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9. Bajo suelo

Amanecía en el horizonte.

Matt, soportando el gélido viento de los albores, terminaba de fumarse otro cigarrillo, sentado en uno de los tablones de madera que conectaban aquellas casas convertidas en cuarteles. Pocas veces podía admirar el paisaje que veían sus ojos con aquella tranquilidad y sosiego, sin preocupaciones, sin tensiones, sabiendo que en un tiempo nada de eso tendría importancia.

Quería disfutar de cada segundo en aquella playa. Observarla en silencio cada segundo que pasaba, en cada momento del día. Así, de alguna manera, sentía que ella también le observaba a él, y era testigo de la gran venganza que iba a llevar a cabo. Si hubiera tenido sentimientos y conciencia, no estaría orgullosa de él, como tampoco estaba orgulloso de sí mismo. Pero, ¿quién tenía tiempo para ser orgulloso de uno mismo cuando la otra mitad de tu persona estaba en peligro, en algún lugar de Rusia? ¿Cómo iba a pensar que no estaba haciendo las cosas como una buena persona, si al fin y al cabo quería lo mejor para aquel país?

Tosió un par de veces. Fumar tanto a los veinte años le acabaría matando, lo sabía. Pero necesitaba sentir algún calor dentro de él entre tanta helada, día tras día. Sus pulmones neceistaban ser engañados por el humo del fuego que consume el tabaco.

Se levantó tras un rato con dificultad, y se dio cuenta de que estaba tiritando de frío. Siguió por el camino de madera hasta la casa-despacho de Arina. Entró, en total penumbra. Un silencio sepculcral, que se despertaba de la nocturnidad, inundaba la casa entera. Subió las escaleras con cuidado al primer piso, si hacer mucho ruido, y entró a su habitación.

Se la quedó mirando durante un rato mientras dormía plácidamente, con una respiración casi inaudible. Miró hacia su izquierda, a la alargada mesa de su despacho. Allí encima había un pilón de papeles a los que se dirigió Matt para curiosear.

Sibilinamente, se acercó a la mesa y cogió papel por papel con cuidado. Algunos incluso estaban misteriosamente grapados, y la mayoría trataban temas como el número de soldados, los nombres de estos, la cantidad de provisiones, convoys... También había mapas de Rusia, tanto del país entero como regionales, políticos y geográficos. Más abajo del pilón había anotaciones a bolígrafo sobre esos mapas y las demás cuestiones que había en los papeles.

Escondida entre el montón de papeles, había una libreta. La abrió. Allí dentro habían fechas, lugares, horas... "14 de enero. Reunión con el Presidente de Suecia en el ayuntamiento de Estocolmo, a las 10h..." leyó. "Comida con el Presidente y el General de la brigada sueca a las 14h..." Definitivamente era un hombre ocupado, pensó Matt, con una risa de resignación y rabia.

No encontró lo que buscaba, aunque esa libreta fuera igualmente válida. Matt sabía que Arina Slavik era la "secretaria" de Lagunov, ya que en algunas ocasiones en las que les había estado espiando, había visto como se intercambiaban papeles y documentos sospechosos. Pero que fueran papeles no era nada del otro mundo, aunque precisamente allí no sobrasen, no era algo descabellado.

Se sentó en la silla del escritorio e inspeccionó los cajones de la mesa. Los tres que miró estaban vacíos, pero hubo un cuarto medio encajado que se le resistió.

Cuando al fin lo pudo abrir, con más maña que fuerza, se encontró más papeles. Eran más informes sobre la cantidad de armas, tipos...

Y bingo. Allí estaba, al fondo de esos informes. El documento estrella. Leyó el título.

"Declaración unilateral de apoyo y cesión militar al ejército de Rusia"

¿Ejército de Rusia? ¿De verdad podía ser tan cínico como para llamar a esto ejército de Rusia? En todo caso eran una parte del ejército de Rusia; una "resistencia" de ese ejército.

"La unión internacional de apoyo militar entre Suecia, Finlandia y Noruega, creado en favor de esta declaración, hace presente su apoyo..."

Arina se movió en la cama. Matt, inmediatamente, dobló varias veces el documento grapado que sostenían sus manos y se lo guardó en el bolsillo de su anorak. Cerró el cajón de una patada, pero no hizo ruido, al estar medio atrancado.

Rápidamente se alejó de la mesa y se acercó al lado de Arina, que se estaba empezando a despertar. Tras un rato, Matt se sentó en el borde de la cama y ambos se miraron.

- Buenos días.

- ¿Que has hecho toda la noche? ¿Has vuelto a beber?

- No, no. Qué va. - rió. - Esta vez no.

- ¿Entonces?

- Hacía mucho tiempo que no me acostaba en mi litera... y quería sentir otra vez como los muelles se me clavaban en el costado.

- ¿No es mejor una cama cómoda como esta?

- Nah, a veces me gusta volver a mis incomodidades. Son incómodas, ya sabes, pero son mías. De alguna manera pertenecen a lo que soy aquí y a lo que fui, lo que siento.

- ¿Y qué tal?

- No he podido dormir mucho... pero tampoco quería hacerlo. Prefería ver el amanecer, por si veía alguna aurora boreal.

- Nunca se ven. Yo lo he intentado un par de veces por la noche, pero no llegan aquí.

- Yo sí. La vi un día. El día que Lagunov volvió.

Arina esquivó la mirada del chico, incómoda, sabiendo lo que le iba a preguntar a continuación. Él espero callado a que dijera algo, pero finalmente tuvo que hablar él.

- Sabes que te lo tengo que preguntar, Arina, te guste o no.

Ella negó con la cabeza, todavía en silencio. Después murmuró.

- No quiere poner en riesgo nada. Ni siquiera si se lo digo yo.

- No sé por qué, pero me esperaba esa respuesta.

- No quiero que te vayas, Matt. No quiero.

- ¿Quieres que me quede a morir y ver como la gente de aquí muere por su culpa? No.

- Matt, por favor, piensa las cosas. Podemos lograr resistir sus ataques.

- ¿Es que no has escuchado nada de lo que te he estado diciendo estos días? - se levantó, pareciendo indignado. - Nuestra existencia es una ridiculez. Pueden eliminarnos cuándo quieran. Y aunque suene egoísta, yo soy el único que puede hacerle frente. Porque sé lo que es jugar a su juego de tú a tú, de forma individual, no con este ejército.

Matt se dirigió a la puerta como un resorte, enfadado. Pero su voz le hizo pararse en el marco de la puerta, una vez más.

- ¿Y dónde se supone que vas a ir, eh? - dijo disgustada, con los ojos húmedos. - No puedes dejarme aquí... y perderte buscando algo que no sabes donde está.

- Lo único que necesito es un ordenador que lea CDs. Ya está, solo eso.

Matt se giró para irse, pero la voz de la chica impidió que se moviese otra vez.

- Sólo te pido que no te vayas todavía. Que te tomes tu tiempo. Que... - intentó decir, desesperada, sin que le saliesen las palabras. - Que... te des una vuelta por los cuarteles, por los almacenes. Por la playa. Recuerda donde estás y en lo que te ha convertido este sitio. Y averigua... a dónde ir...

Sorprendido por las palabras tan significativas de la chica, tan solo un pensamiento pudo interponerse en aquel estado. "¿En lo que me ha convertido este sitio? En un verdadero monstruo" Después, su rostro de extrema seriedad, contempló el rostro de la chica durante largos segundos.

Que se diese una vuelta... por este lugar... por las casas... por la playa.

Se fue rápidamente de aquella casa. Pero en cuanto salió a la calle, aparentó su habitual seguridad y autoridad en cada paso y gesto. Si las palabras de Arina estaban en lo cierto y su intuición e interpretación de ellas también, debía darse prisa en hacer lo que pensaba hacer.

Andó tranquilamente por el exterior de cada una de las casas y cuarteles que había allí, tocando sus fachadas, examinándolas con la vista al detalle, mientras saludaba con una sonrisa forzada a la gente conocida que pasaba por allí, pendiente de ir a sus puestos del ejército. Andó por los almacenes que estaban más cerca de fuera de la playa, mirando cada recoveco, mientras en el exterior volvía a nevar.

Caminó por la arena húmeda y nevada, ya cansado de estar horas y horas recorriendo todo lugar apropiado por el ejército en aquella parte de la península donde estaban. Estiró su espalda, fatigado, y se sentó, intuyendo que sería cerca de mediodía.

Suspiró, pero poco después bostezó, somnoliento. De entre todas las mentiras que había dicho, la más cercana a la verdad era que no había podido dormir mucho; no había podido dormir nada, y probablemente fuera por culpa de aquellas mentiras.

Una fuerza gravitatoria desconocida arrastró su espalda hasta el suelo. Estiró los brazos y las piernas. Cerró los ojos, sintiendo que los copos aterrizaban en su sonrosada cara... y se quedó dormido después de unos minutos, mientras pensaba en todas aquellas mentiras que, pradójicamente, no le dejaban dormir. Pero, en cambio, ahora salía Emma en todas ellas abrazándole, consolándole.

Soñó que volvían a la terraza en lo alto de la Salavat Yulayev. Soñó de nuevo con cada frase que intercambiaron. Con el "hasta donde serías capaz de llegar". Y soñó que todos los días se repetían las mismas escenas allí arriba con ella, las mismas fiestas, la misma felicidad que sintió cuando ocurrió.

Soñó que no hacía frío. Que no nevaba. Que un sol radiante les saludaba cada mañana y les renovaba de energías para seguir viviendo. Un sol radiante... un sol de verano que quemaba la cara...

Despertó del todo en cuanto recibió el tercer puñetazo en el pómulo. Frente a Matt estaba Raf, que le había cogido por el cuello del abrigo y le había empezado a pegar puñetazos. Matt, reaccionando de forma torpe, aún dormido, agarró las manos de Raf con sus propias manos para intentar quitarlas de su abrigo, sin resultado.

Matt empujó con un grito ahogado a Raf y le consiguió tirar. Ahí, boca abajo, el capitán le propinó al sargento un puñetazo en el pómulo, justo como había hecho él antes. Raf soltó a Matt y, fugazmente, ambos tomaron una distancia prudente del otro.

- ¿Qué cojones estás haciendo, Raf? ¿Te has vuelto loco? - gritó.

- ¡No! ¿Te has vuelto loco tú? ¡Esa es la pregunta! ¿Qué mierda le has contado a Irak sobre Lagunov? - gritó de vuelta, con el doble de intensidad.

- ¡La verdad, eso que no quieres oír!

- ¡Por dios, Matt! ¡Eso son mentiras para quitarte de en medio a Lagunov, no soy idiota! ¡Pero no lo vas a conseguir!

- ¡Tengo pruebas, te guste o no, Raf! ¡Y las verás!

- ¡Tú no tienes ni vergüenza, pedazo de...!

Raf se volvió a abalanzar sobre Matt en un grito ensordecedor de ira, pero Matt bloqueó sus brazos, que pretendían volver a golpearle. Ambos focejearon durante un buen rato, y se intentaron tirar a la arena. Finalmente Matt lo pudo conseguir, y quiso darle un rodillazo en la tripa, pero Raf tuvo la idea primero, y la ejecutó.

- ¿Que Lagunov está trabajando con Sagres? ¿Que estamos nosotros sirviendo a ese majadero? ¿Te atreves a decir eso?

- ¡Me atrevo a decir eso, sí! - dijo retorciéndose del dolor. -

Raf se levantó y le cogió por el cuello del abrigo de nuevo, pero Matt consiguió tirarle otra vez en un arrebato de furia. De nuevo en el suelo, Matt le dió dos golpes más en el pómulo, lo que le hizo sangrar. Después en la frente y en la boca.

Esto solo hizo más agresivo a Raf, que le tiró del pelo, y le dió una patada en la cara. Matt, medio conmocionado, se dejó dar un par de golpes más por Raf, que estaba a punto de derramar lágrimas de la impotencia.

- ¿Y que pasa con Grigory, Matt? ¿Que pasa con nuestro amigo? ¿Vas a hacer toda esta mierda sin pensar en él? ¿Murió en vano, por un ejército que ahora vas a destruir?

- Raf... No saques a Grigory en esto por favor...

- ¿Lo has pasado mal por él, verdad? Sí, igual que todos. No se merecía eso.

- ¡Yo vi morir tiroteado a Grigory, joder! ¡Podría haberle salvado! - ahora Matt hablaba con el corazón. - ¡Pero no pude porque soy un idiota! ¡Una mierda de persona! ¡Y por eso quiero matarlos a todos! ¡Y a Lagunov, porque ha montado con Sagres este circo!

- ¿Vas a tirar por la borda lo único que tenemos para vengarnos por lo de Ufá?

- Solo espera. Y podrás verlo con tus propios ojos, por favor.

- ¿Esperar? ¿Esperar a qué?

- A aceptar la realidad. A aceptar... - se le cortó la respiración durante unos segundos. - A aceptar que son dioses. Que ellos son más poderosos. Que pueden decidir lo que quieran, planear lo que quieran, y todo le sale bien.

- Yo te diré a que esperas tú. Tú esperas a que te maten, ya sea el tabaco o de una paliza. Traidor.

- Raf, escúchame, no hay nada que podamos hacer si seguimos en este lugar.

- En este lugar está mi nueva familia, Matt. Esta gente es la sustituye a Ufá, aunque esté mal decirlo. Es mi hogar, y pensaba que el tuyo también.

- Yo le tengo lealtad a la verdad y lo que está bien, no a mi hogar ni a mi familia.

- ¿A la verdad? - dijo con asco. - No. Ni siqueira a eso. Patético.

Raf volvió a coger a Matt del cuello y lo intentó golpear, pero Matt fue más rápido y le golpeó primero en el abdomen. Sin embargo, Raf no se amilanó ante ello, y forcejeó con Matt para que no le volviese a golpear.

La pelea se movió de sitio, casi por toda la playa, sin que hubiese nadie alrededor para pararla. Se dieron más golpes, se restregaron por la arena, e incluso se intentaron ahogar. Los dos amigos, en ese momento, no pensaban con raciocinio. Uno se dejaba llevar por la mentira, por la injusticia, por su deseo de venganza. El otro para defender una idea maquiavélica, una mentalidad de sacrificio para conseguir algo mejor.

Raf le volvió a golpear por enésima vez, y Matt cayó al suelo, medio derrotado. Raf permaneció unos largos segundos de pie, aparentemente entero, pero cayó también al lado suyo. Tanto el rostro del alemán como el del español sangraban a más no poder, y ambos veían nublado en sus ojos. Casi no sabían ni donde estaban, ni cuanto había pasado desde que iniciaron aquella pelea.

Los dos permanecieron allí, callados y jadeando del esfuerzo y del dolor sufrido, dando por concluida la pelea. Tras unos minutos, Matt habló, con dificultad.

- Hazte mirar esos impulsos tan agresivos. Son preocupantes.

- Me vas a hablar tú de impulsos, maestro del autocontrol. - respondió con ironía.

Matt dejó escapar una pequeña risa, pero Raf evitó reirse.

- No veo humor en todo esto, la verdad. Es algo serio.

- ¿Te acuerdas cuando nos conocimos?

- Cómo olvidarlo. Tenía ganas de pegarte una paliza como la que te he pegado ahora.

- Te reconozco que tenía miedo de que lo hicieras.

- ¿Sí? Se te veía muy seguro de tí mismo, con ese porte de niño malcriado.

- Era una careta. Siempre lo ha sido.

- Algo podía intuir. Pero era una careta increíblemente realista.

- Y ahora que me la habeis quitado, se ve que soy peor todavía.

Raf tardó en contestar.

- Nos hemos intentado matar. No deberíamos hablar así, tan...

- A mí no me molesta. Me hace recordarla, sentirla más cerca.

- ¿A quién, a... Emma?

- Sí... Me hace revivir de nuevo sus locuras. Los tiempos en los que hacía cosas inadecuadas, en momentos inaduecuados.

Matt se incorporó del suelo y se sentó en la arena, entre quejidos de dolor. Fue entonces cuando observó una anilla marrón que se asomaba entre la tierra. Antes, mientras peleaban, se había tropezado con algo que le había parecido duro, como encallado en el suelo, pero había pensado que fuera una roca.

Pero en aquel momento, teniendo en mente las palabras de la pobre Arina, todo tenía sentido.

Raf vio como su amigo, momentos antes convertido en enemigo, se levantó, tambaleándose, hacia el cacho de metal oxidado que se veía a unos metros. Matt llegó hasta allí y lo examinó. Efectivamente, era una anilla. Excarvó los alrededores para saber de donde procedía la anilla. Raf se acercó y le ayudó, sin mediar palabra, también extrañado ante ello.

Tras treinta minutos en los que fueron quitando más y más arena, se dieron cuenta que la anilla estaba sujeta a un gran tablón de madera. Cuando estuvieron preparados para tirar hacia arriba de ella y quitar el tablón de allí, ambos se miraron seriamente, con un gran interrogante en sus caras, preocupados por lo que pudiera significar aquello.

Matt y Raf, a la vez, tiraron de la anilla, y quitaron la gran tabla medio roñosa. Bajo ella, se discernían unas escaleras de cemento que se internaban a un lugar oscuro. Los dos chavales miraron el hueco con detenimiento, sin saber muy bien que pensar ni que hacer. Raf miró a Matt de nuevo, transmitiéndole su necesidad de hacer algo al respecto, pero sin saber muy bien cómo.

Tras unos segundos, el capitán Oliver se internó directemente en el hueco, bajando las escaleras. Raf, vacilante, lo siguió.

No se veía nada, tan solo la suave luz del exterior podía alumbrar un poco los contornos. Matt iba palpando todo el rato el estrecho hueco de las escaleras, también hecho de cemento, intentando imaginar cómo habían hecho aquello y desde cuándo estaba ese lugar allí.

Las escaleras por fin acabaron, pero ambos chicos estaban en completa penumbra. Se quedaron completamente quietos antes de que Matt tuviese la idea de ir a por una antorcha.

Tras unos minutos, Matt volvió, y ambos volvieron a bajar. Aquella especie de búnker era notablemente espacioso, pero muy vacío. Había distintos pasillos y huecos por donde pasar, como en una casa, pero llena de arena. También se podían ver algunos muebles desgastados por el paso del tiempo.

El capitán vio, a su derecha, nada más entrar al sitio, una caja de electricidad enorme, que ocupaba casi toda la pared. Matt se acercó rápidamente a ella, pero escuchó la voz de Raf alertarle.

- No va a funcionar, Matt. Este sitio está abandonado, como todos los...

Las palabras se le fueron de la boca en cuanto vio que los fluorescentes se encendían con una luz blanquecina que le cegó. Matt dio un grito de júbilo y soltó unas carcajadas. Raf solo pudo musitar palabras de incredulidad por lo que había pasado.

- ¡Sí! ¡Vamos! - exclamó Matt con alegría, tirando la antorcha a una pequeña montaña de arena.

- Dios mio... - dijo el otro. - ¿Cómo es posible que...?

Raf miró a su alrededor, observando la gran luminosidad de las cosas y lo bien que se veían todas con esa luz blanca. Vio que Matt se iba por uno de los estrechos pasillos del búnker, y le siguió. Por todo el techo y en algunas zonas del suelo se dejaban ver cables que se hundían en el cemento y otros tantos que colgaban de arriba, rotos.

Matt se paró en un momento dado, con la respiración acelerada, viendo lo que tenía en frente, en aquella inmensa habitación a la que había llegado. Raf se paró a su lado también, sin poder creer lo que veían sus ojos.

Siete filas de mesas con ordenadores y pantallas encendidas montaban un circo electrónico de sonidos mecanizados y parpadeos de luces.

Al joven capitán nunca le había alegrado ver un aparato como aquel tanto.








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