Epílogo
Están en todos los lugares.
Se esconden como duendes sigilosos, pícaros, invisibles para el ojo humano.
Son capaces de fastidiarlo todo, porque están por encima de ti, como pequeños fuegos artificiales rompiendo el cielo.
Tienen la capacidad de daño, de destrucción, de golpear súbitamente en la cara de quien lo ve. No engaña, como hace el fuego. Pero sí se comporta de forma egoísta con su creador, como el fuego.
Saben quienes son y lo que hacen. Y no se arrepienten nunca de ello, a pesar de que quienes los fabrican lo hagan.
Son niños pequeños, revoltosos, con buenas intenciones, que no crecen. Que no se dan cuenta de aquel daño que hacen a su alrededor, como sus creadores.
Sin embargo, también saben que, a veces, pueden salvar vidas. Pueden beneficiar al que lo merece y castigar al que no. Pueden utilizar esa destrucción como método para darle la vuelta a una situación.
A veces, dentro de su naturaleza tan inhumana, encuentran bondad en su egoísmo. Y la imperfección se apodera de ellos, haciéndolos muy fuertes. Más de lo que nadie se imagina.
Más que la propia perfección de las mentiras de un mentiroso. Que las creencias que tiene un engañado.
Errores.
Los había visto y sufrido. Los había creado. Pero nunca me imaginé que me llevase a estar donde estaba en ese momento. Nunca me imaginé que volvería a sentir esa sensación de comodidad, de absoluto confort.
Todo estaba bien. Todo era tranquilo.
Y por una vez me sentía cómodo así.
Quizás las palabras sobrasen en ese momento, pero necesitábamos tapar el silencio de cualquier manera. Intentar que la tensión se diluyera por el bien de todos nosotros, de nuestra felicidad y de nuestra salud.
Nos merecíamos un descanso, disfrutar de aquella cena de celebración que habían preparado Emma y su padre, en aquella pequeña casa de Grecia que tenían, en mi amado mediterráneo.
Fuego en la chimenea, un salón iluminado, ropa cómoda...
Una vida normal. Lo que todos y cada uno de los que estábamos en la sala deseábamos, teniendo siempre en cuenta esa parte de nuestro carácter que nos empujaba a liberar endorfinas y tener peligrosas aventuras.
Todos sentados en una mesa redonda, disfrutando de charlas entretenidas, de bromas, olvidando el pasado. Todos se divertían derrochando ruido por sus bocas, y aunque aquello sirviese para diluir las mentiras y las escenas dramáticas, yo era el único que estaba callado.
Estaba callado, sonriendo, observando a Raf engullir pollo asado como nunca le había visto, mientras lloraba de la risa con Ken y Dalia. Emma y su padre hablaban tranquilos, también entre risas, sabiendo que lo habían conseguido.
Y yo solo me limitaba a mirar a todos, increíblemente contento, casi eufórico, y disfrurar de la cena.
Callado. Porque pensaba que ya había hablado demasiado los últimos meses. Ahora, por una vez, me tocaba callar, viendo a mi alrededor que todo estaba bien.
Miré a Emma, a mi lado, y ella me devolvió la mirada, sonriendo. Cruzamos las piernas por debajo de la mesa.
Lo nuestro no era una historia de confianza. Era una historia de empatía. Una historia en la que las mentiras no eran importantes. Tan solo esa extraña conexión que nos hacía comprendernos tan bien.
Y esa historia había podido salir bien gracias a un error. Al error que tuvo Sagres, no dándose cuenta de que aquel hombre, mi padre, había matado a la madre de Emma. Todavía no podía creer que aquello lo hubiera hecho mi padre, y que yo no tuviera idea sobre ello.
Acabamos de cenar, y salí a tirar la basura a aquella calle del pueblo de Atenas, cercano a la costa. Adoraba como el húmedo calor de la noche de primavera mediterránea me calaba los huesos. La brisa marina que inhalaban mis pulmones hacía revolcionar de placer hasta la última célula de mi cuerpo.
Me quedé a observar durante unos minutos la calle vacía y empinada, llena de farolas, mientras disfrutaba del olor a sal y de las templadas temperaturas.
Errores, dudas, sacrificios...
Busqué mi caja de cigarrillos y saqué uno de ella. Pero cuando fui a buscar el mechero para encenderlo me paré en seco. Pensé unos segundos para mi mismo...
Era increíble como aquellas tres cosas que parecían algo tan malo, pudieran mejorar tanto las cosas.
Tiré la cajetilla, el cigarro y el mechero al cubo de la basura, junto con las bolsas, sonriendo.
No pasaron ni veinte segundos cuando suspiré, escuchando unos pasos que se aproximaban a mi lado.
De nuevo, no me hizo falta mirarle para saber quién era. Pero esta vez fui yo quien hablé primero.
- Jaque mate.
Sagres rió.
- No lo niego. Has ganado a una panda de idiotas que miran por su culo, no por el tuyo.
- ¿Irritado?
- Para nada, puedes creerme. ¿Y tú, después de perder toda tu fortuna? ¿Después de que tu padre te haya traicionado?
Le miré, sonriendo.
- Para nada, puedes creerme.
Sagres no respondió durante unos segundos, serio.
- Entonces... ¿no te sientes inseguro? ¿Y si todo esto sigue siendo parte de mi plan? ¿Y si te vuelven a traicionar?
- Podré lidiar con ello y volver a ganarte. Solo. Porque ahora sé que yo podría hacer lo mismo que hicieron ellos.
Sagres volvió a sonreir.
- Espero que recuerdes esas últimas palabras en un futuro.
- No hará falta.
Sagres se dio la vuelta para marcharse, pero tras unos segundos pensativo volvió a girarse hacia mi.
- Como supondrás, después de vuestro estropicio en nuestra base, hemos dejado Rusia en paz durante un tiempo. Pero no creas que vas a librarte de mi tan fácilmente. Te recuerdo que sigo aquí, vivo.
- Te he ganado una vez, no me asusta poder hacerlo otra más.
- Y yo también te mentí una vez. No voy a conquistar el mundo políticamente. Pero sí voy a continuar planeando cosas con la alquimia. Sí, mi plan original sigue estando presente. Y sí... no me asusta que te interpongas en ello.
- Averiguaremos lo que vayas a hacer. Tenlo por seguro.
Observé como se iba el multimillonario más problemático del planeta, mientras pronunciaba unas últimas palabras.
- No cometas errores, Matt. Ve con cuidado aquí, en este mundo, donde se supone que estamos viviendo.
Levanté la cabeza para mirar a las estrellas, pensativo por sus palabras. "En este mundo. Donde se supone que estamos viviendo..."
Volví a meterme en la casa, dando por finalizada aquella historia.
Aquella historia de errores y sacrificios.
Aquella historia de engañados, no de mentiras.
Pero lo más importante: una historia de esperanza en uno mismo.
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