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22. Convertir la mentira en verdad

Cuando un país está dominado por el miedo, sus edificios más emblemáticos, lugar de reunión y culto de una nación, esta vacío. Los perpetuadores del miedo suelen ser los que llenen esos sitios con su propia presencia, con la intención de ocultar lo evidente. Tailandia ha vivido fuertes represiones, pero ninguna como aquella: la que todos intuyen pero ninguno sabe a ciencia cierta. El primer ministro estaba en su lugar de siempre, en su puesto de poder; la prensa y los propios asaltantes de la casa de gobierno habían dado por zanjado el asunto, es decir, la organización internacional de inteligencia había llegado a un acuerdo con ellos. Ellos solo servirían como consejeros para que el futuro de Tailandia fuera el mejor, siempre y cuando ellos tuvieran los bolsillos llenos de impuestos.

Al planear aquello Sagres se lo había dejado muy claro a Matt. El próximo paso era incorporar toda la economía de un país a su blockchain a través de las mafias. No había mejor oportunidad que esa y que Ken Hachiro le hubiera proporcionado contactos a cambio de poner a prueba al chico. El incidente en el barco no había salido del todo como él hubiera esperado, pero la piscopatía de Mateu era, irónicamente, intuitiva. Y por una vez, Miguel Ángel había pensado como Sagres y sí, había acertado. Pero él no era de los que, de averiguar la verdad, elevaba su persona a un plano místico.

Ahora Tailandia intuía que su presidente actuaba a las órdenes de Mateu Oliver, la cabeza más visible, por mucho, de aquello que llamaban el caso Sagres. Lo mínimo que decían de él es que era un terrorista y mandaba en cientos de organizaciones criminales. Pero dar con él, arrestarle, era tarea imposible si no querían que estallase un conflicto en medio mundo. Y solo los dragones Güell eran los únicos que se atrevían a poner la mano en el fuego de que ese chico era igual o más peligroso que Miguel Ángel Sagres, en principio, persona física. Sus palabras estaban vacías de pruebas en las que apoyarse: todo parecía una especie de credo sin mucho sentido que cada vez era más confuso, teniendo en cuenta que Mateu solía colaborar con Dalia y Ken Hachiro en el pasado.

Las cadenas de televisión eran el único punto de encuentro entre tanta tensión e incertidumbre para los tailandeses, en los que se emitían programas especiales con tertulianos especializados en  inteligencia internacional y desarticulación de células terroristas. Todos coincidían en que la autoridad de Tailandia había sido reforzada en sus competencias durante los últimos años; había menos corrupción a pequeña escala, mejor nivel de vida. Lo que no contaban era con la inevitable tentación egoísta del ser humano.

Y como decía Skarrev, Sagres era el egoísmo encarnado en una persona. Si llegaba una oferta suya, negociasen o no, probablemente acabarían aceptándola.

Y los cuerpos de policía tailandeses, al igual que toda la política del país, aceptaron ser dirigidos por un chaval de 22 años que tenía un pie en el otro barrio: muchos del entorno de Sagres sabían que si no acababa como su padre, se llevaría un tiro por el karma de a tantos a los que se había cargado desde que había recalado en sus filas.

De momento seguía llenando el vacío del miedo con amor. Con amor y negocios. No iba a elegir una tailandesa normal para casarse con ella. Debía ser poderosa, con dinero y, por supuesto, amante del arte. Todos esos atributos los había visto en Noe, una chica con una cabellera de la que le colgaban finos hilos de colores oro y plata. Solo con mirar su pelo los ojos de Matt se iluminaban, recordando el brillo de los metales preciosos más codiciados por el ser humano. El poder lo poseía su linaje familiar de empresarios de élite y banqueros: en especial su padre, uno de los socios más importantes de Sagres y de los primeros en entrar en su intrincado sistema de seguridad económico.

Profesor de finanzas por vocación, se hizo muy multimillonario gracias a ello. Sobre todo a la moneda virtual que fundó, el salmocoin, y la gran variedad de NFTs que había puesto a la venta. Los grandes expertos empezaron a describir el fenómeno de la familia Salmo como un museo virtual de NFTs, que esencialmente eran imágenes virtuales con un valor intrínseco dentro de un servidor blockchain. Es decir, el blockchain de Sagres, en el que el socio generaba millones y millones de euros casi al minuto.

Se podía entender entonces que Noe Salmo era una enamorada del arte. Del arte de hacer dinero a costa de ello, claro. Y Matt había dado por supuesto lo primero de la misma forma que lo había hecho creyendo que su pelo estaba hecho de oro y plata. En una de sus citas, una un poco más apurada por los quehaceres de Mateu como político en las sombras, ambos acabaron en la galería de arte nacional, en Bangkok, paseando con parsimonia solos en todo el edificio, delante de cuadros sin ningun interés aparente para ambos. Noe iba delante, deteniéndose cinco segundos casi al contado para observar acuarelas con paisajes y escenarios tipicamente asiáticos. Matt apenas quitaba la mirada de su pelo, hipnotizado.

Ya en la cafetería, completamente sola, Matt se dirigió a ella para preguntarle que deseaba tomar. En la cabeza de Matt la situación era completamente romántica. La realidad es que el lugar estaba abandonado por una buena razón y aquella era una de las pocas veces que se había dirigido a la chica durante toda la "cita". A ella no se la notaba cómoda, y en realidad se preguntaba por qué había accedido a verse con ese chico cuando se lo había pedido su padre.

Ambos se sentaron en una mesa a tomar café.

- Bueno. - dijo Matt en inglés para activar la situación, muerta desde que habían entrado. La chica era de Seattle. El silencio le siguió durante unos segundos. - ¿Te ha gustado? No te acostumbres.

- Es bonito. Nada especial, si me lo permites.

- Por eso digo, no te acostumbres.

- No... ¿me acostumbro? - le miró como si fuera un degenerado, acertando en sus cábalas.

- No. - dijo con un gesto de emoción que la chica no entendía de dónde lo había sacado. Acabó con un tono de orgullo. - Es la segunda sorpresa que te quiero dar hoy.

La televisión de la cafetería estaba encendida para aliviar la tensión y el silencio sepulcrar de aquel museo convertido en tumba. Matt fijó un momento la vista y reconoció a Dalia dando una rueda de prensa en la calle. Apenas se fijó en los detalles de lo que decía, pero se dio cuenta de que detrás de ella estaba su padre y Emma Yakolev.

Vivos.

Se levantó del asiento con premura, dejando a la chica más extrañada e incómoda todavía, mientras buscaba el mando de la televisión en la barra del bar. Subió el volumen.

- Mi padre, Ken Hachiro, no pertenece a su entorno ni ha tenido contacto alguno con Sagres. Eso son fake news difundidas por medios que pertenecen a poderes financieros que sí son amigables con Sagres. Tenemos las sospechas de que Sagres utiliza blockchains con socios de estas élites y tecnología con información que solo unos pocos militares americanos o ingenieros chinos podrían descodificar.

El problema era que incluso ellos estaban implicados en aquel proyecto informático.

- ¿Por qué no lo descodifican, entonces? - preguntó una periodista.

- Porque incluso ellos podrían estar implicados en el modus operandi.

- ¿Y Mateu Oliver, señorita Hachiro? ¿Que papel tiene en todo ese proyecto informático de Sagres? Desde que dejó los operativos Güell no ha hecho ninguna declaración.

- Mateu Oliver es un simple peón. La interminable lista de nombres que han aparecido hasta ahora son solo peones. No merece la pena hablar de él.

El chico tiró el mando a la tele y rompió la pantalla tras un grito. Tras ello, sacó de allí a Noe, insistente en marcharse por unos asuntos que atender lejos de allí. Matt la retuvo durante unos minutos, adulándola por su paciencia y disculpándose si le había parecido una visita aburrida, con la misma cortesía de la de un babuino en epoca de apareamiento. La realidad es que él le había parecido aburrido y con un aire muy perturbador a la hora de dirigirse a ella, y lo que tenía que hacer lejos de allí probablemente sería entrar a la selva y quedarse en un tronco sentada, porque en Tailandia sobraba su presencia.

Diecisiete explosivos se detonaron dentro de la galería nacional de arte de Tailandia, lo que hizo que se derrumbase y el fuego apareciese en medio de las vigas. Matt, riendo a carcajadas y vitoreando, se acercó a los escombros con la chica, a la que ofreció su mano caballerosamente para invitarla a resguardarse del frio entre ellos. La chica observó el escenario con terror, le dirigió una última mirada de rechazo a Mateu y se largó de allí sin decir nada. Matt se siguió riendo, con el simple pensamiento de que no era la adecuada.

Había preparado aquel espectáculo para recrearse en lo bonito de la destrucción del valor, que hace de más otro: el de ellos. Si no entendía lo que era el símbolo de aquello, si solo se quedaba en mirar las ruinas polvorientas y los lienzos ardiendo, no merecía la pena intentar conseguir una compañera como ella.

Se sentó en un escombro grande, mientras sonaban sirenas de bomberos a lo lejos. Cogió una piedra y la tiró con fuerza, intentando soltar la frustración del rechazo de Noe, mientras intentaba recrearse en su propio valor como persona. La pregunta inicial, la que había dado inicio a su "cita" había sido ¿Quién llevaría a un museo tradicional, con lienzos de siglos, a la chica con la mayor galería de NFTS del mundo?

Solo alguien que quisiera cagarla o triunfar. Todo o nada. Un jugador, con todas las letras de la palabra.

La pregunta que continuó, y que describió a la perfección la respuesta a esa primera pregunta, fue: ¿Quién destruiría un museo por una mujer?

Él. Acompañado del mejor artificiero que Sagres tenía en sus filas para operaciones accidentadas. El último de sus filas, para ser exactos. Le había llamado tan pocas veces y era tan insignificante en su círculo que sus confesiones habian sido letales: más de una vez había fantaseado con explotar alguna de las casas o edificios que adquiría Sagres a lo ancho del mundo. Normalmente le llamaba para que hablara con algún ingeniero sobre la nueva casa adosada en una urbanización de millonarios cerca de algún lugar idílico como un pueblo suizo.

El hombre, calvo y gigante, con barba frondosa, se acercó vitoreando con mucha más intensidad que Matt. Sus gritos continuaron incluso cuando se estuvo a pocos metros de él, cogiendo trozos de escombro y tirándolos como loco hacia todas partes. A diferencia de Matt, que en unos minutos su humor había cambiado hasta estar casi en el máximo punto de drogado, él continuó con sus risas escandalosas.

- ¡Cállate joder! - exclamó Matt de un momento a otro. El artificiero, provisto de un mono naranja y una camisa blanca de tirantes debajo, le miró un momento sorprendido. Seguidamente continuó riendo.

- ¡Ahora es piedra Matt! ¡Piedra y tela ardiendo! ¡Como arde la pintura!

- ¡No ha funcionado, Kraus! Tienes la cabeza de un garbanzo.

Kraus, en un intento por entender a su compañero, dejó de reir y se sentó a su lado, dejando de lado la risa progresivamente. Le miró, incómodo por el silencio. Volvió a reir de la nada.

- ¡Los elefantes! ¡Los elefantes!

Matt empezó a reirse, imaginando en su desetabilizada cordura lo que querría decir Kraus, esperando con impaciencia lo que iba a decir.

- ¡Explotamos las tiendas de campaña de los espectáculos! ¡Y los elefantes se vuelven locos!

- Se ha ido, Kraus. - recobró la razón. Empezó a reirse sin ningún motivo aun así. - ¿Le hubiera gustado nuestro espectáculo?

- ¡Los nuevos domadores de elefantes!

En menos de tres horas ya había elefantes, leones y chimpancés por todo Bangkok. El ruso no se había cambiado de ropa para la ocasión, pero Matt se había puesto ropa de Gucci hasta el punto de llevar hasta la gorra de la marca puesta. Allí, paseando por una de las avenidas principales de la ciudad, iba encima de un elefante aparentemente tranquilo por los coches y la gente, ya acostumbrado. Con las gafas y la riñonera daba la impresión de ser un turista de esa generación de raperos que habían triunfado en la industria del rap y el reggaeton. Si se sumaba al cuadro el fusil que llevaba entre los brazos, un narcotraficante.

La policía no descansaba persiguiéndoles, sin darse cuenta que ese chaval que no dejaba de crear situaciones vandálicas por toda la ciudad era la persona que dirigía todas y cada una de las decisiones del gobernador. Y mientras tanto, ambos hablaban fumando cristal planeando más y más como destruirlo todo mientras se destruian a ellos mismos. El despacho del presidente también quedaba a menido destrozado y sucio por las noches y noches en las que Matt y los terroristas bebían, se drogaban y traían mujeres balinesas.

Solo ellos, el poder de un gobierno destruido por completo y la luz de la luna tailandesa sobre ellos. No había techo porque Kraus había querido aparcar un helicóptero allí sin tener todas las facultades con él.

- Cuando venga la de la limpieza se va a cagar. - rompió el hielo una vez más Matt, mientras se acababa el Whiskey japonés. Se acomodó en el sofá más de lo que estaba. Kraus se rió. No se veía nada en la estancia de la abundante oscuridad que había.

Matt miró el vaso. Nunca hablaban de cosas realmente serias. Solo cuando Matt andaba borracho o fumaba lo suficiente salía de él un gran afán por ahondar en sus pensamientos y compartirlos con Kraus. En el fondo quería saber su opinión, pero también sabía que Kraus no tenía opiniones. Las cosas para él, y cada vez más para Matt, no tenían ninguna dimensión más que la que es: la material.

- Por eso explotas cosas. - siguió el chico. - Porque te da igual que alguien lo reconstruya.

Kraus asintió.

- Explota. Y ya está. Ya no está.

- Pareces un mago. - rió.

- Estaría bien.

- Supongo que los que nos empeñamos en que las cosas cambien... siempre queremos creer en la magia y cosas así. Cuando me contaron toda esa mierda de que Sagres quería convertir un país entero en oro no me lo creí.

- Dificil creer algo así.

- Luego vi la alquimia con mis propios ojos y... dios. - se quedó pensando con un último suspiro al exclamar aquello último. - Entonces me di cuenta que era posible.

- Lo importante es si quieres que lo sea.

Alzó la mirada y le miró fijamente.

- Es imposible. Luego me di cuenta de que era todo mentira.

- Eso no significa que sea imposible. No hay nada imposible de explotar.

Matt se levantó lentamente y se acercó a la butaca de su compañero con mucha calma, sin dejar de tener contacto visual con él. Puso una rodilla en el suelo, como si fuera a ser nombrado caballero, y se acercó a su oreja. Susurró.

- Trabajaste con él, ¿no?

Hizo una pausa, y el silencio del ruso confirmó las sospechas de Mateu Oliver.

- ¿Podrías? - dijo con la voz temblorosa, algo más alto. Poco a poco empezó a temblar por todo el cuerpo.

Se levantó ante el nuevo silencio de Kraus, que sonreía, victorioso por la felicidad de su compañero. Le temblaban las piernas como a un flan, al igual que su sonrisa, que discutía con su rostro de asombro ante la ilusionante idea a la que había llegado la primera conversación con sentido que había tenido con Kraus.

Pegó un aullido de euforia que solo un hombre lobo podría haber hecho con la luna llena que alumbraba el despacho sin techo del presidente tailandés. Un aullido que empezó siendo un llamamiento a su pasado, a lo que él había rechazado y con lo que se volvería a encontrar para cumplir el sueño de su vida. El sueño que le habían quitado los dragones Güell y Sagres. El sueño que estuvo a punto de conseguir en Roma de no ser por su intervención en un momento de debilidad, de no ser por una mentira, de no ser por un maniqueísmo rancio entre el bien y el mal.

Solo le podía quitar el sueño aquella idea, convertida en un mismo sueño, que había despertado después de un profundo letargo y mucha droga consumida en los últimos meses para el chico. Solo le faltaba eso para tenerlo todo: convertir la mentira en verdad.

Y la mentirosa iba a ser la clave de su nueva verdad.

El presidente fue sorprendido por Matt a primera hora de la mañana para mandar a todo el ejército nacional peinar hasta el último metro cuadrado de la red de alcantarillado de Bangkok para buscar un collar con un copo de nieve dorado. Ante la respuesta de "es imposible" del presidente, Matt respondió con lo mismo que su "musa" de las locuras.

- No hay nada imposible de explotar.

Una vez que el presidente hizo un par de llamadas le quitó la magnum de la cabeza, dejándole claro que si hacía falta le obligaría a meterse en el inodoro de un puticlub para seguir el rastro. No fue imposible, pero se tuvo que tardar cuatro semanas en conseguir encontrar el condenado copo con el oro alquímico, presumiblemente, entre mierda.

Eso no impidió que Matt se la pusiera en la cara a Kraus mientras le empujaba y se le encaraba, interrumpiendo la segunda comida que hacía en la cafetería de la casa de gobierno. A pesar de que Kraus era notablemente más grande y fuerte, no se lo pensó un momento para amenazar al que se había convertido en su amigo.

- ¡Esto ha estado entre mierda! ¡Entre mierda! ¿Y ahora lo vas a mandar otra vez a la mierda?

- Me preguntaste si trabajé con él. Y sí, lo hice. Por algo son alquimistas, Matt: ellos son los únicos que pueden "cocinarlo".

- No me jodas, Kraus. ¡No me jodas! - se apartó y tiró al suelo todas las bandejas con comida, cubiertos y recipientes que vio, rompiéndose en el acto. - ¡Las recetas - se volvió a dirigir a él - se reproducen! ¡Joder!

Kraus le dio un mordisco a una manzana. No había perdido la compostura en ningún momento, al contrario que Mateu.

- No lo entiendes. Ese trozo de oro no es normal. Yo he visto con mis propios ojos como Aleksei le hablaba mientras se estiraba como un chicle. Intenté robarlo, imitarle, pero no conseguí nada.

Matt observó como se terminaba la manzana, en silencio, con el rostro hundido, esperando el momento adecuado para acabar con la vida de Kraus y asi cumplir sus anhelos. En lugar de eso le tiró lo que le quedaba de manzana de un manotazo y volvió a encararsele, pero esta vez susurrándole.

- Ella el oro. Tú la bomba. ¿Cierto?

- Sí.

Los días se sucedieron rápido tras una rueda de prensa en la que televisiones de todo el mundo grabaron como Mateu Oliver, colgante en el cuello, hacía sus primeras declaraciones sobre lo ocurrido en Roma y las acusaciones de colaborar en los planes de Sagres. El chico se dedicó a negarlo todo, a señalar a los dragones Güell de colaborar con él y no tener más remedio que sacrificar al único miembro de la organización que se disponía a combatirle de verdad. Una mentira más en aquella historia que había comenzado por ellas. No hacía daño a nadie, pero hacía tiempo que Mateu ya no hacía daño por el engaño, si no por la muerte.

Cinco días después Emma Yakolev llamaba a la casa de gobierno tailandesa, hiperventilando por su preciado tesoro familiar. Kraus le contestaba lo que le había dicho Matt, que si no venía a por él, Matt lo devolvería a las aguas residuales.

- Kraus, por favor. No me hagas hacerlo.

- En las guerras me luzco, Emma. Ya era hora de que hubiera acción.

- Me alegro de volver a escucharte.

Las últimas palabras a su enemigo fueron, supuestamente, de alegría, pero Emma no dudó en mandar a todo el ejército ruso a Bangkok. 50 aviones de carga pesados, derivados de los AC130, volvieron a los alrededores de Vietnam como sus primos lejanos en aquella guerra para el recuerdo. Rusia le declaraba la guerra a Tailandia sin que el gobernador ni si quiera se enterase. Consiguió reconocerlo cuando se asomó a la ventana de su pobre apartamento alquilado escuchando fusiles y explosiones.

Empezó una masacre en la capital. Mateu vigilaba las filas de sus soldados con la seriedad de un ex general que se enfrentaba a su pasado de trajes de camuflaje blancos. Pero esta vez le tocaba ir de camuflaje verde y negro, como en un partido de fútbol. Eran los locales, pero no partían con ventaja. Rusia siempre fue mejor, a pesar de que las condiciones de su ejército fueran peores. A él le daba igual ganar o perder aquella guerrilla.

Emma, entre el caos en la zona norte de la ciudad, fue a la casa del gobierno escoltada, con el objetivo de buscar a Matt, sin éxito. Un grupo de los terroristas la quiso dar caza y arrinconarla, pero fue lo suficientemente rápida para cruzar el jardin de la casa antes de que un misil de un tanque les alcanzase.

Continuó calle abajo y vio como Matt apuñalaba en el cuello, con un machete, a un soldado ruso que reptaba por el suelo, con las piernas tiroteadas. Ella se abalanzó hacia él, también enarbolando un machete. Poco duró el enfrentamiento porque algún soldado de sus respectivos bandos empezó a disparar en su dirección y se tuvieron que cubrir en una pared colindante.

Matt ganó el forcejeó a pesar de que Emma no dejaba de intentar apuñarle, sin ningún tipo de estrategia cuerpo a cuerpo, simplemente motivada por sus emociones, mientras no dejaba de repetir que se muriese ya. Él la tumbó sobre el suelo con las manos hacia atrás y la susurró en el oído, canturreando.

- Hola, mentirosa. - habló seguidamente por su radio. - Geolocalización. Ya. Nos vamos. ¡Va, va, va!

Un helicóptero bajó tras unos minutos en los que la pareja estuvieron escondidos, en silencio. Emma no dejaba de llorar por la impotencia y Matt no dejaba de regodearse con risas. Una vez llegaron a las afueras del país y tomaron un avión, salieron a la luz todo lo que no se habían podido decir desde que le dejó sangrando en aquella azotea.

- Menuda decepción. - le dijo, obligándola a que le mirase. Le enseñó el colgante. - Asi que el chino no quería que vinieses aquí con todo tu ejército, general, para quitarme esto. Tengo vagos recuerdos de todo, ya sabes, pero de lo que si me acuerdo es de que era un puto hipócrita. Con que los asuntos personales eran importantes para el grupo, ¿no? Qué facil es mandar desde fuera. Ahora se da cuenta de lo dificil que es pararle los pies a gente como tú. Egoístas.

- Mírate antes de decirle egoísta a Ken o a mi.

- Egoístas, mediocres, hipócritas, sabandijas. Puedo decir muchas cosas mirándome a mi y a vosotros. Somos lo mismo. - se rió. Quiso besarla, pero ella giró la cabeza.

- Oh. Que tierno. He herido sus sentimientos, Kraus. Traedla su oso de peluche para que lo abrace. Ojalá verte llorando más en su hombro.

- Qué quieres de mi.

Se volvió de nuevo hacia ella.

- Espero que papá te haya enseñado a "cocinar".


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