18. Cobarde
Mateu aprendió a ver quién se escondía detrás de su nombre y sus apellidos. Hasta el momento en el que comía dormía y bebía en aquel oasis del desierto solo había aprendido a ver lo que representaban sus apellidos. Ni si quiera conociéndole en la fría Rusia había podido cambiar su percepción sobre él: un icono.
Un símbolo.
Eso mismo le dijo en una de sus charlas rutinarias antes de una reunión en Sidney para conseguir el control de una franquicia de casas de apuestas deportivas que iba a operar en Dubai próximamente.
- El dinero solo es un trámite. Un trámite para conseguir lo más preciado que puede darte la vida. Ser para siempre. Que muerto o asesinado, rico o pobre, seas lo primero que se le pase a la cabeza a cualquier persona. El icono del pecado humano.
Miguel Ángel Sagres cada vez demostraba más que su poca humanidad era, cuanto menos, humana. Al fin y al cabo, el pecado, que era esa compilación de actos inmorales del ser humano, era propiamente humano y de nada o nadie más. Y Sagres no pretendía ser solo un hombre más en el mundo. Quería ser "eso" y no "ese". El pecado representado en un hombre, como decía Skarrev.
Y Matt, a base de compartir momentos con él, podía vislumbrar ciertos rayos de luz en su ciega oscuridad sobre la figura de su antiguo enemigo. Sagres no pretendía ser solo un hombre, pero en realidad lo era, y no dejaría de serlo. Su verdadera esencia, el verdadero Sagres, era un empresario normal, con una gran ambición, miraba quizás por encima del hombro pero con cierta empatía incluso.
No mentía cuando le decía a Matt que siempre buscaba el beneficio mutuo. El negocio. Pero su objetivo era que se le viese como el peor y más corrupto ser humano de la historia.
Mateu consiguió ver un piano en la recepción de un hotel, cerca de la ópera de la ciudad Australiana, y rememoró sus años practicando con las teclas, tocando una canción suave y lenta. Lejos quedaban ya los movimientos rápidos y precisos del hotel en Japón, cuando la era la enésima vez que algo les salía mal al trio que todo lo podía, aun teniendo muy poco a su favor. A pesar de demostrarlo, nadie creía en ellos. Y a Mateu le parecía una maldición de la que tenía culpa y que arrastraba inevitablemente con él.
Había empezado a tocar las teclas con el pulso algo tambaleante, y aunque en ese momento solo pretendía jugar con los sonidos sin ningún tipo de coherencia, acabó tocando los cuatro primeros acordes de una canción de hip hop que conocía. En su cabeza el rapero tampoco cantaba las barras: simplemente eran los cuatro acordes, siempre los mismos. Tocados una y otra vez. Cuatro acordes desgarradores. Con el paso del tiempo en la silla del piano, empezó a imaginarse la letra y a comprenderla. Los ojos se le llenaron de lágrimas, golpeó varias teclas más de una vez y sacó una bolsita de cocaína.
La abrió y echó parte de su contenido sobre la superficie del piano, de la forma más cuidadosa que le permitía su pulso. Trazó la raya con una tarjeta y puso la nariz en posición para hacer desaparecer el blanco de la droga como si de magia se tratara.
Justo entonces apareció un hombre de pelo negro y piel muy morena junto con una mujer de pelo blanco y alta, con un vestido de gala. El hombre se recolocó la americana y fue con paso firme y rápido hacia el chico, que vio como soplaba con todas sus fuerzas sobre el piano, cerca de la raya de cocaína, como si uno de los cerditos del cuento se escondiese entre los mecanismos del instrumento. Se abalanzó hacia Matt en cuanto vio que tenía intención de agredirle.
- ¿Que haces? - gritó furioso el afectado. Le pegó un puñetazo. Ambos forcejearon, pero el hombre moreno tenía un portento que le hacía superior en musculatura y peso que Matt.
Tras un rato, el hombre le consiguió inmovilizar en el suelo. Gritó.
- ¿Vas a parar ya?
En un momento en el que su contrincante bajó la guardia, Matt se revolvió hasta que consiguió sacar la pistola de su propia americana. Alargó el brazo y la recuperó de las frías baldosas; en un instante ya apuntaba a la pierna de él, pero lejos de advertirle o esperar a tener el control de la situación, le disparó dos tiros a bocajarro.
El otro volvió a gritar, pero esta vez de dolor, y Matt le puso la pistola en la sien. Le cogió del cuello y le susuró al oído.
- Son 200 euros Lluis.
- Matt. Tranquilo, por favor. - dijo la mujer.
- ¿Los pagas tú?
- Que coño te importa que sean 200 o 200 millones.
- No es por el dinero. - rió. Lo volvió a repetir en voz baja un par de veces para que lo oyese el otro.
- Lo acabas de pedir.
- Efectivamente. - puso una sonrisa de oreja a oreja. - Quiero mi dinero. Pero no es una cuestión de dinero. - volvió a reir con una fuerza sobrenatural, como si hubiese soltado el mejor chiste del mundo.
Tiró al hombre al suelo. Le llamó hijo de puta y se arrastró para apoyarse en una pared, respirando con dificultad por la presión que le hacía el dolor. Unos hombres de seguridad llegaron a la sala y apuntaron con sus táser a todos los hombres de la sala. Detrás de ellos estaba Sagres, que esperaba pacientemente a que sus escoltas se expusieran a los supuestos peligros que acechaban ahí, ante los disparos que habían escuchado.
Uno de ellos le apuntó y le dijo que soltase el arma. Matt disparó al piano al grito de "¡mi cocaína!" y acto seguido el de seguridad disparó el táser. La electricidad removió el pecho de Matt y circuló por todo su cuerpo como un camión entrando en las carreteras de una metrópolis. Por segunda vez esa noche, Matt se removió como un loco en el suelo, pero esta vez no pudo levantarse en muchas horas.
Sagres avanzó por la sala con los andares de un ganador, que en apenas unos minutos había sido testigo de sangre, balas, gritos, instrumentos de música dañados y dos caídos. Se acercó a la mujer y le dio un beso en los labios. Le dio las gracias y siguió hacia Lluis. Le acarició la cara y también le dio las gracias.
- Cuando vas a acabar con esa mierda de persona.
Él no respondió y se dirigió al susodicho. Le miró de pie, mientras él estaba boca arriba, con una sonrisa en sus labios, a pesar de haber recibido un disparo de miles de amperios.
- ¿Otra vez?
- Tiene suerte de que todavía me ponga cachondo que me metan descargas eléctricas. Yo solía...
- No me interesa tu vida íntima Matt. Piensa que se puede acabar si sigues consumiendo, eso para empezar.
No respondió. Se limitó a bajar la comisura de los labios poco a poco, hasta que sus ojos caídos y la mandíbula, ligeramente hacia fuera, reforzaron su aspecto rectilíneo. Sagres escudriñó ese cambio y rebajó su tono.
- Mañana te vas a a Bangkok para reunirte con el par de idiotas senadores de los que te hablé. Firmas con las condiciones que te dije, les das las cuentas, los contactos de los piratas del golfo y listo.
- He cambiado algunas de las condiciones. Te las envié al correo.
Sagres ya estaba camino de la salida. Al oir las palabras del chico frenó, se dio la vuelta y le miró con detenimiento.
- ¡Todo esto es por malcriarle, Mikel! ¡Mirale! ¡Parece un niño y tiene veintidos! ¡Deja de ser tan blando!
Sagres le dedicó una breve mirada a Lluis, pero en seguida volvió con Mateu. Se acercó de nuevo a él y se puso de cuclillas para estar más cerca el uno del otro. Miró al suelo para pensar como iniciar aquella conversación tan difícil.
- Supongo que sabes que el camello que te suministra es uno de mis empleados, ¿no? Y que le dije expresamente que te la vendiera.
- Sí. No ha sido dificil. También tengo mi gente para saberlo.
- ¿Por qué?
- ¿Por qué? ¿Por qué debería preguntármelo? No pretendas hacer de coach, soy consciente de que me estoy matando y de que me estas poniendo a prueba. Yo debería haber muerto en esa azotea, igual que debería haber muerto entre nieve.
- Entonces por qué no te metes un tiro.
- Porque eso no da placer.
- Estaba equivocado contigo entonces. No quieres un futuro.
El chico rió con fuerza de nuevo, la que le dejó los resquicios de la corriente eléctrica en su caja torácica.
- La cocaína no me va a quitar el futuro. En todo caso me lo acercará, si vivo sin levantar el acelerador.
Sagres volvió a mirar hacia abajo.
- Ya que estamos sincerándonos, vamos a hacer una cosa. Tu me cuentas algo que no sepa yo, y yo hago te cuento algo que no sepas tú. ¿Trato?
Lluis y la mujer a la que había besado escucharon esas palabras con un aire de impaciencia e incredulidad, sin estar muy convencidos de que Sagres le tuviera que dar mas bola a un chico que había perdido el norte en la vida casi desde que nació, y que el camino que había escogido tampoco se lo había puesto fácil. Ambos conocían a la perfección a Miguel Ángel, y por más que le habían dicho que Mateu Oliver no podría ser el hijo que nunca pudo tener y que no daba la talla para suplirle en ese futuro del que hablaba, Sagres sentía verdadera debilidad por la debilidad del chico.
Él lo veía como un don. Una fracción de lo que era Matt. Lluis y su mujer, una visión global. Matt asintió, pero no dijo nada, igual de sorprendido que los demás.
- Empieza tú. - dijo Sagres.
Matt no lo pensó.
- Hiciste mal en pensar que el copo dorado era falso.
Sagres no movió ni un músuculo ni derivó un solo milímetro de él al mirarle con sus ojos. Matt empezó a reirse durante un largo rato entre toses, observando la cara de póker de Sagres. Ni un experto en lenguaje no verbal habría sabido si estaba molesto por el comportamiento de su pupilo o si estaba más preocupado de que llegase su turno de palabra.
El movimiento de sus dedos, que se acariciaban con ansiedad, empezaron a denotar más lo segundo. Matt conseguía hacer, por su risa ascendente, que el acariciar de los dedos de su maestro cada vez fuera más débil, decreciente.
Cuando le tocó hablar lo hizo como si fuera a comunicar el fallecimiento de un familiar cercano.
- Tu padre murió de sobredosis un mes antes de que llegaras herido a Dubai.
La diferencia era que no lo era.
Matt dejó de reir progresivamente y solo tosió. Algo en él pareció tranquilizarse, puesto que estaba demasiado nervioso riéndose. De alguna manera aquello le había calmado, y el animal desbocado que representaba Mateu Oliver desde que salió de la camilla del hospital ahora lucía como una persona normal al que le acababa de impactar un cañón de electricidad.
Puso una expresión de indiferencia y giró la cabeza hacia la derecha. Volvió a emitir una risa pequeña, recordando la cara de Sagres al contarle lo del copo dorado. El gran multimillonario se volvió a poner de pie, negó con la cabeza, suspirando, y salió de la sala.
Horas después discutía con Lluis sobre Matt mientras su personal médico le quitaba las balas y le curaban las heridas.
- Trabaja bien, no le puedo dar por perdido así.
- ¡Se piensa que está muerto, ya le has oido!
- Que piense lo que quiera. El pensamiento autodestructivo también puede llevar a conseguir objetivos.
- ¿Objetivos?
- Antes de que los destruya, me refiero. Incluso la autodestrucción tiene un objetivo.
- Llevarse cosas con él, supongo.
Sagres le dirigió una mirada de complicidad.
- No, no. No me mires así. Te conozco lo suficiente como para saber que tienes a ese chico en un pedestal.
Miró las heridas de su compañero.
- Quizás me hago mayor y le he idealizado un poco. Angella tampoco lo ve con buenos ojos pero... - negó con la cabeza y se llevó una mano en la cara, cansado. - cuando la vida hace que te impliques tanto en la tuya, tienes que quitarte la idea de hacer una nueva.
- O implicarte en otras, también.
Respondió tarde, con una sonrisa de pena.
- No se puede tener todo. Incluso teniéndolo ya.
Sagres no solo veía en Matt al hijo que nunca pudo tener, si no también al compañero de negocios que murió por hacer el imbécil. Carlos Oliver siempre lo fue, sumado a un largo etcétera de descalificativos, resaltando el vago y el oportunista. Algo completamente diferente en su hijo de sangre, Mateu Oliver. Trabajador y comprometido. Imbécil, como su padre, eso sí. Bastante menos amable y servicial que su padre, eso también.
Quizás gracias a su madre había conseguido esa faceta de luchador e idealista que tanto le caracterizaba en los momentos difíciles, hasta que los veintidos años de vida que llevaba le habían llevado por el camino de ser tan imbecil como su padre. Sara, madre de Matt, fue al encuentro con Sagres en Dubai para dedicarle el último adiós a su ex marido. Un ex marido horrible como persona, pero una persona con la que había tenido un hijo.
Al día siguiente Matt no viajó a Bangkok. Llamó a Sagres y le pidió que le enseñase donde habían enterrado a su padre. Ambos fueron a una playa alejada de la ciudad, rodeada de rocas grandes, y Miguel Ángel le explicó que tiraron las cenizas de su padre entre las olas de aquella zona.
Matt se sentó en las rocas, pensativo, y Sagres le observó desde cerca, al igual que lo había hecho con su madre. Se le pasó por la cabeza que reflexionar en silencio fuera un ritual de la familia en funerales, porque madre e hijo habían hecho lo mismo.
- Pensaba que te daba igual tu padre.
- ¿Tinta de lo que fui? - respondió con la pregunta que le había estado haciendo él durante meses.
- Sangre de lo que eres.
Desde luego, pensó Sagres, tenía más similitudes con la familia Oliver de lo que él pensaba. Todo giraba en torno al símbolo y los rituales.
Al icono.
Horas después, el piano con el agujero de una bala clavada en él, volvía a sonar como si sangrara gracias a Mateu Oliver. Esta vez la letra volvía a sonar, con mucha más fuerza, en su cabeza.
Perdoname, pirate, parate y mirame, si soy mas difícil de ver
no puedes quedarte, dejame aparte,
o follame hasta no poder
lanzame, olvidame, lanzate, quitame y dame,
no nos pueden joder
si no necesito que me amen,
ya no soy él mismo de ayer
medicinal-mente alterado, el criminal apresado, subliminal en su estado
Rossi en el paddock
si estoy encerrado a saltar el vallado
verte de pie a mi lado, que nos habrá pasado,
oscuro y caro, querer a tus ojos claros,
vivo en su manzana
muero en sus bocados.
No tengo motivos para parar, tranquila mama voy a despegar,
22 negro y aposté al impar,
quiero vivir como un Rockstar
ya no esquivo si va a disparar
esto es estado de estilo estelar,
ya no me alegra ganar, si te hago daño no es aposta.
La ciudad donde vivo esta sucia, los gritos que pego no sacian,
la pasta es del que la negocia, esa perra ha gastado mi magia,
la rata murió por astucia,
al gato ya no le hace gracia,
él precio es perder a quien te aprecia, yo escribo acrobacias,
las llamadas no llegan, di lo que quieras después de escuchar la señal,
que mis heridas no queman, recuerda que las curaste con sal,
que la sangre se friega,
que en casa de herrero no hay para metal,
que no estabas ciega, pero todo lo veías mal,
oye ma' no seré como él,
aunque en mi sangre haya gente cobarde,
tranquila ma' cuidaré de Miguel,
no seré como mi padre,
me puso en la boca la miel, pensaba que no era tarde,
en mi casa hay un ángel,
y va disfrazado de mi madre.
No tengo motivos para parar, tranquila mama voy a despegar,
22 negro y aposté al impar, quiero vivir como un Rockstar,
ya no esquivo si va a disparar, esto es estado de estilo estelar,
ya no me alegra ganar,
si te hago daño no es aposta.
Lo siento.
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