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14. Naryan Mar

Los soldados del campamento base oyeron unos gritos que exigían algo. Curiosos, observaron como, a lo lejos, aparecía uno de los suyos apuntando a Skarrev con un fusil, detrás de él.

Llevaba los brazos hacia atrás, con las manos atadas con unas esposas algo oxidadas.

- ¡Camina, traidor de mierda!

- ¡Esto es una verguenza! - repetía el otro una y otra vez. - ¡Sigo siendo capitán general de este ejército! ¡El capitán que ha traicionado, el capitán Oliver, me secuestró!

- ¿Algo más? No se si te has enterado, pero el general aclaró que buscaba a dos capitanes. A Oliver y a Skarrev. Y que los quería muertos.

- ¡Eres tú quien no se ha enterado, cacho de imbécil! ¿Acaso estabas en el cuartel general cuando ocurrió? Pues claro que no.

El soldado le dio una patada en las costillas, iracundo, y Skarrev se vio obligado, entre dolores, a ponerse de rodillas.

- Tienes suerte de que esa capa de grasa te amortigue los golpes.

- ¿Que estamos, en párbulos? - rió, todavía tosiendo y quejándose del golpe.

- ¡Eh! ¡Llamad al sargento ya! ¡Rápido!

El corrillo de gente que se había puesto a mirar la escena reaccionó al poco tiempo. Dos soldados fueron a avisar al sargento, que llegó unos minutos después.

Había dejado a Skarrev justo en el centro del campamento. Podía vislumbrar las escaleras a su derecha, todavía bastante alejadas.

El sargento miró a Skarrev fijamente, con total seriedad. Este le devolvió esa misma mirada segundos después, hasta que el sargento habló.

- ¿Dónde le has encontrado?

- Estaba escondiéndose entre unas piedras, bajando el río. Supongo que tendría intención de infiltrarse aquí.

- Has firmado tu muerte, amigo Skarrev. - se dirigió a él.

- Nunca te gusté. - sonrió.

- Estar a tu servicio era una verdadera basura. Como tú. No me sorprendí nada en cuanto organizaste todo eso allí con el capitán Oliver.

- Puede ser. Y puede ser que te exportamos aquí porque eras una mierda como sargento, Jakob.

El sargento le hizo una seña al soldado que le había capturado para que le volviese a poner el fusil en el cráneo.

- ¿Últimas palabras? -

- Que él me capturó. Suplico que me soltéis. Que anda por aquí cerca y que teneis que tener mucho cuidado.

- ¿Y entonces por qué demonios te ha soltado?

- Para daros un aviso. Para deciros que está aquí, y que no dudará en atravesar esa ciudad de cualquier forma.

- ¿Y te tenemos que creer? Ahora eres tú el que está por debajo de mí, Skarrev. Ahora decido yo las cosas como me plazca, sin escuchar la opinión de mis suboficiales o de mis presos, como hacias tú.

- Escúchame. - dijo con una preocupación urgente, desesperada. Sé que me tienes mucha rabia. Lo sé. Pero por favor, tienes que creerme. Si no fuera así, no estaría aquí. Podemos atravesar esto en cualquier momento. Sagres nos ayudaría a ello, pero aquí me tienes.

- Creo que sois tan patéticos que hasta Sagres os ha olvidado.

El sargento Jakob se dio la vuelta para irse, pero Skarrev siguió vociferando excusas y lamentos, nervioso. Avanzó unos pasos, dando por hecho que, de un momento a otro, escucharía la ráfaga de balas del soldado que le retenía y le apuntaba al cráneo.

Sin embargo, lo que escuchó fue un forcejeo fingido que tuvo Skarrev con él. El soldado le quitó con especial meticulosidad, sin que se notara demasiado, las esposas. Después, el ruso ex capitán se giró sobre si mismo con una rapidez descomunal, y con un juego de manos y pies pudo arrebatarle el fusil y apuntar al soldado. Le cogió por el cuello y apretó el cañon en su sien, mientras gritaba.

- ¡Eh Jakob! ¡Diles a tus hombres que me disparen, que mataran también a uno de los suyos!

- ¡Idiota! - se giró Jakob, refiriéndose a su soldado, que ahora era rehén.

- ¡Vamos! - gritó Skarrev más fuerte, llamando la atención de más soldados, que se acercaban despacio, apuntándole. - ¿A qué esperais? ¿No vais a creerme? ¡Pues esto es lo que hay...!

El ex capitán siguió gritando y retrocediendo con su rehén, mientras más soldados se acercaban a la escena, algunos curiosos y otros para ayudar. Pero algo más alejado y con el pasamontañas negro puesto, Matt se hacía pasar por un soldado más, sin llamar la atención. Había cogido un bidón de gasolina y, de forma muy disimulada, iba vertiendo su contenido por todos los rincones del campamento, desde la ropa hasta las cajas de suministros.

Observaba la escena mientras lo hacía, tenso, rezando para que Skarrev les entretuviese el tiempo suficiente como para que todo saliese a la perfección.

Sorteó un par de fogatas puestas una al lado de otra, y siguió hechando gasolina por allí, mirando a todas partes, preocupado por si alguien le veía.

Y efectivamente, alguien cercano que pasaba por allí, un poco más alejado, le llamó la atención.

- ¡Eh, tú! ¿Qué rayos...? ¿Qué rayos haces?

Matt dejó el bidón de gasolina en el suelo despacio, medio asustado por la situación.

- ¡Eh! ¡Alguien! ¡Este tío...! - se giró, intentando que otro le hiciese caso y le ayudase con aquel acto sospechoso. Sin embargo, no pudo terminar de terminar su aviso, puesto que un rápido y efectivo Matt le golpeó con la culata del Kalashnikov en la cabeza, de manera que se quedó inconsciente al momento. El chico le arrastró dentro de una choza con madera, tela y pedazos de metal que no dudó en rociar después con gasolina.

Tras ello, mirando lo que había hecho con dudas, sintiéndose de alguna manera mal, siguió con su actividad durante unos minutos más, hasta haber abarcado la mitad del campamento.

- Skarrev, no nos importa una mierda nuestro soldado, mientras te matemos. - volvió a hablar Jakob.

- ¿De verdad? - contestó, riendo. - Explícame eso, porque no lo entiendo. ¿Vais a sacrificar la vida de uno de vuestros hombres por cobrar una venganza?

- Parece mentira que no sepas de qué va esto. Todo soldado ya ha sacrificado su vida en el momento en el que se alista en el ejército. Y si es por traicionar a su país, un soldado sabe cuando debe morir por ayudar a saldar las deudas con él.

La cara del joven soldado en cuestión no parecía del todo de acuerdo con los argumentos de su superior.

- No sé... ¿tú estás de acuerdo? - le habló Skarrev.

A pesar de parecer tranquilo y seguro, Skarrev estaba deseando de que Matt le diese la señal para terminar aquel número de circo de una vez. Lo estaba intentando alargar todo lo que podía, pero en un momento dado aquellos hombres le dispararían sin ningún tipo de piedad.

Intercalaba miradas constantes con Matt, que estaba bastante lejos, y con la veintena o treintena de hombres que le rodeaban. El chico había acabado, pero ahora debía esperar a que que el mechero inflamara la gasolina derramada por todo el lugar. Lo intentaba constantemente, pero no podía. La gasolina no quería prender.

Skarrev seguía retrocediendo, angustiado. Ya era demasiado tarde para salir de aquella.

Sin embargo, el sonido de un coche en la lejanía le sirvió para recuperar las esperanzas, justo cuando estaba a punto de perderlas y escapar corriendo de allí.

El coche en el que iban Matt y Skarrev apareció en el campamento a toda velocidad, atropellando todo lo que veía a su paso, tal y como habían hecho unas horas antes.

- ¡Es él! ¡Es él! - dijo Skarrev señalando con insistencia el coche. - ¡Es ese monstruo! ¡Ha vuelto! ¡Veis! ¡No os mentía!

El verdadero Matt miraba la escena, hiperventilando, pasándolo realmente mal. El mechero encendía, pero la gasolina, por algún motivo seguía sin querer pender. Y si al final hacían que el coche se parase, sería fatal.

El coche dio algunas vueltas por el suelo liso y algo embarrado, ante la sorprendida mirada de los soldados. Algunos habían comenzado a disparar, mientras que otros solo hacían caso a su sargento.

- ¡No dispareis! ¡Dejad de disparar! ¿No veis que nos la están jugando?

El coche seguía dando vueltas e intentando atropellar a algunos soldados en una situación un poco forzada, puesto que no se defendían, tan solo esquivaba como podían al vehículo.

Mientras, Matt, que era de los pocos que no estaba en torno a Skarrev y el coche, tiró el mechero y se acercó a una de las hogueras que todavía seguían ardiendo. Cogió varios trozos de leña con sus guantes y los tiró con enfado a los lugares donde estaba esparcida la gasolina, mientras maldecía todo gritando.

La gasolina, por suerte para Matt, prendió por fin en una zona. Entonces los gritos de desesperación verdaderos se convirtieron en falsos gritos de desesperación, pero conservando el mismo tono.

- ¡Eh! ¡Eh! ¡Fuego! ¡Fuego!

Las llamas se expandieron rápidamente por todo el campamento, y los soldados que más cerca estaban del lugar se giraron alarmados. Todas sus pertenencias se estaban quemando.

Los gritos de fuego se extendieron por todo el lugar. Los soldados que rodeaban a Skarrev y que, confusos, esquivaban un coche que les quería atropellar, oyeron de nuevo órdenes de su sargento.

-  Mierda, mierda, mierda. - repitió rápidamente - ¡Vamos! ¡Apagad las llamas!

Matt formó una sonrisa casi inconsciente bajo el pasamontañas, al igual que Skarrev.

Los militares de aquella base corrieron como pollos sin cabeza por todo el lugar. Y una vez más, el caos y la confusión reinó en la presencia de Mateu Oliver.

Todo el mundo se olvidó de Skarrev y fueron a hacer caso al sargento Jakob. El ruso le dio una palmadita en la espalda a su rehén y le soltó. Corrió con su fusil hacia las escaleras que subían a la orilla, donde le esperaba Matt.

Por el camino se encontró con Jakob, que le cortó el paso. Sin embargo, el coche fue directo a él para atropellarle, por lo que tuvo que moverse de nuevo. Skarrev hizo lo mismo, y siguió avanzando por el campamento.

En el ambiente solo se escuchaba una alagarabía de voces huecas y gritos de pánico por lo que ocurría. Tan solo se veían hombres que estaban perdiendo su hogar, entre llamas, intentando que los daños resultaran ser mínimos.

A Matt se le estaba haciendo eterna la espera a Skarrev, mientras observaba con detalle cada cara descompuesta, cada movimiento desesperado. Los sonidos del dolor. Los gritos.

Lo que siempre había hecho. Destrozar lo de los demás para conseguir lo suyo. Simple y llanamente eso. Y tenía que aceptarlo.

Había destrozado las esperanzas de dos de sus antiguos soldados. Conocía sus nombres, sus historias personales... Conocía al que había simulado la captura de Skarrev y el que había cogido el coche e intentado atropellar a sus compañeros militares.

Todo porque Matt les había pillado desprevenidos a ambos, y les había hablado en el idioma más peligroso y poderoso de todos: la amenaza. Si no hacían lo que les decía, sus familias lo pasarían muy mal por la influencia de Sagres. Una influencia y amenazas falsas, pues ni él mismo tenía contacto con Sagres. Ni tampoco quería tenerlo.

Tenía que aceptar que, definitivamente, había inyectado dolor y desesperanza en aquellos chavales, mas o menos de su edad, a cambio de obtener esperanza para él mismo. Que probablemente esos antiguos soldados acabarían fusilados por su culpa, sacrificando sus vidas por nada, por una burda y falsa manipulación.

Tenía que aceptar lo que era.

Un monstruo.

No tardaron más de diez minutos en llegar al final de las escaleras, mientras otra fracción de soldados empezaban a subir por ella. El sargento no había perdido de vista a Skarrev, y había mandado a diez de sus hombres a perseguirles.

Los dos ex militares contemplaron ante ellos el muelle de un puerto gigantesco y alargado. Algunos barcos de tamaño mediano descansaban sobre el hormigón blanquecino, la mayoría medio destrozados, con piezas de metal roídas por la nieve.

Después de unos segundos observando el panorama, no sabiendo a donde dirigirse, decidieron atravesar el puerto en línea recta. Tras pasar por una serie de casetas cerca del puerto, corriendo, llegaron a una calle que daba a un parque. Notaron como los primer copos de nieve volvían a caer sobre sus rostros, mientras lo atravesaban, saltando las verjas metálicas como acróbatas.

Continuaron por aquellas anchas y nevadas calles de Naryan Mar, abandonadas a su suerte. Una hilera de voces muy lejanas rompían con el sonido fuerte y conciso de sus pasos en la nieve del asfalto. Y, a pesar de la existencia de esa lejanía, ver a alguien en aquel lugar resultaba ser más fácil de lo que se pensaban. Todas las calles eran totalmente rectas, alargadas, y algunas de ellas acababan terminando siendo plazas de decenas de metros de diámetro. El hecho de que no hubieran demasiados edificios también tenía que ver en que se pudiese ver a la gente que estuviera lejos.

No tardaron mucho tiempo en comprobar que era verdad cuando pararon a descansar en la esquina de la fachada de un museo. Oyeron disparos y el impacto de las balas en los adoquines de la calle, a unos metros de ellos. A su derecha, tres soldados, que no parecían ser de sus perseguidores, se habían dado cuenta de su presencia. Se pusieron a cubierto y dispararon a esos tres. Después miraron atrás, y vieron en la lejanía a sus perseguidores iniciales.

- ¡Mierda! ¿No nos había dicho Raf que las tropas se habían movido al norte de la ciudad? - exclamó Matt.

- Eso es precisamente lo que nos dijo. - respondió Skarrev mirándole, resaltando co su tono la importancia de aquello. Eso es lo que les había dicho. Otra cosa es que fuera verdad.

Avanzaron rápidamente hacia un gran cartel del suelo, en la entrada a la plaza, y se cubrireron con él. Volvieron a disparar, con la suerte que a dos de ellos no les dio tiempo a cubrirse bien de las ráfagas. Uno se cubrió, pero Skarrev salió de su escondrijo con astucia y, en cuanto el otro asomó la cabeza, se la voló.

Ambos continuaron durante minutos, horas entre las anchas calles de Naryan Mar. Poco a poco entraban en la zona más urbanizada, y avanzaban pegados a las grandes fachadas de los edificios. La mayoría tenía colores rojizos por el ladrillo, y otros blancos y crema, que a menudo no se discernía de la nieve amontonada en la carretera o en los tejados.

Más soldados agrupados, patrullando por esas calles, les vieron. No daban a basto para correr una y otra vez, estresados, sintiendo que les observaban en medio de la nevada que empezaba a arreciar. Giraron hacia la calle principal, buscando una salida a aquella ciudad maldita, que parecía diseñada al milímetro para dar caza a los fugitivos de un ejército.

Giraron de nuevo a la izquierda y vieron un puente a lo lejos. Un puente entre dos peñones que, en otro tiempo, servía para cruzar por encima del agua y llegar a la parte norte de la ciudad. Ahora tan solo servía para cruzar un pequeño foso de barro.

Matt se quedó rezagado porque vio un edificio muy parecido a las mezquitas e iglesias que solía transitar cuando viajaba con Emma. Era muy ostentosa, lo suficiente como para que Matt pudiera admirar su belleza en una situación de tensión y estrés como aquella: cúpula dorada, bronce las paredes y los tejados de un metal parecido al hierro, algo violeta. Al lado de ella, que parecía ser una iglesia, había una de menor tamaño, con el tejado de un color verde fosforito que resaltaba a la vista.

Cruzaron. La carretera principal era completamente recta. No había signos de soldados tampoco, y parecía que habían dado esquinazo a los que les perseguían. Continuaron algo más tranquilos, pero con miles de ojos puestos en su alrededor. Las calles ya no eran tan anchas, y los edificios no estaban tan separados, pero seguía siendo un laberinto en el que era fácil encontrarles.

Cruzaron por otro puente más, aparentemente tranquilos. Ya estaban en el corazón de la ciudad, en la zona más norteña.

- Oye, ¿puedes explicarme por qué no nos vamos de una vez de aquí?

- Un coche. Sin uno no llegaremos muy lejos, chaval. Además, así les damos una sorpresa desagradable a nuestros amigos.

- Que hubiera todavía patrullas en ese lado de la ciudad no significa que nos hayan traicionado. No lo sabemos.

- Ya sabes. Por si acaso.

Skarrev se paró en seco tras unos minutos, y le hizo una señal a Matt para que se parase también. Sonaban coches en la lejanía. Y muchos, además. El sonido se mezcló con unas voces que hablaban alto, y ambos comprendieron que allí se ubicaba uno de los campamentos militares de la ciudad.

- Es hora de actuar. - dijo Skarrev en un susurro.

- ¿Qué? ¿Qué vas hacer?

- Lo que a tu novia le gusta tanto. Jugarse el pellejo de forma descabellada.

- ¡Solo somos dos!

- Solo erais dos. - repitió. - Y matasteis a dos alquimistas.

- Eso... eso es...

Eso era verdad. Skarrev cargó el fusil y se dirigió hacia dentro del barrio de casas independientes, a su derecha. Matt, tras dudar unos segundos, hizo lo mismo y le siguió.

Tras un rato apuntando a todas direcciones con el arma, intentando averiguar de donde procedían las voces, ambos se agacharon tras la esquina de una casa. Al otro lado había un descampado totalmente cubierto de nieve, con cuatro convoys aparcados, diez soldados y algunas hogueras. Minutos después, otros dos convoys aparcaron cerca.

Y uno de ellos tenía el premio gordo: era un modelo parecido a una camioneta, pero con una ametralladora gigante acoplada en el techo, bastante bien protegido para el disparador. Matt y Skarrev intercambiaron miradas que lo decían todo.

Asintieron.

Tocaba hacer las cosas de forma más sangrienta y dolorosa. Más dolorosa aún.

Matt se fue con cuidado cuatro o cinco casas más a la izquierda de donde estaba Skarrev. Y cuando el ruso le dio la señal, un grave tosido que llamó al segundo la atención de todos los militares del campamento, apretó el gatillo con sangre fría, mientras permanecía tumbado. Mató a dos, tres, cuatro de una ráfaga. Skarrev también disparó a dos de ellos, pero le alcanzaron en una pierna y en el brazo, al ser quien había hecho de cebo para distraerles.

Se cubrió al instante al otro lado de la casa para que no le alcanzaran más.

Cientos de maldiciones sonaron en ese descampado, intentando descubrir de donde llegaban los disparos. Matt se movía entre la tierra nevada con la extrema habilidad que había adquirido en el ejército. Sus estrategias en el combate de uno contra muchos, en un determinado territorio, también había mejorado. Pudo sorprender a todos sus enemigos dando un par de vueltas por aquel barrio de casas, hasta que no quedó ni uno en pie, disparándoles a matar como un ninja enfundado en su traje gris de camuflaje.

Todo quedó por fin en paz, por lo que pudo oir los quejidos de Skarrev. Fue hacia él y le ayudó a levantarse como pudo para llevarle al coche con premio incorporado.

- ¡Dios, Skarrev! ¿Estás bien?

- No ha sido nada, chavalín. No sabes la de veces que me he visto así. Ahora, por favor, date prisa.

Las voces de más soldados y de algunos coches se volvían a oir, esta vez detrás de ellos. Matt le llevó todo lo rápido que pudo al convoy, le metió en los asientos traseros, tumbado, y el cogió el volante.

Pisó el acelerador como nunca en su vida, llevándose por delante trozos de madera, ladrillo y cualquier elemento que obstruyese su camino. Maldijo que no pudieran utilizar la ametralladora por el estado de Skarrev, pero ello no le impidió estrellarse a posta contra uno de los coches que iban en dirección contraria. Sacó la Kalashnikov y disparó al conductor y copiloto a través del cristal.

Después siguió pisando el acelerador, atropellando soldados y evitando estrellarse con más convoys. Salió a la carretera principal y giró a la derecha.

Casi diez coches del ejército de la resistencia rusa iban en su dirección. Matt tragó saliva, mientras el miedo palpitaba en todos sus músculos, girando de nuevo a la derecha. Cogió la radio y la puso en la frecuencia que había creado Raf para comunicarse en secreto con ellos.

- Bonito paisaje. - dijo él, sin más, mientras le temblaba la voz. Segundos después Irak le contestó.

- ¡Salid de la ciudad! ¡Ya! ¡Salid o no lo contaréis!

- Vosotros también deberíais.

Matt levantó la mirada y atravesó la tundra de los alrededores nevados.  Cruzó descampados sin absolutamente nada, tan solo el blanco de la nieve en el suelo y el gris del cielo.

Y por fin, perseguido por decenas de coches de su antiguo ejército, que disparaban a cada segundo, pudo salir de aquella ciudad industrial portuaria llamada Naryan Mar.

Matt volvió a mirar la radio.

Ni Irak ni Raf habían respondido a sus últimas palabras.

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