5. Una vez más
Matt soltó unos quejidos que derivaron en toses. Después escupió sangre, mientras sus labios se llenaban de ese color rojo oscuro.
Rió con ganas, pero el tipo que tenía delante le propinó otro puñetazo. Dejó de reir, sintiendo el dolor de su mandíbula desencajada y la desorientación por el golpe. Cada vez le dolía más la cabeza, y eso le mareaba. También sintió ganas de vomitar, pero aguantó la embestida de su cuerpo.
Al igual que le había pasado con el calor de la guerra, de la pólvora reciente navegando sin rumbo por el aire, aquella paliza que estaba recibiendo llenaba de calor las venas de su rostro. Y le dolía, le dolía mucho, pero al fin y al cabo, era calidez en el ambiente congelado.
Subió la cabeza, jadeando, y bajo el pañuelo negro que tapaban sus ojos se dejaron ver dos lágrimas, en la parte derecha de su rostro.
Estaba de rodillas, apoyado en sus talones, con las manos y pies atados, y su pie derecho, a su vez, atado a una viga de hierro de aquel cochambroso patio.
Volvió a recibir otro golpe justo cuando se disponía a reir de nuevo. Esta vez un rodillazo.
- ¿Vas a seguir riéndote?
- Lo siento. - respondió tras un rato, cuando el aliento volvió a él. - Me hacen gracia que me den palizas.
- ¿Crees que es un buen momento para vacilar, masoquista de mierda?
Le volvió a pegar otro puñetazo, pero tras otro grito de dolor, volvió a reirse.
- Parezco un psicópata, ¿eh? En cambio si las doy yo no me sale ni la sonrisa.
El soldado de Sagres, al ver que iba en serio con lo que decía, paró de darle golpes. Le pareció incómoda y rara la situación.
No pasaron más de cinco minutos cuándo apareció en aquel patio trasero un joven adulto rubio con un look bastante juvenil: pelo de punta y un pendiente en la oreja izquierda. También tenía tatuajes por la parte del cuello que se le veía.
Vestía un anorak negro, corto, y unos pantalones grises vaqueros. Llevaba guantes y gafas negras, pero también bastantes colgantes, anillos y adornos brillantes y muy caros. La ropa también parecía de lo mejor en las tiendas.
Y sin embargo, la pinta de capo ruso era totalmente verídica. Traía tras de sí colgados dos Kalashnikovs, cruzados en su espalda.
Tras hablar unos minutos con los subordinados que le estaban vigilando, se plantó frente a Matt. Después de mirarle durante unos segundos, serio, le quitó el pañuelo con suavidad.
El joven entrecerró los ojos por el contacto con la luz tras muchas horas. Las heridas que tenía alrededor de las cuencas de los ojos se le habían quedado pegadas a la tela, por lo que le dolió.
Ambos se miraron, pero aquel tipo con pinta de mafioso ruso empezó a reir. Ahora era Matt quien permanecía serio. Tras unos segundos comenzó a hablar.
- ¡Pero mira quien es! ¡El bueno de Matt Oliver! Cuanto tiempo, amigo... cuanto tiempo...
- ¿Nos conocemos?
- No. Pero mi jefe sí. Y tú también a él.
- Lo suponía.
- ¿Y sabes por qué estás aquí? ¡Yo sigo sin poder creérmelo, de verdad! - volvió a soltar otra carcajada. -
- ¿Creerte qué?
- ¡Que tenga que hablar con un chaval que se crea que está mal de la cabeza!
Tras gritar como un energúmeno aquello, se quitó el abrigo, el jersey y la camiseta que tenía puesta. Se quedó tan solo con sus colgantes, los guantes, y un cuerpo delgado pero con algo de musculación, mientras seguía riendo, a temperatura por debajo de los cero grados.
- ¿Hola? ¿Señor Capitán psicópata?
Parecía que el otro le había contado su conversación con él.
- ¡Te presento al Sargento suicidio!
Tras bramar aquello con una rabia inexplicable, pareció que se calmaba.
Se acercó de nuevo a Matt lentamente y le cogió del pelo con fuerza. En un movimiento brusco le tiró de la cabeza hacia atrás, y su aliento a alcohol le apestó la cara. Sus ojos azules cristalinos le recordaron los de su querida amiga, pero también le intimidaron.
- ¿Cómo es posible que todavía quiera vivo a un bicho tan enclenque como tú?
- Él es el enclenque por no matarme todavía. Sabe perfectamente que voy a ser la peor pesadilla que va a tener en toda su vida.
- ¡Cállate! Y escúchame antentamente. Si te quiere vivo es porque sabe que eres de una forma. Y esa forma es clave en todo esto.
- Ya me intentó manipular en su día. ¿Y sabes lo que ocurrió?
- Las preguntas retóricas las hago yo, chaval... - se volvió, molesto.
- ¡No ocurrió nada, porque estaba ella, y supo abrirme los ojos!
- ¡He dicho que te calles! - dijo con un grito todavia mas desgarrador. - No tienes ni un gramo de seso, y no sabes una mierda de nada.
- Sagres está perdiendo el tiempo teniéndome vivo.
- ¡Eres igual de capullo ególatra que cualquiera de nosotros, Mateu! Eres un pedazo de mierda que se cree muy buena persona.
- Yo no me creo buena persona. - dijo tirando con ira de la cuerda en la que estaba atado. - Soy un pedazo de mierda. Pero tengo motivos para dejar de serlo.
- Ay... las mujeres. Como nos cambian, ¿verdad? Si das con la adecuada podríamos ir hasta el fin del mundo por ellas. Nos roban el corazón. Y a veces lo que no es el corazón, también, si son un poco zalameras.
- No solo lo hago por ella. Lo hago por muchas más personas.
- Es increíble... no te das cuenta de nada... - movio la cabeza a un lado y a otro con indignación. - ¿No te das cuenta? ¿No te das cuenta de que no importa que ocurra, o que pienses? ¿No ves que todo sigue su curso de forma natural?
Matt le observó con seriedad, con una rabia muda, mientras el otro dejaba un silencio en sus palabras.
- Vas a hacer lo que te pedimos. Lo que él te pide. Porque siempre está pensando en ti.
- Él solo piensa en su maldita estampa.
- No. Él siempre piensa en ti. Piensa en tu bienestar, en tu interés. En que tus éxitos son los suyos.
- ¡Voy a repetirte lo mismo de antes! ¡Podeis iros a intentar manipular a vuestros jodidos muertos!
- ¡Grítame otra vez, maldito...!
Matt recibió otro golpe y otro grito.
- ¿Te crees que no sabemos que vas a negarte a hacerlo?
- ¿A hacer qué?
- A lo que tú llevas tanto tiempo queriendo hacer, compañero.
- No me llames así.
- Te llamaré como quiera, pedazo de mierda. Porque, pase lo que pase, lo serás.
- Vuelve a decirme eso, maldito bastardo. - amenazó.-
- Puedo decírtelo cuantas veces quiera, pedazo de mierda. No eres nadie, has perdido incluso su confianza.
Matt se calló de nuevo y miró hacia abajo, dando por terminada la conversación, e imaginando a lo que se refería.
- Ya está, Matt. Se ha cansado de aguantarte. Te dio oportunidades, quiso ayudarte a saber el lugar donde pertenecías. Pero ya has acabado con su paciencia.
- Desde el principio tuvo que ser así.
- No, no creo. Solemos ayudarnos entre nosotros más de lo que crees.
- Ayudar a ser egoísta. - soltó una risa.
- Sí. Una bonita ironía. Pero si lo comprendieras de verdad no lo sería, creeme.
Volvió a haber silencio entre los dos. Entonces, el sargento le cogió la cara con fuerza a Matt, y se volvió a acercar a él.
- Es lo que nos queda. Amenazas, sufrimiento, muerte. Es lo único con lo que puedes reaccionar. Lo has querido tú, no nosotros.
- ¿Que tengo que hacer?
- Vuestro ejército. - puso una voz mucho más autoritaria que la que estaba mostrando. - Vas a hacer que venga hasta nosotros. Les tenderemos una emboscada. Terminaremos con su estúpido juego.
- Y si no...
- Alégrate. Eso era lo que querías, ¿verdad? Acabar de una vez por todas con su inutilidad.
- ... y si no... - volvió a repetir Matt.
El sargento se quedó callado unos segundos antes de contestarle.
- Y si no los Yakolev serán ejecutados.
Matt levantó la cabeza en cuanto escuchó aquello. Sus manos, nerviosas, se agitaron sobre las cuerdas que le apretaban. Sus pies hicieron lo mismo, y su cara, inmersa en angustia, miraba fijamente la de su enemigo. Fue a decir algo, pero se paró en el momento en el que sus cuerdas vocales sonaron. Un tono amargo y triste, asustado, quería salir por su boca. Entonces prefería callarse.
Pero finalmente habló.
- ¡Los necesitais!
- Me temo que a la chica no. Y al padre... llegará un momento en el que tampoco.
- ¡No os atrevais a hacerles nada! ¡Nada!
- Una vez más, Matt. Una vez más nuestros intereses coinciden. Una vez más quieres lo mismo que nosotros, quieres que Lagunov se estrelle completamente sobre la realidad. Sobre nuestra realidad, sobre lo escalofriantemente peligrosos que somos. Sobre lo peligroso que eres tú.
- Yo no...
- Tú quieres su ejército, nosotros te lo damos. Tú quieres una oportunidad de salvarla a ella y a su padre, nosotros te la damos. Como ves... tú has querido esto chaval, no nosotros. No tendría por qué haber sido con una amenaza de por medio. En esto consiste estar de su lado: lograr un beneficio mutuo.
- Yo no quiero su ejército, ni oportunidades vuestras. Todo lo que haceis lo repudio.
- Te lo estamos dando todo otra vez, luz en ese camino oscuro que estás atravesando. Incluso una ventaja en contra nuestra. ¿Y te sigues negando en rotundo?
- Me da igual lo que digas. Lo haré porque me amenazais. Y punto.
- Pues entonces lo harás de la manera más absurda posible.
- ¿Y como se supone que lo voy a hacer? - respondió, derrotado.
- Eso no te lo tengo que decir yo. Sé de sobra que eres capaz de pensar en ello, y en mucho más. ¿No crees?
El siervo de Sagres esperó a tener una respuesta de Matt, pero no la obtuvo. Buscó algo en los bolsillos de su abrigo, que estaba tirado en el suelo, y lo sacó. Era un CD. Se lo dió.
- Aquí nos conocemos todos chico.
- ¿Qué es...?
- Es ayuda, por si te refrescan las ideas. Viene lo mismo que en tu CD, pero con mucha más información.
- ¿Qué información?
- Averígualo tú. O haz que lo averiguen ellos. - se levantó. - Mañana al anochecer saldrás de aquí con un todoterreno robado. Te escapastes sin que nos diéremos cuenta. A partir de ahí, ejercita el cerebro, Maquiavelo.
Se dio la vuelta y empezó a andar para irse, pero cuando ya estaba a varios metros de Matt, se giró para decirle algo.
- Dale recuerdos a Lagunov de parte de Yakim. Yakim Petrov. Nos conocimos en el ejército ruso.
¿Aquellos dos se conocían?
- Ah, y por cierto, feliz navidad. - terminó con sorna. -
Entonces, aquel excéntrico sargento se volvió a girar y se marchó, junto a los cuatro soldados que le escoltaban. En el patio tan solo se quedaron dos soldados, que desde un principio habían estado vigilándole.
Matt cogió de nuevo el CD que había dejado en el suelo. Lo miró detenidamente, mientras deliraba por la paliza que había sufrido. Si no les convencía de atacar el sitio donde estaba él ahora, las consecuencias serían terribles.
Emma y su padre. Rusia y sus gentes. Todos aquellos que tenían una esperanza puesta en el ejército...
El ejército que ahora debía destruir.
No podía imaginar la muerte de Emma. Ni siquiera muerto, en el más allá, podría asimilarla. Se revolvería en la tumba de la culpabilidad que tendría, del dolor emocional. Al igual que la tenía con la muerte de Grigory. Podría haberlo salvado, lo podría haber hecho... pero la vio, o creyó verla. Y entonces quiso sacrificarle por aferrarse a esa posibilidad de que su mente no le hubiera jugado una mala pasada. Pero no había vuelto a ver más color rojo que el de las llamas de la guerra.
La muerte de Emma no debía pasar. Aunque eso significase el fin de Lagunov, de sus ideales militares, de sus irritantes preferencias. De elegir un hombre fuerte a uno débil, en vez de escoger el hombre débil y entrenarlo para que pueda con cientos de fuertes.
Si eso significaba otorgarse la medalla de esperanza de Rusia, se la otorgaría. Aunque conllevase seguir esa corriente natural de la que hablaba aquel loco, Petrov. Aunque el egoísmo volviese a arder en él.
Matt fue llevado a un establo abandonado cerca del patio donde estaban. Allí, cuando cayó la noche, pudo taparse con paja, en un rincón algo resguardado y con techo.
Al otro lado del pasillo estrecho del establo estaban los dos soldados rodeando una fogata. Matt tan solo estaba rodeado de oscuridad y pensamientos pesimistas, muy pesimistas.
Y es que sabía que lo que le había dicho Petrov era verdad. Que ambas partes tenían objetivos en común, y ambas partes podían salir beneficiadas de todo ello. Pero su obstinación en las creencias de Emma, en hacer lo que habría hecho ella, la habían puesto en un aprieto por su culpa.
Una amenaza de muerte, una extorsión absurda, sin ninguna necesidad, sabiendo que deseaba hacer lo que le pedían con toda su alma. Y además, podría conseguir acercarse por fin a ellos y atacarles de manera definitiva.
Y allí estaba, derrumbado completamente, sin que le importase lo más mínimo tener frío. Siendo cada vez mas consciente de que no importaba cual fuera el objetivo. Los medios para conseguirlos debían ser cualquiera, incluso si para eso era necesario sacrificar todo lo que había aprendido con ella, todo lo que había sentido a través de ella.
"Maquiavelo", le había llamado. Rió para sí con las primeras luces del alba, ya despierto, mientras oía como dejaban un plato de pollo delante suyo.
Pasó el día y casi no probó bocado. Tan solo maldecía haberse dado de bruces con la realidad y haber vuelto a perder. Primero contra el ejército, Lagunov, y ahora en el acto bondadoso que le brindaba Sagres por, según él ser, literalmente, un terco.
Aquellos pensamientos le daban vueltas y vueltas a la cabeza y no le dejaban descansar en paz.
Lagunov nunca había confiado en él. Sagres había perdido la esperanza que tenía en que tomase las decisiones más interesadamente. Y Mateu Oliver tan solo había mostrado una pezuña de la bestia que tenía guardada en su interior con todo aquello.
Era peligroso, como había dicho Petrov. Y sabía que si encendía una chispa podía incendiar el mundo. Pero ella estaba ahí, en su cabeza, arropando esos sentimientos de irascibilidad y de odio.
Aunque no era suficiente sin su presencia. Y a veces, ni si quiera con ella.
Cuando cayó de nuevo la noche, mientras nevaba con más intensidad, le llevaron a una carretera con ambos lados totalmente cubiertos de nieve, y un vehículo todoterreno aparcado.
Los soldados le empujaron al coche y se despidieron de él.
- No hagas ninguna tontería. Tenemos ojos por todos lados vigilando.
Matt se subió al todoterreno sin mediar palabra con ellos, y se alejó por la recta y larga carretera.
Una vez más, Mateu Oliver era libre. Vivía desdichado por lo que era y lo que quería ser.
Una vez más le recordaron que uno no se puede mentir a sí mismo tanto tiempo.
Y una vez más, los valores del Mateu Oliver de Ufá perdieron, tal y como ocurrió en el aeropuerto de Púlkovo.
"Maquiavelo" volvió a pensar.
Mateu Oliver ya era libre.
Y ya no iba a dudar en sacar a la bestia.
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