3. Arena y Nieve
El rumor de las olas era lo único que podía comprenderle.
Y aun así, ni siquiera las olas parecían querer escucharle, tímidas, llegando a la orilla como pequeños chapoteos con burbujas. A lo lejos, en el horizonte, se podían ver estructuras de hielo compacto en el agua. Eso podía explicar por qué la marea no atraía el agua a tierra con bravura.
Sobre él, nieve. Debajo de él, arena.
Los copos descansaban sobre Matt una y otra vez. El viento congelado a veces ayudaba a que arremetiesen contra él, furiosos. Pero no quería combatir la furia con la furia, y entonces hundía sus manos en la arena, buscando un calor que le relajara, una protección en su piel. Una sensación de arropamiento que sirviese para combatir la ventisca, olvidándola.
Pero después se daba cuenta de que no combatir la violencia hacía a uno violento. Y daba la vuelta a sus manos, cogia un puñado de tierra, se levantaba y la tiraba con ira.
La arena volvió a Matt debido al viento, por lo que tosió y se frotó los ojos.
Pegó un grito largo, mientras sacudía los brazos y pegaba puñetazos al aire. Tras ello, se volvió a sentar bruscamente.
Suspiró varias veces, maldiciendo todo. Se hizo un ovillo y cerró los ojos, mientras mantenía la cabeza apoyada en sus rodillas, imaginando que no estaba donde estaba, que no había acabado en donde había acabado.
Imaginó que no estaba en aquella playa de Shoyna. Imaginó que no estaba en aquella península perdida del norte de Rusia, invadida por la tundra del musgo y de los líquenes, en páramos completamente lisos y rectos, con pequeños charcos farragosos y nieve. Imaginó que durante el último año y medio no había recorrido cientos de veces la bahía Mezén y su río.
En su cabeza no estaba en aquella gigantesca playa llena de arena mojada y dorada, mezclada con la nieve. Las cientos de casas de madera y ladrillo que había sobre ellas construidas tampoco existían. Los postes de luz, los restos de plástico de barcos, instrumentos de pesca, almacenes, convoys...
Las cientos de miles de personas que vivían en aquella playa y en los almacenes de fuera, que se entrenaban para morir algún día, defendiendo su país.
Defendiendo su país de un solo hombre. Del hombre más poderoso, peligroso y egoísta del planeta.
Tan solo quiso imaginar que ella estaba de nuevo con él, luchando a su lado, embriagándole de seguridad y haciéndole creer que aquel no era el peor de los infiernos. Su felicidad, su optimismo, su hermosa y loca manera de ver las situaciones y actuar frente a ellas... La forma en la que, sin él quererlo, moldeaba su realidad, y en la que él moldeaba la de ella. La milimétrica perfección sincrónica que tenían, dentro de la gran imperfección de sus vidas. Uno no podía permanecer sin el otro, porque se complementaban de tal manera que ni siquiera el amor podía hacerles frente en su situación.
Su amor no era un amor romántico, como le había dicho ella. Era egoísta, porque sus almas estaban divididas en dos. Era necesidad, porque uno podía enloquecer de ganas por estar completo, volver a observar la vida en los ojos del otro y volver a vivirla gracias a su apoyo.
Sus ojos... Los ojos de Emma. Podían conectarse con los suyos. Podía verse reflejado en ellos como en un espejo. Lo había sentido así desde que la vió. Y deseaba tanto volver a sentir aquella extraña sensación... el ver su propio rostro en el de ella... besarla de nuevo...
Pero ahora tan solo le quedaba una estúpida guerra en la que todos se creían muy importantes por luchar en ella. Su egolatría, sin a penas darse cuenta, estaba al nivel de aquel hombre al que querían echar del lugar. Hipocresía pura y dura en una guerra que no debía combatirse así. Debía combatirse con valores, con pasión. Con la organización de un ejército, pero con la efectividad de quien mata para que no se sufra. Y el país de Rusia ya llevaba mucho tiempo sufriendo.
Matt sintió que una presencia se acercaba por su espalda. Ya llevaba bastante tiempo alejado de todo y de todos, en uno de los rincones de la playa más alejados de la base. Movió la cabeza hacia arriba y vió el cielo ennegrecido, mientras más nieve se deslizaba hacia las cuencas de sus ojos.
Raf se puso al lado suyo.
- Deberías levantarte.
- Pensé que tú eras el que se iba a sentar.
- No quiero perder el tiempo lamentándome. Y tú tampoco. Lo sé.
Matt giró su cabeza hacia él, ligeramente molesto.
- ¿Qué sabes qué Raf? ¿Qué es exactamente lo que sabes?
- ¿Ya empezamos? - respondió tras un suspiro. - Matt, solo te estoy diciendo que te entiendo perfectamente, pero que no vamos a ganar nada si nos quedamos aquí, así...
- No. No me entiendes tú a mi. - dijo con una risa nerviosa, mirando al horizonte. Después le volvió a mirar a él profundamente, con rencor. - O... ¡o ni si quiera te entiendes a ti mismo!
-¿Qué? ¿De qué hablas?
Matt se levantó al instante, riéndose.
- ¿Raf? ¿Eres tú de verdad? ¿Eres aquel chico de Ufá al que le quitaron todo lo que tenía?
Aquel chico de Ufá al que se refería Matt tragó saliva, tenso.
- ¿Me escuchas? - alzó la voz, con rabia. - ¿Eres aquel chico que sobrevivió cuando toda su mezquita fue quemada por esos grandisimos cabrones? ¿Cuándo mataron a toda la gente de la mezquita de Ufá, Raf? ¿Eres tú? - acabó gritando, mientras se le encaraba.
- ¿Qué quieres, Matt? - respondió tras un pequeño silencio, con un tono en su voz visiblemente dolido. - ¿Que me muera del sufrimiento aquí, en esta playa? ¿No crees que es mejor olvidar las cosas y continuar hacia delante?
- ¿Vas a continuar hacia delante sin echar la vista atrás y motivarte por el pasado, completamente a ciegas?
Aquello que soltó le recordó a él mismo y a una de sus discusiones con Emma.
- ¡No me hace falta volverme loco por ello, para continuar hacia delante, si es lo que quieres decir! ¡Dios! - gritó de vuelta, medio sollozando. - ¡Toda esa mierda de convertir la frustración y el miedo en fortaleza ya me la sé! ¡Pero no voy a seguir ese ejemplo, no soy así!
- Raf... ¿Loco? No te pido que te vuelvas loco. Te pido que tengas un poco de cabeza, y que no te pongas nervioso cuando esté ese idiota de Lagunov cerca. - señaló con odio hacia el otro lado de la playa. - Te pido que te pongas nervioso cuando tengas la oportunidad de meterle un tiro entre ceja y ceja a Sagres.
- ¿Me tomas por idiota? - respondió completamente atónito. - Sé perfectamente que lo que querías era que te apoyase con el CD cuando saltaras con ello en esa sala. Pero no voy a hacerlo, porque esto es una guerra, y se tiene que ganar poco a poco, con movimientos pequeños y precisos, como ha dicho él. Si hacemos eso nos aniquilarán por falta de preparación.
- Esto en lo que estás metido no es una guerra. Esto es un juego de soldaditos y generales que quieren ser el centro del mundo. Les suda una mierda cuándo matemos a Sagres, ¿no te das cuenta? No tenemos información de nada, de lo que planea hacer a continuación o de cuánto le queda para que termine las bombas de oro. Si logramos descifrar completamente lo que haya aquí. - le enseñó el CD. - podremos anticiparnos a ello y terminar con esta mierda de "guerra". Dejaremos de hacer esos movimientos precavidos que no llevan a ninguna parte. La verdadera guerra tiene que ser de tú a tú.
Hubo un silencio tenso y largo que acabó Raf tras una negativa lenta con la cabeza.
- Esto es por que piensas que te trataron mal, ¿verdad? Que nunca te han valorado como alguien especial o útil.
- Escúchame. Yo soy el único que ha tratado con Sagres. Yo soy el que mató a sus alquimistas. Yo soy el que acompañó a la chica que llevaba el oro alquímico. Me dieron la espalda desde el primer momento, y solo entré al ejército porque Irak me conocía. ¿Tiene eso sentido? Nadie confió en mí, ni me preguntó una mierda. Me formé como un soldado más. Vosotros me ayudasteis, y os lo agradezco. Pero tuve que esforzarme y que se me reconociera como capitán para hacerme oir.
- Todo el mundo te trató bien, Matt, estás sacando las cosas de contexto.
- No. Y lo sabes. Yo siempre he tenido cosas que decir, y si he causado problemas, como ha dicho antes Lazar, era porque nadie quería oirme. Porque él pensaba que era un niño débil que estaría entre los cien primeros caídos al día siguiente.
- Te dieron una oportunidad de avanzar cuando peor estabas, ¿eso crees que es tratarte mal? Nosotros estábamos igual que tú, tirados en medio de la nada, pero entonces encontramos a Slavik en un pueblo, reclutando gente, y nos dio una oportunidad. Eso es tener un mínimo de creencia en las personas.
- ¡Esas personas no están aquí por Sagres, joder! Solo quieren aprovecharse de esta situación. Quieren ser algo dentro de toda esta nada.
- Quieren hacer algo dentro de esta nada.
- ¡Exacto! Quieren controlar Rusia. Por eso no les vale que un chico débil y deprimido por una chica se les suba al carro. Quieren formar un ejército con hombres fuertes, del perfil militar, para competir contra Sagres por Rusia. No para eliminarle a cualquier precio.
Raf emitió un suspiro largo, incrédulo ante lo que oía, pero Matt continuó hablando.
- ¿No te pueden las ganas de poner fin a esto? ¿De vengar por fin a toda tu gente? ¿Nuestra gente? ¿Te puede más tener una posición cómoda en la que dirigir una guerra lenta y absurda?
- ¿Te crees que estoy cómodo aquí? ¿Y por qué te crees que me uní a este ejército entonces?
- ¡Pues entonces ayúdame con este CD! ¡Vayamos a por Sagres, matémoslo, y acabemos con la desesperanza de las personas!
- ¿Crees que las cosas se pueden conseguir así?
- Hay una persona que ambos conocemos que sabes que lo cree así.
Raf miró hacia abajo durante unos largos segundos, echando de menos a Emma.
- Una chica con ideas locas, desde luego.
El alemán se dio la vuelta para irse, pero a los pocos pasos Matt le volvió a hablar.
- ¿De dónde sacamos estos uniformes, Raf? ¿Estos anoraks? ¿Los todoterrenos y convoys que conducimos? ¿Las armas, municiones?
- Del exterior.
- Sí. Del exterior. ¿Pero qué ocurre? ¿Las traen de sus "expediciones" fuera del país? ¿Se encuentran las armas por el suelo de Finlandia como si fueran las ramas de unos árboles?
Raf se quedó callado y le miró fijamente, serio.
- Eso no es cierto. Y es información confidencial del general.
- Pues deberías cuestionarte más las informaciones confidenciales. - volvió a hablar Matt. - Porque es perfectamente posible que el gobierno finlandés esté suministrándonos armas. ¿O crees que es obra de algún buen samaritano...? Quién sabe que intereses puede tener la gente de allí afuera. Es perfectamente posible que no seamos ni un ejército independiente al fin y al cabo... y que seamos marionetas de otros...
- Cállate.
Matt soltó una pequeña risa, sacó un cigarrillo, lo encendió y le dio una calada.
- Sigue jugando a las guerrillas con ellos, alimentando sus egos, sus ganas de formar un gran ejército. Pero así solo le estás dando tiempo para que él gane. Y para que se vaya todo al traste.
- Deberías volver para dar órdenes a las tropas de investigación. Te estaban esperando.
Raf se giró para marcharse, pero Matt, de nuevo, volvió a hablarle. Sin embargo, Raf no se paró, y le contestó mientras continuaba su camino.
- Si perdemos los valores de nuestro bando en esta guerra, dejará de serlo, sargento.
- Su guerra, capitán. Su guerra.
Matt observó con detenimiento como Raf se iba de nuevo hacia la base militar, en el norte de la playa.
"Mi guerra", pensó Matt, con tono despectivo. Si solo hubiera luchado él contra Sagres ya estaría muerto. En cierta parte tenía razón, ya que en aquel momento se consideraba como el único integrante del bando en contra de Sagres. Sin embargo, aunque no se estuvieran haciendo las cosas bien en ese ejército y fuera cuanto menos sospechosos sus ideales y objetivos, sin gente a su alrededor sería imposible que él solo hiciera algo.
Nadie le entendía. Ni siquiera Raf, con el que tan buena amistad había hecho. Desde que se habían reencontrado en San Petesburgo, él, Raf y Grigory habían mantenido una fiel amistad. Sin embargo, Matt se había ido distanciando poco a poco por aquel sentimiento tan impetuoso de debilidad. Era alguien importante para el cometido final del colectivo, pero a ellos solo les importaba la gente que no tuviese miedo a la muerte. Y eso, a parte de hacerle rabiar, hacía que la desconfianza creciese en él.
Matt sacudió la cabeza, algo cansado. Era definitivo. Estaba solo en aquella guerra.
Por lo que, sí, Raf tenía razón.
Tiró la colilla a la arena y volvió a la base militar también.
Conforme iba llegando, veía tropas y tropas correr por la arena con uniformes de camuflaje completamente blancos, haciendo circuitos de entrenamiento y recibiendo órdenes de sargentos.
Se las habían ingeniado para clavar varios palos de metal en la arena y utilizarlos para que los soldados hicieran dominadas. También había por doquier neumáticos viejos y redes de pesca para medir su agilidad, además de cuerdas en forma de escalera atadas a los postes de la luz para medir su equilibrio.
Otros entrenaban posiciones en combate y estrategias militares en pequeños espacios cercados fuera de la playa, como en casas abandonadas o en almacenes semi derruidos. Aquella costa oeste de la península estaba repleta de sitios como aquellos para que las tropas entrenaran día si y día también para cuando llegara el momento de la verdad.
Cada vez que veía esas escenas recordaba viejos tiempos en aquel viejo bunker de la familia Yakolev. Le recordaba a Emma, las veces que reían, que discutían, que hablaban... su presencia, su apoyo. El amor y el cariño que había desprendido por él desde el primer momento que se encontraron, y lo poco agradecido que había estado por ello, lo muy idiota que había sido con ella, haciéndola sufrir más de lo que ya había sufrido en el pasado.
La noche ya empezaba a asomar tras las nubes grises, y el cielo anaranjado dejó de alumbrar el lugar lo poco que lo hacía. Matt se dirigió a la parte izquierda de la aglomeración de casas, mientras saludaba a suboficiales y a soldados que llegaban a sus casas después de entrenar.
Tras unos minutos de andar, llegó a una casa de madera con un piso algo más apartada de las demás y un poco hundida en la arena. El chico se plantó frente a la puerta y la abrió sin más.
El lugar era una especie de bar iluminado por unas velas y candelabros colgados en las paredes. A la derecha, nada más entrar, estaba Skarrev junto a una botella de Vodka, sentado en la silla del barman, contemplando la botella pensativo, mientras la daba vueltas.
Cuándo se dio cuenta de la entrada de Matt sonrió, feliz de verle, pero en seguida se dirigió a él con una violencia inintencionada. Su nivel de embriaguez era tan alto que podía distinguirse a la legua en cada palabra que decía.
- ¡Si has venido a por mi botella vas listo, chavalín! - se aferró a ella. - ¡Aquí no eres bienvenido! ¿Verdad?
Matt formó media sonrisa al ver que estaba tan borracho que le estaba hablando incluso a la botella.
- Déjame eso anda. Me lo acabo yo.
Matt se acercó a la barra y se sentó en un taburete. Skarrev suspiró, mientras se masajeaba las sienes, dejando la botella a un lado.
- Tienes razón. No sé porque lo he dicho. Perdóname por favor, debería estar durmiendo. Después de no haber dormido nada, y yo aquí bebiendo...
- No hace falta que digas "debería" o "Por favor", Skarrev. Estás en una rebelión. No hay normas.
El hombre ruso se le quedó mirando atónito ante esa respuesta, en silencio, para después echarse a reir desesperadamente, en un tono muy alto. Cuando acabó volvió a mirarle, y habló.
- Vaya, vaya, vaya. Parece que nuestro héroe se ha metido en otra discusión sobre los valores de nuestro queridísimo ejército en contra de nuestro queridísimo Sagres. Y parece que ha salido perdiendo ¿no?
- Todos están tan seguros de que este ejército va a defender sus intereses... que no ven la realidad. No ven que esta guerra no se gana así. No se gana queriendo ser igual que el otro. Se gana siendo diferente. Ni siquiera tú pareces entenderlo.
- Yo si que lo entiendo, ya sabes por qué. Pero no comparto que ese cacharro que tienes tenga nada de utilidad. Conociendo a Miguel Ángel, es mucho mejor la prudencia contra él que hacer las cosas a lo loco.
- ¿Ni si quiera un vistazo? ¿Ver lo que hay, investigarlo con calma, y actuar? ¿Por qué tengo que depender de lo que me diga un superior para hacer las cosas?
- Sí, en eso estoy algo más de acuerdo, Mateo. Pero a veces es necesario poner en prioridad las cosas. ¡Igual más adelante es tu momento! ¡Quién sabe! - terminó la frase expresándose con exageración.
- Es Mateu. Matt. En serio, vete a dormir ya.
- Voy a tener que jubilarme un día de estos y salir de toda esta mierda, porque te juro que no aguanto.
Skarrev se levantó y se fue haciendo zig zags hacia fuera de la barra. Matt siguió con la conversación tras darle un trago al Vodka.
- Tú cambiastes de bando. Sabes perfectamente lo que es ir por tu cuenta y no hacer caso a un superior. Te sentistes abandonado, cambió tu forma de pensar en una que era la correcta, con mejores sentimientos. En ocasiones es lo mejor que uno puede hacer.
El otro pasó al lado suyo y se le quedó mirando fijamente, pensando en qué responder. Segundos después, se apoyó en la barra con cuidado y se volvió a dirigir a Matt. Se puso cómodo y se tomó su tiempo en empezar a hablar.
- Ver a la mezquita... su ambiente... hizo que dentro de mí surgiera un dolor que en ninguna batalla hubiera podido sufrir. Un sentimiento de incomprensión y soledad... sí. Soledad. El deseo de formar parte de algo... creo que me entiendes perfectamente, ya hemos hablado sobre ello. Nunca he sido un hombre de valores, ni de una moral fielmente férrea, pero por una vez en la vida... a mi edad... lo necesitaba más que nunca. Pedí perdón...
- Pero poco después...
- Poco después vinieron ellos a por mí. Y lo arrasaron todo. No quedó ni un alma, a pesar de que les supliqué que parasen. Intentamos enfrentarnos a ellos, pero eran demasiados, y tuvimos que huir sin ningún superviviente más que nosotros cuatro. Y no sabes lo que me duele, de verdad. Te puedo garantizar que ni un palmo de lo que a ti o a Raf, o a Grigory. Pero me duele, me duele mucho.
Matt callaba, asimilando toda la rabia en su interior, emocionándose cuando veía en su mente cada cara que había conocido en aquella mezquita de Ufá.
Skarrev avanzó un poco más y abrió la puerta, no sin antes despedirse.
- Pero yo soy el perro del más poderoso, Matt. No lo olvides. Y creo que tú no estás en ese lugar ahora mismo. Así que no me pidas que te ayude a algo en lo que ni siquiera tú tienes poder de hacer.
Kliment Skarrev cerró la puerta tras de sí.
Y pasaron horas y horas. Matt se terminó lo poco que quedaba en la botella de Vodka, inmerso en sus pensamientos. Salió de la cabaña al congelado y noctámbulo exterior.
Las luces de las hogueras resplandecían dentro de las casas y la luz de la luna intentaba hacer lo propio, esquivando aquellas nubes negras que escupían hielo.
Pero lo que más brillaba con diferencia, venciendo a toda fuente luminosa de su alrededor, imponiéndose bella y victoriosa, elegante, era la aurora boreal verde esmeralda del cielo.
Sus formas curvadas parecían indicar caminos que se dirigían más allá del horizonte que veía, al otro lado de aquella basta tierra vacía de todo.
El camino hacia su victoria.
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