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24. Aleluya

En la culminación del éxito, todos los que participan en él lo celebran. En el caso de la primera bomba de oro alquímico, hubo una persona que no. Emma Yakolev miraba a Mateu, a Kraus y a los ingenieros más ambiciosos, alineados con el pensamiento de Matt, con el rostro serio. Había estado viendo las noticias y todo el arsenal de tertulias sobre lo que había pasado en la playa de Palaos durante las noches, sin dormir, dando los últimos flecos a su bomba. Semanas antes estuvo intentando que el oro alquímico reaccionase a su voz, se elevase y se reproduciese como un chicle mascado, sin éxito, hasta que Milenka recibió una carta suya pidéndole ayuda.

Emma escribió esa carta en un trozo de papel usado, que había cogido de una de las pocas oficinas de ese laboratorio subterráneo. Después se había escapado por la ventana del baño para mandarla a la dirección de los dragones Güell, en Barcelona. Cuando escuchó que Mateu Oliver había abandonado Tokio supo que Milenka la había escuchado y que el chico seguía vivo. Si seguía vivo, significaría que no se habría rendido ante Sagres, y que ahora su capacidad destructiva iría dcidida a por él. Emma sabía como tratar a Matt, y ahora, más animal que nunca, necesitaba regalos a su vida y muestras de amor para que correspondiese como era debido. Esa era la única manera para que todo se diera la vuelta.

De lo demás se encargaría ella.

Mateu se acercó a ella. La abrazó sin ningún miramiento. Ella no correspondió el abrazo.

- Lo hemos conseguido, Emma. Por fin.

Ella empezó a llorar, sabiendo que la persona a la que amaba seguía allí, vivo, completamente loco y drogado. La persona que le había enseñado a amar mediante la muerte, el engaño, y cualquier miseria entre personas. El que había muerto por un sacrificio a la pureza, al idealismo, pero a su vez, a la praxis sin escrúpulos.

Se la quitó de en medio con fuerza. La cogió de la cara.

- No te atrevas a llorar, rusita. Te he abrazado. Aunque sangres, Emma Yakolev, escúchame bien - todos les miraban, expectantes, con las sonrisas de la victoria todavía en ellos - aunque sangres, no me creeré nada de lo que veo de ti. No me creo nada de lo que escuche, nada de lo que sepas, nada de lo que huelas. Eres una maldita ilusión. Una mentira con piernas.

Le giró la cabeza con fuerzas y Emma lloró más todavía. El chico se dio la vuelta, levantó los brazos haciendo de víctima y gritó con una voz bobalicona.

- Llórame un rio, Emma. ¡Buaaa! ¡Saca esas risas de cocodrilo, venga!

Los demás se rieron, pero Emma lloraba ya por la muerte de Mateu, esperando que aquella fuera la definitiva.

- ¡Coge la bomba, Emma! ¡Vamos! ¡Quiero que seas tú quien la traiga!

- Matt, pesa demasiado para ella. - dijo Kraus, y fue a ayudarla, entre risas.

- Una pena. Ojalá llevase ese peso emocional toda su vida. Me serviría.

Entre risas pusieron marcha hacia el Burj Khalifa. Salieron cuatro coches del ejército con altavoces y megáfonos. De fondo sonaba una canción, al grito de "Dubai será dorada como su sol" y "La alquimia del oro nos hará dioses".

Es de noche en tu mirá'
No puedo ver la verdad
Suena un grito en la ciudad
No nos oye

Aleluya
Aleluya (un milagro)
Aleluya (un milagro)
Aleluya (un milagro)Aleluya (por ti vivo creo, un milagro)
Aleluya (pídele a mi cielo un milagro)
Aleluya (por ti vivo creo, un milagro)
Aleluya (pídele a mi cielo un milagro)

Háblame despacio cuando duermo
Déjame que te diga lo que piensa el universo
Pregúntame qué haremos cuando llegue ese silencio
Háblame despacio cuando tú veas que duermo (un milagro)Háblame despacio cuando duermo
Déjame que te hábla-, que te, piensa el universo
Pregúntame qué, -gúntame, cuando llegue ese silencio
Háblame despacio cuando tú veas que duermo (un milagro)

Aleluya
Aleluya
Aleluya
AleluyaAleluya (por ti vivo creo, un milagro)
Aleluya (pídele a mi cielo un milagro)
Aleluya (por ti vivo creo, un milagro)
Aleluya (pídele a mi cielo un milagro)

Emma, con los ojos enrojecidos, salió del coche temblando. Era de las pocas veces que salía a la calle en mucho tiempo. Vio como el ejército desalojaba el Burj Khalifa y trataban con violencia a la gente que se oponía ligeramente. A su alrededor algunos hombres se encararon con ellos y recibieron disparos. Los gritos se sucedían por todas partes. El caos en la ciudad de Dubai se sucedía a cada segundo, por todas partes.

Nadie sabía lo que tenía planeado Mateu Oliver, salvo las veinte personas que habían trabajado para él las últimas semanas.

Salvo una.

Miguel Ángel Sagres le esperaba en el último piso del emblemático edificio, con dos maletas. Mateu se rió y se acercó a él con paso firme con agresividad, planeando darle un golpe en la cara. Finalmente solo se encaró a pocos centímetros de su cara. Le escudriñó con la respiración alterada y le susurró.

- Tienes suerte de que aun te guarde un mínimo de respeto, traidor.

- He venido a despedirme.

- No. Has venido a tocarme los cojones. Como los últimos dos meses.

- Tiene gracia, antes de todo esto tenía pensado irme a Palaos. Es un buen sitio para desaparecer. Pensamos igual hasta para eso. Que pena que seamos tan diferentes para otras cosas.

- No somos diferentes. ¿Sabes lo que hace la diferencia entre los dos? Que uno le ha intentado joder la vida al otro desde que salió de Tokio hace años. Que viene a mi, me hace un hueco en su "familia" porque le apetece tener un hijo y luego se da cuenta de que lo que ha adoptado es el mismo monstruo que ha hecho. No tienes ni la decencia de asumirlo.

- Te has vuelto un psicópata tú. Yo no he hecho nada.

- Creo, queridisimo hermano de no sangre, que hemos sido ambos. Se que no es lo tuyo, pero intenta ser un poco más humilde. Y también, de paso, podrías ser un poco menos hipócrita. Me salvaste la vida porque era superior a ellos y necesitaba competencia.

- Y te la he dado.

- No tienes los cojones de dar competencia a alguien que lo quiere destruir todo. Eres como ellos - le señaló - eres el jefe, todo gira en torno a ti y si algo no quieres que salga como quieres, creas una puta conspiración contra el que lo quiere hacer diferente.

- Has hecho que 30 años de mi vida se vayan a la mierda. - le dio un manotazo al dedo acusador y elevó la voz. - ¡Cómo no voy a acabar con una persona que me jode la vida como lo has hecho tú!

- Yo no lo hice. Me uní a él. - le dedicó una mirada de loco con los ojos muy abiertos y empezó a ignorarle. Habló en voz muy alta, para todos los que estaban en la sala. - ¡Nunca destruyan al destructor! ¡Síganle la corriente, o acabarán mal! ¡La prueba está en esta sala! ¡Señores, la señorita mentiras va a poner la bomba en funcionamiento y va a explicarlo todo!

Emma dio unos pasos hacia delante. Se secó las lágrimas e intentó que la voz no tuviera muchos altibajos.

- La bomba se conecta a este aparato. Es un generador de corriente que funciona a través de un campo magnético. Hay que esperar unos quince minutos para que el oro reaccione al campo magnético, se fusione con los plomos y con el cableado para...

- Si, muy bien, en realidad solo quería ver si lo que nos traes hoy, querida azafata de vuelo, es de buena calidad. - le dio dos palmaditas en la cabeza.

- Mateu. Te lo digo por última vez, para esto. - intervino Sagres.

- ¡Asume de una puta vez que soy tu experimento fallido, que te carcome la culpa o cállate y enciérrate en una cueva de Siberia para siempre! - habló con la extenuación de a quien le están torturando.

La mirada de Sagres se volvió negra, pesarosa. El gesto, amargo. Emma pidió que le quitaran las esposas para comprobar la presión de la máquina.

- ¡Estoy yo, en el dia en el que ha aparecido un milagro en esta sala, en esta ciudad, como para aguantar a otra rata más que no ha querido velar por mi felicidad! -gritó, hablando consigo mismo. - ¡Aunque pusiera en jaque todo! ¡Claro! ¡Ni un poco de comprensión por alguien que solo necesita empatía! ¡Apoyo!

Pasaron los 15 minutos entre gritos y gritos de Matt, que parecía estar en el escenario haciendo un monólogo. Cuando escuchó a la máquina haciendo ruidos el silencio fue sepulcral.

- ¿Ya? - miró a Emma. Ella asintió lentamente.

Él cogió la bomba como con el cuidado de quien coge un bebe, de apariencia como un misil pesado, y gritó que rompieran una de las ventanas del mirador. Desde allí se veía toda la ciudad y más allá del desierto arábico. El sol empezaba a ponerse, y Mateu Oliver dio unos pasos hacia delante, hasta estar en frente de la ventana rota.

Puso el misil boca abajo y estiró las manos, de tal manera que quedó colgando en ellas sobre los pies del edificio. Llenó su pecho de aire y sintió que la cocaína seguía en sus venas, proprocionándole una excitación inigualable con ningún deporte extremo. Cerró los ojos y los volvió a abrir viendo el panorama.

Emma no dejaba de prestar atención a la bomba.

40 segundos.

Matt miró a Kraus, que estaba serio. Él le devuelve la sonrisa, pero solo dura unos segundos. Matt volvió a mirar hacia delante.

30 segundos.

Sagres se acercó a Matt lentamente, con la conversación en su cabeza y el monólogo de Matt taladreándole continuamente.

20 segundos

Sagres se acercó a pocos metros de Matt. Emma se da cuenta de lo que pretende hacer y se mueve unos metros, como imitándole. Gritó un "No" que se escuchó por todo el edificio. Le hacen que se calle y la inmovilizan.

10 segundos.

Sagres le quitó la bomba de las manos y corrió con grandes zancadas hacia las escaleras del Burj Khalifa. Emma volvió a correr hacia Matt para empujarle por el ventanal, pero el chico salió corriendo hacia su bomba. La chica llegó a agarrarle durante unos segundos en los que forcejearon brevemente, pero Matt se deshizo de ella por las tener las manos atadas y temblorosas.

En esos diez segundos Sagres llegó al piso 159 del edificio, y la bomba explotó, de tal manera que Sagres se convirtió en oro, al igual que los pisos 160, 161, 162...

Y el suelo del 163.

El sonido de la explosión fue desgarrador. No tenía ni la más mínima apariencia de una dinamita con pólvora. El sonido daba a entender que el oro alquímico se había pegado a todo lo que encontraba a través de una radiación muy potente, pero nada que ver con la destrucción de una bomba normal. Durante varios segundos hubo un ruido horrible en el que los oídos de los que estaban en el edificio sufrieron una sordera que duró minutos.

Cuando todo hubo terminado, Emma se levantó del suelo, escuchando las los quejidos y lloros de los soldados de Sagres que habían escogido apoyar a Mateu hasta el final.

Comprobó sus pies. Estaban intactos. El suelo del piso 163 se había vuelto completamente de oro, y cuando levantó la cabeza, se percató que los pies de los soldados también. Los cuatro que habían sufrido las consecuencias de estar en el momento y lugar inadecuados gritaban, aterrados y doloridos por sus pies convertidos en la piedra preciosa.

Se movió por la sala a duras penas, en shock por la detonación y la carga emocional que arrastraba de antes. Intentó no mirar a los ojos de los soldados que intentaban moverse, sin éxito, con los pies totalmente encajados en el suelo del piso más alto del Burj Khalifa.

Se dirigió a las escaleras y vio a Matt con un pie de la misma manera, con los ojos cerrados y sollozando por la detonación. El otro pie se había salvado. Pasó a su lado, pero Matt no se dio cuenta o no quiso hacerla caso, porque la chica intentó hacer contacto visual con él, sin éxito. El chico estaba demasiado asustado y absorto en su miedo como para abrir los ojos.

Bajó las escaleras. Pasó la mano por la barandilla con cuidado. Se encontró el rellano y los pisos recubiertos completamente de oro. En el 159 encontró a Miguel Ángel Sagres.

O más bien, lo que quedaba de él: una estatua de oro que parecía que abrazaba algo, como algunos trozos de latón. Su rostro estaba perfectamente esculpido. Ni el propio Miguel Ángel del renacimiento podría haber hecho una obra tan realista. Y es que lo era tanto por el hecho de que la carne, la célula humana, se había vuelto piedra. Piedra brillante.

Oro.

Le pasó la mano por el cabello, y acto seguido por la ropa. Después por los labios y las cejas. No dejaba de parecerle bello, fascinante, hasta tal punto de tener que tocarlo para creer que algo así podría ocurrir de verdad. Tenía la certeza, los libros lo escribían, hasta tenía ciertos recuerdos de la alquimia puesta en práctica en personas cuando era pequeña. Pero ver una obra completa, natural, aun con lo que significaba, era digno del museo donde se expusiesen las creaciones artísticas más importantes.

Pero sin duda también era dramático, y el oro otorgaba una sensación turbia de muerte agonizante que de ninguna otra manera podría haber dado una caída o mutilación de la cabeza.

Sin embargo, aquellos soldados y, por supuesto, Mateu Oliver, tendrían que salir de allí con un pie o los dos mutilados.

Emma volvió a subir las escaleras con calma y por fin pudo establecer contacto visual con Matt, que la miraba hiperventilando, con los ojos entrecerrados, como si hubiera hecho una maratón.

- Quiero llorar, Emma. No puedo. No me salen las lágrimas. ¿Por qué no me salen?

Ella le miró con pena. Bajó la cabeza y subió con pesadumbre para ponerse a su altura, pero con una calma que ocultaba la montaña rusa de emociones, en honor a su procedencia. Se sentó en el escalón donde tenía el pie incrustado en el suelo dorado.

- Emma. - sollozó. - Haz algo, por favor. Ayúdame.

- Nadie puede ayudarte. Nunca te has dejado.

- Por favor. Yo no quería esto.

- Yo tampoco. Puse un explosivo con temporizador en la bomba de oro para que te explotase en la cara y tú y yo no tuviéramos que preocuparnos por esta mierda de vida que nos ha tocado. Me dio luz verde Sagres. Él también quería que todo acabase. Pero estaba ahí, y cogió la bomba en el último momento, parece. - rió. - Nunca le entendí. Era como tú. Por eso os admiro tanto. El misterio de lo que escondéis ahí dentro es...

No acabó.

- Está muerto, ¿no?

- Cumplió su sueño. Sus aspiraciones. Y sus deudas contigo, supongo. Lo que  querías desde el principio. Matarle.

- Yo no quería matarle.

- Quieres matar a todo el mundo que no te hace caso. Tu le pediste que asumiese su culpa, y se suicidó para salvarte. - se levantó. - Yo soy ahora la que te pide que asumas lo que eres.

- Haz algo, Emma, por favor. No quiero perder el pie. No avises a nadie. Dame una oportunidad para irme sin que vengan.

Ella suspiró y negó con la cabeza.

- Deberías haber saltado en el momento adecuado. Igual si no te hubiera agarrado para tirarte por el ventanal estarías como él. - dejó escapar una pequeña risa y le miró con cariño, cansada.

Se acercó a su boca para besarle, pero él intentó rechazarla, sin éxito. Finalmente se besaron.

- Te amo, Matt. Ojalá te hubiera querido.

El chico empezó a llorar cuando vio que la chica se daba la vuelta y bajaba las escaleras, dejándole ahí a su suerte, esperando a que llegase Dalia con un pelotón de fusilamiento para acabar con su vida de una vez.

Escuchó unos gritos muy fuertes detrás de él y varios disparos, provenientes del piso 163. Poco después apareció un Kraus con una pierna chorreando sangre, con el pie mutilado a base de balazos de fusil.

- ¿Qué has hecho? - dijo un horrorizado Mateu. - ¡Te vas a desangrar, joder!

- He tenido suerte que la explosión me ha pillado cayéndome. Y no voy a pasar lo que me queda de la mierda de vida que llevo con un trozo de piedra a cuestas.

- ¿Y piensas que yo tampoco quiero?

Empezó a poner pequeños explosivos alredededor del pie dorado de Matt.

- ¿Me has escuchado idiota? ¡Eh!

Los explosivos se detonaron y el pie de Matt, junto con un trozo del escalón del Burj Khalifa, se desprendieron del edificio. Matt, bajando la escaleras con lentitud, se topó con la escultura de Sagres.

Se quedó allí, inmóvil, como si su figura carcomida por el oro fuera una barrera para continuar bajando las escaleras. Kraus le apuntó con el arma, dándole a entender que su cadáver lo conocerían los gusanos bajo tierra si no continuaban hacia delante y salían de allí.

Ambos salieron del edificio cojeando ante la mirada incrédula de la multitud.

Kraus recibió atención médica urgente, y Matt echó un último vistazo al Burj Khalifa antes de volverse a montar en uno de esos vehículos blindados del ejército del que ahora era dueño.

Allí quedaban sus sueños y los de su hermano mayor.

Su segundo padre.

Su maestro.

Las culpas y las redenciones, las declaraciones de amor respondiendo al odio.

Mateu Oliver no había muerto allí, pero una parte de él había quedado en aquellas ruinas doradas, junto con el hombre con más dinero y poder del mundo. El Burj Khalifa, uno de los edificios menos humildes en altura, pareció ofrecerle una reflexión durante muchos años.

Los milagros solo les ocurren a los creyentes, y él nunca llegó a serlo.

Miguel Ángel Sagres siempre creyó en él.





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