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19. Ella

Era por la mañana. La nieve caía de nuevo con insistencia, pero de forma algo más tranquila que los dos últimos días que habían pasado en Yámburg. Las noches habían resultado traer fieras ventiscas, mientras una extraña calma envolvía el ambiente, incluso dentro de las casas que no estaban derrumbadas por los explosivos de los aviones.

Matt, Skarrev y Petrov, junto con Irak, que seguía atado y en vigilancia, esperaban con los brazos en cruz a que el todoterreno que subía del pueblo llegase a ellos. Cuando finalmente llegó, dos soldados se bajaron de la parte delantera del coche y bajaron a Raf de la parte trasera, también atado.

Lo sacaron a tirones y lo empujaron hacia los cuatro hombres que le esperaban allí.

Raf miró a Matt serio, fijamente, antes de que le obligaran de un gope a arrodillarse junto a Irak, con un notable brillo de decepción y odio en sus ojos. Petrov se giró hacia Matt, con una sonrisa de oreja a oreja.

- Pues bien, ya está todo listo. Te hemos traído a tu amiguito, como querías.

Matt asintió, pensativo, mientras observaba la nuca de Raf delante de él, no dejando de pensar en aquella mirada que le había dirigido el chico alemán.

- Sí. Todo listo.

- ¿Vas a matarles ahora o...?

Matt se giró al instante hacia él con una expresión de preocupación en su rostro. Sus ojos quisieron evadir los de Petrov, que preguntaba curioso, mientras encendía un cigarro.

- No... no les voy a matar.

Petrov, arqueando una ceja, levantó la cabeza y le miró fijamente, sin decir nada, mientras le daba una calada al cigarro. Irak y Raf levantaron la cabeza y sus miradas se encontraron, extrañados, pero con el mismo aspecto triste y cansado que llevaban siempre.

- Ah... está bien... - dijo sin más el ruso. - Pues solo me queda desearos... mala suerte, supongo. Teneis las coordenadas de Sagres y, si os lo trabajais, un intento de sabotearnos todo. Ya sabeis, en menos de cuatrocientos kilómetros estareis en Siberia. En nuestra zona. Y ya sabeis lo que pasa si alguno de nuestros compañeros os encuentra...

Matt y Skarrev asintieron.

- ¿Vosotros? - preguntó Matt.

- Nosotros nos quedaremos aquí, en este pueblo, para acabar lo que empezastes. El ejército rebelde que queda vendrá a vengar a su líder, y aquí estaremos nosotros para acabar con ellos de una vez.

Petrov le tendió la mano.

- Ha sido un placer hacer negocios contigo.

Matt le devolvió el saludo formalmente y, de alguna manera, sintiéndose sucio por ello, mientras le decía unas últimas palabras.

- Darle un entierro digno.

Estrechó su mano, mientras Petrov dejaba escapar una leve risa.

Después, Matt se alejó de ellos, junto con sus dos presos y Skarrev, que los apuntaba en todo momento.

Atravesaron durante un dia entero la península donde se encontraban, de oeste a este. En todo su recorrido se encontraron con más pueblos llenos de fábricas abandonadas, que se interconectaban entre ellas mediante caminos de tierra.

Allí, en medio de la nada, de los páramos congelados y totalmente vacíos, probablemente hubiera sido la única manera de que las pocas personas que un día vivieron allí pudieran sobrevivir.

Ahora estaban vacías, con peligro de que se derrumbaran de un momento a otro, desgastadas por las nieves de Rusia, que ya cumplían dieciocho años.

Dieciocho años, como ella.

Raf había estado aguantando el longevo silencio que se había estado dando en toda la caminata. Tenía unos deseos terribles de gritarle a Matt tras mucho tiempo sin hablar con él. Quería desfogarse diciéndole todo lo que pensaba de él, antes de que le matara.

Aunque eso era lo último que le importaba.

Necesitaba escupirle verbalmente a la cara, acabar con ese molesto silencio. Y, sin embargo, el orgullo le impedía hacerlo, pensando que a Matt no le interesaba oir sus quejas.

Pero hubo un momento, llegando finalmente a la costa este de la península, donde parecía que había un pequeño puerto, que el joven alemán no pudo más.

Habían parado a descansar cerca de un pequeño conjunto de árboles que milagrosamente seguían vivos.

- Estarás contento con lo que has hecho, maldita sabandija. - dijo por fin Raf, mirándole de reojo, cauto y enfurecido a partes iguales.

Matt tardó en contestar, mientras se ajustaba sus guantes y se ponía derecha la capucha de su abrigo largo militar.

- Sí. Lo estoy.

- ¿Estás contento de mentirnos? ¿De mentir, mentir y volver a mentir?

- Déjalo, Raf. - saltó Irak, mirando al infinito, cansado. Sin embargo, Raf no le hizo caso.

- ¿Por qué? ¿Qué necesidad había?

- Ya he tenido esta conversación con Irak, y me da mucha pereza...

- ¡Dime que cojones se te pasó por la cabeza, Matt! ¿Tenías la necesidad de hacer todo esto?

- ¡Sí! ¡Era mi necesidad! ¡Una necesidad personal! - gritó de vuelta - ¡Lagunov iba a morir de todas formas en Siberia! ¡Y si iba a morir, prefiería ser yo quien se tomase esa libertad! ¡Pero vosotros no entenderíais nada!

- ¡El objetivo era Emma! ¡Matar a Sagres! ¡Lagunov no importaba!

- Lagunov nunca a pretendido salvar Rusia ni matar a Sagres. Tan solo quería su propio ejército, aun sabiendo antes que nadie lo que pretendía hacer Sagres. Él quería morir. No quería cargar más con ello.

Matt contó más detalladamente lo que le había revelado Sagres.

- Yo conocí a Lagunov. - dijo Irak. - No tuve la oportunidad de conocerlo muy a fondo, pero sé que era un militar excepcional. Muy ambicioso y eficiente.

- Yo le conocí mejor. - aportó Skarrev con media sonrisa. - Estuvo a punto de unirse junto con Petrov y a mi a Sagres. Pero él era incluso más ambicioso que eso. Me contó sus planes antes de separarnos. - Matt le miró con interés. - Él ya quería pactar ese acuerdo con Finlandia, Suecia y Noruega, sabiendo que iba a tener un puesto fijo como general.

- ¿Qué? ¿Tú sabías todo eso desde el principio? - dijo un sorprendido Matt.

Skarrev rió levemente con su voz grave.

- Parece mentira que aún no me conozcas... chaval.

Ambos permanecieron mirándose fijamente unos segundos, antes de que Raf volviese a hablar.

- Te has vuelto uno de ellos. Ya no eres el mismo Matt.

- Raf, si fuera uno de ellos no me hubieran amenazado con matarme la proxima vez que me viesen.

- Me da igual. Actúas como uno de ellos.

- He actuado igual que él por conseguir lo que quiero, matarle. Colaborar con ellos solo me daba beneficios.

- Has cometido un error. Muchos. Estás corrupto.

- Estás enfadado porque te he mentido, ¿no? Pero como te prometí, seguimos tras Emma y tras Sagres. Y sé las coordenadas de donde están. Así que deberías centrarte más en lo importante y dejar de quejarte por cosas que no tienen sentido.

- ¡Desátame y dime eso a la cara, cobarde de mierda!

Matt, en un impulso, se levantó hacia Raf y le desató con movimientos bruscos. El sargento que estaba preso dejó de estarlo, pero antes de que pudiera disfrutar de la libertad unos segundos, Matt le dio la vuelta y le cogió por el cuello.

- ¡Deja de qujarte! - le gritó, a un palmo de él. - ¡Deja de quejarte y empieza a agradecerme!

- ¿Por dejarme vivir, no? ¡Tirano! - dijo con los dientes muy apretados, intentando inhalar y exhalar como podia. -

- ¡Por hacer que dejes de mentirte a ti mismo!

La expresión de Raf cambió totalmente, frunciendo las cejas.

- ¡Por... abrirte los ojos, y que veas que no siempre se puede buscar un hogar o gente a la que querer! ¡Que en tiempos de guerra tú eres el único miembro de tu bando!

- ¡Eso no es lo que diría ella!

- ¡Ella sabe de sobra todo eso! ¡Si lo hace, si se miente a sí misma, es porque es la única forma que tiene de sobrevivir! Pero yo no puedo hacer eso. - se tranquilizó, y le soltó del cuello. Skarrev fue rápidamente a atarle de nuevo. - Yo no puedo mentirme a mi mismo. No puedo hacer como si estuviera todo bien. No soy así. Soy lo contrario. Tengo que hacer como si todo estuviese mal, para finalmente encontrar eso... esa esperanza... de que vaya bien. Por lo menos intentarlo.

Raf le miraba, serio e iracundo, asimilando cada palabra.

- Soy una persona de mierda, maquiavélica, lo sé. Miento por mentir, para satisfacer mi ego, y no puedo evitar dejarme llevar, porque soy así. Y todo este tiempo en el que he estado en el ejército no quería creerlo, sufriendo en silencio, hasta que me han abierto los ojos y he visto una oportunidad de que todo esto, todos nuestros problemas, se solucionen, si suelto a la horrible bestia que hay en mi y empezaba a dar problemas. Porque son sacrificios que uno debe de hacer para liberarse de uno mismo y ver las cosas mejorando a su alrededor. Porque todo... todo mejora alrededor de ella. Yo solo lo destruyo.

Raf sintió que todos los músculos de su ser respondían tardíamente, aturdidos por las palabras de Matt. Sin embargo, alcanzó a responder a Matt con una voz débil y triste.

- Eres una persona muy débil.

- No sabes cuánto. - acabó Matt, girándose, con una voz irónicamente contraria a la que había mostrado Raf.

Matt avanzó unos pasos, herido por la conversación. Aguantó las lágrimas y el desazón, mientras sacaba la cajetilla de cigarros.

Estaba vacía, así que la tiró con desdén al suelo, mientras un "Mierda" resonaba en su mente.

Horas después continuaron, en completo silencio, con las últimas luces del día.

Llegaron al pequeño puerto que veían en la lejanía, al lado de la costa. Sin embargo, cuando llegaron a la orilla, se dieron cuenta de que no era el mar tal y como se habían imagiando, puesto que se veía tierra al otro lado del agua, a unos veinte kilómetros, entre la niebla de la nieve, que caía estrepitosamente. El viento se había enfurecido algo más en aquel trayecto que habían hecho desde Yámburg.

Matt y los demás se internaron entre las casetas viejas chapadas en metal y plástico, mientras observaban, impactados, el panorama a unos metros de ellos. Había hombres de Sagres por todos lados, rodeando motos acuáticas y sacando de ellas bolsas, probablemente con provisiones de algún tipo.

No duraron mucho avanzando sigilosamente por aquel lugar. Un par de hombres les vieron y dieron la alarma, mientras apuntaban con sus fusiles y disparaban a quemarropa. Los cuatro corrieron en dirección a la playa, buscando coger una moto que les sacase de allí corriendo.

Un par de ráfagas más sonaron detrás de ellos, antes de que los cuatro se montaran en una de las lanchas motoras más grandes que había, algo más alejada y solitaria. En cuánto Matt la puso en marcha y salió disparada hacia delante, nadie disparó. Skarrev, Raf e Irak se giraron ante tal extraño suceso, y más tarde, cuando todo estuvo bajo su control, fue Matt quién se percató de aquello.

Los hombres de Sagres estaban ahí parados, en la orilla, mirando a la lancha alejarse, sin ni siqueira intentar dispararle, aun pudiendo alcanzarles con las balas. Algunos incluso seguían con las actividades que estaban haciendo antes de su intervención.

Tras unos minutos así, viendo como aquella gente se hacían pequeñisimos puntos en el horizonte, todos se dieron la vuelta hacia la dirección a la que iba la lancha, en silencio.

- ¿Que demonios ha ocurrido ahí...? - dijo con algo de miedo Raf. - ¿Por qué...?

- ¿Estás preocupado de por qué no nos han disparado? - soltó Skarrev con una risa socarrona. -

Raf asintió lentamente, mirando a todos lados, como buscando una respuesta.

- Pues creo que ese es el menor de tus problemas. - volvió a decir Skarrev.

Era innegable que resultaba extraño que no hubieran intentado matarles, incluso después de que les hubieran robado una lancha como aquella. Pero a juicio de Matt, Skarrev tenía un punto de razón. Aquel hecho era beneficioso para ellos, asi que no importaba hasta que punto era sospechoso...

A pesar de serlo peligrosamente.

Llegaron al otro pedazo de tierra y puerto, denominado por un cartel Nakhodka. Tras atravesar más casetas y pisar el barro humedecido por la nieve, continuaron su andadura por, de forma oficial, la estepa oriental siberiana.

Todo era nieve. Nieve en el suelo, completamente llano, y nieve en el cielo, cayendo con frenesí, en una ventisca que cada vez iba más. Con cada paso que daban, el viento acentuaba su velocidad y la fuerza con la que arremetía, mientras los cuatro desertores iban tapados con ropa de arriba a abajo.

Tuvieron que andar dos días enteros antes de encontrar una carretera asfaltada. Mientras tanto, todo lo que había era una llanura nevada y sus botas dejando huellas tras sus pisadas. Y ni si quiera en las noches más frías había tiempo para descansar de aquellas caminatas. Bastante suerte habían tenido ya encontrando una botella de té en la lancha, junto con unas pocas provisiones, que sumadas a las que llevaba Skarrev en una mochila, no llegaban ni a una semana entre cuatro.

Avanzando más allá de las carreteras asfaltadas, hacia el este, se empezaron a observar a lo lejos plantas de tundra y algunos árboles supervivientes de pequeño tamaño. Atravesaron lo que parecía ser un antiguo bosque venido a menos, mientras bordeaban madera en descomposición, bajaban colinas y subían desniveles.

Cuando por fin encontraron un lugar donde descansar, una cueva no muy profunda pero bastante tapada por la tierra, cerca de un desfiladero sin mucha pendiente, durmieron casi un día y medio de seguido. Las horas sin dormir estaban haciendo estragos en la percepción que tenían de la realidad, mediante alucinaciones. Y, aun durmiendo todas esas horas, el frío y la ventisca no les había dejado hacerlo demasiado bien.

Matt lo sabía, y aunque a veces tenía mareos y sentía que se iba a desmayar de un momento a otro, justo como en su paso por Moscú, quiso seguir adelante lo antes posible.

- Matt. - se dirigió Irak a él antes de que saliesen de la cueva. El chico se giró para mirarle. - Será mejor que nos desates. A estas alturas ya no sirve de nada que estemos así.

Matt se les quedó mirando fijamente, pero no pasaron ni tres segundos antes de que Raf hablara, provocando el repentino desinterés del antiguo capitán Oliver, que se volvió para seguir saliendo de la cueva.

- No. Será mejor que no lo haga, por su bien. - respondió Raf, mandándole una mirada de resentimiento y agresividad, a la cual Matt respondió con una de indiferencia y cansancio.

Irak le miró y sacudió la cabeza, suspirando, sabiendo que lo había empeorado.

Todos continuaron su camino, tal y como habían salido de Yámburg, hacia una de las pocas cordilleras que había en aquel paraje tan plano y tan poco accidentado.

Todavía tardaron unas horas en llegar hasta un gran río que estaba totalmente helado. Al otro lado podía identificarse otra pequeña ciudad llena de fábricas y edificios abandonados, no tan deteriorados como otros pueblos que habían visto antes. Con extremo cuidado se deslizaron por el hielo, sabiendo que no era, para nada, una buena idea. No parecía ser una superficie muy segura, a tenor de lo endeble que parecía en el momento en el que andaban.

Tuvieron que atravesar todo lo ancho de ese río con una horrible tensión palpitando peligrosamente en cada zancada. Sin embargo, llegaron al otro lado sanos y salvos. En el camino, a Skarrev le había llamado la atención un edificio que parecía seguro, en el centro de aquel río; un pequeño islote cercano a aquella ciudad, que perfectamente podría ser uno de las más grandes que habían visto en aquella zona de Rusia.

Cuando llegaron, comprobaron impresionados que era un aeropuerto. No tenía aviones, ni nada parecido, pero las infraestructuras tenían una pinta sorprendentemente nuevas. No parecía que hubiese pasado el tiempo en aquel sitio, a pesar de la tremenda ventisca que caía en aquellos momentos.

No quisieron explorar más allá de la pista de aterrizaje, asi que se metieron dentro de aquel edificio tan grande que le había llamado la atención a Skarrev desde lo lejos. Al entrar, todo les pareció indicar que era una especie de posada. Tenía un ambiente, a parte de abandonado y oscuro, clásico, casi rococó. Las decoraciones con vidrieras recordaban a las iglesias, lo que hacía suponer que era un lugar bastante religioso. Todo, o casi todo el lugar parecía sacado de un cuadro antiguo de la antigua europa.

No se fijaron mucho más en los detalles de la casa, y se fueron a ver lo primordial: las camas. Sorprendentemente, todavía había algunos colchones y somieres, además de mantas. Por fin descansarían como era debido.

Skarrev, Raf e Irak se tumbaron para dormir. Matt se dedicó a explorar un poco más la casa y buscar algo que les pudiese servir. Buscó en todos los rincones, incluso en la cocina, pero no encontró ni un mísero alimento. Tenía hambre, mucha hambre, pero eran cuatro, y había que repartir la comida si querían sobrevivir y llegar todo lo lejos posible.

Aquella casa... aquella decoración... aquellas situaciones tan insignificantes... le recordaban nostálgicamente a momentos pasados. Una y otra vez le venían esos instantes de nostalgia, pero aquella posada le recordaba a la primera vez que vio a Emma. La decoración de las innumerables iglesias y mezquitas que habían visitado para poder sobrevivir mientras viajaban para matar a los alquimistas de Sagres.

Miró por la ventana.

Y un aeropuerto. El lugar donde había acabado todo.

Y ahora ese todo confluía en un mismo lugar, un lugar diferente a todos lo demás, un cúmulo de situaciones sin demasiada importancia, pero que al fin y al cabo para él tenían mucho significado.

Salió de la casa y fue a buscar leña para hacer una hoguera, puesto que la madera de los muebles de allí, barnizada, no prendían. Se salió de los límites del aerpuerto y recogió unas cuantos tablones cerca de un pequeño cobertizo entre los arbustos de tundra que abundaban por allí.

Pero al volver, en medio de aquella pista de aterrizaje, dejó caer los tablones al suelo en cuanto su cerebro se enfrentó a lo que tenía a unos metros.

Había ido haciendo el camino de vuelta al hostal con la vista puesta en los tablones que sujetaba, pensativo, algo ausente por aquel ataque de nostalgia, cavilando sobre todo el recorrido que había hecho desde la península de su antiguo ejército.

Quizá también algo decaído y desanimado, con ganas de morir o matar de una vez, de forma definitiva, pero dejar de quedarse en un punto medio.

Pero en el momento en el que su cuello había levantado su cabeza, la poca nostalgia que tenía aumentó de forma desproporcionada, incurriéndole en un nuevo nivel de nostalgia con adrenalina incorporada.

La melancolía pasó a un segundo plano cuando le dio un vuelco al corazón, cuando la garganta no permitió que tragase saliva. Cuando la tensión no le permitió diferenciar realidad y ficción.

Cuando todo apareció en blanco y negro menos su pelo, rojo brillante.

Ella.

Emma Yakolev le miraba con sus ojos azules cristalinos a unos metros de él. Su rostro permanecía ligeramente sonriente. Su ropa no parecía la misma con la que Ken la había secuestrado, en el fatídico momento en el que la había insultado y amenazado.

Matt, obnubilado por su presencia, alargo los brazos y avanzó unos pasos hacia ella, como temiendo que se fuera a escapar de allí, corriendo como un animal salvaje. El rostro desfigurado del chico, completamente roto y absorto, la miraba directamente a los ojos sin creerse nada de lo que estaba viendo.

Se paró a unos centímetros de ella y la tocó los hombros. Negó con la cabeza, mientras intentaba elegir una mueca que poner, sumido en una mezcla de sentimientos que nunca antes había tenido, mientras la sonrisa de la chica aumentaba a cada segundo que pasaba. Matt la examinaba con la mirada como si fuera un espejismo, ya que todavía no estaba seguro de que efectivamente lo fuera.

La tocó la cara. Estaba fría. Muy fría, como la ventisca que caía sobre ellos. Matt deseó que aquel momento durase para siempre. Que se quedaran allí, mirándose, mientras la nieve impactaba sobre ellos con fiereza. Sobre su pelo rojo. Sobre su cara inundada de pecas. Sobre sus facciones agradables y curvadas.

No pudo evitar abalanzarse a ella, con los ojos húmedos del frío y de la emoción.

La abrazó, mientras lloraba desconsoladamente, mientras su característico olor le embriagaba.

Y poco a poco se fue deslizando hacia abajo, débil, hasta acabar arrodillándose ante ella, con la cara pegada a su vientre, mientras seguía llorando mares con gran disgusto.

- Perdóname... perdóname... - repetía una y otra vez Matt, insistentemente, mientras sollozaba y se lamentaba con rabia.

Tras unos minutos, Emma le dijo que se levantase.

Le besó.

Y aquel fue un beso largo, intenso, con sentimientos bastante encontrados. Emma parecía quererlo con algo más de dureza, casi de forma agresiva o vengativa, con mucha pasión. Sin embargo, Matt, debido al gran shock que había recibido con su presencia, a pesar de recibir el beso de buen grado, prefería que fuera algo más tranquilo y sentimental.

Finalmente, tras unos minutos, Matt empezó a escuchar el sonido de varios motores de coches hacia su dirección. Extrañado, pero todavía embelesado por la presencia de aquella chica tan especial para él, miró hacia todos lados, nervioso.

Un silbido muy fuerte del aire, que superaba incluso al que hacía el viento de la ventisca, sonó justo antes de que una explosión estallase súbitamente a unos metros de ellos.

Una parte del hostal en el que estaban durmiendo ardió en llamas. Movió la cabeza rápidamente y encontró, en la lejanía, un tanque de guerra rodeado y acompañado de todoterrenos negros.

Emma, inmediatamente después, cogió con fuerza el abrigo de un doblemente conmocionado Matt, y tiró de él para que se acercase de nuevo a ella.

Apoyó su frente en la de él, y las palabras que la pelirroja le susurró le dejaron más helado de lo que ya estaba. Su voz sonó con su dulzura y suavidad característica, en un tono bajo y lento, pero con una pincelada de gallardía.

Pero incluso solo con esa pincelada, el mundo, el cielo y todo en lo que creía y dejaba de creer se quebraron por completo al escuchar aquella frase, que no supo ni responder. Tan solo ese instinto de supervivencia tan innato en él, el que le había hecho hacer aquellas cosas tan malas, le hizo moverse corriendo hacia la casa.

Las palabras de Emma Yakolev, la hispano rusa por la que había sacrificado tanto, hasta su propia mejora como persona, no dejaban de repetirse en su cabeza.

- Estáis muertos.


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