11. Sombras
De la risa a la frustración, a las lágrimas, solo había un paso: la muerte. Matt había experimentado por primera vez qué significaba eso. La muerte con ironía, la que se hace con desprecio hacia la vida después de reirte de ella. La forma de ser más egoísta del mundo, porque las personas que rodean al muerto se quedan sin el vivo. El suicidio.
De las carcajadas burlescas, nacidas desde el ego más absoluto sobre los demás, al ego puro, esencial. El ego que nace de la libertad. La libertad de quitarse la vida. Antes de que Skarrev se subiese a ese helicóptero sentenciado por los detonadores, le había dicho a Matt que solo el corrupto elige cuando su vida ha acabado. Solo el poderoso que carece de límites morales se puede permitir prescindir de su propia integridad vital, consciente de quien es. Para Matt esto cobraba sentido cada vez que pensaba más en ello. El mayor acto de corrupción: elegir sobre la vida o la muerte. No era libertad: simplemente era un acto más de inmoralidad, una consecuencia de la propia perversión del corrupto. Matarse a uno mismo al mismo nivel que engañar, robar, matar, extorsionar.
Quitarse la vida era algo más que egoísmo. Skarrev era algo más que egoísta. Era un anciano castigado por, llámese karma o la muerte en su forma tibia, con latigazos de fuego y escombros en los que permanecerían consecuencias dolorosas para el cuerpo y el alma toda su vida. Como si la corrupción le hubiese devuelto todo el daño que ocasionó él durante sus años de servidumbre. La muerte vestida de sicario para saldar cuentas con el que gritaba a los cuatro vientos, orgulloso, que podía elegir la muerte en cualquier momento por tener el alma podrida, denostando todo su símbolo y su poder. No hay mejor manera de hacer ver el valor de la muerte torturando en vida. Y Skarrev se dio cuenta de ello fumando en ese campo de maíz romano.
Mientras Raf le quitaba las bridas con un cuchillo a Matt en la habitación de un hotel, el español meditaba sobre Skarrev. La explosión se sucedía una y otra vez en su imaginario mientras le empujaban al helicóptero, sin poder reprimir las lágrimas, sin querer irse de ese campo de maíz. En cambio, la primera vez que vio un vehículo volador explotar en sus narices quiso huir todo lo lejos que pudiese, con tal de no escuchar otra explosión así. Ahora habría escuchado la explosión una millonada de veces con tal de que no lo hubiera hecho.
La tristeza le embriagó mientras miraba hacia el infinito vidrioso, completamente inmóvil, intentando concentrarse en ver si había algún superviviente a la explosión. Su búsqueda duró poco, porque en cuestión de segundos el helicóptero ya enfilaba hacia el corazón de la ciudad. Volvió a recordar con pena el suceso mientras recorría con prisa los pasillos del hotel de Roma con Raf, concentrándose, esta vez sí, en la situación actual.
- Vaya idiotas. - susurró sin muchas ganas de decir nada.
- ¿Eh?
- Ken sabe perfectamente que Dalia se ha pirado por ahí. Arina y Connery saben su plan seguro también, si no Dalia no podría haber conseguido el mando de las tropas de Siberia. Emma... Emma es suficientemente inteligente como para saber que si le confié las cartas con Skarrev era porque sabía que lo podía chivar y traicionarme.
- ¿Y?
- ¿A quien intentaban engañar?
- Arina y Connery pensaban que tu estabas aliado con Skarrev y Sagres, como explicaron con las cartas que les dio Emma. Sacadas de contexto, claro. Por eso les dieron el mando. Y después con la grabación les han hecho creer que los hombres de Sagres, incluyendo a Matt y a Skarrev, secuestraron a Dalia.
- Si quieres te vuelvo a repetir la pregunta.
- A ver, que si. Es complicado de creer que no te ha dado tiempo a utilizar las tropas de Siberia y que de repente esa gente se te adelantan y te secuestran. Olería raro.
- Venga ya. Se les ha quedado cara de gilipollas a los dos. Y estoy seguro que hasta Emma se ha dado cuenta.
La realidad era que la propia reputación de Matt había hecho que todos los integrantes del Drac Güell le tuviesen respeto por el poder que ejercía. La experiencia con él y su forma de escalar en el poder había servido para que cada uno tuviese una razón para intentar aportar al boicot a la vez que sabían que iba un paso por delante. Solo encontraba esa explicación a la mediocridad que habían intentado hacer sus compañeros de organización, intentando confabular un boicot en el que no habían tenido en cuenta las sospechas de las partes implicadas en él. Literalmente Ken y Dalia habían intentado engañar a las mismas personas a las que habían engañado anteriormente.
Un paso demasiado ambicioso para gente acostumbrada a los negocios y no al puro arte de salirse con la suya siempre. Sagres en su día le había demostrado que se puede ir tendiendo la mano a alguien sin hacerlo en la realidad. Todo lo que significaba su figura eran puras apariencias, y para combatirlo le hacía falta probar de su propia medicina. No valía con reconquistar un territorio o mantener bajo control a ese cuarto alquimista. Había que acabar con él de forma fulminante, sin tapujos, desde las sombras. Desnudar las suyas, su teatro de sombras. Él sabía que él siempre las utilizaba para moverse por el mundo, para vigilar a sus adversarios y aliados.
Y a pesar de que llevaba años deseando una herida de bala en la sien de Sagres, él sabía tan bien como él cuándo era capaz de hacerlo y cuando no. Momentos clave como el que iban a vivir en la Fontana di Trevi, en el corazón de Roma. Los momentos en los que Mateu Oliver era incapaz de matar a Miguel Ángel Sagres eran los momentos en los que Miguel Ángel Sagres y su ejército de guiñoles salían del teatro de sombras y se presentaban en carne y hueso.
- Llevamos tres horas aquí.
El bullicio llenaba la plaza de la fuente junto con el atardecer, entre turistas e italianos que iban y venían, tiraban monedas a la fuente y se sentaban a contemplar el lugar. Un español y un alemán eran los únicos que guardaban silencio, con los brazos cruzados, mirando a la fuente con mucha fijación, como si del agua fuera a salir el monstruo de una película de fantasía.
- Vamos. - dijo Matt.
El chico se arremangó y metió la mano en el agua de la fuente. Cogió un par de monedas y se las guardó. Raf hizo lo propio pero con más mesura, sin mucha seguridad del por qué ni de la importancia de aquel acto. Sabía que era una despedida honrosa a Skarrev por parte de Matt, pero para meterse en su cabeza había que contorsionar el cuerpo para pasar por las enredaderas de sus ideas. Si no, te quedabas atascado intentando pasar.
Raf cogió un par de monedas y las miró con rareza, para después mirar a Matt y guardárselas. Siguieron en silencio un rato, hasta que no pudo evitar cortar de raíz esas plantas que le dificultaban el paso.
- Y todo esto es por Skarrev.
- Skarrev. El viejo perro del amo más poderoso. Leal... sin serlo en realidad. Antes de irse me dijo que los corruptos eligen cuando su vida ha acabado.
- Sí. Lo escuché.
- Lo último que esperas de un alma así de podridamente diferente es que honren tu memoria en un cementerio con gente llorando o en silencio.
Matt se calló durante unos segundos para escuchar bien las voces del gentío que no cesaba.
- Lo último que esperas - continuó. - es que esas personas tiren monedas a una fuente pidiendo sus inútiles deseos.
- Pues algunas lo hacen. - señaló a una pareja.
- Si, pero los que les recuerdan no. Los que honran su memoria - sacó una de las monedas y se la enseño para enfatizar lo que quería decir. - las roban. La gente en su funeral debería estar riendo, hablando distendidamente... y robando las monedas de una fuente.
Notó una presencia a su lado cuya energía identificó al instante. Las mandíbulas se le tensaron y la respiración se hizo más fuerte, irritada. El rostro avinagrado de Matt hacían que sus ojos se manteniesen inmóviles, mirando hacia una de las estatuas de la Fontana di Trevi. El subconsciente le enseñó que esa persona era una figura que se debatía entre su padre, un peligro inminente, como la bomba de relojería que acabó con la vida de Skarrev, o un viejo amigo al que prometiste no volver a ver para que no se reabriesen las cicatrices de tiempos peores. La nostalgia y el peso de la responsabilidad, junto con la impotencia de no poder solucionarla en ese mismo momento, para siempre, giraban en torno a una simple presencia. El hombro de un traje impoluto rozando con la camisa desgastada por los años, sucia por los últimos acontecimientos.
- Al final el viejo va a tener razón contigo. Te pareces más a mi de lo que parece. - Miguel Ángel Sagres hizo una pausa, mientras se arremangaba la americana y la camisa. - Hasta en la forma de hablar.
Se inclinó en la fuente y Matt desvió la mirada hacia su nuca. Se había dejado el pelo rubio más largo desde la última vez que lo vio, y lo seguía llevando recogido en una coleta. Se le pasó por la cabeza tirarle al agua, estampar su frente contra el bordillo y ahogarle allí mismo. Sus muñecas se movieron al ritmo en el que se movían en su perturbadora imaginación, pero no pasó de ser un movimiento reflejo llevado por la ira. La disciplina del militar implicaba también autocontrol.
- Nunca te he imaginado rindiendo homenaje a uno de los tuyos.
Sagres no le respondió hasta que sacó la mano del agua de la fuente, con un puñado de monedas. Fue examinándolas una por una.
- El viejo me conocía desde que era un xiquet. Él me cuidaba cuando mi padre me llevaba a Rusia por trabajo. El papa... - susurraba los grabados que había en cada una de las caras de las monedas.
- Bueno. - dijo sin más.
- El día que dejéis de demonizarme lo celebraré con vosotros. Cervantes...
- Si es que no te matamos antes.
- Tienes una buena oportunidad.
- Siempre sabes aparecer en los momentos oportunos para que no sea así.
- Eso pensaba. Y aunque no lo parezca, me gusta esta iniciativa tan simbólica que has preparado. Reina Beatriz...
- Y a la que te has autoinvitado.
- Desde que has aparecido en la ciudad tengo ojos y oidos en todas partes. Pues claro que me he autoinvitado. Otro Cervantes más, se ven en todos sitios...
- Veo - suspiró- que vienes aquí a vacilar y mostrarte superior, en un momento para recordar a un ser querido que se ha decidido quitar la vida. No veo la asertividad y la intención de negociar de la que tanto fardabas en Rusia conmigo.
- Portugal... - suspiró de vuelta- Los negocios no son ideales ni esas mierdas que te has ido metiendo en la cabeza todos estos años, Mateu. Es una puta montaña rusa. Un dia intentas pisar al otro en la cima y al siguiente lo pisas a ras de suelo. Si la primera vez no tiene los cojones de mostrarse digno y hacer valer su dignidad, no esperes que a la próxima tu adversario te de la oportunidad.
- Se perfectamente como es negociar con una persona. Y lo he demostrado.
- Has demostrado que te pueden las mujeres, los que piden limosnas y lograr un puesto de poder utilizando tu talento. ¿Negociar? No nos vemos desde hace dos años, Matt. Has estado viviendo en una burbuja todo este tiempo y no tienes ni idea de como es tu enemigo.
Matt se quedó callado, reflexionando sobre lo que le decía.
- Me das pena. Me decepcionas, de verdad. Porque... - observó una de las monedas con detenimiento - Anda mira, el San Marino de la segunda serie. La que me faltaba en mi colección. No sabes sacar un beneficio real a la hora de conseguir tus objetivos, y aprendes mal, despacio y solo. Porque estás solo, Matt. No tienes a nadie. - la voz se le tornó compasiva y cercana de corazón.
- Tengo a personas que proteger.
- Solo. Los proteges solo. No puedes pretender ser Dios con 22 años, pero puede que sí con mi edad. Eso es lo que me jode. - tiró las monedas a la fuente menos la que quería. Se la enseñó, aunque Mateu Oliver no despegaba la mirada de las estatuas de la fuente, serio. - A mi también me gusta honrar los hechos con ideas, chico. Y te lo vuelvo a repetir: conseguir lo que quieres implica saber muy bien qué hacer y hacia dónde te diriges, no solo hacer de forma impulsiva o caminar.
- Mi única dirección es acabar contigo y evitar que sigas jodiendo a la gente por el mundo en su propio hogar. No negociastes nada con la gente de Rusia, te recuerdo.
Sagres volvió a mirar la moneda y se la guardó. No pudo reprimir unas risas.
- No tienes ni idea de nada. - se puso algo más serio. - Una vez más, no, no voy a darte la opción benevolente de negociar contigo nada. Te lo diré de forma cristalina: toca al cuarto alquimista, llévatelo lejos de mi vista y el que acabará contigo seré yo. Sí, está en la ciudad. Ahora, Matt, buenas noches.
Sagres se alejó a paso firme. Raf se giró levemente para observar cómo se iba, y automáticamente percibió como la plaza iba dejando de estar tan llena conforme pasaban los minutos. Llegó un momento en el que ya no estaba tan abarrotada, y las personas que hacían bulto y pasaban desapercibido en la muchedumbre habían desaparecido como sombras.
- Me parece que no solo Sagres ha asistido al funeral de Skarrev.
Matt seguía en la innopia mirando al frente. Raf quiso espabilarle.
- Eh. ¿Nos vamos ya? Es tarde.
- Vete tú si quieres. Nos vemos en la entrada del hotel.
Raf también abandonó la plaza de la Fontana Di Trevi, mientras que Matt permaneció allí unos minutos más, continuando su reflexión sobre la conversación con Sagres. Sin embargo, la ira que le removía los órganos le impedía pensar con claridad.
Lo único que pudo hacer para disipar la niebla que sufría su mente fue coger la moneda que había rescatado del fondo de la fuente y mirar su grabado con recelo.
Un cervantes que condenó de nuevo, con rabia, a ahogarse en la fuente más famosa de Roma.
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