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23. As de Oros

Solo podía decir su nombre en voz baja.

Solo podía preguntarla por qué hacía eso.

La preguntaba después de decir su nombre, con miedo, destrozado por dentro y por fuera, llorando.

No dejaba de repetirlo una y otra vez, mientras sentía sus extremidades retorcerse del congelamiento.

La cabeza ya no le daba vueltas. Ahora sentía una presión en el cuello que le hacía tener la sensación de desmayarse de un momento a otro. No tenía fuerzas para revolverse como lo había hecho hasta ese momento.

Se había revuelto por todo y por todos. Había luchado por poner boca abajo hasta el más mínimo detalle, con el objetivo de llegar a dónde estaba.

Todo. Lo había sacrificado absolutamente todo. Había pasado de tener esperanza en sí mismo a dejar de tenerla y buscarla en los demás. Había vuelto a ser el que era antes de llegar a Rusia solo por ella, por lo que deseaba, por su país y su gente.

Por la chica que ahora le observaba seria, como un témpano, a dos metros de él, vestida con el uniforme militar del bando contrario.

La chica que deseaba con todo su corazón acabar con el hombre que una vez mató a su madre, que raptó a su padre y que tuvo que ver como la gente a la que quería sacrificaban sus vidas por quedarse en su país.

Ellos habían visto en ella la solución a sus problemas. Ella atesoraba la esperanza de todos los habitantes que seguían en Rusia, aguantando las ventiscas.

Sacrificios. Uno tras otro. Sacrificios por ella, por lo que significaba que siguiera viva. Incluso ella había sacrificado su salud mental y poder vivir una vida normal.

Y en ese momento... justo el momento que estaba viendo con sus propios ojos... Emma al servicio de Sagres...

Simplemente no tenía explicación. Pero ella tampoco parecía querer dársela. Y debería estar muy enfadado con ella, con todo aquello. Realmente se merecía una explicación.

Y, sin embargo, no le salía ser rudo con ella. Ni siquiera podía alzar la voz. No tenía fuerzas. Era la situación que estaba viviendo y todas las cosas horribles que había tenido que hacer para nada.

Grigory, Lagunov, Irak...

Toda la gente del ejército, incluidos Skarrev y Raf. No podían imaginar lo mucho que lo sentía, como tampoco podían hacerse una idea de lo magníficamente poderoso que se había sentido.

Pero aunque se arrepintiese una y otra vez de sus actos, aunque se fustigase hasta morir por ellos, nadie podría perdonarle nunca todo lo malo que había hecho.

Especialmente Arina. De ella era de lo que más se arrepentía, sin duda alguna. Había sido una completa herramienta para conseguir lo que quería. Para llevar a cabo ese plan tan estúpido que le había llevado a nada. A esperar la muerte de forma absurda.

Emma Yakolev ya no parecía una persona para él. Su figura se asemejaba más a un concepto demasiado difícil y enrevesado para que su cabeza pudiese cavilar sobre ello.

Simplemente estaba allí, caminando hacia él, con unas intenciones que no encontraban una definición más exacta que contradictorias.

La chica llegó hacia él, le cogió del cuello y le tumbó en el suelo de baldosas doradas con fuerza y agresividad. No mostraba una expresión que fuera algo más que una cara de extrema seriedad.

Los mechones de la pelirroja le acariciaban la cara, mientras le ahogaba poco a poco con las manos. No se atrevía a mirarla a la cara. Tan solo observaba los gigantescos ventanales de cristal nevados del techo, en forma de pico.

El edificio era una mansión completamente dorada, plateada y bronce, bastante ancha. El suelo y parte de la decoración de las paredes era oro. Las barandillas, bordes de ventanas, y escaleras de color gris plata. Paredes de hormigón bañadas en bronce.

Una pequeña parte, el lugar donde estaban, se asomaba al exterior, pero Matt podía apreciar escaleras y ascensores que bajaban, por lo que supuso que habría toda una infraestructura bajo tierra.

El lugar era bastante ancho y alargado. Aquellos pasillos como en el que estaban se repartían a lo largo de metros y metros de distancia, conectando diferentes y pequeños bloques de edificios.

Matt se siguió retorciendo para intentar obtener una bocanada de aire. Tenía las manos y los pies completamente atados por esposas.

Estaban en uno de los pasillos colgantes del primer piso que conectaban una parte del edificio con otra. De vez en cuando pasaba gente a sus lados, normalmente militares, y en los pasillos de la planta baja se oía el murmullo ajetreado de la gente.

Un lugar algo extraño para interrogar y torturar a un preso, pero a la gente no parecía importarle lo más mínimo lo que estaba ocurriendo allí.

-¿Te acuerdas de Púlkovo, Matt? - preguntó la chica. -

Matt no respondió, sin poder ni querer hacerlo.

- ¿Te acuerdas como me humillastes cogiéndome del cuello en Púlkovo, en la torre de control?

Un par de gemidos inteligibles salieron de la boca de Matt, mientras se le humedecían los ojos, recordando el momento.

- Claro que te acuerdas.

Le soltó, y retrocedió unos pasos, mientras seguía mirándole fijamente. El chico tosía tanto que parecía que iba a soltar todos sus órganos por la boca.

- Yo... lo siento... lo siento tanto... Perdóname. - dijo en un llanto real y profundo, mientras se le quebraba la voz.

Emma le observó durante largos segundos, pero bajó la cabeza al instante, con una expresión tímidamente triste o decepcionada.

Matt continuó llorando, pero Emma esperó a que volviese a hablar. Le escuchó con un gesto frío y serio, como hasta aquel momento.

- Pero tampoco espero que me perdones. Porque no me creo toda esta mierda que estas haciendo. Me estas mintiendo. Estas fingiendo todo esto.

- No entiendes nada. - replicó un instante después.

- ¡Sí! ¡Sí lo entiendo! ¡Lo entiendo todo! - gritó - ¡No me creo que te lavaran el cerebro por esa idiotez de Púlkovo! ¡Fue mi culpa, lo sé! ¡No debió ocurrir! Pero... no esperes que me crea que ahora estás de su lado.

- No. Sí que debía ocurrir. Pero no  puedes imaginarte lo complicado que es esta historia. No puedes llegar a hacerte una pequeña, una mísera idea de por qué estás aquí.

- Para de fingir, Emma. No tienes por qué convencer a nadie de que trabajas para ellos. Estás aquí, conmigo, solos. Para esta farsa, quítame las esposas y salgamos de aquí. Por favor.

Emma soltó media risa, incrédula. Movió la cabeza y se paseó brevemente por el pasillo. Matt soltó un largo y profundo suspiro.

- Vuelvo a repetirtelo, Matt. - dijo despacio. - Es muy complicado.

Matt gritó al instante, soltando una rabia acumulada.

- ¡Pues explícame qué es tan complicado, porque no sabes lo que he tenido que hacer para llegar hasta aquí y salvarte!

- ¿Crees que la vida real es como en los cuentos, Matt? ¿Crees que es vivir una aventura con una persona especial, tener un accidente con ella e ir a rescatarla después?

Aquella pregunta retórica, de las que solía decir él, le dejó de piedra.

- ¿Crees que no sé que los diamantes no están hechos de copos de nieve, Matt?

La cara del chico, que miraba fijamente la de Emma, se rompía cada vez más a cada palabra que decía.

- ¿Crees que no sabía quién eras antes de tu accidente?

- Cállate. - dijo él en un susurro. La chica sorprendentemente le oyó y se calló, mientras apartaba la mirada de forma incómoda. Matt siguió hablando. - Te han manipulado para que digas todo eso. Tienen a tu padre como rehén, y lo entiendo. Pero Emma... aquí no hay nadie... no entiendo por qué...

No le salían las palabras.

Ambos se quedaron en silencio durante varios minutos, hasta que dos personas aparecieron tras Emma.

Matt subió la cabeza, y aunque lo que vio podría haberle sorprendido de sobremanera, no le causó demasiado efecto en él. Después de lo de Emma, aquello era una nimiedad.

Miguel Ángel Sagres, sin sus características gafas de sol negras, caminaba junto a Skarrev. El español multimillonario rubio, con el pelo recogido en una pequeña coleta, se plantó frente a Matt, que estaba de rodillas.

Se agachó y le sonrió.

- Creo que soy yo el que ha ganado, Mateu.

- Que te jodan.

- Yo también me alegro de verte. - rió amigablemente, de forma natural. - Tengo tantas cosas que contarte... y no puedes imaginar las ganas que tengo de hacerlo. Pero este lugar... No. Definitivamente no.

Miró a Skarrev y a Emma.

- ¿Está la prisión preparada?

Ambos negaron con la cabeza, y Skarrev habló.

- Todavía está completa. Parece que han tenido un lío de gestión de los prisioneros y...

- Bueno, no pasa nada. - volvió a mirar a Matt con un rostro de resplandeciente felicidad. - No te preocupes. Iremos a mi despacho. Pero solo porque eres tú, eh. - rió de nuevo.

Skarrev le cogió de las esposas y le levantó a la fuerza. Después le arrastró hacia el otro extremo del pasillo y bajaron por varias escaleras, primero hacia el piso bajo, y luego cogieron un ascensor a los sótanos.

A Matt le parecía todo un mal sueño. Si no fuera porque el dolor de sus actos seguía haciendo que los recordase, hubiera apostado que no había salido de San Petersburgo.

Lo último que recordaba era continuar por las montañas de siberia y quedarse inconsciente por el cansancio y por el frío. A pesar de caminar sin rumbo y completamente desalentado, sumido en una depresión oscura y cansada, quería, como en los viejos tiempos, pelear contra la muerte hasta el último suspiro, antes de que le llevase con él.

Después había tenido otro de esos "sueños" tan extrañamente reales, esta vez referidos a su pasado. A todo lo que había ocurrido durante su viaje con Emma. De alguna manera esas visiones le habían revelado, finalmente, que todo tenía una razón... Que las cosas... que Emma... no había ocurrido porque sí.

Pero ya era demasiado tarde. Y presentía que todavía le quedaban por saber muchas cosas.

Por lo que parecía, le habían encontrado antes de que la muerte hiciese su trabajo.

Aquel lugar que estaba enterrado bajo tierra era relativamente igual que el piso bajo y el primer piso que daban al exterior. El lujo estaba presente por todos lados, pero había muchísima más luminosidad.

Las salas de estar eran comunes para todos los militares y alquimistas que trabajaban para Sagres. Habían también varias salas con cocinas, dormitorios, despachos y gimnasios.

Era una mansión de lujo y el triple de grande que cualquier pequeño búnker de la zona. Las estructuras de aquel sitio era de unas dimensiones colosales y construidas casi al milímetro.

Al fondo de una gran sala común, al subir unas escaleras, se encontraba una puerta más grande que las demás de su alrededor. El despacho de Sagres.

Los tres entraron, y Matt se quedó realmente asombrado, de nuevo, por las dimensiones que podía llegar a tener un lugar como aquel.

Las paredes podrían a llegar a medir cientos de metros de altitud, y la sala como tal de igual forma, pero en ancho. El suelo estaba embaldosado en oro, como todo aquel sitio, y las paredes eran de un negro ligeramente avioletado, con cientos de cuadros dispuestos en todas ellas.

Las lámparas colgantes de plata, y las alfombras alargadas, marrón bronce, con motivos vegetales.

Los muebles y la gran mesa alargada que tenía Sagres al fondo de la sala era de la mejor madera barnizada que existía, y que era recurrente ver en cualquier parte de allí.

Matt se sentó en una silla, frente a la mesa alargada. Sagres, que no había parado de intentar darle conversación con cosas estúpidas, regocijándose de su situación, se sentó en la mesa. Skarrev y Emma se quedaron tras ésta, de pie, cada uno a un lado de él.

- Bueno, Matt. ¿Por dónde quieres que empiece?

- Mátame ya y acabemos con esto.

- No. De momento no, por lo menos. Antes quiero que te enteres de todo y que decidas algo muy importante.

El chico se quedó callado y serio, mirándole con los ojos caídos, sin que le diese importancia a nada.

- Como habrás podido comprobar, Skarrev y Emma no son las personas que creías que eran... bueno, Skarrev sí, pero ya sabes. Así que... ¡sorpresa! Te hemos engañado desde el principio. ¡Todo estaba pensado! Desde que te caístes de tu avioncito de papel.

Matt bajó la cabeza lentamente, pensando en su propia y absoluta devastación que no querría haber escuchado eso nunca. La mantuvo así durante todo el tiempo.

- En esta historia, Matt, hay verdades... y medias verdades. Nunca he pretendido hacer esa locura de convertir Rusia en los tres metales preciosos. ¡Ojalá pudiera hacer eso! - rió. - Pero es cierto que la alquimia existe. Y que los Yakolev tratan la alquimia del oro.

Sagres se giró hacia Emma y asintió, dándole permiso para que hablara.

- Mi familia... nunca huyó. Mataron a mi madre el día que lo intentamos. Y desde entonces mi padre y yo hemos tenido lealtad absoluta a los intereses de Sagres. Me formé como militar en este sitio...

- Eso no es verdad. - dijo Matt a media voz, intentando de manera desesperada negarlo todo. Emma paró unos segundos, pero continuó en seguida.

- Me formé como militar en este sitio. Y aprendí que la muerte de mi madre... fue por su culpa. Por su falta de egoísmo. Aprendí que mirar por uno mismo, por su propia vida, era necesario, lejos de arriesgarla por el sentido de la justicia o por los demás. He sido capitana del ejército de Sagres desde los quince años.

- Y una de las mejores. - añadió Sagres. - Es impresionante como alguien tan joven puede manejar a cientos de hombres que le duplican y triplican la edad... ¿verdad Matt? Creo que tú sabes de lo que hablo.

El chico no respondió, mientras aguantaba la ira.

- Y yo tenía un objetivo desde hacía mucho. Tú, Mateu Oliver. Eras ese pequeño insecto raro que podía perfectamente caer en su propia trampa. Un chico que lo daría todo por tener poder y dinero, mucho dinero. Un chico que es un completo huracán de egolatría, de malos modales, de un carácter explosivo y altivo. Alguien que no daría nada por abrazar, amar a alguien. Alguien que no sabía lo que era la zona de confort, un hogar, el silencio. Él necesitaba ruido, mucho ruido. Va en su personalidad, en su forma de ser, y no puede cambiarlo aunque lo intente, porque las cincurstancias le hace ser quien es. Y las circunstancias cambian de contexto, pero no de forma.

Y entonces... ¿que ocurriría si... hacemos que su avión se estrelle... y empieza a darse cuenta de quién es en realidad?

- No... no... no... - susurraba Matt, negando con la cabeza, sufriendo en lo más hondo.

- ¿Que pasaría? - se levantó de la mesa y se acercó intimidantemente hacia él. - ¿Que pasaría si las personas empiezan a ser personas para él...? ¿Que pasaría si hay una chica pelirroja que resulta ser demasiado rara, enfermiza, que solo busca escapar del mundo en el que vive...? Dime Matt... dime que pasaría.

Se agachó, pero Matt seguía con la cabeza agachada, sudando de la tensión, sin poder creer nada de lo que le estaba contando. Varias lágrimas salieron de sus ojos.

- Yo te diré lo que pasaría, Matt. - continuó. - Que esa persona tendría que creer en ella misma. Creer que tiene algo ahí dentro. Amor por los demás, felicidad por los demás. Altruismo. Algo que yo opinaría que era de débiles, y que pertenecía al otro bando. Pero ella... ¡cómo poder olvidar lo que ella te contaba, cómo actuaba, cómo era Emma Yakolev! Cómo no poder enamorarte de ella... Porque eso era todo lo que necesitabas en tu vida. Aun sabiendo que yo tenía razón, y que tú eras de los míos.

¡No! Claro que luchastes. Luchastes y matastes a esos dos idiotas alquimistas que, como a tí, también engañé. ¿Os acordais de Débora? - rió, mirando a todos los de la sala. - Hizo lo que fuera por tener su pedazo en todo esto. Aunque Jason... - hizo una pausa de reflexión corta. - Jason dudaba mucho más de todo lo que ocurría, como tú. Una pena que su arrogancia le saliese cara...

Continuó.

- Así que... poco a poco te ibas cociendo, Matt. A fuego lento. Ibas asimilando que las historias trágicas merecen un final feliz, como esa mierda de campamento que tenían en Ufá. Aleksey, que es el padre de Emma, y la propia Emma, engañaron incluso a los de Ufá. Todo por ti, Matt. Todo para que pudieses ver que todavía merecía la pena seguir luchando por los demás.

Y mira a dónde te ha llevado. A caer directo en tu propia trampa. Dudastes de Emma, pero habiendo dos bandos enfrentados, ¿que sospechas ibas a sacar de todo esto? ¡Hasta mis subordinados se han intentado matar entre ellos para darte un buen espectáculo y que te lo creyeses todo!  Tan solo reforzamos esto más con Ken y Dalia, a los cuales les extorsionamos para que colaboraran en nuestra misión. Si hacían aquel teatro con Emma y le disparaban el somnífero, no contactaría con la mafia japonesa para que les pegasen un tiro en la cabeza a ambos.

Entonces esas ansias de volver a ver a Emma, de volver a sentir el calor de un hogar, de ver a la gente a la que quieres te hizo unirte a ese ejército de inútiles. Y sacastes tu verdadera esencia. Lo que realmente eres.

Lo que hicistes en esa base militar, esas mentiras, lo hiciestes porque necesitabas hacerlo. Porque eras tú. Pero, de igual manera, sabías que estaba mal. Has vivido estos últimos meses sufriendo, con el arrepentimiento en tus venas, recordándote lo mal que lo habías hecho, ¿verdad...? Sí...

Y todo ello con un Skarrev leal a ti en todo momento. Un compañero de aventuras que ha ido moviendo los hilos para que no hicieras ninguna tontería.

- Ya te dije, Matt, que yo siempre estoy del lado del más fuerte. - asintió Skarrev con un pesar no muy convincente.

- Y yo, Matt - volvió a hablar el verdadero monstruo de todo aquello. - he vuelto a ganar. He vuelto a ganar en mi propio juego. Y, de hecho, siempre he ido con ventaja.

Sagres se levantó y se giró hacia su mesa. Andó pocos pasos y escuchó la pobre y destrozada voz de Matt.

- ¿Cómo... cómo tirasteis mi avión...?

- Misiles de un caza. - dijo sin más.

- Yo... yo... - no encontraba las palabras adecuadas. Ni siquiera entendía mucho de todo aquello que le había explicado. Tan solo tenía claro que desde el primer minuto que había puesto un pie en Rusia, su vida había sido una mentira. - Podría haber muerto en ese accidente...

- Obviamente, amigo. Si hubieras muerto... hubiera sido todo mucho más fácil. Pero menos divertido. Y hay veces que en los accidentes hay supervivientes... Teníamos que tener todo este circo preparado por si acaso. Y más teniendo en cuenta la seguridad de esos jets. Me conozco a la perfección esos modelos. No sabes la suerte que tuvistes por lo bien que lo hizo el piloto y el acero contra impactos.

Matt volvió a quedarse en silencio durante un tiempo.

- ¡Ahora dime, mi querido Mateu Oliver! - exclamó, contento . - ¡Una vez que ya te he explicado que has sido un peón de lo más interesante en mi partida, le voy a pedir a Skarrev que traiga a nuestros dos invitados, y a Emma que traiga la cena! ¡La última cena! ¿Que te parece, Matt? ¡La última cena multimillonaria de tu vida, en uno y en el otro concepto!

Ambos se fueron de la sala. Al poco rato apareció Skarrev con dos personas, también esposadas y vigiladas.

- Y para celebrar tu llegada, Matt... te hemos traído un regalo. - dijo, falsamente emocionado.

Sagres cogió su silla y la giró hacia la entrada, para que pudiese ver a quién había traído.

A Matt le costó mirar, mientras seguía con la cabeza agachada, pensando que era una pesadilla. Sin embargo, cuando vió quién era uno de ellos, sus ojos parecieron salirse de sus órbitas. Simplemente, su presencia allí no podía ser posible.

Era su padre. Carlos Oliver.

Y a su lado le acompañaba Raf.

- ¡Papá! - no pudo evitar pegar un grito al verle.

- He aquí a dos de las personas que... bueno, probablemente que más aprecio tengas, ¿no es así?

- ¡Maldito bastardo! ¡Suéltale ahora mismo! ¡Esto no tiene nada que ver con él! - gritó hasta quedarse afónico, mientras se revolvía en la silla.

- Baja la voz Matt, y escúchame.

- Todo esto es una mentira... una mentira...

- Tranquilo. No es una mentira. Tu padre está aquí, al lado de Raf. Y es muy posible que los acabe matando.

- ¡Por encima de mi cadáver, maldito cabrón...!

- ¡Ahora viene lo interesante, justo cuando te has venido tan arriba! ¡Eso me gusta, le da tensión!

Sagres fue a su mesa y volvió con una hoja pinzada en un pequeño tablero.

Se lo dio a Matt, y este lo leyó.

Era un documento para traspasar la propiedad de la riqueza personal y el patrimonio a otra persona.

Ya estaba la firma de su padre.

Y él había obligado a su familia a que pudiese tener control del dinero cuando se había ido de casa.

Por lo que solo faltaba su firma para traspasarle a Sagres todo el patrimonio y riqueza de la familia Oliver.

- Verás, Matt... - dijo Sagres, mientras se paseaba por la habitación. - ¿Te acuerdas cuando te dije que lo de irte de casa no fue buena idea...? Bueno... pues no fue buena idea por esto.

En este mundo, la gente que tiene mucho, mucho dinero, como tú o como yo... no creo que sacrificarían cosas como el amor de su vida o la familia por conservar su propio dinero y las cosas que tienen. Normalmente, la gente se acaba dando cuenta de que las cosas materiales no lo es todo, ya sabes.

Es gracioso. ¿Conoces algún juego en el que te den a elegir dos opciones y que... si eliges una, pierdes la otra? Pues esto es lo mismo. ¿Recuerdas cuando te hablaba de caer engañado por la afectividad de los demás, de ser feliz con la felicidad de los demás? Pues has caído completamente en ella. Y una vez entras, no puedes escapar.

Pero nosotros dos somos iguales. Y por tanto... esta operación implicaba medidas especiales, a largo plazo. En otro tiempo hubieras matado a tu padre por conservar todo eso que viene en el papel que te he dado. Lo sé, y tú lo sabes bien, especialmente por el poco o nulo afecto que le tenías. No eres un ser humano. Eres una máquina para ser egoísta, para ser mejor y más rico que el de al lado. Pero hasta una máquina como esas tiene sentimientos y empatía si se logra tratarla bien. No eres un ser humano, pero tampoco eres un psicópata.

Tan solo eres un crío engreído que ha caído en la mayor estafa del mundo.

Lanzó un boli al suelo. Matt se lo quedó mirando largos segundos.

Subió la cabeza, miró a sus seres queridos y miró a Sagres.

Asintió, con dolor emocional en el acto.

Este fue a desatarle de las esposas, le cogió del hombro y le empujó al suelo. Matt, de rodillas, sentía un vacío en el interior que le impedía moverse o pensar con claridad.

Finalmente lo cogió lentamente, temblando de impotencia, mientras Sagres le ponía un pie en la cabeza.

Lo apretó bien fuerte y puso su extremo contra la hoja. Volvió a subir la cabeza, y vio como Skarrev y otro soldado apuntaban a su padre y a Raf. El padre de Matt temblaba de miedo, y su expresión era de absoluta ansiedad y desorientación.

Raf le observaba preocupado, pero también con miedo.

Matt bajó de nuevo la cabeza, y finalmente firmó.

- Aleluya. - dijo con impaciencia Sagres, que se dio prisa en quitarle la hoja y el boli, además de volverle a esposar a la silla.

Los dejó en la mesa y, silbando, fue hacia el padre de Matt.

Con ayuda de Skarrev, le quitaron las esposas. Matt, totalmente perdido en el limbo, se dio cuenta de ello a tiempo, y no tardó en reaccionar.

- ¡Eh! ¡Eh! ¿Qué estáis haciendo?

Le hicieron caso omiso, y se dedicaron a darse la mano, hablar entre ellos, abrazarse y reir.

Sagres y su padre se volvieron hacia él. Este último le guiñó el ojo, mientras caminaba hacia su lado derecho.

- Lo siento, hijo. Cosas que pasan, ¿no? - rió.

Matt se quedó mirando al infinito, sin poder asimilar nada. Sagres también se acercó a él.

- Verás, Matt... había una cosa que no te he contado... tu padre lleva trabajando para mi desde hace años. Pero... bueno, ya da igual, supongo.

Todo el mundo rió a carcajadas, menos Matt, que todavía le daba vueltas a como salir de aquella alucinación tan estúpidamente larga y detallada. En cualquier momento se daría cuenta de que estaba en su refugio de las montañas, o muriendo lentamente por el frío, inconsciente.

Pero aunque lo intentaba, no ocurría. Era muy posible, por no decir con toda certeza, que aquello fuera totalmente real. Real y, como mínimo, sorprendente, aunque su mente le intentase decir lo contrario por su propia salud.

No supo cuánto tiempo estuvo ahí sentado, en esa silla, en aquella enorme habitación. En un shock que le duró horas y que le abstraía de cualquier cosa que ocurría. Las risas y las conversaciones las oía con eco. La vista se le nublaba. La cabeza le parecía que estaba a punto de explotar.

Entonces la puerta se abrió.

Y Emma apareció al otro lado, junto con varios cocineros que traían la cena en bandejas y carros de plata.

La chica pelirroja se quedó mirando extrañada a uno de los hombres que reían a lo lejos.

Se acercó lentamente, obviando por completo a Matt, y este obviándola por completo a ella.

Se paró a unos metros.

El hombre al que observaba con curiosidad era a Carlos Oliver.












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