12. Santoro
No sabía si estaba soñando con la fuente, esa de la que había osado intentar robar una moneda común, o si era agua real. O había saltado a la Fontana di Trevi, convertida en una piscina de dos metros para conseguir el tesoro de algún emperador romano, o alguien le había lanzado agua a la cara. No se estaba ahogando, pero durante unos segundos notó que le faltaba la respiración.
Cuando recuperó el aliento abrió los párpados y las pestañas, empapadas. La visión borrosa empezó a ser nítida cuando vio el cubo que sostenía que Ken entre las manos. Empezó a recobrar la conciencia del despierto poco a poco, mientras le goteaba la barbilla como una cascada. Sus quejidos y resoplos no fueron suficientes para que el japonés cambiara la expresión autoritaria, embravecida por la presencia de todos sus compañeros en aquella habitación del hotel.
Hizo un ademán de levantarse de la silla, pero notó las bridas oprimiendo las muñecas tras su respaldo. Consiguió hablar, a pesar de que el cansancio y la irritación le frenaban el ritmo de las palabras. Más que haberse despertado por el agua le ponía de los nervios que las gotas bajasen lentamente por su rostro, que se parasen o que nunca llegasen a su destino.
- Está feo torturar.
- Son las tres de la tarde y queremos información. - saltó Ken.
- Y yo quiero dormir.
- ¿Qué cojones te pasa?
- Nada. Por las noches no puedo dormir, pensando en que quereis información. Lloro de la risa.
Ken dejó escapar una pequeña risa burlona negando con la cabeza. Se movió por la habitación.
- Algún dia dejarás de tocarlos y entonces sabré qué cojones te pasa. Nunca lo sé. Nunca lo he sabido.
- Se me da mejor una cosa que la otra.
- Dinos dónde está Dalia.
- ¡Vete a la mierda con tus mentiras mal hechas! - subió mucho el tono. - ¡Yo he podido liarsela a un ejército entero y tu la cagas con una sola persona! ¡Mira a los demás! ¡Se están riendo de ti!
Ken desvió la mirada, la fijo en el infinito e hizo que seguía escuchándole afirmando con la cabeza, sin hacerlo en realidad.
- ¡A todos se la he liado o me la han liado a mi! ¡Vosotros nunca habeis estado ahí, en esas tormentas de nieve! - salpicaba toda la moqueta al sacudir la cabeza. - ¡No sabéis lo que es calcular el más mínimo detalle y pretendéis que vuestro discurso victimista cuele con un puto helicóptero de su armada en sus narices! ¡Venga ya!
- No te estás ayudando a salir de esta habitación con vida.
Matt se quedó mudo ante esas palabras. De un momento a otro se vio intimidado por las palabras de Ken, y sus esquemas de heroicidad suicida se esfumaron por la contundencia al hablar del japonés, que no cedía en su autoridad.
- Yo quería venir a Roma desde un principio pero tenía que estar seguro de que Dalia podía estar a la altura de lo que quería hacer. Todo lo demás son vuestras paranoias.
- Que quisieras venir o no me la trae al pairo. Ahora estás aquí, te guste o no. Y no vas a poder ir por libre a hacer lo que quieras. Por eso has acabado así. Por creerte mejor que los demás.
- Soy mejor que los demás para acabar con ese hijo de puta.
Ken apretó los dientes y le tiró lo que quedaba de agua con rabia acumulada. Después se giró y se dirigió a Arina, Connery, Raf, Emma y Aleksey.
- Creed lo que queráis, sois libres. Él no lo es, como podéis comprobar. Si alguno intenta joder al grupo por sus creencias, aviso que acabaréis como él. Iros, olvidaos de este asunto y ya está.
Matt miró a cada uno. Arina y Connery sabían de sobra que aquel helicóptero era de la armada rusa, pero cabía la posibilidad de que los hombres de sagres lo hubieran robado, aun siendo las posibilidades ínfimas. Pensarían que lo más probable es que todo fuera un montaje de la familia japonesa, pero tumbar a Sagres era lo primero y la mentalidad de grupo ordenado y jerarquizado era prioridad.
Raf era el hombre infiltrado, ferviente pero falso seguidor de lo que dijese Ken en todo momento, al contrario que con Matt. Emma, al igual que Arina y Connery, había podido intuir qué es lo que podía ocurrir y lo que finalmente estaba ocurriendo. Sin embargo, todavía tenía motivos de pensar en Matt como un potencial enemigo a largo plazo: desde que habían bajado de ese helicóptero no podía pensar en él como un líder o un salvador, si no como una bomba a punto de estallar. Aleksey no se enteraba de nada, y lo único que hacía era estar totalmente centrado en la investigación del cuarto alquimista; todo lo demás era una pérdida de tiempo.
Ninguno habló y, tras unos segundos que cedió Ken para la reflexión de la respuesta, se apartaron de la salida de la habitación para que pasase. Arina y Connery se fueron casi a su vez. Aleksey pareció esperar a Emma, pero acabó lléndose después de que la chica correspondiese su mirada, cargada de significado. Raf y Emma fueron los que más tiempo estuvieron allí, viendo al chico intentar volver a coinciliar el sueño con la cabeza chorreando agua.
- ¿En que piensas? - le dijo Raf a la chica.
- Agua. - hizo una pausa. - Plata.
Ambos le miraban en una situación solemne, melancólica, como si Mateu yaciera muerto en el sitio.
- Yo creo que lo hizo. - mintió Raf.
- Yo no. Pero sé de lo que es capaz. Bendito el día en que me di cuenta.
- ¿El día que fuisteis a Kazán?
- El día que se zambulló al agua dos veces. Una por mi culpa y otra por salvarme la vida. Y ahí estábamos, hechos un desastre, con la cabeza y la ropa empapada.
Matt sonrió antes de que Emma abandonase la habitación y soltase las últimas palabras.
- Ahora ya no puedo permitirme el lujo de mojarme con él.
Raf se quedó sentado en la cama, mirando a Matt con los ojos cerrados y la barbilla apuntando al pecho. Fuera de la piel del catalán, si que parecía que había estado siendo torturado durante días. Nada más lejos de la realidad, pues había sido él quien se había cambiado los ciclos de sueño para seguir con el plan que había trazado desde el primer momento.
Estaba solo, y eso significaba que tenía que trabajar por cinco: por los cinco a los que debía proteger de cualquier manera. Por la noche, cuando todo el mundo reponía fuerzas para volver a la investigación del cuarto alquimista al día siguiente, él se dedicaba a andar por toda la ciudad en busca del ansiado familiar de Emma.
- Está feo que te deje aquí así. - dijo Raf esperando a que Matt siguiera despierto tras unos minutos. Recibió la respuesta que quería, algo más tarde de lo que había pensado.
- Hasta que la muerte nos separe. Y Sagres fue la parca antes si quiera de que naciésemos nosotros.
- Muy triste.
- Dejar de querer y aprender a amar es complicado. No sabes lo que me ha costado a mi, que fue ella quien me enseñó.
- ¿Cuántas horas has dormido?
- Tres. Y ahora, por favor, abandona la sala para que sean más. - levantó la cabeza hasta que la barbilla apuntó al techo.
- ¿No quieres que te desate?
Esta vez Raf se quedó con las ganas de saber su respuesta, por lo que dejó a Mateu Oliver en una habitación en penumbra, chorreando agua como una toalla y tendido en una silla como un trapo viejo, derrotado por su propia tortura nocturna. Por si fuera poco, tenía que aguantar las mediocridades de Ken y Dalia, mientras sus palmeros hacían la vista gorda por no romper más el grupo de lo que ya estaba y enfrentarse a Sagres bajo el lema "la unión hace la fuerza".
Matt prefería el refrán español "más vale maña que fuerza". Por mucha gente que luchase con todas sus fuerzas en contra de Sagres, si no sabían como hacerle frente, el multimillonario siempre se saldría con la suya. La maña era eso por lo que iban tras él, fuese quien fuese, enemigo o aliado, con tal de que su talento se difuminase frente a la mediocridad. Un talento con fecha de caducidad, eso seguro; explosivo pero consciente de poder retrasar la detonación con malabarismos intelectuales y lo más importante: egoistas.
Tampoco hay maña sin sacrificio y esfuerzo, y Matt lo había conocido de primera mano para llegar a ser capitán en el ejército ruso. Ahora las misiones de reconocimiento las hacía él solo durante las madrugadas europeas por las calles romanas, al igual que las investigaciones previas mientras dormía de dia, en sueños. Hasta su subconsciente le demandaba afilar los pensamientos y planes sobre el cuarto alquimista: más que los propios Emma y Aleksey, los principales interesados.
Al atardecer Raf le desataba, sacaba los recortes de revistas y periódicos romanos, los planos de la ciudad y elaboraba sus conjeturas a base de unir puntos calientes con los bolígrafos que ofrecían en la habitación del hotel. Todo como en los viejos tiempos buscando a Sagres. Aquella vez lo buscaba para conocerle y aprender de él. Y después de lograr ese objetivo entre la nieve, buscando en realidad matarle, cuatro años después seguía buscando quitarle la vida.
Los mapas pegados con cinta asilante por toda la habitación habían vuelto, mientras que Raf evitaba a toda costa que alguien de los dragones Güell entrase a ver al Matt de antes de Rusia renacer de entre sus cenizas, con más discplina que nunca. Las sospechas de Ken aumentaban cada vez que Raf insistía, haciendo ver su dolor emocional frente a la traición de su amigo, en vigilarle día y noche. Ambos sabían a que se enfrentaban y ambos se metían presión el uno al otro para que no descubrieran el pilar del plan de Matt: Raf y su rol de agente doble.
Las ojeras que sombreaban sus córneas puedieron saber en una semana cómo se movían los peces gordos en Italia, y no tuvo reparos en verse con su preciado contacto en una taberna con toda la información que había podido recolectar. El hombre en cuestión, de tez morena y tatuajes por el cuello, ya estaba sentado en una mesa esperándole. Ambos compartieron un par de cervezas en aquel lugar revestido de madera y cuadros que retrataban la antigua roma. A pesar de ser un domingo no habían demasiadas personas por los alrededores.
- Bienvenido a Roma.
- Un poco tarde quizás.
- Hay maneras y maneras de llegar aquí. - apoyó sus brazos musculados en la mesa. - Igual no te han recibido como deberían.
- Teniendo en cuenta de que llegué con unas bridas en un campo de maíz y un amigo se suicidó después, ya me dirás.
- Te digo que ya lo sabía.
Consiguió poner nervioso a Matt con esa respuesta.
- Yo también se muchas cosas, más de las que piensas. Ya no soy el mismo niñato de dieciseis años.
- No esperaba menos, porque también se más de lo que piensas. Esa tierra endemoniada cambia a cualquiera. Es el puto infierno.
- Pues imagínate para un niñato de dieciocho.
- Bonita adolescencia has tenido. - parecía analizarle hasta los poros. -
Matt no respondió y cambió de tema radicalmente tras un silencio tenso.
- No tienes pinta de manejar la dirección de un museo.
El otro rió.
- Hace mucho tiempo que no manejo ninguna dirección de nada.
- Pero eras uno de los que llevaba el Borghese, el Capitolini y el museo nacional, ¿no?
- Llevaba muchos museos junto a muchas otras personas, sí. Me encargaba de llevar los contactos con los mecenas.
- ¿Que también eras tú con muchas otras personas?
El otro se le quedó mirando, serio. Pensó mucho que decir a continuación, sin apartarle la mirada incisiva.
- Perdona que te devuelva la pregunta, Matt. ¿Sigues creyéndote la fábula de los buenos y los malos?
- No.
- Pues entonces sabrás que la gente que le toca le palle a la ley no lo hace porque quiere, si no por necesidad.
- Conozco a una persona que podría rebatirte eso con su propia experiencia.
El hombre sabía a quien se refería.
- Llegaron ellos, ¿vale? - sonó como si quisiera excusarse. - Nos dividieron, pero siempre hemos sido un bloque. Una familia. Darío siempre ha sido nuestra familia aquí, un padre para nosotros, alguien muy especial al que proteger. Pero algunos necesitaban subir peldaños en esta mierda y conseguir la mejor de las seguridades. Sagres te da esa oportunidad.
Matt resopló al oir ese nombre y se movió en el sitio, como si su espíritu le hubiera rozado la espina dorsal con solo tocar su hombro.
Italia, Roma. La ciudad que protegía al cuarto alquimista, de la misma manera que Rusia era el país que protegía a la familia Yakolev, los alquimistas de oro. Las iglesias eran los puntos de ofrendas a la familia, los lugares de culto y de protección que un día tuvieron que abandonar. En Italia lo eran los museos.
- Darío Santoro. - dijo el hombre. - La persona que buscas es Darío Santoro.
- No entiendo. Tiene apellido italiano y tendría que ser español.
- Le adoptaron y con veinte volvió a Italia con parte de su familia. Pero ya se lo dije en la llamada que tuve con tu contacto: le conozco como a un padre, pero necesito saber que conexiones tiene con su hermana española para sacarlo de aquí y protegerle.
- Lamento decirte que si querías intercambiar información, lo veo difícil. No van a acceder a darte la dirección de una casita en el campo de la sierra madrileña. Se lo querrán llevar.
- No. No puedo permitir que esté metido en este tema. Necesito que se aleje todo lo que pueda de lo que concierne a Sagres.
- Pues entonces...
- Tráemelos y te diré quien es Darío. - volvió a beber cerveza. La bebía como si fuera agua.
Matt no supo que responder. El tipo se había pensado que era alguna especie de sicario a las órdenes de un mafioso segurata cuya única misión en la vida que le quedaba era que su padre de pega pudiera morir en paz sin que el FBI, el Drac Güell, los cientos de organizaciones que andaban buscando a Sagres y el propio Sagres intentaran llevárselo para explotarle.
- ¿Cómo? - es lo primero con lo que pudo reaccionar. - No es... no estoy en una buena poisición ahora como para... ¿para qué los quieres? ¿A quienes?
- A la sobrina y al cuñado. Emma y Aleksey. Ellos lo saben y si hace falta le sacaré la información con alicates.
- ¿Y crees que voy a acceder a eso?
- Después de lo que has hecho, ¿por qué no?
En ese momento Matt supo que Sagres no era el único que iba un paso por delante en el tablero de juego. Ni si quiera él mismo, que consideraba que poco a poco lograba estar a su altura. En el tablero habían muchos más jugadores de los que se pensaba, y todos mataban por conseguir ser cómo él sabiendo y utilizando la información, convirtiéndolo en recursos como un mago convierte un papel en lo que había escrito en él.
Matt volvió a mirar la espuma de su cerveza, terminada mucho antes que la de su compañero de mesa. Respondió lentamente.
- Empieza a hablar.
- No, no. - rió. - Mejor te lo enseño.
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