7. Víctima
La luz grisácea de la mañana entraba de forma arrolladora por la ventana del primer piso de una casa de la playa del ejército. Dentro de ese primer piso había un despacho; una gran mesa, alguna estantería vieja, papeles amontonados y la cabeza disecada de varios ciervos y jabalíes de hacía mucho tiempo atrás.
Pero aquella gran sala no solo tenía apariencia de despacho. Si no también de habitación.
Había una cama de matrimonio, y a sus lados mesillas de noche para apoyar las velas. Una chimenea protegida por ladrillos y rejillas de metal acogía un fuego bastante enérgico.
Matt, tumbado y metido en la cama, miraba al techo pensativo. A su lado, Arina Slavik se despertaba, bostezando y estirándose. Se giró un par de veces, pero a los pocos minutos volvió a quedarse dormida. Era relativamente pronto, pero en aquel lugar recóndito y perteneciente a la cúspide del mundo, en pocas horas ya se hacía de día.
Giró la cabeza con lentitud hacia Arina, y observó la expresión de su rostro al descansar. Después la giró con rapidez hacia la ventana de su izquierda. En el marco de la ventana estaba la caja de cigarrillos que Arina le había robado el primer día de reunión para la operación bengalas rojas, en su pequeño juego de cosquillas por ver quien era más fuerte. Por ver quien ganaba.
Se incorporó despacio, para no molestar a su íntima compañera, y se sentó en la cama. Se frotó la cara, somnoliento, y volvió a quedarse unos segundos allí, parado, tan solo observando el exterior nevado, como caían los copos y la lucha entre el sol y las nubes. Ya se podían ver las primeras tropas de soldados desfilar al paso de las voces autoritarias de los sargentos y capitanes.
Finalmente se levantó a por la caja de cigarrillos, un mechero, y se volvió a sentar. La abrió, pero solo quedaba uno de los cuatro o cinco que debían haber antes de que se lo requisara. Soltó un par de risas inaudibles, mientras cogía el cigarro, lo encendía y le daba una calada.
Una y otra vez. Una rutina. Cogerlo de la caja... encenderlo... y darle una calada, dos, tres... Y vuelta a empezar. Nunca se terminaba.
Volvió a mirar a la ventana.
Como esa asquerosa, inservible, nauseabunda nieve. Ya no tenía más adjetivos para describir lo que le producía.
Volvió a centrarse en el cigarro. Lo miró como si fuera un objeto extraño, mientras su mente no dejaba de darle vueltas a lo que tenía que hacer a partir de ahora en aquel lugar. Un lugar que no era su hogar. Un lugar donde no tenía amigos ni gente de confianza. A no ser que les obligara a ello.
Cogió un cenicero que había en la mesa del despacho, que tenía algunos cigarrillos consumidos ya, y echó los restos allí, mientras seguía fumando.
Arina Slavik, a pesar de todo, seguía siendo egoísta. Había sacrificado a sus padres, que según ella estaban de acuerdo con su decisión, por quedarse aquí, salvando el futuro de Rusia. Pero incluso sacrificar y perder lo que era de uno hacía querer recuperarlo cada vez más. La paciencia ahogaba la solidaridad.
Ella quería el amor que le daba Matt y que sustituía el que perdió de sus padres. Arina quería los cigarrillos por el hecho de hacer algo que quisiese ella y no los demás. Quería ir en contra de la amarga responsabilidad que tenía en su disposición al futuro de Rusia. ¿Qué pasaba con su presente entonces? ¿Con su felicidad?
Sagres se colaba en su mente a cada segundo. Sentía que en cada pensamiento estaba él susurrándole aquellas palabras que le había dicho en el pasado. Aquel primer momento en el que le vio, cuando le ofreció las medicinas para curar a Emma, cuando le preguntó si era feliz consigo mismo. Cuando le dijo que aquel engaño egoísta no era para siempre, y cuando los alquimistas a los que mató le recordaron que él siempre acababa ganando.
Y lo veía en todas las personas. En cada una de las actitudes que tomaban. Sin importar quienes fueran. Todos necesitaban satisfacer su egolatría de manera directa o indirecta. Pero, quizás, la diferencia, era quién era consciente de ello y quién no. Quizás la aceptación era la manera de llegar a ser feliz.
Recordó a Emma y las palabras e ideas de Sagres se le quitaron de la cabeza. Estaba aceptando palabras de su enemigo número uno, de aquella escoria que había jurado matar de la forma más cruel posible. Porque era Sagres, por lo que había hecho y por lo que pretendía hacer, pero también por redimirse de su pasado.
Y la única manera era hacer lo que quería, tal y como le había dicho aquel sargento, era siendo egoísta y no dejarse llevar por el autoengaño. Aunque eso significase volver a autoengañarse. Era una paradoja que le carcomía la mente y le hacía sufrir por dentro. Pero la imagen de la pelirroja le devolvía la sonrisa y las ganas de seguir luchando. Consolaba sus tormentas con el fuego de su cabello.
Y aunque había hecho algo de lo que se sentía profundamente culpable, lo volvería a hacer si hacía falta. Porque era necesario para llegar a ella de nuevo.
Arina se movió de nuevo, y Matt se giró hacia atrás para verla.
- Buenos días. - dijo el chico sonriendo.
- Buenos días. - respondió, algo desorientada.
- Me gustaría decirte que tengo el desayuno preparado en bandeja de plata, pero vamos a tener que ir a nuestro querido comedor común.
Ella rió.
- A mi me gustaría pasar el día en la cama contigo. Con eso me conformo.
El otro rió
- Harías un gran favor a los soldados que estás entrenando.
- De verdad, ¿podrías dejar de meterte conmigo?
- No me meto contigo, solo estoy haciendo lo que me dijistes: pensar en el ejército primero.
- Pues piensa en ello de otra manera.
Entre risas, Matt se levantó y se vistió con el uniforme militar gris y el anorak azul característico de la militancia de la que formaba parte.
- ¿Como por ejemplo encontrar una solución a que vengan a matarnos a todos?
- Sí. Por ejemplo.
- Yo ya tengo mi opinión.
- Y la mía es parecida.
Matt le miró sorprendido.
- ¿Parecida? Pensé que estabas totalmente en contra de...
- No como un ataque definitivo, si no como algo organizado. Lo he estado pensando, y en realidad siempre me ha gustado el factor sorpresa. No se esperarán que ataquemos tras una batalla.
- Vaya, no pensamos tan diferente al fin y al cabo. - sonrió.
- ¿Vas a alguna parte con tanta prisa?
- A desayunar ¿no? ¿Tú no vienes?
- Bueno, hay tiempo. Pensé que ibas a ir a algún lado antes.
- De hecho sí. Ayer Lazar me llamó para hablar conmigo.
- Ah cierto. Se me olvidó decirte que quería hablar contigo. No pudo hacerlo desde que volvistes a la base.
- ¿Se te ha olvidado durante tres días?
- Sí. Es que como tengo que cuidar de un crio como tú, se me olvidan las cosas importantes.
Matt suspiró y negó con la cabeza riendo.
- Vale. Ya estamos en paz. ¿Te parece?
- Eso es lo que te crees.
- Te veo luego.
- Oye, Matt.
El joven se paró justo en el marco de la puerta de la habitación-despacho, y se giró con curiosidad, mientras se acomodaba los guantes en las manos y las medias térmicas.
- No le cuentes a nadie ésto.
El chico se quedó callado y serio, como si no se lo esperase.
- Está bien. Pero tampoco nos van a fusilar si se enteran, ¿sabes?
La chica no respondió, pero Matt se quedó esperando una respuesta. Finalmente asintió y se fue hacia el exterior, comprendiendo perfectamente su inquietud.
Nada más salir de la casa empezó a andar por uno de los puentes de madera a nivel del suelo que cruzaban la arena. Su paso era firme, autoritario. Su expresión cambió en milésimas de segundo, de un rostro sereno y relajado a uno tenso y serio, casi de irascibilidad. Algunos soldados pasaban a su lado con miedo, intentando no mirarle por encima de su barbilla, mientras la figura de Matt casi les atropella, sin dejar un momento de su caminata para dar paso a los demás.
No por nada era uno de los capitanes más temidos de allí, además del más joven. Su autoridad y figura imponente hacían temer a cualquier soldado.
Sus andares denotaban una seguridad y una arrogancia mayúsculas. Pero Matt no lo tenía presente en ningún momento. Tan solo pensaba en llegar al hangar, fuera de la playa, y encontrarse a Lagunov y enfrentarse cara a cara con él. Pero esta vez siendo algo más inteligente.
Cuando llegó, el lugar estaba como de costumbre: lleno de chatarra a medio fundir de lo que una vez fueron aviones, y soldados entrenando en medio de todo aquel sitio, utilizando las placas de metal como barricadas. Aquel hangar había servido durante la mayor parte de su vida como almacén para guardar piezas y restos de aviones. Había que remontarse muchísimo tiempo atrás para ver aquel hangar con aviones perfectamente completos.
Matt oyó los disparos de los soldados entrenando en cuanto pisó el suelo asfaltado. Miró en todas direcciones hasta que supo identificar donde se encontraba el general. Estaba en un pasillo alargado que había subiendo unas escaleras bastante altas, y desde donde se podía ver todo el hangar en su totalidad. Allí, cerca de la barandilla, hablaba con un sargento y una capitana que controlaban la tropa que estaba allí practicando los movimientos en batalla.
Lazar Lagunov se dio cuenta de su presencia y miró hacia abajo unos segundos, a Matt, mientras no dejaba de dialogar con sus compañeros. Matt le devolvió la mirada, seria y penetrante, cargada de desafío. Y se decidió por fin a subir las escaleras.
Llegó al pasillo donde estaban los tres, hizo el saludo militar y se lo devolvieron. El sargento y la capitana se fueron segundos después, y tan solo quedaron Lazar y Matt.
Lagunov se giró levemente hacia uno de los ventanales que tenía al lado, y por la que se podía ver una inmensa pista de aterrizaje, la cual no había sido devorada totalmente por los líquenes de la tundra, y aún se podían vislumbrar sus límites.
El general rompió el hielo tras largos segundos.
- Capitán, te he llamado porque tenemos una conversación pendiente.
- Sobre mi rapto e interrogación en la base enemiga, señor.
- Exacto. Explícame lo que ocurrió.
- Me cubría por la zona suroeste de la zona que estábamos atacando, la zona por la que también cubría el sargento Volkov, Grigory Volkov, uno de los hombres caídos. Fue entonces, con la explosión, que quedé desorientado y me dejaron inconsciente. Entonces desperté en una especie de patio abandonado, en la ciudad, probablemente en Utjá o alrededores. Me interrogaron y me torturaron tanto físicamente como psicológicamente durante algo más de veinticuatro horas. Pero finalmente pude desatarme de las cuerdas que me aprisionaban y llegar a un todoterreno sin vigilancia, en la madrugada.
Matt acabó de explicarlo todo, pero Lagunov no respondió. Se limitó a mirar por el ventanal, pensativo, mientras veía como otra tropa salía a dar vueltas a la pista de aterrizaje. Matt le imitó.
- ¿Y qué es eso de que saben dónde estamos?
- Oí hablar a dos integrantes del ejército enemigo justo antes de robar el todoterreno. Llegaron allí en él, hablaron y finalmente se fueron a pie hacia su base. Dijeron que estaba programado que llegasen en unos cinco o siete días, y que lo iban a destruir todo. Los que me torturaron también mencionaron que sabían nuestra posición exacta, pero necesitaban saber todo acerca de usted, sus movimientos y la de los capitanes, además de nuestros futuros movimientos.
Lazar calló de nuevo, pero tras varios segundos volvió a preguntarle, esta vez mirándole a los ojos.
- ¿Eres consciente de la importancia que tiene ésto, Matt?
- Lo soy, señor.
El general se acercó más a él, y sus miradas se sostuvieron la una a la otra. Ninguno pestañeó.
- ¿Entonces por qué no me dices lo que quiero oir?
Matt negó con la cabeza.
- No sé de que me habla.
- Sí lo sabes.
Matt asintió en seguida y formó media sonrisa.
- Sí lo sé.
- Pues dímelo.
- Que debemos atacarles antes de que lo hagan ellos.
- ¿Y por qué no has querido decírmelo?
Una punzada de angustia recorrió la columna vertebral del chico, que ponía fin a las sospechas de que Lazar Lagunov iba a ser escéptico de todo lo que le dijera. Efectivamente, así había sido. El general tenía muchas dudas de que su capitán le estuviese contando la verdad.
Matt calló durante unos segundos y suspiró, liberando la tensión que le producían esos pensamientos. Sin embargo, podrían jugar muy a su favor si los hacía parecer otra cosa.
- Porque me he equivocado muchas veces desde que vine aquí. Y prefiero callarme las cosas.
- Eres capitán, sabes que puedes decirme cualquier cosa. Yo la escucharé y la tendré en cuenta.
Matt, al oir esas palabras, estalló de risa en su interior. No pudo pensar en otra cosa más razonadamente lógica que en reir de la mofa que le causaba lo que le había dicho. Si hubiera sido completamente sincero y abierto con él en ese momento, le habría cogido del cuello y le habría estampado su cara contra el ventanal, rompiéndolo en el acto, como sus morros.
- No he querido hacerlo más. He reflexionado mucho, y he llegado a la conclusión de que... no vale la pena. Son mis pensamientos y deseos los que entran en conflicto con los del ejército, y eso no va cambiar, ni yo voy a cambiar. Por eso... prefiero informar de lo justo y necesario.
- Reflexiones sabias, sí. - asintió el otro. - Me gusta que pienses así. Sacrificando tus impulsos por el futuro de Rusia y la esperanza que da el ejército. Te aseguro que verás los resultados en el futuro. Porque esta es una guerra de sacrificios, te lo he dicho muchas veces.
El rubio seguía llorando de las carcajadas, por dentro.
- Hablé con Arina, y me estuvo contando por lo que tuvisteis que pasar para formar el ejército. Eso... me hizo ver las cosas de otro modo.
En torno a Lagunov se formó un silencio de melancolía y tristeza.
- ¿Acaso sabe uno lo que es correcto y lo que no cuando toma decisiones? No, nadie lo puede saber. Porque ambos lados prenden de un hilo muy fino que a cualquiera puede sobrepasar.
Tomar decisiones no era lo importante. Lo importante era que no había esperanza alguna en que esa decisión se mantuviese en el tiempo con firmeza. Lagunov siguió hablando.
- Nosotros hicimos lo que creíamos que era correcto. Porque nosotros no somos nadie, tan solo insignificantes personas que luchan por otra cosa mucho mayor.
- ¿Por qué querían que os fueseis de aquí?
- Porque nuestros generales no querían problemas con Sagres. Que luchasemos solo empeoraría las cosas.
- Es realmente trágica vuestra historia. Yo no podría haberlo hecho.
- Ya me has demostrado que no, Matt. No puedes pertenecer a este ejército si no dejas tus intereses a un lado. Pero tampoco me vale tu rollo de víctima en todo esto. - su voz sonó implacable.
- No soy una víctima. Me he dado cuenta de...
- Mira, Matt, no me creo una mierda de todo lo que estas diciendo. Puede que sea verdad. Pero puede que no. Y lo que si sé es que te conozco lo suficiente como para saber quién eres.
Matt, preocupado, intentó salvar rapidamente la situación cambiando de actitud al instante.
- Soy la persona que puede salvar el ejército con lo que digo, me creas o no, Lazar. Pero precisamente, porque me importa el ejército y su bienestar, he decidido ahorrarme mi opinión, para no incomodar a mi general. Pero se ve que, haga lo que haga, no se me va a escuchar, y se me va a poner en duda y a criticar. Pues bien, señor, ahora es usted quien decide todo.
- No voy a atacar Utjá.
- ¿Vas? Pensé que eramos un ejército.
Lagunov se quedó mudo, pero no dudó en contestarle segundos después.
- Recuerda. Sacrificios por el bien de los demás.
- Lo entiendo, señor, y sigo estando a su disposición a pesar de cualquier decisión o duda. - quiso terminar ya con la conversación.
- ¿Quieres salvar a Emma Yakolev?
Matt sintió que una oleada de furia ardiente emanaba de su estómago y recorría cada una de sus arterias. Movió la mandíbula, el cuello se le tensó, y sintió que los músculos de sus brazos se contraían de ira.
La había nombrado. Ese repugnante ser narcisista y altivo se había atrevido no solo a nombrarla, si no a preguntarle a él sobre ella.
- No. - mintió tajantemente.
- ¿Y salvar Rusia?
- Sí.
- Deja de mentirme.
- Estoy diciendo la verdad.
Lagunov siguió mirándole pensativo, callado, hasta que giró la cabeza hacia el ventanal de nuevo.
- Si en cuatro días no viene nadie, considérate expulsado del ejército.
Dicho esto, Lagunov volvió a mirar al frente y se fue de aquel hangar, mientras Matt asimilaba lo que le había dicho, petrificado.
Se apoyó en la barandilla durante unos minutos, mirando a la nada y sin pensar en nada. Entonces imágenes de Emma, del pasado que compartieron, de la mezquita de Ufá y del momento en el que la raptó Ken pasaron lentamente por su cabeza.
Y ese idiota le había preguntado si quería salvarla a ella y si quería salvar a Rusia, cuando ambas opciones eran las mismas. Ni si quiera le había tomado en serio cuando le había dicho que iba a velar por los intereses colectivos.
Le había llamado víctima, egoísta, cuando había sido él quien había privado de luchar a los que menos capacitados estaban, pero más ganas tenían de luchar por su país.
Matt se giró completamente con brío hacia el ventanal. Destrozó el cristal con un puñetazo, mientras soltaba un grito de exasperación. Los nudillos empezaron a soltar riadas de sangre.
¿Víctima? No.
Culpable.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro