4. Bengalas rojas
La reunión entre los cuatro capitanes y el general terminó en cuanto Lagunov dió por aprobada la operación que cinco días antes le habían aconsejado poner en marcha.
Una operación que, según les había explicado Irak a grandes rasgos, consistiría en infiltrarse en el territorio enemigo, una villa cerca de la frontera de Komi con el Óblast de Arcángel. Un gigantesco paraje de nieve y un pequeño bosque de abedules que había sobrevivido a las ventiscas, que ya cumplían casi dieciocho años sin descanso en tierras rusas. Tras aquel bosque en lo alto de una pequeña montaña, se encontraban un conjunto de cabañas de madera que servía al ejército de Sagres para vigilar la frontera. Y a lo largo de ella se podían divisar más conjuntos de cabañas, todas destinadas para lo mismo.
Según Lagunov y su equipo de capitanes, si conseguían controlar toda aquella frontera podían tener posibilidades de penetrar en una de las ciudades más grandes de Komi: Utjá. Era allí y en la capital, Syktyvkar, donde probablemente estaban asentados los principales núcleos de acción militar de Sagres en toda Rusia.
Para que se llevara a cabo la misión con garantías, Irak pensaba que se necesitaría un elemento de distracción. Algo que llamase mucho la atención, pero que también diese la oportunidad de atacar por sorpresa.
Algo como las bengalas rojas, según dijo Lagunov. Sobraban muchas en el inventario, y era una ocasión ideal para gastarlas todas.
Se llamaría operación bengala roja.
- Gracias por vuestro tiempo, capitanes. Repito lo dicho, doy luz verde para el ataque a todas las zonas de la frontera, sin excepción. Contaremos con la ayuda de los afiliados de las demás repúblicas, ya que este va a ser un golpe muy fuerte contra la mesa. Por lo que les pido que hablen del modus operandi entre ustedes y que en un plazo de cuarenta y ocho horas nos comuniquen a mí y a las tropas que vayan al frente los pasos a seguir. Queda entonces en sus manos, muchas gracias.
Todos se levantaron, y aunque Matt fue el primero en hacerlo y dirigirse a la entrada, el general sorprendentemente le llamó.
- Capitán Oliver. ¿Podría quedarse un segundo?
Matt se paró y le miró distante, pero finalmente se acercó a él, con desgana. Lazar Lagunov esperó a que todos saliesen antes de mediar palabra con el chico.
- No has hablado en toda la reunión.
- ¿Ahora me habla de tú, señor?
El general suspiró y bajó la cabeza.
- Sabes perfectamente que es una cuestión de diplomacia y oficialidad. Estamos en un ejército y, de cara al público, hay que ser consecuente con las jerarquías.
- No sé de que me habla, señor. Usted me pidió expresamente que le empezase a hablar así.
- Háblame como te de la gana. Pero no quiero que estés cabreado conmigo por lo del maldito CD. No soy un monstruo, solo busco lo mejor para todos.
- ¡Claro que no es un monstruo, señor, faltaría más! - dijo con un tono de sorpresa sobreactuado. - Yo diría que es un hombre demasiado inteligente.
- Escúchame. - se acercó a él. - Vamos a emplear casi todas nuestras fuerzas en acabar con el dominio de una frontera entera. Más adelante nos colaremos en las ciudades de Komi y Sagres estará vendido. ¿No estás contento con eso?
- Más adelante, señor. Usted mismo lo ha dicho. Más adelante.
- ¿Cuál es tu problema? No se pueden hacer las cosas de la noche a la mañana.
- No, señor. No se puede. No del modo en el que se están llevando a cabo.
Lagunov volvió a suspirar.
- Por favor, te necesitamos en esto. Y cada vez siento que te alejas más.
Matt se quedó callado más de lo que se esperaba su interlocutor. Su férrea mirada constante se incrustaba en los ojos del general, que se movían de un lado a otro rápidamente, esperando una respuesta.
- Yo he estado en esto desde el primer momento.
Lagunov fue a responder aquello, pero Matt le cortó y siguió hablando.
- Y voy a luchar en esa batalla. Voy a dirigir a mi tropa y a seguir cada uno de los pasos que nos diga Irak y usted, general. Y si siente que me alejo, es porque no se me tiene en cuenta. Pero al fin y al cabo yo soy su subordinado, y debo comportarme como tal.
Ambos dejaron pasar un silencio largo y lleno de incertidumbre.
- Veremos ese CD algún día, Matt. Te lo prometo. Porque todo lo que estamos haciendo ahora, el motivo por el que creamos este ejército, es por ese CD. Para que algún día estemos preparados para saber su contenido.
Lazar le puso la mano en el hombro al capitán Oliver. Este desplazó la mirada hacia la mano del otro, con una repulsión interna, mientras se preparaba para hacer el saludo militar y abandonar con brusquedad la sala.
Cuando pisó la nieve del exterior y avanzó unos pasos escupió al suelo, mientras se imaginaba la cara de su superior incrustada en la arena. Miró a su alrededor y vio, a su izquierda, que la capitana Slavik avanzaba hacia él. Y entonces Matt maldició todo lo que había ocurrido hacía escasos minutos. Raf o Skarrev habrían hablado con Arina Slavik sobre sus quejas y su actitud. Y la capitana habría hablado con Lagunov para que hablase con él sobre ello. El capitán de pelo rubio rapado meneó la cabeza, disgustado por no haberse dado cuenta antes, mientras Arina se plantaba frente a él.
- ¿Debería preocuparme más todavía?
Matt la miró con una sonrisa que duro varios segundos. Ella también acabó sonriendo, mientras ambos sabían perfectamente que es lo que estaba ocurriendo allí. El joven fue a sacar la cajetilla de cigarros, pero la capitana se lo impidió, agarrando la mano de Matt.
- ¿Tengo que volver a repetírtelo?
- Arina... no eres mi entrenadora ya. Puedes dejarme libre, seré feliz sin ti. Te lo aseguro.
Matt dio la vuelta a su muñeca y ahora fue él quien la cogió de la mano. Permanecieron así durante otros varios segundos, mientras se miraban el uno al otro y a sus respectivas manos. Después continuaron como dos niños por ver quien era el ganador de aquella absurda pelea de manos.
Y acabaron haciéndose cosquillas el uno al otro, mientras intentaban derribarse con llaves de judo.
La capitana Slavik le había enseñado a Matt aquellos movimientos de combate que ahora utilizaba para defenderse. Y había acabado por gustarle tanto el deporte como a su maestra. Había heredado de ella su agilidad felina, su inflexible fuerza y contundencia. Pero lo que más le gustaba eran esos combates con su profesora en los que el ganador tenía derecho a hacer cosquillas al otro. Le hacían recordar que, a pesar de todo lo sufrido en aquella playa del ejército, aún quedaba calor humano entre tanta disciplina y rigor militar. Entre tanta tensión todavía podía quedar un alivio cariñoso, unas risas sinceras como aquellas que compartir.
Matt y Arina acabaron en el suelo, retorciéndose, ante la mirada estupefacta de los pocos soldados que pasaban por allí. Cuando se levantaron y se sacudieron la tierra de sus ropas, volvieron a la conversación inicial, entre jadeos del ejercicio.
- Ves como no te tienes que preocupar más. Te he dado una paliza.
- ¿Perdón? Creo que alguien tiene muy mal perder...
- Ahí te tengo que dar la razón, pero sigo habiendo ganado yo.
Su capitana y ex entrenadora cortó las risas con un silencio serio. Matt lo notó y habló él primero en consecuencia, todavía con un tono un poco distendido, pero igualmente serio.
- Tengo un mal perder, sí. ¿Algún problema? Pero ya me habeis demostrado lo suficiente que he perdido como para que me de cuenta de la realidad. No más CD. Ahora todo es guerra de posiciones.
- Solo queremos que te des cuenta de lo mejor, de lo que hay que hacer, aunque sientas que hay que hacerlo ya...
- Lo sé. - dijo al instante, forzando una sonrisa. - Quizás... quizás me he vuelto loco con todo este asunto durante el tiempo que he estado aquí. No quería ocasionar problemas, solo... solo quiero que todo acabe.
- Sí, todos queremos que esto acabe. Y tienes que entender que nadie aquí quiere otra cosa que no sea matar a ese hombre.
- Ya... - dijo mirándola fijamente, asintiendo, con un rostro de completa comprensión. - Claro. Cómo no.
La tensión volvió al silencio. Matt vio como Arina Slavik asentía, sonriendo, y posteriormente volvía en dirección a la casa de donde habían salido antes. Ella entró al lugar, y cuando Matt fue al bolsillo de su anorak a coger un cigarro, se dio cuenta de que la cajetilla no estaba. Se volvió trescientos sesenta grados, mientras meneaba la cabeza, negando la obviedad.
Arina Slavik tenía un aura tan sexual para él como largas y rápidas tenía las manos robando a gente.
Rió, incrédulo, y con paso desganado se fue de allí, en busca de Grigory.
Para cuando le vio a lo lejos, en la entrada de uno de los almacenes de la playa, hablando con Skarrev, sus pies ya habían desfallecido por el esfuerzo de caminar por aquella arena encharcada día si y día también. Ahora más que nunca le costaba mover las piernas, como si llevara cientos de años arrastrando cadenas, sintiendo el peso de la desmotivación y la pena en cada pisada.
Llegó hasta ellos, que discutían acerca de lo que habían estado hablando en la reunión. Durante ella, los dos habían estado muy participativos. Uno pensaba un tipo de estrategia, mientras que el otro prefería poner en práctica otra cosa.
- Grigory, dame otra caja de cigarros.
Ambos se callaron y se giraron a mirale, sobresaltados por su presencia y su irreverente demanda.
- Eh... ¿estás seguro? Últimamente fumas mucho.
- ¿Tú también me vas a entrometerte en todo lo que hago?
- No, vale. Te lo decía por tu bien, pero como quieras. Ahora vengo.
Grigory se fue, y Skarrev empezó a hablarle.
- Oye, me da igual lo que hagas, no me voy a entrometer. Pero si te ventilas las cajas de cigarrillos en un día no vamos a tener los demás fumadores.
- ¿Me ves con cara de que me importe? Pídelas primero tú.
Skarrev se calló y miró hacia otro lado. Sin embargo, tras un rato siguió hablándole.
- ¿Otra discusión en la que has terminado perdiendo?
- Aquí termino perdiendo siempre, no me debería importar.
- ¿Entonces?
- Pues que odio perder. Por eso no voy a entrar en el juego más.
- No te gusta que te mientan, no te gusta perder... Estás todo el día quejándote, ¿te has dado cuenta?
Matt le dirigió una mirada asesina que Skarrev aguantó perfectamente, pero con una ligera mota de ansiedad por el brillo que desprendía el joven capitán.
- A partir de ahora vais a hacer lo que os de la gana, y yo voy a obedecer como un buen niño. Se acabó lo de ir luchando por cambiar las cosas a mejor. Me rindo.
Grigory volvió con la caja de cigarrillos. Se la dio a Matt, que inmediatamente ofreció a sus compañeros. Ellos se negaron, y el chico rapado cogió uno y lo encendió. Le dio una calada, elevó su mano con el cigarro para enseñárselo y se fue tras decir de nuevo aquellas últimas dos palabras.
- Me rindo. A vuestra salud.
- Este cada día está peor de la cabeza. - le dijo en bajo Grigory a Skarrev.
El otro no le respondió. Se quedó mirando pensativo como se alejaba Matt, mientras fumaba. "Cada día está peor del alma", pensó para sí.
Los dos días para poner a punto la estrategia de la misión pasaron. Entre reunión y reunión, Irak, junto a los capitanes y el general, fueron formando un modus operandi para enfrentar aquella misión con las mejores garantías de que fuera satisfactoria. Llegó el día en el que se presentaba la misión en todos los puntos del ejército, y en la base central más de la mitad de los soldados y sargentos estaban presentes en el momento de la presentación, además de los capitanes y el general.
Algunos soldados estaban sentados en el enorme comedor del sitio, otros estaban de pie, sin sitio donde sentarse. Los capitanes estaban de pie al lado de la pizarra, escuchando a Irak, líder de la operación. Habían puesto una gran pizarra para explicarlo todo, detalle por detalle.
Irak empezó exponiendo la primera parte del plan, la que serviría de señuelo para atraer la atención de sus enemigos y dividirlos. Las tropa se dividirían en tres grupos en el interior del bosque de la montaña: los que permanecerían escondidos en las ramas de los árboles, los que se tumbarían en la nieve y los que entrarían con bengalas rojas. Al llegar al medio del bosque, tirarían las bengalas rojas al cielo, alertando a los del refugio, tras la montaña. Ellos subirían y les tenderían una emboscada.
Entonces las tropas de los lados intervendrían por los lados del refugio, habiendo rodeado antes la montaña, expectantes de atacar. Las batallas tendrían lugar por tres flancos en todas los puntos, a lo largo de toda la frontera de Komi.
Una vez estuvo todo listo, el día de la batalla se pusieron en marcha. Casi cincuenta convoys desfilaron hacia el sur de aquel país del invierno infinito. Sus ruedas giraron por el barro de la península, de la bahía de Mezén y por los parajes nevados y llanos del medio de la meseta Rusa.
Y entonces, al atardecer, todas las tropas estaban posicionándose en sus respectivos puestos. Cada soldado iba vestido casi completamente de blanco. Todos llevaban un abrigo grueso, pantalones de militar blanco y gris, botas negras, guantes blancos y pasamontañas blancos. Incluso los fusiles eran del color de la nieve.
Para cuando el sol se escondió de forma definitiva, todos ya estaban preparados para que los soldados de las bengalas irrumpieran en aquel bosque de abedules. La luna seguía tapada por las nubes grises, siendo testigo del silencio devastador de la penumbra. Casi no se apareciaban las formas de los árboles, y a pesar del leve brillo de la nieve, la noche parecía mancharla.
Tanto los soldados tumbados en el frío suelo y los que permanecían en las copas de los árboles más gruesos se habían mimetizado completamente con su entorno. Tan solo movían el cuello para mirar a su alrededor cuando escuchaban el más mínimo ruido, mientras su silencio parecía incluso más sepulcral que el de la propia noche. No hacía viento, y tampoco nevaba, aunque la temperatura había aumentado considerablemente.
Los soldados de blancas ropas encargados de las bengalas rojas se internaron en distintos puntos del bosque, algo separados unos de los otros. La luz roja y centelleante chocaba mágicamente con la espesa oscuridad de su alrededor; la alumbraba y la convertía en una negrura roja, pero visible y brillante, mientras iluminaba con debilidad las ramas de los árboles. Además, de ella también salía un sonido electrificado, como el sonido de una mecha de dinamita encendida.
Avanzaron lentamente, atentos a todo su alrededor, mientras esquivaban con cuidado ramas, piedras y demás desniveles y obstáculos del terreno. Llegaron a la mitad del bosque, unos antes que otros, y esperaron cada uno tres minutos en el orden en el que llegaron, quietos. Una vez pasados tres minutos desde la llegada del primero, este lanzó la vengala hacia arriba, formando un pequeño fuego artificial.
Después, durante unos quince minutos, se fueron viendo más y más bengalas en el cielo, no solo en un punto, si no por toda la frontera de Komi. Como cabía esperar por parte de los siervos de Sagres, se montaron en sus motos de nieve y se dirigieron hacia lo alto de la montaña, extrañados por aquellas bengalas.
Cuando llegaron allí y las dejaron, se internaron en el bosque, pero una serie de disparos empezaron a sonar. A algunos les pillaron por sorpresa, y otros mandaron a sus hombres de negro tomar cuerpo a tierra en seguida. Los disparos se sucedían cada vez con más insistencia, y desde todos los ángulos posibles. Al darse cuenta de ello, muchos de ellos intentaron correr por aquel bosque disparando a todos lados, desesperados. Otros tantos gritaban retirada.
Pero ya era demasiado tarde. Las tropas encargadas de penetrar la base enemiga por los costados ya estaban en funcionamiento, disparando las ventanas de las cabañas de madera.
Matt conducía uno de los convoys blindados que se iban a internar en la pequeña villa, con otros tres soldados dentro, pisando a fondo el acelerador. Bajó la ventanilla de todas las ventanas, cogió un fusil junto con sus compañeros y se las ingenió para disparar mientras daba volantazos con el coche y lo dirigía.
Por el camino atropellaba a algún rezagado, pero también intentaban alzanzarle a él por el hueco de la ventana, disparando en la distancia. Junto con él, otros dos convoys intentaban hacer el caos en aquel lugar, además de los soldados que se internaban andando allí. Algunos de éstos eran sorprendidos desde el segundo piso de algunas de las casas: en general, la ventaja en la batalla de a pie era para los soldados de Sagres, ya que estos tenían sus propias casas para cubrirse. Sin embargo los del ejército de Lagunov tan sólo tenían pequeños obstáculos como leña apilada, planchas de metal inservibles o los coches de aquellos a los que atacaban.
Matt paró el vehículo en un momento dado y se bajó, junto a los demás, que corrieron a gachas a la zona de batalla interna. Matt se volvió sobre si mismo y se quedó tras el coche, apuntando con el AK47 en todas direcciones. Desde allí podía ver la batalla en todo su esplendor, puesto que estaba en una pequeña elevación, en una zona límite de la villa. También tenía una buena posición para cubrir a compañeros que viera pasar. Pero sabía que no podría quedarse allí mucho más tiempo.
Cogió el cargador y se movió con rapidez al núcleo de las cabañas. En el ambiente se masticaban sonidos de dolor, muerte y disparos que desgarraban carne y sangre. Olía a pólvora quemada en todas partes, y el humo de las máquinas creadas para matar hombres difuminaba todas las escenas que veía Matt. Los reflejos brillantes de las armas al disparar y el fuego que salía de algún trozo de madera tiroteado conformaban una calidez en todo aquel frío que le gustaba. Sin embargo sabía, con sentimientos de culpabilidad por ello, que no era para nada plato de buen gusto el signficado y la causa de aquel calor que sentía agradablemente en su piel.
Disparó a dos hombres mientras estaba cubriéndose en la esquina de una cabaña, jadeando por la ansiedad. Resopló y continuó corriendo a gachas por el lugar, mientras veía, a lo lejos, motos de nieve bajando por una colina. Eran las tropas del bosque, victoriosos en su cometido, que venían a ayudar. Entre ellos, Grigory y Raf.
Volvió a disparar, esta vez al segundo piso de una casa, y consiguió dar en la cabeza a uno que intentaba hacerse el francotirador. De hecho, Matt había practicado mucho con el franco, y se le daba mejor que el uno contra uno con fusil de asalto.
Matt continuó y observó, con preocupación, varias sombras moverse en las afueras de la villa. Pestañeó varias veces y quiso pensar que había sido producto de su imaginación. No habían contado con la presencia de refuerzos; toda la línea de Komi estaba ocupada con ellos, y los posibles refuerzos de Utjá o de Syktyvkar quedaban demasiado lejos de allí como para que se molestasen en ir y ayudar.
A no ser que lo supieran todo desde un primer momento.
La distracción casi le costó la vida, ya que una granada cayó a unos metros de él. Sin embargo, Matt ya tenía un sexto sentido para identificarlas, después de superar aquel gran trauma que tenía con las explosiones.
Corrió a tiempo hacia el lado contrario, pero por motivos inexplicables, quizás porque lo quiso el destino o porque quería admirar de nuevo aquello que le aterró de manera incontrolable, miró hacia atrás.
Y entonces vió dos cosas, de izquierda a derecha, según giraba la cabeza y el cuerpo.
Una era Grigory, afectado por la explosión, saltando por los aires.
Otra fue un cabello rojo desaparecer por los árboles del bosque que tenía a unos metros.
Su mente colapsó. No supo creer ninguna de las dos cosas que había visto. Tras unos minutos de confusión, mientras el sonido de los tiroteos y las explosiones se hacían todavía más ruidosas en su cabeza, andó lentamente hacia Grigory, medio convalesciente, gritando por las qumaduras de la explosión que le había impactado.
Miró de nuevo hacia el lado en el que había visto ese cabello rojo tintado y largo hasta los hombros. Simplemente no podía interiorizar que estaba ahí, a unos pocos metros de él, si es que realmente no había sido una ilusión.
- ¡Matt! - le llamó Grigory en un quejido desgarrador, mientras alargaba su mano hacia él.
Matt no dejaba de andar hacia él, con el rostro totalmente descompuesto de miedo ante aquella situación.
Explosión. Ella. Ambas cosas parecían mágicamente ligadas. Como si su percepción y su cabeza le jugasen una mala pasada cada vez que experimentaba la explosión de una bomba.
No podía ser verdad que Emma estuviese allí. ¿O sí?
Matt oyó de nuevo el grito de auxilio de Grigory en la lejanía, mientras miraba absorto el lugar donde había visto ese color tan familiar.
Después escuchó la ráfaga de un fusil cercano. Volvió a mirar a Grigory, pero este yacía sin vida en el suelo, con la espalda tiroteada.
Matt tragó saliva, mientras intentaba que las lágrimas no brotaran de él como cascadas. La culpabilidad le dejó K.O. durante unos segundos, inmóvil, mientras algo dentro de él se revolvía y le imploraba llorar la pérdida de su amigo como nunca lo había hecho por una persona.
Pero no lo hizo. Utilizó su tremenda tristeza para caminar hacia una moto de nieve, transformándola en impulso, ganas, coraje; todo ello mientras sabía que la muerte de Grigory había sido por su culpa.
Por culpa de aquella esperanza que había surgido en forma de incógnita en ese preciso instante.
- ¡Retirada! ¡Son demasiados! - sonaban una y otra vez en la lejanía las voces de Irak y Arina Slavik.
Matt cogió la moto de nieve, encendió el motor y se dispuso a ir por aquel bosque nevado en una misión suicida, con la posibilidad de estar persiguiendo una creación de su subconsciente.
Mientras esquivaba con extrema dificultad los pinos y demás árboles, también lo hacía con los disparos de los refuerzos de Sagres que iban en camino y que se cruzaban con él. Sin embargo, con la velocidad que llevaba, a veces se llevaba por el camino a algún soldado desprevenido.
Llegó al final del bosque, y sin rastro de ningún cabello rojo chillón. En vez de eso, se encontró con unos pequeños altibajos de roca que dificultaban el camino a la moto, por lo que intentó parar.
Sin embargo, ahora todo era cuesta abajo, roca tras roca, y en un par de segundos perdió el control de la moto, salió por los aires y se golpeó la cabeza con una roca.
La motó siguió en marcha, chocándose una y otra vez hasta que volcó y paró. Matt no quedó inconsciente de milagro, pero el accidente le dejó mareado y sin manera de responder a estímulos.
Pasaron unos minutos hasta que se pudo recuperar un poco. Se palpó la cabeza, pero no tenía sangre. Justo cuando se iba a levantar vio a lo lejos un todoterreno con las luces puestas que bajaba en su dirección. Cogió su Kalashnikov, pero ésta estaba aboyada por el impacto al saltar de la moto, asi que la tiró.
En otros tiempos hubiera pensado que eran sus queridos amigos y aliados, que iban a buscarle.
Pero si algo había aprendido, es que uno no podía aferrarse o romper los porcentajes de la esperanza en aquella fría Rusia.
Porque eso le tocaba a él decidirlo.
Cansado, subió los dos brazos en señal de rendición, y se puso de rodillas.
El coche aparcó de perfil. El conductor bajó la ventanilla y sacó una pistola por ella. Le apuntó.
Y Matt cayó redondo en el suelo, durmiendo plácidamente por el somnífero que le habían disparado.
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