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21. Locura

Para cuando Matt abrió los ojos su voz seguía sonando.

Era suave, tenue. Sus cuerdas vocales le acariciaban y le susurraban que despertase.

Sin embargo, él ya estaba despierto desde hacía mucho. Pero el miedo le impedía mover un músculo, tumbado en uno de los sofás de la sala principal del búnker.

Todo estaba en silencio, a oscuras, pero su voz no cesaba de susurrarle una y otra vez.

Eran palabras, sonidos que apenas podía diferenciar. Muchas sílabas siendo mal pronunciadas de forma lenta, como si fuera otra lengua. Pero de entre todos aquellos murmullos podía diferenciar un "despierta" que resonaba con fuerza en su cabeza.

Un "despierta" que muchas, muchas horas antes le había dicho algo distinto, asegurando, no estando seguro si como amenaza o afirmación, que estaban muertos.

El chico no dejaba de temblar, intimidado por aquella presencia en su cabeza.

Se cambió de posición en el sofá, de tal manera que su cabeza ladeada acabó mirando hacia el salón.

Las voces seguían sonando, pero ya no estaba tan seguro que fuese en su cabeza. Los susurros melódicos, cariñosos, ahora le daba la sensación de que provenían de una pequeña puerta al final de la sala, en una pared lateral.

Permaneció otros tantos minutos allí, observando atemorizado la puerta, como un niño que le teme a los monstruos imaginarios que viven bajo su cama.

Pero aquellos no eran monstruos, era incluso peor. Una voz tan agradable como sombría, proviniente de una chica que significaba tanto una cosa como la contraria.

Tragó saliva con rapidez, intentando transformar el miedo en valentía. Se incorporó del sofá y miró a su alrededor, aun no pudiendo ver nada.

La luz de emergencia bajo la puerta de los susurros era la única que se podía vislumbrar. Matt se levantó lentamente, aún condicionado por la somnolencia. Avanzó con pisadas igual de lentas, y cuando llegó, pegó la oreja en la puerta.

Definitivamente, los murmullos venían de ahí detrás. Podía percibirlos mucho más que en cualquier otra parte de la habitación.

Volvió a tragar saliva y suspiró profundamente. Cogió el pomo de la puerta y lo giró. Esta se giró renqueantemente, y Matt dudó en si pasar al largo pasillo que se veía, iluminado con luces de emergencia rojas.

Tras unos segundos, se decidió a atravesar el pasillo. Los susurros se oían cada vez de forma más intensa, pero eso no le impidió observar con extrañeza un hueco sospechoso en el techo del pasillo y los clavos de una puerta de metal que probablemente se podría bajar. Una barrera de emergencia.

Matt pasó por la zona de la barrera, pero cuando llegó a la puerta que estaba al otro lado, los susurros se hicieron gritos. Gritos que sonaban en todas direcciones y que penetraban en su cabeza con dolor.

Se asustó, confuso y desorientado. Todo parecía temblar alrededor de él, mientras la cabeza le daba vueltas. Los gritos parecían estar detrás de él, no importaba cuantas veces se girase para comprobar si era cierto.

Se giró hacia la zona de la puerta por donde había pasado, y observó con horror como la barrera de metal bajaba del techo.

Quiso moverse y atravesarla de nuevo antes de que fuera demasiado tarde, pero estaba demasiado desorientado y en shock para hacerlo. Las luces rojas se convirtieron en flashes que iban y venían, mientras un ruido insoportable le taladraba todos los sentidos.

Pasaron varios minutos, y esa sensación paró. Todo volvió a la normalidad, mientras Matt estaba en el suelo, protegiéndose con sus manos la cabeza. La levantó, calmándose poco a poco.

La pared de metal nunca había bajado del techo.

El ex capitán se quedó largos segundos mirando el techo, no comprendiendo nada de lo que había pasado... si había pasado de verdad.

Los susurros seguían sonando. Emma seguía hablando de forma inconexa y sin que Matt pudiese diferenciar ni una de sus palabras.

Pegó de nuevo la oreja a la puerta. Le pareció que su corazón latía a la velocidad de la luz. Sus manos le sudaban, y su respiración era constante y nerviosa. Sus músculos volvieron a ponerse completamente rígidos, sin poder moverse. Miró fijamente la luz roja que tenía a su derecha, temblando, mientras la voz de Emma sonaba al otro lado.

"Despierta..." "Despierta..."

Aquellas palabras sonaban como si la chica tuviera los labios pegados al otro lado de la puerta.

Matt puso la mano lentamente en el pomo, temblando. Las gotas de sudor bajaban de su frente sin que nada las parase.

Y entonces abrió la puerta bruscamente.

Pero no había nadie.

Era otro pasillo, algo más corto, que se dirigía hacia la izquierda. Sin embargo, resultaba ser diferente de los demás. Miles de cables se enredaban por las paredes y desaparecían en el techo o en cajas de electricidad. El suelo era simple y llanamente una rendija que escondía un conducto de ventilación.

En el ambiente se podían percibir los ruidos electrificados de las luces de emergencia rojas y amarillas, al igual que varios motores escondidos tras las paredes.

Llamado por la curiosidad, obviando por unos segundos el miedo y la tensión, continuó por aquel pasillo.

Durante varios minutos no vio nada más que un pequeño laberinto de pasillos iguales. Algunos acababan con generadores de electricidad, en un callejón sin salida, por lo que comprendió como obtenía la electricidad aquel lugar.

Subió varias escaleras pegadas a las paredes, y conforme subía, las paredes se iban agrietando más y hacía más frío. Los pasillos no cambiaron, pero notó que había más escaleras y pasillos más inclinados y accidentados.

La última escalera que encontró medía el triple de alto que las demás. Y no solo eso: al final de ella había una escotilla.

Era la salida, o en su defecto, una segunda entrada.

Matt subió por ella y abrió la escotilla. Le costó, puesto que el viento empujaba hacia el lado contrario con fuerza e insistencia. Se asomó durante unos segundos a la implacable y mortal ventisca se siberia.

Sintió el cambio de temperatura como si volviese a recibir una paliza de Lagunov.

Apenas sí podía ver algo en medio de aquella terrible y helada cortina blanca que caía con precipitación.

Cerró la escotilla tras pocos segundos y bajó las escaleras. Recorrió de nuevo el lugar y salió de él. Llegó al salón. Seguían dormidos.

¿No se habían levantado con el ruido de la puerta?

Pues claro que no, pensó Matt. Todo aquello se lo habría imaginado. Pero había sido tan real...

Y esas voces. ¿Estaban en su cabeza? ¿Emma había estado allí con ellos? ¿Con él... o...? ¿O no?

Terminó sus horas de sueño y, al día siguiente, les contó lo que había visto la noche anterior. Les guió por el conjunto de pasillos, tras las puertas, y salieron por la escotilla, respuestos de comida, munición y energía.

Matt todavía cogeaba un poco, pero eso no le impidió enfrentarse al temporal, junto con Raf y Skarrev.

Bordearon la montaña que habían atravesado y la fueron bajando poco a poco, intentando que la nieve no les tumbara ni les impidiera avanzar.

Tras varias horas llegaron a un bosque. Cuando lo habían identificado a lo lejos, entre la tempestad, no podían creer que un bosque así hubiera podido sobrevivir dieciocho años.

Durante su recorrido habían visto escenas parecidas a aquella, pero nunca uno tan relativamente grande y abundante en vegetación. Habían llegado a la conclusión de que aquello no había sido posible para la naturaleza. Tenía que haber influido el hombre en ello.

Los tres se internaron en el bosque y lo intentaron atravesar lo más rápido que pudieron, mientras observaban, sin palabras, aquel paraje.

Matt se perdió en sus pensamientos mientras andaba por auquel mágico bosque, en el que incluso la ventisca parecía tener menos intensidad de la que realmente tenía.

No había querido pensar en nada de lo que había ocurrido los últimos días. Pero era imposible no pensar en ello. En como había aparecido Emma de la nada, le había dicho eso... y los coches de Sagres habían pasado a su lado como si nada.

Pero fuera lo que fuera que significase... le había destrozado por completo. No entendía por qué seguía andando si no era para salvarla. Quizás seguía andando por ese sentimiento que le recordaba a ella, esa lucha por su gente, por la gente de Rusia que quería libertad para que su país muriese tranquilo entre nevadas de tal calibre.

Y la muerte de Irak... De nuevo tenía un profundo y terrible arrepentimiento de haberle intentado matarle. Le había mentido tanto a él como a Raf, le había tratado con desconfianza y con desprecio. Y después le había obligado a acompañarle de forma egoísta, atándole como a un preso enemigo, pero perdonándole la vida por ser amigo suyo.

Sabía perfectamente que tipo de persona era. La persona que haciendo esas cosas puede suspirar aliviado, mientras su ego se llena hasta engordar por completo. El problema es que era ese tipo de personas que se paraban a pensar en ello en el momento en el que su ego había explotado por completo, destruyendo todo a su alrededor. Y los arrepentimientos llegaban de forma caótica, y lo había notado desde que salió de la base central.

Si tan solo fuera de esas personas que no se paran a pensar en lo que había a su alrededor... Si tan solo se centrase en su ego, en sus objetivos, en él mismo...

Pero no. Todavía quedaba un pequeño atisbo de luz entre toda aquella oscura personalidad. Y, sin embargo, parecía que le acababa cegando mucho más que cualquier otra penumbra en la que se hundiese.

Cuando levantó la cabeza estaba en lo alto de una pequeña colina, todavía en el bosque. Miró a su alrededor, pero no vio a nadie. Ni Raf, ni Skarrev. Les había perdido totalmente de vista mientras pensaba para sus adentros.

Les llamó con un hilo de voz, proecupado por si alguien del bando enemigo le escuchaba. Pero poco a poco tuvo que alzar la voz, hasta acabar gritando sus nombres. Bajó de la colina y continuó por su derecha, mientras dejaba atrás más arbustos de tundra y más y más pinos.

Continuamente se giraba, mirando a todos lados, completamente perdido. Si ya era un contratiempo no tener el mapa y tener que buscar más de lo que se hubieran pensado, que se perdiesen por allí era incluso peor.

Continuó unos minutos más andando por allí, pero en seguida escuchó pasos en la nieve, por lo que puso el arma en guardia, callándose al segundo. Miró hacia todos lados, mientras avanzaba paso a paso, lentamente.

Se giró de nuevo, y vio a Emma a cuatro o cinco árboles más alejada. El chico ni siquiera pestañeó, pareciendo una auténtica estatua. Incluso pasados unos segundos en los que asimiló que ocurría, siguió apuntándola.

Se acercó poco a poco hacia ella, que le sonreía levemente, como en su anterior encuentro. Matt tuvo que respirar pasados unos segundos en los que no lo hizo. Quiso decir algo, pero no encontró ni las palabras ni la forma adecuada para decirlas. Sintió que se quedaba mudo y medio sordo, en shock.

Cuando se hubo acercado un par de árboles a ella, la chica se fue corriendo, colina arriba. Entonces Matt, lleno de adrenalina, no pudo reprimir llamarla con un "¡Eh!", gritando a pleno pulmón.

La pendiente de aquella colina era mucho más empinada que las que había atravesado, y juntando el hecho de que tenía la pierna fastidiada, lo hizo de manera lenta y torpe. Sin embargo, ella tampoco corría demasiado rápido, por lo que no la perdió de vista en ningún momento.

Matt finalmente cogió agilidad en una zona más llana, y siguió avanzando por ella, intentando correr. Pero Emma cada vez parecía más y más lejos... hasta que desapareció de la vista del chico tras varios árboles.

Matt se quedó jadeando en un punto, no sabiendo por donde continuar, bastante cansado. Se tocó la cara, limpiándose el sudor, y cerró los ojos. La cabeza volvía a darle vueltas.

Varias explosiones sonaron, lo que le hizo estremecerse y sobresaltarse al instante. Volvió a jadear y dio varios pasos hacia atrás, pero perdió el equilibrio y se cayó al suelo. Tras poco rato allí, pensando en qué podría ser, giró la cabeza hacia la derecha instintivamente, notando una presencia.

Era Skarrev. Y delante de él Emma. El hombre la tenía sujeta del cuello con su brazo y una Makarov apuntándole la sien. Otra explosión sonó súbitamente cerca de ellos, y una parte del bosque empezó a arder, detrás de ellos.

Matt retrocedió de nuevo, aún estando en el suelo, pero detrás de él también sonó otra explosión que hizo arder aquella parte del bosque.

Cerca de allí estaba, inexplicablemente, Irak. Matt, que ya estaba apunto de salir corriendo de allí como fuera, se quedó totalmente petrificado de nuevo. Ninguna articulación le respondía, y su cabeza no daba más de sí. Aquello debía ser simplemente una alucinación, un espejismo de su cabeza. Todo aquello no podía ser verdad.

Irak dijo su nombre varias veces, con insistencia. Como si quisiera avisarle de algo.

Escuchó su propio nombre, el nombre de Matt, de miles y miles de voces diferentes. Parecían provenir de todos lados, del cielo, de las llamas de los árboles.

Miró al suelo.

Incluso la tundra ardía bajo sus pies. Todo a su alrededor. Se encontraba en una gran jaula de fuego que susurraba su nombre. Emma le repetía que despertase. Y frente a él, a escasos centímetros, Lagunov.

El general repetía su nombre una y otra vez. Su cara estaba borrosa, pero sus palabras sonaban claras y con su particular tono de voz. Las demás voces se habían callados, solo hablaba él. El rojo y el naranja de las llamas habían desaparecido de los lados de Matt. Ahora solo podía mirar fijamente el rostro difuminado de Lagunov, mientras escuchaba una y otra vez su propio nombre.

Cayó en un hipnótico sueño que le fue cerrando los ojos poco a poco, mientras seguía mirando el rostro, sentado en el suelo que hacía pocos segundos ardía en llamas.

Pero Lazar dejó de hablar en un momento dado. Matt abrió los ojos lentamente, como despertando del hechizo, y entonces el general dijo una frase que Matt había escuchado ya, que había pensado en varias ocasiones y que incluso tenía la corazonada de que no se la había dicho él.

- Ten cuidado de diferenciar lo que es real de lo que no... Matt.

Aquellas palabras se las había dicho una vez Sagres.

Lagunov se abalanzó hacia él con un cuchillo que sacó de su cinturón, pero Matt estuvo lo suficientemente despierto como para levantarse en el momento adecuado y correr en dirección contraria, mientras pegaba un chillido estremecedor.

Se chocó con Raf, que estaba también a pocos centímetros de él, llamándole, y ambos retrocedieron un poco.

- ¡Matt! ¡Matt! ¿Que diablos te pasa?

El chico le observó con los ojos muy abiertos durante largos segundos, jadeando como hasta ahora lo había hecho, con un rostro de terror inimaginable.

- ¡Responde!

Se giró al segundo.

Y vio que nadie le perseguía. Nada se quemaba a su alrededor. Emma y Skarrev no estaban por ningún lado... ni Irak ni Lagunov.

- No ha... no... ¿no ha explotado nada...? ¿no...?

- ¿Explotado? ¿Estás bien?

- No. No, definitivamente no estoy bien. Yo he... visto a...

Se quedó parado, no sabiendo como explicarle aquello. Sabía que todo había sido una alucinación. Pero sus sentidos, su percepción le obligaba a creerselo todo. Le había parecido tan real como la propia realidad.

Raf suspiró.

- Vale. Tranquilo. Estás a salvo ahora, ¿vale? Tranquilizate.

- Vale... vale... ¿Dónde...? ¿Dónde está Skarrev?

- No lo sé. Ha llegado un momento en el que se ha separado de nosotros. Probablemente se haya perdido, o se haya vuelto loco, como tú.

- ¿Qué?

- Es decir... que la ventisca, es posible que tanto tiempo expuesta a ella nos cause algunos problemas...

- ¿Problemas?

- No sé, Matt. Literalmente has pasado de mi y te has ido corriendo a tu bola. ¿Tú crees que eso no es un problema? Es posible que a Skarrev le haya pasado lo mismo y que al fin y al cabo nos esté afectando todo esto.

Matt miró hacia un lado, preocupado, justo hacia un árbol que, en su visión, había visto arder.

- Yo... ehm... Deberíamos continuar buscando a Skarrev.

Matt pasó al lado de Raf con una expresión consternada en la cara, mientras este último volvía a suspirar.

Definitivamente tenían problemas.

Recorrieron el bosque durante horas y horas, pero cuando llegó la tarde, decidieron dejar de buscarle. Skarrev era quién tenía las provisiones y las municiones en su mochila. No podrían aguantar mucho más si no encontraban otro búnker como en el que se habían alojado. Y si se les acababan las balas al entrar en uno y matar a los hombres de allí, los que acabarían muertos serían ellos.

Pero no podían seguir arriesgándose a estar allí ni a dar marcha atrás. Debían continuar e intentar dar con un lugar donde pasar la noche. Y así es como se lo dijo Raf a Matt, que no parecía muy convencido.

- No me voy a ir de aquí sin él.

- Matt... por dios... ¿Es que queires morir en medio de un bosque, justo al lado el sitio donde se supone que está la oportunidad que buscabas?

- Sin Skarrev no voy a ninguna parte. Y se acabó. No pienso darle por muerto ni por perdido.

- Pero y si es así... ¿y si está muerto o perdido?

- ¡Pues me da igual, joder! ¡Voy a esperar hasta que venga! No voy a dejarle atrás después de tanto tiempo en esta lucha.

-¿Y la noche...?

- La noche la pasaremos aquí.

Matt quiso acabar su breve discusión como ganador absoluto de ella.

Ambos consiguieron encontrar un lugar algo recogido mientras seguían un pequeño riachuelo congelado. El pequeño río les llevó a una serie de pequeños acantilados, y cuando bajaron, siempre con extrema precaución por el temporal, se encontraron con pequeñas grietas en las rocas que podrían servirles como refugio.

No era un lugar muy cómodo, y la humedad ahogaba bastante, pero pasar la noche en un lugar como aquel en un bosque podría haber sido perfectamente un milagro.

De todas formas, tanto Matt como Raf pasaron la mitad de la noche en vela, observando la hoguera que habían mal hecho, preocupados y pensativos por el futuro. Ni si quiera se atrevían a compartir sus inquietudes, puesto que pensaban que iban a morir de todos modos. Después de todo lo que habían pasado era imposible volver a poder confiar en el otro. Todavía seguía existiendo una amistad, pero muy desgastada y lejana, como su propia historia.

Ambos pensaban en lo msimo. Ambos pensaban en cuanta gente habían dejado atrás. Cuanta destrucción, caos, muerte, confusión... Y ahora que estaban allí, después de que aquel monstruo llamado Mateu Oliver hubiese arramplado con todo lo que había a su alrededor, se aferraban en misiones y objetivos que seguían teniendo, sin pensar ni un solo momento en lo muy alejados que estaban de la realidad.

Estaban locos. Literal y figuradamente.

Estaban locos si creían que iban a poder enfrentarse al ejército de Sagres en su propia base militar. Y estaban locos si creían que podían ver a personas muertas hablándoles a la cara.

Sonaron motores de coches lejanos con las primeras luces del día. Matt se despertó al instante, pero Raf ya estaba despierto desde antes. El español miró al alemán, intentando dilucidar si lo que había oído era real o se lo había inventado su mente. Pero a juzgar por la cara de Raf, aquello había sido real.

Cargaron sus Kalashnikovs y salieron de aquellas cuevas.

Corrieron todo lo que pudieron en dirección al ruido de los motores, a pesar de que le ventisca había incluso empeorado. Tras muchos minutos pudieron encontrar los coches. Eran tres todoterrenos negros, parados en medio del bosque, entre los árboles. Nadie había salido ni entrado de ellos.

Ambos chicos se acercaron a los coches mientras los apuntaban con sus armas.

Pero cuando llegaron, no había nada ni nadie. Matt se dirigió a uno e intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Dio un fuerte golpe al cristal, pero tampoco cedió. Disparó, y entonces sí consiguió romper el cristal.

Hechó un vistazo dentro del coche, pero lo que vio no le gustó un pelo.

El sonido de otros tantos motores de coches sonaron en la lejanía: muy mala ocasión para que aquello sucediera.

Levantó la cabeza, buscando a Raf, que estaba unos metros más alejado, y le gritó. El alemán, que también había oído los motores y se encontraba examinando otro de los coches, se giró hacia él y le respondió de vuelta.

- ¡Matt! ¡Hay una bomba en el asiento con temporizador de un minuto!

- ¡Aquí también!

Ambos se miraron fijamente, tensos, mientras oían como los todoterrenos se acercaban. Decidieron correr, pero ya era demasiado tarde. Dos todoterrenos aparecieron a la derecha de Raf, sorteando los árboles con unas maniobras muy arriesgadas.

- ¡Raf! - gritó.

Entonces las dudas, el miedo y la locura volvieron a él cuando observó lo que pasaba.

Quedaban treinta segundos para que el explosivo detonara, y él estaba justamente pegado a  la puerta del todoterreno, viendo cómo varios hombres se bajaban del coche e inutilizaban a Raf. Se habían visto demasiado rodeados por los hombres de Sagres como para correr hacia algún lado. Todo parecía una trampa, un ataque por sorpresa premeditado en el que habían caído miserablemente.

Quince segundos.

Matt debía salir corriendo ya de allí. Pero algo en él se inclinaba a pensar que todo estaba en su cabeza. Que no estaba pasando, al igual que todo lo que había ocurrido el día anterior.

Aquel coche no explotaría, los enemigos se irían y Raf ni si quiera aparecería allí. Estaría durmiendo en la grieta de la bajada, y él volvería y le despertaría para seguir buscando a su compañero perdido, Skarrev.

Pero él tan solo sabía una cosa. Raf estaba siendo golpeado por aquellos hombres y le estaban subiendo a uno de sus coches con rapidez.

Y no lo iba a permitir.

Matt salió corriendo tras el coche en el que se llevaban a Raf, obviando todo lo demás. No le importaba que le pegasen un tiro mientras corría. No le importaba dejar atrás a Skarrev mientras dejase atrás también a Raf.

No quería. No podía siquiera asimilarlo. Iba a estar solo en aquel lugar frío y abandonado, luchando por una causa que sabía muy en el fondo que estaba perdida.

Los coches se perdieron a lo lejos, más allá del bosque, entre la blancura del horizonte, difuminados por la ventisca y su manto níveo que no dejaba de empujar el viento. Matt paró de correr y sus piernas le fallaron.

Cayó de rodillas al suelo, preguntándose, entre lágrimas y gemidos de impotencia, por qué no lo habían matado.

Sólo le quedaba una opción. Una última opción antes de darlo todo por perdido. La opción de que nada de todo aquello hubiera sido real.

Una explosión sonó detrás de él, a varios metros, lo que hizo que varios árboles de alrededor se prendieran en llamas.

Justo como las esperanzas de aquel chico multimillonario.

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