16. Nadym
La fatiga en los músculos y el cansancio de tres días durmiendo mal se notaban en cada poro de su piel. Tres días durmiendo mal y andando, andando mucho.
Las motos de nieve habían dejado de funcionar cuando, obviamente, ya no había nieve en el camino. A pesar de estar todo, o casi todo completamente nevado, como en cada rincón de aquel basto lugar, la carretera no lo estaba del todo. Y la carretera era un camino más apetecible si se trataba de continuar su recorrido con la mayor comodidad posible.
Llegaron a Nadym con las primeras luces del alba, arrastrándose como zombies, con ojeras de un tamaño incalculable, después de estar andando toda la noche. Querían llegar a aquella ciudad cuanto antes, porque era una ciudad grande, y en las ciudades grandes habían mezquitas e iglesias. Y ya sabían lo que significaba eso: que había opciones de que hubiesen provisiones para los Yakolev. Y por ende, con el permiso de la pelirroja, para ellos.
Nadym era una ciudad pequeña, parecida a Vorkutá, pero con bloques de edificios mucho más grandes y coloridos. Se podía notar a la legua que en aquella ciudad solía vivir mucha más gente, y que había estado mucho más "viva". De alguna manera a Matt le recordaba a Kazán, salvo el hecho de que esta era mucho más grande que Nadym.
Entraron directamente en la carretera principal que cruzaba la ciudad, completamente de noche, mientras unos haces de luz oteaban por el horizonte. La temperatura estaba siendo ideal, y no había rastro de nubes o copos de nieve por el cielo. Pero los párpados de ambos caían con cada zancada que daban.
Empezaron a mirar por sus alrededores con insistencia, intentando encontrar ese ansiado lugar de culto religioso donde les esperaba el descanso y la revitalización de las provisiones.
No tardaron demasiado en verlo. Primero apareció en sus retinas siendo la copa de un posible árbol. Después, conforme iban avanzando hacia él y se hacía más grande, se erigía por encima de las casas como una cruz encima de una esfera.
Giraron a la derecha. Tras varios minutos, la pudieron contemplar en todo su esplendor, cubierta de nieve, con un precioso amanecer de fondo. Aquella imagen era espectacular, digna de ser impresa en una foto o pintada en un cuadro. Era de un amarillo dorado y con las cúpulas naranjas. Parte de la decoración de la fachada era blanca, como la nieve que recubría su alrededor y parte de su techo, dándole un aspecto de conjunto impresionante. Estaba vallado con piedras de igual color amarillo, y su patio era increíblemente enorme, como si fuera un palacio.
Pero en cuanto torcieron la calle y se acercaron a la valla, unos gritos empezaron a sonar de dentro de la iglesia. Skarrev se agachó al instante y tiró de Matt para que lo hiciera. Sin embargo, ya era demasiado tarde. Escucharon pasos, muchos pasos. Las puertas de coches abrirse. Motores encenderse. Voces gritando una y otra vez.
- ¡Tras la valla! ¡Tras la valla!
Les habían cazado. Sabían perfectamente donde irían, y les estaban esperando justo allí. En la maldita iglesia.
Antes de que Matt intentara buscar una respuesta lógica, de nuevo, a cómo habían llegado hasta allí antes que ellos, Skarrev le tiró del brazó para que corrieran. Para que corrieran muy muy rápido en aquella mañana, cuyo cielo poco a poco se iba tintando de azul oscuro.
En su huida vieron un gran parque a la izquierda cuyos árboles, incomprensiblemente, seguían de una pieza, pero nevados. Matt, perplejo ante ello, se quedó mirando unos segundos, pero siguió corriendo hacia la derecha, donde había ido Skarrev.
Empezaron a disparar, y los dos fugitivos aceleraron el paso, además de continuar su camino entre obstáculos, para que no fueran un blanco fácil. Pensaron meterse en los barrios del interior de los bloques de pisos, pero si resultaba ser un laberinto con dos entradas, era posible que no salieran con vida. Sin embargo, no tenían otra opción si querían tener posibilidades. Si seguían en línea recta los coches les cogerían sí o sí.
Matt no notaba las piernas del cansancio que llevaba encima. Estaba a punto de empezar a tener alucinaciones de la extrema fatiga que llevaba. Ni siquiera la sensación del mínimo "calor" que hacía le reconfortaba. Pero siguió corriendo, intentando salvar su pésima e insignificante vida.
Dentro de aquel barrio de pisos abandonado, mientras seguían corriendo, observaron la ventana rota de un piso bajo en una de las casas. Se colaron por ella y dieron al salón, pero les habían visto perfectamente, asi que continuaron y salieron por la ventana de la cocina. Otro coche andaba cerca de por allí también, asi que no tuvieron más remedio que esprintar hasta un par de coches abandonados frente a otro edificio. Probablemente les habían visto cruzar la calle, pero no con el ángulo suficiente como para haberse fijado en que estaban frente a esos coches.
Se agacharon y se metieron debajo. Esa era su jugada final. Rezar y esperar a que los que iban en ese coche no se hubieran dado cuenta de que se habían metido ahí debajo. Todo o nada.
El coche pasó de largo de ellos. No mucho, pero pasó y paró. Se bajaron cinco soldados y escudriñaron la zona. Incluido los coches.
Pero, por suerte o por desgracia, a ninguno se le ocurrió mirar debajo.
El conductor y otro soldado más volvieron a montarse en el vehículo y se fueron de allí. Los demás se metieron en el edificio de en frente. Unas horas después todo permaneció tranquilo, incluso ellos dos, que seguían bajo los coches.
Salieron y suspiraron, mientras permanecían callados, mirando al infinito. Skarrev estaba de pie, Matt de rodillas. El chico no pudo evitarlo, y derramó unas lágrimas por el miedo que había pasado.
- Siempre he pensado que, después de ir a la guerra y sobrevivir en ella, ningún hombre o mujer vuelve a llorar en su vida. - dijo friamente, de seguido. -
Matt quiso responderle, pero estaba muy cansado.
- Pero cada día me demuestras que eres la excepción.
Tras unos minutos, envalentonado, Matt se levantó y le pegó un puñetazo en la cara. Se le encaró, mientras gritaba.
- ¿Te crees que vivimos en tu época de adolescente? ¿Eh? ¡Vivimos en el puto siglo veintiuno, Skarrev! ¡No puedes juzgarme por llorar de miedo por esto, porque los chavales de veinte años no se van a la guerra!
- Ni dejan sus estudios por buscar a un multimillonario.
- ¡No vas a volverme a decir nada de eso! ¡Nada! ¡Lloraré si quiero llorar, porque he tenido que aprender a ser un soldado de guerra en año y medio! ¡Lloraré si me apetece, porque he conseguido desmontar un ejército entero y poner a su general contra las cuerdas! ¡He hecho cosas que nadie haría, tanto como si no pueden o como si no quieren!
- ¿Ah sí? ¿Y quién eres tú para decir todas esas cosas, eh?
- Soy alguien peligroso. Muy peligroso. Soy alguien que te la puede jugar sin que te enteres.
- Por favor Matt... no hace falta que lo digas, a la vista está. Un niño que llora porque ha estado a punto de que le pillen. Un niño que llora porque le van a regañar por portarse mal. Ese eres tú.
- ¡No sabes cuantas veces he estado a punto de morir, maldito idiota! - se puso aún más agresivo, cogiéndole del cuello del uniforme. - ¡Tú no sabes lo que es asumir la carga que tengo que soportar una y otra vez! ¡No sabes lo mucho que me desgarro por dentro al hacer todas esas cosas que he hecho, solo por... no poder resistirme a dejarme llevar! ¡Solo por ser una mierda de persona!
- Si eres esa persona que dices ser... si afirmas que te dejas llevar... entonces, ¿por qué lloras?
- Porque... porque ella me da esperanza.
La conversación pareció acabar ahí. Sin embargo, Matt volvió a retomarla mientras caminaba hacia delante.
- No te lo volveré a consentir. Lloraré si quiero. Lloraré si con ello hago honor a la poca inocencia y honestidad que me queda tras tantas cicatrices y responsabilidades.
Skarrev le siguió en silencio, tras unos segundos. Salieron del bloque de pisos. Y lo que vieron a continuación les dejó de piedra.
Al otro lado de la calle había una gran plaza rectangular, totalmente nevada. En esa plaza había un monumento de cinco o seis personas debajo de dos palos unidos en sus extremos. Su sorpresa fue ver como, de esas cinco personas de metal, dos de ellas se movían.
Se bajaron de la escultura y anduvieron un rato por la plaza, mientras Matt y Skarrev obervaban desde lejos, cautelosos. No llevaban uniforme militar, tan solo ropa normal y corriente, la que todo civil llevaría en esas condiciones, bastante abrigada. Matt se giró hacia Skarrev con cara de circunstancias cuando vio que una de ellas movía los brazos y les gritaba algo. Ambos estaban allí, pasmados como imbéciles, mirando como esa persona les llamaba.
¿Serían Raf e Irak? ¿Vestidos de civil? Cabía la posibilidad, y no perdían nada por acercarse, siempre y cuando los coches enemigos no siguieran cerca de allí.
Finalmente se acercaron. No eran Raf e Irak. Era un hombre con el pelo rizado y grisáceo, con gafas; el que les estaba llamando la atención. La otra era una mujer, algo más mayor.
El hombre se dirigió a ellos desde la distancia. Sin embargo, no se mostró muy seguro cuando pareció ver las armas que llevaban.
- ¡Wow, aquí estamos en son de paz! ¡No hace falta armas!
- Tranquilo, nosotros también. - dijo Skarrev. - ¿Quienes sois?
El hombre miró a la mujer que le acompañaba con cara de satisfacción.
- Hemos oído unos coches cerca de por aquí. Llevamos horas buscando por donde podían haberse ido, así que supongo que sereis vosotros. Menos mal que alguien de fuera viene... nos sentimos tan solos...
Skarrev le siguió mirando con cara extrañada.
- Oh. Bueno eh... sí. Tenemos una colonia de gente aquí delante, en este hotel, el Aysberg. Somos la única en la ciudad, y no no llegamos a cien por poco... Llevamos años aquí, sin movernos, esperando a que todo esto se acabe... ¿Sabeis algo del exterior? ¿Ah, sois militares? ¿Venís a darnos suministros o...?
Aquel hombre hablaba mucho y muy rápido. Skarrev se mostraba superado por la cantidad de información y preguntas del hombre, pero Matt estuvo rápido en contestar.
- Somos militares, efectivamente. Venimos para hacer un informe de la gente que queda en el país.
- Oh, pues genial, supongo. Si quiereis que os hospedemos en nuestro hotel, teneis las puertas abiertas.
- ¿Qué dices tú, Mike? - miró Matt a Skarrev. - ¿Los de la base de Siberia nos esperan esta noche?
Skarrev se le quedó mirando unos largos segundos.
- No sé, Geoffrey. Lo que creas tú conveniente. Por algo eres el capitán.
- Muy cierto, sargento. Pues bien, señor, nos quedamos en su hotel.
- Perfecto entonces, siempre estará bien tener invitados para que nos cuenten la vida del exterior. Por cierto, mi nombre es Gale, y ella es mi esposa, Andrea.
Ambos caminaron hacia el hotel, mientras Gale seguía exponiendo su alegría. Pero Matt tampoco escatimaba en preguntar.
- Y entonces, Gale, ¿tiene en torno a noventa personas viviendo en el hotel?
- Sí. Exacto. Hemos subido la cifra con el tiempo de forma inesperada. Nos cuidamos bastante bien de las ventiscas aquí.
- Eso está bien. Pero, me sorprende, Gale, que usted no sepa nada de lo que está ocurriendo.
- ¿De lo que está ocurriendo?
- Claro. ¿Sagres? ¿No le suena el apellido? Cada vez hay más militares por Rusia que intentan matarle. Es un peligroso multimillonario capaz de convertir la tierra en oro, y pretende hacerlo con toda Rusia.
- Vaya. No sé que decirle. Vamos a tener miedo a partir de ahora.
- No se preocupe... puede confiar en los soldados de su ejército... Ya sabe, no creo que le abandonen cuando más lo necesitan, ¿no?
El hombre llamado Gale se quedó callado.
- Bueno... no le negaré que me sentí decepcionado cuando...
- ¿Cuándo el ejército ruso quiso evacuar toda Rusia y olvidarse de la gente que quería permanecer en ella, como usted?
- Sí, exactamente. No sé por qué hicieron eso y...
- No parecía muy convencido de ello cuando nos vio por primera vez, Gale.
- Bueno, en realidad hacía tanto tiempo que no venía alguien de fuera... Que cualquier persona valía, aunque fuera un vándalo.
Entraron en el lugar tras subir unas escaleras y cruzar una entrada en la que, en algún tiempo, habría estado una puerta giratoria de cristal. No era un hotel de lujo espectacular, pero tenía un encanto arquitectónico bastante original. Las paredes eran azules, y contrastaban muy bien con las barandillas de madera color crema. La mayoría de muebles permanecían de una pieza, y se podían observar varias hogueras a lo largo del vestíbulo, en el mármol. A un lado habían varios sofás juntos, que hacían de camas para varias personas.
- Podeis coger cualquier habitación en la que no haya nadie durmiendo ya. - dijo con una amplia sonrisa.
- Muy bien. Pero antes, una preguntilla para el informe, señor Gale. ¿Cómo llevan los siministros? ¿Suficientes? Más de diecisiete años así debe haber sido un suplicio. Me preocupa.
- No hay ningún problema, en absoluto. Tenemos un sistema muy confeccionado de intercambio con otras ciudades más grandes, y normalmente seguimos una dieta vegetariana, en un huerto interior, artificial.
- Ya veo. Sois veteranos en todo esto ya, ¿verdad? - respondió Matt medio riendo. - ¿Podría ver los suminstros para ponerlo de forma más específica en el informe?
- Por supuesto. Seguidme.
Gale y los demás bajaron por las escaleras que daban al sótano, en una una de las puertas de emergencia del lugar. Las escaleras se retorcían sobre una gran columna de granito.
Matt y Skarrev observaron con sorpresa la poca cantidad de suministros que tenían en las habitaciones del sótano, que en su época servían para los clientes.
Volvieron a subir, y Matt y Skarrev se dirigieron a los pisos superiores para buscar una habitación y por fin descansar.
Una vez encontraron una con dos camas separadas, en el séptimo piso, y bastante grande, se pusieron cómodos. Matt suspiró de placer, tumbándose en su cama. No sabía desde hace cuanto no dormia en una cama tan cómoda.
Ambos, tumbados, cerraron los ojos, exhaustos. Skarrev habló tras un rato.
- Han dicho que podemos quedarnos todo el tiempo que queramos, ¿no?
Matt se empezó a reir con ganas.
- Todo lo que queramos, exacto.
- ¿A qué hora esta noche entonces?
- Cuando hayamos descansado lo suficiente. No hay prisa.
- Yo me encargo de los recursos.
- Genial. - terminó Matt, sonriendo, mientras acababa de dormirse por completo, mientras por la ventana asomaba un sol desgarrador.
Se despertó de noche, como perfectamente había previsto. La oscuridad lo inundaba todo. Se incorporó, somnoliento, y se intentó desperezar. Miró a su izquierda. Skarrev no estaba.
Tras unos minutos cogió su Kalashnikov, se la cargó al hombro y salió fuera de la habitación, que estaba en completo silencio.
Con paso sigiloso, andando con un cuidado casi perfeccionista para no hacer ruido, avanzó por el pasillo. Bajó las escaleras de los siete pisos con extrema precaución, estando atento a todo lo que veía en la penumbra y a lo que se podía escuchar en ella.
Llegó al vestíbulo del hotel, iluminado por la tenue luz de fogatas apagándose. Y tras horas allí, investigando el vestíbulo y los alrededores, salió a la noche del exterior.
Ya empezaba a refrescar, y podía notarse en el ambiente la humedad característica de la nieve, que amenzaba con caer de un momento a otro. Matt avanzó por la gran plaza frente al hotel, y se sentó en uno de los bancos que había, mirando directamente al hotel.
Se acomodó y sacó un cigarrillo del bolsillo de su abrigo. Después sacó su mechero, pero no prendía. Tras el episodio de Naryan Mar había quedado totalmente inservible.
Suspiró, mirando el cigarrillo durante minutos, pensativo. No tardó en darse cuenta de la presencia de alguien que iba en su dirección y que había salido de la ciudad, concretanente de la carretera.
Se levantó y puso el fusil en guardia. Poco a poco la figura se fue perfilando en los ojos de Matt, según se acercaba. Era un hombre.
Era el sargento Yakim Petrov. El que le había secuestrado, y con el qur había sellado un pacto horrible, pero necesario, que de alguna manera deseaba en lo más hondo. El hombre que le había dado el motivo por el que estar allí, haciendo todo aquello. Un hombre de Sagres.
Petrov se acercó a él, pero Matt se volvió a sentar, algo más tranquilo, pero alerta a lo que pudiera hacer el tipo.
- ¿Qué haces aquí? - dijo Matt solamente. -
Petrov sacó un mechero y se lo ofreció. Matt le miró durante bastante rato con una mezcla de desconfianza y de odio. Pero, finalmente, tendió su cigarrillo para que lo encendiera.
- Eso tendría que preguntarlo yo. - se sentó a su lado. - No se si te has dado cuenta pero todo esto...
- Tranquilo, me he dado cuenta. No soy tan imbécil. Y ellos han jugado muy mal sus cartas. Muy patético.
- Entiendo.
- No pareces estar tan loco como la última vez que te vi.
- Lo estoy, tranquilo. La medicación me controla un poco.
Matt no se esperaba esa respuesta, por lo que no dijo nada más, sorprendido.
- Te vengo a informar de varias cosas. Primero, tu plan para mantener enfadado a Lagunov ha dado resultado. Va directito hacia las coordenadas que hablastes con tus amigos.
- ¿Cómo...?
- No se por qué te sorprendes a estas alturas.
Era cierto. Matt comprendía perfectamente que los hombres de Sagres podían obtener información de manera rápida y eficiente. Podrían haber pinchado la señal radiofónica con fscilidad. No se les escapaba nada.
- El caso es que me hizo gracia una cosa... Esas coordenadas que les dijistes por radio... no son las que te dijimos nosotros. No son las de siberia. Asi que supongo que querrás hacer algo antes... por ti mismo, en ese lugar.
- Sí. - dijo tras un pequeño silencio en el que le escrutó con la mirada.
- Ya... me imagino lo que es. ¿Y eso implica mentirles a tus amigos también?
- Es necesario.
- ¿Necesario para tu misión... o necesario para ti?
Matt se calló y respondió segundos después, tenso.
- Necesario.
- En fin. - sonrió. - Otra cosa: Sagres me ha pedido que te agradezca tu compromiso y que te diga que buen trabajo.
- ¿Y por qué no viene él a decirmelo?
- Porque, al igual que una vez supo que no le matarías, esta vez sabe que si lo vas a hacer.
- Cobarde.
- Le transmitiré tus palabras.
Petrov se levantó y se alejó de allí, mientras escuchaba a Matt decir unas últimas palabras.
- Y también dile que esta ha sido la peor decisión de su vida.
Petrov pasó por delante del hotel justo cuando otra persona salió de allí. Skarrev miró fijamente a Petrov mientras bajaba por las escaleras, y el ruso le devolvió la mirada.
Finalmente, Skarrev fue al banco donde estaba Matt, y dejó una bolsa alargada y negra al lado de él.
- Suministros para una unos cinco días y cargadores de Kalashnikov.
- ¿Le conoces? - preguntó Matt.
- Petrov. No tengo ni idea de como ha sobrevivido tanto tiempo. Cuando estaba en el ejército le entrené. Luego se unió a las órdenes de Sagres gracias a mi.
- Hay una cosa que no termino...
Matt calló, percibiendo una sombra que se movía dentro del hotel. En ese momento escucharon a otra persona salir del hotel.
Se acercó a ellos con paso firme, cruzando la pequeña parte de la plaza que les separaba.
Era Gale. Y estaba armado.
Les apuntó, en silencio.
- Wow, Gale. - saltó Matt, haciéndose el sorprendido. - ¿Algún problema, amigo?
- Déjate de juegos, Matt. Habeis sido tan imbéciles que os lo habeis creído todo.
Matt empezó a reirse mucho durante un buen rato.
- Sí. Absolutamente. Nos hemos creído toda esta mierda barata que habeis montado para tendernos una trampa. Por favor... podríais haber intentado algo mejor. Pero gracias por la comida y la munición.
- No vais a ir a ningún lado.
- Ya... Dime, eres de algún pueblo de Menzen, ¿verdad? Todos vosotros sois gente de Menzen. Y habeis venido aquí porque vuestros héroes os han pedido un favor para capturar unos traidores. Os han pedido que actueis como gente amable y bondadosa para engañarnos y matarnos.
Las manos del hombre supustamente llamado Gale comenzaron a temblar, mientras sostenía el fusil. Skarrev se mantenía observador y callado, como en cada intervención de Matt.
- Os han dicho que no había ningún peligro. Que engañarnos era fácil. Que no tendríais que hacer mucho. Habeis aceptado ayudar a los mismos hombres que cada día os engañan diciendo que Rusia no estará bajo ningún peligro, cuándo otros países tienen la intención de gobernaros. Pero vosotros os creeis todo lo que os dicen, como inocentes corderitos, cuando os han abandonado y mentido. Yo no os mentiré. No vais a salir con vida. Y me da igual que seais civiles. Lo siento.
Tras ello, Matt sacó de su bolsillo un detonador de bombas, y lo activó. Al instante, cinco explosiones sonaron tras el hombre que temblaba armado.
Se dio la vuelta, y vio como el hotel se derrumbaba ante sus ojos. Amigos, familiares, su mujer...
Gritó de enfurecimiento y desesperación, sin poder creer lo que veía. Y al darse la vuelta, queriendo matar a esas dos bestias sin escrúpulos, Matt le tiroteó el pecho con su AK. Cayó al suelo, muerto, como el hotel y toda la gente que estaba durmiendo dnetro de él.
Matt recargó el arma y miró a Skarrev, mientras se la colgaba al hombro, completamente serio. El ruso le miraba con asombro.
- ¿No me vas a pedir que llore ahora?
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