
6. Reencuentro
"Hasta dónde sería capaz de llegar..."
"Hasta dónde sería capa de llegar... para recuperarla"
Matt redujo la velocidad del todoterreno por aquellos campos nevados, totalmente vacíos de más vida que la de los musgos y arbustos de líquenes.
Tras casi dos días de conducir sin parar por medio de la estepa rusa, ya estaba llegando a su destino. Volvía a la base militar de la península. Al lugar donde había comenzado su pesadilla, y donde pensaba acabar con ella.
De cualquier manera, como había dicho ella. Arriesgándolo todo, como solía hacer ella. Pero sacrificando de por medio el cariño a sus semejantes. Lo que ella le había transmitido.
Vió a lo lejos casas de madera viejas y algunos almacenes pequeños abandonados. Y cerca de allí, como pequeños puntos en el horizonte, varias hileras de soldados apuntando su coche.
Mientras se acercaba, ciertas voces concidas sonaban poco a poco más claras, entre gritos ensordecedores e intermitentes.
Matt pudo apreciar la figura de Raf y la de Arina Slavik entre la hilera de soldados, con un rostro de total preocupación, mirando a su todoterreno bajo un cielo color cemento, con nubes tan grandes como mantas.
El coche paró, y los soldados lo rodearon, en guardia, sin dejar de apuntar, amenazantes.
Matt suspiró intentando, paradójicamente, ponerse nervioso. Su cabeza no podía permanecer más serena y fría. Su corazón bombeaba en la más absoluta calma, mientras parecía no tener casi respiración, como si estuviese durmiendo.
Se rascó la barbilla con los pequeños pelos de la barba de dos días.
Y después empezó a temblar poco a poco a propósito. Respiró con dificultad, jadeó. Pensó en cosas terribles para turbarse a sí mismo. No le gustaba en absulto aquello, pero no tenía otra opción. Él mismo se lo había buscado, equivocándose en todo. Pero eso no le iba a parar. Ni mucho menos.
Ensayó en el espejo retrovisor la manera de gesticular, de mover los labios, de mirar. Iba a interpretar a un personaje. A un Matt distinto del habitual. A un capitán roto por dentro.
Salió del coche con brusquedad cuando estuvo listo. El viento soplaba fuerte, y la nieve incomodaba la cara de los que estaban en aquel lugar.
La mayoría, al ver al capitán Oliver, bajaron las armas, realmente impactados. Otros, que no le conocían, siguieron apuntándole, hasta que se dieron cuenta de la reacción de los compañeros que sí.
Raf y Slavik se quedaron mudos al verle durante unos largos segundos. La chica pronunció su nombre en voz baja entre interrogaciones, sin creerse que estuviera allí delante, y se dirigió a él con pasos agigantados.
Se abrazaron fuertemente.
- No sabes lo que he pasado, Arina. Han sido... son unos monstruos. - la susurró al oído, medio sollozando. - No tienes ni idea, no tienes ni idea...
Mientras ella le intentaba consolar, Raf se acercó a ellos, para después abrazar a Matt.
- Sabíamos que estabas bien. Sabíamos que saldrías de esta, lo sabíamos. Estabas ahí, vivo, en alguna parte.
- Ha sido horrible, Raf. Horrible...
- Íbamos a ir a buscarte sí o sí en una expedición. Aunque volviésemos a toparnos con ellos en el camino. Íbamos a luchar para que volvieses a casa.
- Lo he pasado fatal...
- ¿Que...? ¿Que te han hecho...?
Ambos se miraron a los ojos, con preocupación.
- Lo importante no es lo que me han hecho, si no lo que van a hacer con la base central del ejército. Nuestro hogar.
"A la mierda el hogar." pensó en cuanto dijo esas últimas palabras.
- ¿Qué?
- Me han interrogado a la fuerza sobre nuestra base de operaciones, sobre Lagunov, sobre todos vosotros. Sobre todo lo que sabía.
Se tocó la cara, llena de magulladuras de color morado y sangre seca. El hedor que soltaba a sudor rancio y a excremento de caballo dificultaban una conversación sin caras de repulsión por parte de sus interlocutores.
- ¿Les has contado algo? ¿Te han seguido?
- No. Nada. Escapé y ... dios... necesito descansar... porque...
Se cayó de rodillas en el suelo, mientras los otros dos reaccionaban para impedirlo. Tosió forzadamente, aunque no se notó, y ambos le volvieron a levantar. Le pusieron en el asiento de atrás del coche que había robado, Raf condujo y Arina se quedó al lado del convalesciente Matt.
No tardaron más de veinte minutos en llegar a la base de la playa. Aparcaron cerca del límite, ante la mirada estupefacta de sargentos, soldados y capitanes, además del mismísimo Lagunov. Vieron como sacaban al capitán Mateu Oliver herido y destrozado anímicamente, casi a rastras.
Lagunov dio dos pasos al frente y alzó la voz para dar órdenes a los soldados que había observando la escena.
- ¡Preparad la enfermería y las mantas térmicas para el herido! ¡Venga!
Entre todos pudieron llevarle a la caseta de enfermería. Allí, en una cama de hospital plegable rodeada de cortinas se tumbó. Le taparon con mantas térmicas, y al rato uno de los soldados le llevó una taza de café algo aguado, pero igualmente caliente.
Tras unos minutos en los que intentó tranquilizar su falso nerviosismo, empezó a hablar con Arina, que se había quedado con él para cuidarle. Estaba sentada en una silla, al lado de su cama.
- ¿Estás mejor?
- Sí. Gracias por quedarte.
- Deberías hablarnos de lo que sabes, Matt. Sin presiones. Pero si saben donde estamos tenemos que movernos ya.
Matt asintió.
- Van a venir, Arina. Saben donde estamos. Lo oí todo y...
- Espera. Llamaré al general para que venga y se lo expliques también a él.
- No. - la cogió del brazo al segundo. - Quiero que te quedes tú.
Un silencio que rozó la incomodidad se propagó entre ellos durante unos segundos. Arina Slavik le miró extrañada.
- Por favor. - volvió a decir él. - Yo... hay veces que parece que eres la única en la que puedo confiar aquí.
- Lo sé. - dijo en voz baja. - Pero no debería ser así. Esto concierne a todo el ejército. Y tú mismo dijistes que los intereses de el ejército estaban por encima de los tuyos.
Matt rió por dentro. ¿Cuándo había dicho él eso? Porque resultaba ser completamente lo contrario de lo que pensaba, y con motivos más que suficientes. Él solo se había limitado a resignarse, a decir que se había dado por vencido en luchar por hacer las cosas bien en el ejército: y hacer las cosas bien significaba seguir sus indicaciones, y coincidía con sus propios intereses.
Pero aquella frase, definitivamente, se lo había imaginado ella.
- Solo te digo que me gustaría pasar más tiempo contigo... a solas. Me reconforta. Sabes comprenderme y te pones en mi piel.
- Sí, vale. Me quedaré para hablar a solas si te tranquiliza. No quiero que lo pases mal.
Matt asintió y siguió convenciéndola de esa mentira que la había mencionado, un plan tan malévolo como el propio diablo.
- Oí que saben donde estamos. Tienen a espías que nos vigilan todo el rato por mar, por aire y desde el espacio, en satélites. Sin embargo, somos muchos, y no pueden predecir al cien por cien nuestros movimientos por los distintos puntos de Rusia en los que está repartido el ejército. Me intentaron sacar información sobre los siguientes objetivos, los modus operandi de Lagunov, patrones de los movimientos de las tropas en las expediciones...
- ¿Hablastes con él?
Matt se le quedó mirando, como indignado y sorprendido por la pregunta.
- ¿Qué? Pues claro que no. No he vuelto a verle desde que llegué aquí, y él tampoco ha aparecido para verme. Sabe que si lo hace no va a ver diálogo que valga, solo una bala en su cabeza.
- Ya. Lo siento. Siempre dices que tuvistes contacto con él, y se le veía interesado en todos tus movimientos...
- Eso es agua pasada. - dijo al instante. - Ahora estamos en guerra, ya lo sabes. No le salió bien la jugada, y eso derivó en esta mierda.
- Pues estamos jodidos. - dijo desperezándose y frotándose la cara. - No teníamos ni idea de que nos tuvieran puestos los dos ojos encima. ¿Desde cuándo?
- Eso no lo sé. Pero lo importante, Arina, es que les oí decir que iban a venir en los próximos días. Justo antes de robar el coche, les oí decir eso a un sargento que conversaba con sus soldados. Van a venir, y solo hay un modo de evitarlo.
- ¿Cuál?
- Atacando nosotros primero.
Arina abrió mucho los ojos y emitió una risa inauduble y corta.
- ¿Atacando primero? ¿Cómo demonios...?
- Tenemos que convencer a Lagunov de volver al ataque en la frontera. Y no sólo eso, llegar hasta donde me llevaron a mí, hasta Utjá.
- ¿Qué? Eso es imposible. Hemos tenido bastantes bajas en el anterior ataque que hicimos en la frontera. Tenemos que recuperarnos y volver a organizarnos. Las tropas están como pollos sin cabeza porque no salió bien. ¡Tuvimos que dar la retirada!
- Pero esto es atacar por sorpresa. Poner las cartas sobre la mesa y jugar en serio. Apostar por un ataque de todo el ejército: juntar nuestras bases de Moscú, San Petersburgo, Kazán, Krasnodar...
- ¿Y crees que eso es tan fácil? ¡Matt, volvemos a lo mismo de siempre! ¡Este ejército ha hecho grandes avances, pero no está listo para enfrentarse al de Sagres en una batalla final!
La capitana Slavik le había elevado un poco la voz, y eso era lo último que quería que hiciese la chica.
- Vale. Lo siento, es verdad.
Slavik suspiró y se calló, para después pedirle perdón.
- Lo siento yo también. Que de repente vengas y digas que estamos vendidos... que no tenemos el control de la situación y que pueden hacer lo que quieran con nosotros... es exasperante.
"Vaya. Parece que se ha dado cuenta de lo mucho que tuve que sufrir esos pensamientos en Púlkovo. Dos años después, tras hablarlo con ella día tras días. Empatía... Arina Slavik..." Terminó sus pensamientos maquiavélicos riendo para sí mismo.
- Sí. Lo es. No puedo soportar saber que ellos están siempre ahí encima, sabiendo todo sobre todos, pudiendo controlar al milímetro cada movimiento... Y todo por culpa de ese capullo millonario.
No podía negarse a seguir sintiendo un rechazo total de Miguel Ángel Sagres y todo aquel mundillo que estaba manejando, hasta su propio ejército. Y por ello mismo, muy en el fondo de su ser, odiaba soltar esas mentiras tan a la ligera.
Pero ya era demasiado tarde. La bestia había devorado el intento de buena persona que tenía floreciendo en él.
- No sé si te he contado alguna vez por qué se creó este ejército. - dijo cabizbaja, mientras jugaba con un hilo que se desprendía de su camiseta. En cada palabra iba impregnada un tinte de tristeza y de impotencia.
Matt negó con la cabeza. Arina vio como lo hacía, con media sonrisa, y volvió a agachar la cabeza. No se sentía cómoda contándole su pasado a la gente.
- Yo siempre he querido mucho a Rusia. Creo que todos los que estamos aquí la adoramos más que a nada. Puede sonar a discurso muy patriota, pero es la verdad. Todos sentimos una afinidad por el frío ruso especial. Por sus ciudades, por sus estepas, por sus montañas, los ríos, la honradez y lucha de sus gentes. El olor que se respira en cada persona es de perseverancia y de lucha por sus semejantes, lo sabrás si has estudiado una parte de nuestra historia. Y aunque nos derivó en pobreza, fue una pobreza feliz, rodeada de la gente que nos importa, en la tierra que nos importa. Mis padres me enseñaron eso, y me transmitieron ese amor por la lucha. Y por ello siempre he querido formar parte del ejército nacional, era mi vocación. Puedo decirlo con orgullo, porque antes incluso de los temporales nevados yo quería pertenecer al ejército. Pero entonces... aquella gente a la que defendía, a la que tenía como hérores... me abandonó cuando iba a empezar a defender Rusia, como ellos. Un nuevo peligro asomaba. Sagres. No quisieron saber nada de él. Y yo me quedé destrozada por dentro...
- Espera un momento. - le cortó con suavidad. - ¿El ejército nacional sabía lo que quería hacer Sagres? ¿La política rusa?
- Sí. Lo sabían. Y yo me enteré siendo una simple soldado más. Me dijeron que teníamos que huir. Huir sin luchar. Dejar todo lo que nos importaba, dejar todo para lo que servíamos. Millones y millones de soldados, sargentos, capitanes, generales escoltando al presidente y a los demás políticos fuera del país. Rusia se convirtió en la tierra desolada que es ahora antes incluso de poder intentar salvarla. Un país de humildes luchadores convertido en uno de cobardes desertores cuando todo iba mal. Y no me fui. Porque a mi me enseñaron que cuando todo va mal, se debe intentar, por lo menos, darle la vuelta a la situación. Pero por culpa de mi obstinación mataron a mis padres, justo después de que un general amenazara con hacerlo.
Matt, inmóvil, miraba a la nada serio, pero escuchando atentamente. Aquello parecía no haberle impresionado, pero en realidad si lo había hecho, mínimamente.
- Los generales del ejército de Rusia amenazaron con matar a los seres queridos de todos los subordinados que no querían abandonar Rusia. Yo me negué, sabiendo que les matarían. Pero también sé que ellos lo hubieran entendido. Ellos amaban este sitio incluso más que yo.
- Y solo quedasteis Lagunov y tú, ¿no?
- Lagunov fue el único oficial que se negó a abandonar Rusia. Era capitán entonces. Mataron a sus padres y a sus dos hermanas pequeñas. Después se hizo cargo de la división de San Petersburgo, en la que estábamos los dos. Se autoproclamó general cuando vio que yo ya estaba preparada para ser sargento. Y dos años después capitana. Al igual que tú.
Arina Slavik le sonrió dulcemente, intentando esconder las heridas internas sobre su pasado y su familia.
- Siento mucho todo lo que pasó. Y aún no me pudo creer que hicieran tal barbarie. No entiendo por qué tanta obsesión en sacar a la gente de aquí...
- Ni nosotros lo sabemos. Pero probablemente Sagres habría hablado con el presidente sobre hacer alguna actividad en Rusia, y finalmente no llegaron a un acuerdo, asi que Sagres amenazó con desplegar sus fuerzas de la alquimia sobre Rusia.
- ¿Eso es lo que se rumorea?
- Eso es lo que se rumoreaba en la élite cercana a la élite superior a ella, es decir, los contactos de Lagunov.
- ¿Y es posible que... las ventiscas...?
- ¿Sean obra de él? Puede. No lo sabemos. Ese hombre ha demostrado poder hacer cualquier cosa que se proponga, aunque fuera inconcebible para cualquier mente cuerda. Pero es poco probable; por lo que sé de las armas climáticas, si existen, son un misterio muy guardado.
Matt meditó sobre ello unos segundos. Arina iba a levantarse y a decir algo, probablemente despedirse, cuando Matt se adelantó.
- Lazar y tú siempre habeis estado muy unidos, ¿verdad?
Ella le miró dubitativa.
- Sí. ¿Por qué?
- Ah, nada. - giró la cabeza, avergonzado. - Es solo que... me daba algo de envidia, quizás.
Arina rió.
- ¿Lo dices por Lazar?
Matt sonrió, la miró, y volvió a girar la cabeza, rojo. Arina volvió a reir.
- Ha sido un gran mentor para mí, al igual que yo lo he sido para tí.
- Bueno, no estés del todo segura con eso. - dijo entre risas, bromeando.
- ¿Acaso vas a dudarlo? Sabes perfectamente que mis discusiones contigo eran por tu culpa.
- Eran por la tuya. No puedes ordenar dar cien vueltas a la playa entera.
- ¡Es un ejercicio de resistencia! Luego te quejas de que te cansas de moverte con el fusil.
- Yo nunca he dicho eso, dije que correr con el fusil era agotador, nada más. Y hacer todo el circuito de obstáculos y el triatlón. ¡No vamos a competir en los juegos olímpicos!
- No sé como no eres el hazmerreír del campamento. - rió.
- ¿Campamento? - rió también. - ¿Estás comparando una base militar con un campamento?
- Sí. Y a tí con un niño pequeño que solo hace que patalear por todo.
- ¿Patalear? Ven a ver si quieres que te de patadas este crío.
La capitana volvió a reir y se volvió para irse, pero Matt le insistió.
- No voy a entrar en el juego, Matt. Hoy no. Estás hecho polvo. Mírate.
- ¿Hecho polvo? - dijo mientras se incorporaba de la camilla despacio. - Que va. Has sido tú quien me ha recompuesto, Arina. Gracias.
Ella le mandó una mirada de afecto y una sonrisa, mientras quería desaparecer al otro lado de la cortina que tapaba el momento de los dos capitanes. Sin embargo, algo en Matt no la dejaba irse. Le imploraba quedarse allí el tiempo que hiciera falta, bromeando, hablando, sintiendo una presencia en la que poder abstraerse de todo aquel estrés continuo. Al igual que él, ella sentía una conexión especial de mutua confianza. Un deseo de alejarse de la guerra, aunque tan solo viviese por y para ella.
Matt se acercó a ella poco a poco, mientras recitaba palabras que parecían hechizos mágicos capaces de dejarla en el sitio, con los músculos de piedra, sin poder moverlos. Toda su sangre subió a sus ojos, observando con sumo detalle y desenfreno los de él. Discernió cada movimiento, cada detalle de su rostro.
- Siento que me devuelves la vida cuando estás aquí, Arina. Y sé que la vida es lo menos preciado de un soldado en plena guerra. Pero el amor... es otra cosa distinta. Y lo necesito, de veras lo necesito... Necesito ese irresistible egoísmo.
Matt se acercó a sus labios mientras terminaba de hablar, y Arina Slavik dejó de estar inmóvil, e inclinó la cabeza para besarle larga y placenteramente. Sus labios se rozaron cientos de veces, al igual que sus lenguas. Matt acarició el cuello y los carrillos de Arina, mientras bailaban por la habitación entre besos cada vez más apasionados.
Esa pasión se convirtió en un deseo ardiente.
Y ese deseo ardiente comenzó y terminó en la camilla de la enfermería.
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