13. El cuarto alquimista
El enigma de Darío Santoro fue revelado en el mismo momento y en el mismo lugar. Un italiano de 65 años, ilustrador de profesión pero también pintor de cuadros con pinturas acrílicas. Unas pinturas acrílicas cuanto menos sorprendentes.
Las yemas de los dedos de Matt no pudieron volver a sentir la textura metalizada de la magia alquímica. El protector del cuarto alquimista le había avisado de que si sus dedos se topaban con pintura fresca azul en alguno de los cuadros, había riesgo de que se materializase en oro. El estudio de Darío estaba ubicado en esa misma taberna, al otro lado de una puerta en el piso de abajo, donde estaban los baños del bar. El lugar parecía ser un cobertizo ataviado de cuadros brillantes, con oro seco en sus lienzos, y la madera de su alrededor también dorada, de un color más oscuro.
Al fondo, en la mesa del cobertizo, había cinco caballetes y una decena de frascos de pintura azul en el suelo. En el lienzo de los caballetes la pintura azul se iba volviendo oro seco muy poco a poco, como si serpenteara por los chorros que había dejado el pincel. El protector le había contado a grandes rasgos que la alquimia de los Santoro se centraba en utilizar una fórmula química concreta que agrupaba el oro de los Yakolev y la plata de los Hannes que reacciona al agua. Débora Hannes, alemana, había sido la última de la estirpe, y su muerte había sido obra de Mateu Oliver en Kazán.
Mientras el chico observaba atentamente hasta el último rincón del lugar, convertido en una especie de templo que, de ser descubierto, pasaría de ser un simple cobertizo de bar a un lugar donde todas las miradas se posarían, el protector del cuarto alquimista continuaba intentando encontrar una explicación a las relaciones entre alquimistas. El secreto de la alquimia seguía oculto: solo las fábulas y mitos habían hablado de ellas, pero la verdad se escondía en tradiciones familiares y fórmulas químicas con las que nadie más en la historia de la humanidad ha podido contar. Sagres, por algún motivo, había podido acceder a ellas y además llevarlo un paso más allá para utilizarlas y que su fortuna alcanzase un nivel inalcanzable para el resto de mortales.
Aunque intentaba que Matt debatiese con él sobre cómo Sagres había logrado desentrañar el secreto de los alquimistas o sobre los propios orígenes de la alquimia de los Santoro, el chico seguía embelesado con lo que veía. Cuando vio que todos sus intentos de hablar con él más de tres frases seguidas, le entregó la llave del cobertizo a modo de muestra de confianza. El trato seguía en pie, pero a Matt pensar en ello le traía los peores dolores de cabeza. Una vez más entraba en una espiral de soluciones que se pisoteaban entre ellas. Ahora tendría que poner en peligro, de nuevo, su integridad física con tal de lograr un objetivo loable.
- Aunque alejes a Darío de todo lo que tiene que ver con Sagres... sabes que él le seguirá buscando. Y le encontrará, esté donde esté.
Los recuerdos de Matt se pusieron a funcionar días después de que le enseñase el cobertizo. Había vuelto a entrar en él, y ahora estaba completamente solo, con la única compañía que las reminiscencias de la última conversación que tuvo con el protector.
- Lo sé. Pero no le sacará nada. Para cuando le encuentre estará demasiado mayor, y si hace falta tiraré el bote de pintura con la alquimia.
Su plan no dejaba de ser concienzudo y eficaz, pero infravaloraba el poder de Sagres, seguramente por su desconocimiento. Escapar de él no era buena opción. Le enfadabas más, y si enfadabas a una persona como él, si le enfadabas de verdad, era muy poco probable que salieras vivo. Si le buscabas, al menos te torturaría y se rería de ti como él quisiera. Pero eso solo lo sabe la gente que lleva lidiando con él mucho tiempo y, por lo que sabía de ese tipo, entraba muy bien en el perfil.
Matt giró la cabeza mientras avanzaba por la habitación y se encontró una espalda prominente envuelta en una bata marrón. De ella sobresalía una cabeza completamente calva con arrugas, inclinada en uno de los caballetes. El tipo estaba sentado en una de las sillas, casi inmóvil. El chico se acercó poco a poco, cauteloso pero con las ansias de satisfacer la curiosidad de ver cómo trabajaba el que seguramente fuera el cuarto alquimista.
- Buenas tardes. - dijo en voz baja. El otro ni se inmutó.
Asomó la cabeza por encima de su hombro. El hombre seguía concentrado en la pintura de un cuadro en la que solo se veía azul en el lienzo. Aun así, seguía mojando el pincel en su paleta de colores azul y dibujando formas sobre lo azul del cuadro. Matt no entendía como era posible que discerniese un azul de otro, y más aún, en el propio cuadro al dibujar: parecía cuidar cada pincelada como si puliese detalles de un rostro, aunque el azul fuera el mismo.
Miró las esquinas del lienzo. Muy poco a poco la pintura iba secándose y adquiriendo la textura metálica del oro.
- Hola. - volvió a saludar, un poco más alto, sin respuesta. - Señor. - le habló a la altura del oido.
Durante unos segundos parecía que no vovlería a obtener ninguna reacción, pero el señor pareció salir de su estado de trance y giró la cabeza, asustado. Tiró el pincel, la paleta de colores azules y se precipitó al extremo de la mesa, donde guardaba una glock en un cajón. La cogió balbuceando, todavía asimilando la presencia de un extraño en su rincón de pintor, y le apuntó temblando.
- ¿Quién eres?
- Tranquilo. - lo dijo como si quisiera transmitirlo. - Soy amigo de Antoni, tu protector.
- ¿Antoni? ¿Seguro?
- No estoy armado, mira. No le he hecho nada.
Poco a poco Matt consiguió la confianza del cuarto alquimista; un exiliado a punto de llegar a la ancianidad que trabajaba en un cobertizo mitad madera y mitad oro de una taberna italiana, lejos de toda persona que pudiese desconcentrarle. Además de la concentración, Darío tenía una condición que limitaba su capacidad de vida: también estaba a punto de quedarse sordo.
Pero el cuarto alquimista era un hombre alegre, de perspectiva optimista e incluso algo ingenua. Timido también, retraído al hablar de lo suyo si no le ofrecen confianza antes los demás. Hablaba sin apenas pestañear, como si todo el trabajo de una vida le hubiese servido para intensificar su concentración en cualquier tarea. Aunque la conversación comenzó en italiano, derivó al español porque Darío sabía manejarlo mejor que Matt el italiano.
- Tengo una amiga que también maneja la alquimia.
- ¿De verdad? Yo he conocido a muchos alquimistas de pacotilla. Ten cuidado con os embaucadores.
- La he visto utilizarla en explosivos junto a su padre. Yakolev.
- ¡Ah! Si es Yakolev claro que los conozco. - hizo un gesto para restarle importancia, riendose genuinamente. - Estuve trabajando con ellos durante un tiempo en Italia con uno de sus herederos. Gracias a él aprendí a manejar mejor la alquimia en pintura.
- ¿Le suena el nombre de Aleksey quizás?
- No me acuerdo ya, hijo. Ha pasado mucho tiempo. Era un joven muy capaz, con manos expertas en la materia.
- Debe ser él. Es amigo mio también. Viajamos por el mundo para acabar con los planes de Miguel Ángel Sagres.
El hombre se quedó pensando cuando Matt pronunció el nombre. Pareció querer decir algo, pero solo emitió balbuceos seniles, lo que le suscitó pena y compasión por un hombre así, que además estuviera siendo buscado por Sagres para explotar su trabajo y conseguir aquellos cuadros y vasijas doradas. Darío también le enseñó la colección de ornamentos que se dedicaba a decorar, como platos, muebles, lámparas y hasta bustos de cerámica. Le contaba con ilusión como sus hijos le traían más objetos, hechos por otros artistas de la ciudad, para redecorar con sus pinturas alquímicas.
- ¿Tus hijos?
- Me refiero a los hijos de quienes me cuidaron desde adolescente. Son amigos, pero en realidad son como mi familia.
- Ah, te refieres a Antoni entonces.
- Antoni. - suspiró. - Sí. Siempre ha sido un chico muy servicial. Gianluca o Gerard solían venir por aquí más a menudo para ver cómo estoy, me hacen compañía y me sacan a pasear. Esta es una vida muy solitaria, pero gracias a ellos consigo ser más feliz cuanto más mayor me hago.
- Pues si no se pasan vaya familia más despreocupada.
- Antoni es el que más viene, pero echo mucho de menos a Gianluca y a Gerard.
Aquellas conversación hizo que a Matt se le olvidase el contexto de su historia en Roma, Barcelona, Moscú y cualquier otra ciudad que hubiese pisado con el objetivo de dar con Sagres. Ante él solo estaba un hombre cuya edad le estaba empezando a pesar, y lo demás no importaba. Ya le pesaban las arrugas, la soledad y, aunque no pudiese verlo claramente, el miedo. La sensibilidad al tacto de un intercambio de palabras se había hecho más notorio en los últimos años, y aunque ello no había hecho que su pensamiento cambiase, aquella vez lo hizo.
Una chispa de luz volvió a encenderse en la cabeza de Matt, provocada por la misma piedad que sintió en la mezquita de Ufá, mucho tiempo atrás. Una supuesta verdad que casi se sentía obligado a destapar, fuera cual fuera el resultado.
Le invitó a salir del cobertizo artístico durante un rato para tomar algo en la barra del bar. Poco después de salir y tomar un café con él, llegó Antoni con ánimos de saludar a Matt como si fuera su hijo al verle junto a su querido abuelo sin ser de sangre este. La expresión seria del chico no cambiaba en absoluto.
- Me gustaría comentarte unas cosillas de lo que hablamos el otro día.
- Sí, claro. - se apartaron un rato de Darío, que charlaba con el barman mientras trabajaba. - ¿Le has conocido? ¿Qué tal?
- Es un hombre admirable.
- Lo que hace es increíble, ¿eh? En el museo le adorábamos, y la gente que venía de todas partes del mundo se quedaban estupefactos con sus ideas a la hora de plasmarlas sobre el lienzo. Gracias a él ganamos tres condecoraciones anuales seguidas a la coleccion de más valor patrimonial. El museo más rico del mundo. - se le llenaba la boca con alagos.
- Es admirable que con la edad que tiene y lo solo que está siga teniendo que aguantar esta puta mierda en la que le habéis metido.
- No porque nosotros queramos.
- Escúchame. He pensado mejor las cosas. Creo que podrías negociar con Sagres.
- ¿Negociar? ¡No se puede negociar nada con ese monstruo! - sonaba algo nervioso y excitado.
- Si de algo se vanagloria ese monstruo es de que es un hombre de negocios con la capacidad de tumbar todos tus derechos si quiere. Se inteligente, Antoni. Dale motivos para que recapacite.
- ¿Cómo?
- En vez de entregarte a la chica y al padre te entregaré su oro alquímico.
- ¿Y con eso negociaré?
- Con eso negociarás que no vuelva a intentar a meter sus narices en la alquimia de la pintura ni en los asuntos de su alquimista. Hazme caso, lo conozco bien. Aceptará.
- Necesita al Yakolev. Al padre.
- El oro vale mucho más que el padre. Mucho. Tiene a gente que podría emular sus recetas.
Antoni le miraba sin mucha seguridad de que lo que decía el chico iba a surtir efecto, pero el fuerte apretón de manos le devolvió grácilmente una sonrisa aliviada en el rostro.
- El lunes a las 7 de la mañana en esta misma mesa.
El lunes a las 7 de la mañana no había nadie, salvo tres viejos, en la taberna de "Origami Café". Las nubes amenazaban lluvia y las calles lucían un nacarado brillante en sus caminos empedrados. Poco a poco la niebla que venía del este empezaba a asolar Roma, convirtiendo la ciudad del secreto romano en un secreto aún más oculto por el temporal.
Nadie sabía lo que entrañaban los cobertizos de ciertos lugares turísticos, ni tampoco los tratos que se fraguaban en un simple desayuno. No era tanto como un intercambio, si no como una inestimable donación con la que Mateu Oliver se jugaba la vida. Y resultaba irónico que no, ya no resultaba un simple juego. Hacerse el rebelde había llegado hasta el punto más álgido de todos. Creerse el mejor le pasaría factura si al final resultaba que no había estado a la altura.
Robar el oro alquímico de los Yakolev era motivo de muerte, y él lo sabía muy bien. Los Dragones Güell le habían dejado vivir ante la más que dudosa culpabilización de Ken hacia Matt sobre otro de sus planes maestros con el que estaba, de nuevo, compinchado con Sagres y su séquito. Los torpes planes de Ken y de Dalia eran lo de menos para los demás integantes: lo importante era acabar con Sagres mientras Matt estuviese maniatado en la silla de la habitación de un hotel sin poder moverse.
Pero Mateu siempre intenta desatarse antes incluso de que vayan a hacerlo. Y por ello, de nuevo había traicionado la confianza de los demás. Había robado el oro, el preciado colgante en forma de copo de nieve de Emma, que estaba en su habitación, por una causa mayor que ocultaba a todo el mundo y que solo ocurría en su cabeza. Pero todo el mundo nunca significaba todo el mundo sin excepción. La confianza del Matt en los Dragones solo se la ganaban los más preparados, y después de lo que había pasado y de cómo había llegado hasta allí, había una persona que se lo había ganado a pulso.
Cuando sorprendió a Dalia espiándole en la salida de la taberna aquel día de negociación, supo que jamás volvería a tener que proteger a aquella chica, aunque más tarde se comería sus propios pensamientos al respecto. La persiguió por todas las calles romanas cercanas, mientras la japonesa intentaba darle esquive empujando a los turistas que callejeaban, perdidos.
Finalmente pudo dar con ella en la salida de una galería de tiendas de restauración. La cogió de los brazos a la fuerza, la tapó la boca y se la llevó a una parte resguardada entre dos edificios antiguos, sin que nadie pudiera verles.
- Necesito que me hagas un favor.
- Vete a la mierda.
- ¿Quieres recuperar al cuarto alquimista o estás aquí de vacaciones, Dalia? ¡Hazme caso por una puta vez!
- ¡Vete a la mierda! - gritó.
El chico apoyó su frente sobre la de ella, mientras se retorcía de rabia. Su respiración seguía igual de acelerada, pero sus ojos quedaron prendada de sus labios hasta que no pudo hacer otra cosa que cerrarlos, mientras le besaba. Ella quiso que el beso continuase, pero tras unos minutos Matt apartó su rostro mirando al suelo. Dalia le miró fijamente pero con el cuerpo tambaleándose de la tensión, con los ojos húmedos y rojos. Se quedó callada hasta que Matt se atrevió a mirarla a los ojos de nuevo.
- Tengo nombres y ubicaciones. Necesito que vayas y les avises antes de este lunes. No lo sé con certeza, pero puede que Sagres le tenga bajo su control.
- Vete a la mierda. - acabó en voz baja antes de irse, soltando un par de lágrimas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro