, en momentos en los que ambos estaban mal el uno con el otro. Pero todo ese miedo se convertía en vibrantes endorfinas cuando alguno de los dos daba el primer paso y se atrevía a lidiar con el otro. Una conexión igual de mágica como humana. Tan sentimental como sensual.
Sintió ganas de besarla, pero lógicamente se contuvo.
- Sabes perfectamente quién soy. Puedo querer tanto una cosa como la otra.
- No hace falta que me amenazes con tus rollos bipolares.
- Genial, señor sociópata narcisista.
Se separaron, ambos sonriendo socarronamente, pero igualmente sumidos en la frustración de la conversación. Pasaron unos segundos de silencio.
- No me parece justo que digas esto. No después de todo lo ocurrido y de lo que estoy haciendo. - dijo finalmente Matt.
- Estoy jugando contigo, sí.
Aquello no se lo esperaba. El silencio mandó entre la pareja de nuevo.
- ¿Y sabes por qué? - continuó.
Matt se temía el por qué. Un por qué con el que la chica siempre le hacía abrir los ojos, aunque, irónicamente, sus motivos para hacer las cosas cambiasen cada día.
- Porque necesito saber, después de todo lo ocurrido, que sigues comprometido con esto.
Matt se la quedó mirando con los ojos abiertos como platos.
Se arremangó la manga derecha de su camisa y le enseñó el antebrazo. Su tatuaje.
- Que te inyectes tinta en la piel no significa nada.
- Hay veces que te odio tanto como te quiero. - suspiró, exasperado, volviéndose a apoyar en la barandilla.
A la chica le costó hablar más tras escuchar aquello. Sin embargo, lo hizo.
- Que tengamos una relación es lo menos importante. Es algo que solo va a hacer que nos separemos. Y si nos separamos... perdemos contra él.
- ¿Y...? ¿Y...?- reía, incrédulo, sin poder continuar. - ¿Y crees que yo no voy a estar comprometido después de todo? ¿Tú estás comprometida? ¿Eh? Quizás te tendrías que plantear eso.
- Ese no es...
- Honestidad, Emma, honestidad.
- ¿No te parecen pocas las veces que hemos discutido? - dijo, realmente cansada.
- No, no quiero discutir. Solo digo... solo digo que no lo entiendo, de verdad. Soy el primer comprometido con lo que hacemos. Soy el primer comprometido, y el último sospechoso.
- No te hablo de comprometerse a matar a Sagres. Te hablo de tener compromiso con tus palabras en ese helicóptero, cuando volvimos de Rusia.
Matt se quedó pensando en ello, mientras el silencio, solo diluido por los sonidos del bar de fondo, lo envolvían todo. Las palabras del helicóptero...
- ¿No confiar plenamente en vosotros?
Ella negó con la cabeza.
- Seguir adelante, sean cual sean las circunstancias.
Se quedó procesando aquello, todavía pensativo, y finalmente asintió.
- Seguir adelante... sean cual sean las circunstancias. - afirmó, lentamente.
En ese momento, el chico se sumió en una especie de trance del que ni siquiera las miradas de Emma le eran capaces de despertar, mientras miraba al infinito.
Emma parecía dar por acabado su encuentro, y se espabiló para marcharse de aquella terraza. Sin embargo, solo dio un par de pasos antes de que Matt volviese a dirigirse a ella, todavía en su estado de trance.
- ¿Habéis acabado la investigación?
Ella se volvió y se acercó de nuevo lentamente.
- Roma, Italia. Tiene una tienda de cuadros. Es pintor.
Pasados unos segundos, Emma pasó su mano por la espalda de Matt, acariciándole, en señal de afecto. Tras ello, le acarició el cuello y el pelo, mientras seguía mirando al tendido barcelonés.
Acto seguido se fue, dejando al general dragón soñar despierto con las batallas que se producían en su cabeza.
Y la guerra no tuvo un claro ganador hasta pasada media hora, cuando se sentó en la barra del bar. Pidió un Martini y sacó su móvil. Pasaron otros largos minutos mientras observaba con detenimiento su bebida y el móvil, hasta que decidió entrar en sus contactos y llamar a uno en especial.
Una voz masculina, pero igualmente aguda y susurrante, sono al otro lado.
- ¿Mateu Oliver? ¿El mismo Mateu Oliver? - respondió.
- No imaginaba que me tendrías todavía en tu lista de contactos.
- Ya sabes que tengo a mucha gente en mi lista de contactos.
- Bueno. He estado muerto para mucha gente durante dos años, lo vería lógico. - bebió.
- Nada de eso. Un servidor no puede deshacerse de números de teléfono tan fácilmente. Me alegro que sigas vivo. ¿Que puedo hacer por ti?
- Darme una alegría y decirme que sigues en Italia.
- Sigo en Italia.
- Pues necesito uno de tus contactos.
- ¿Quién?
- Alguien "gordo"
El hombre no necesitó más explicaciones, y le pasó un número de teléfono que Matt apuntó en una servilleta con un bolígrafo que había tomado prestado de la recepción, y que probablemente no devolvería después.
Tras ello se despidió de él, miró a su alrededor sibilinamente y se fue.
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