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11. Engañados y mentiras

Matt caminaba con paso firme junto con Connery hacia una casa enladrillada con el techo de chapa metalizada. Su color oxidado apenas se diferenciaba del color marronáceo de los ladrillos. La casa parecía ser algo más alargada que las demás de la base, que además eran la mayoría de madera. También estaba bastante alejada de todas las demás, al sur de la playa, casi al otro lado. Solo era de un piso, y estaba mucho más destrozada y en ruinas que cualquier almacén de por allí.

Ambos capitanes hablaban, uno con una mayor y notable preocupación que el otro, que lucía un rostro más feliz y motivado. Connery no dejaba de hablarle, angustiado, mientras intentaba seguir su ritmo.

- Entiendo que quieras hablar con él e interrogarle tú mismo, pero deberíamos dejarle un poco de tiempo para que madure las cosas y las asimile. Ha pasado tan solo un día. Si le presionamos así igual no dice nada.

- ¿Tú has hecho alguna vez un interrogatorio, Ioseph?

El subgeneral le miró en silencio, transmitiendo una respuesta negativa a su pregunta. No es como si él mismo supiera como tratar a un interrogado a la perfección. Pero la realidad era que no tenía interés alguno en hacerlo.

- Pues entonces déjamelo a mi.

Ambos llegaron a la casa. Matt entró por la puerta, que estaba a punto de caerse de un momento a otro, y miró a Connery. No parecía que tuviese intención de entrar tras él. Tras unos segundos comprendió los deseos del general de quedarse allí a fuera y no volver a encontrarse con su amigo preso.

Matt se internó en la oscura y húmeda casa. No había rastro alguno de decoración, muebles u otro tipo de elemento frecuente en un lugar habitable. Tan sólo había piezas inservibles de metal, madera o cualquier otra máquina inservible y rota. Aquello era tan solo un almacén abandonado, pero con un secreto entre todas esas ruinas: unas escaleras de madera que bajaban a un sótano.

Allí fue donde había permanecido el soldado de Sagres que Matt había interrogado en la caseta de madera. Tras un par de semanas habían acabado por matarle allí mismo.

Bajó lentamente por ellas, mientras rechinaban en el acto. Poco a poco vio arena por doquier, cuyo color dorado se mezclaba con el naranja de los ladrillos enmohecidos. La sala era recta y alargada como la propia casa del piso de arriba. El olor a sal y a océano inundaba por alguna razón la estancia, que parecía una extensión de la parte superior de la casa, ya que parecían haber más objetos inútiles. Al fondo del todo, pegado a la pared que daba al final del largo recorrido, estaba Lagunov atado de pies y manos con cadenas de hierro. Las habían encontrado entre todos aquella basura desperdigada a un lado y a otro.

Matt se acercó a él sonriendo con sorna, y Lagunov levantó su seria mirada, con odio. Estaba sentado, con las piernas y brazos totalmente estirados, apoyado en la pared. Aquella imagen le recordaba de forma muy intensa a su llegada a Ufá y a las conversaciones con Skarrev. Ambos se miraron durante mucho tiempo, hasta que Matt habló.

- Me parece que has perdido.

- Eres un monstruo. - le recriminó, contestando al instante.

- No. Para ti soy un monstruo. Para los de ahi fuera soy un héroe.

- Lo sabía desde el principio... lo sabía...

- ¿Y? ¿Te esperabas otra cosa después de toda la indiferencia que he tenido que sufrir? ¿Después de que me hayas tratado como escoria?

- Efectivamente lo eres.

- No puedes culparme de una mierda. Tú has mentido tanto como yo.

- ¿Vas a comparar tus mentiras con las mias? ¿Mis objetivos con los tuyos? ¿Mis sacrificios con tus despropósitos?

- Has vendido este país a otros que no les pertenece solo para salvarlo.

Lagunov gritó, extremadamente enfurecido, y se revolvió en el sitio.

- ¡Sigue! ¡Sigue recriminándome con esos argumentos, aunque no haya nadie más oyendo! ¡Sabes perfectamente que no tienen sentido!

- Sí, si que lo tienen. Uno debe ser inteligente haciendo las cosas, y hay formas más eficientes de hacerlas.

- ¿Traicionando, Matt? ¿Uniéndote a ellos? ¿Dónde están los valores que me exijes?

- No hay valores que valgan. Desde dentro puedo hacer mucho mas daño que con la absurda guerra que has montado.

- Pues mátanos a todos entonces. No te servimos.

- No pudo hacer eso. Todavía.

- ¿A qué demonios esperas entonces? ¿Que beneficio sacan ellos con todo esto?

- Preguntas demasiado. - rió. - ¿Que beneficio? El fin de tu mierda de ejército, claro. La guerra que tú quieres es la guerra de hace un siglo. La que yo quiero es algo más; es un símbolo, una idea mucho más fuerte que cualquier contrato militar.

- Maldito idiota... has tenido que hacer todo esto, aun sabiendo que no tienes ninguna posibilidad. Gracias a mí hemos podido avanzar tanto. Pero obviamente tú nunca te has dado cuenta.

- No me importa.

- Claro. ¿Qué te va a importar? Lo único que querías era hacerlo a tu manera, aunque estemos todos condenados a morir convertidos en oro.

- No. Sé que tengo posibilidades contra Sagres. Y me llevé una decepción con ese secreto tuyo del contrato... por no hablar de la sala de ordenadores escondida.

Lazar le miró extrañado. Matt siguió hablando.

- Lo que no me importa lo más mínimo es lo que opines de ello, de que caigas miserablemente, de lo que tenga que hacer con tal de imponerme a ti.

- ¿Y tú eras el chico multimillonario del que me habló Irak? ¿El chico egoísta y malcriado que luchó contra los alquimistas de Sagres para salvar un país que no era el suyo? ¿Para salvar personas que no eran él mismo?

Matt relajó el rostro mientras escuchaba lo que decía, nostálgico y dolido, en silencio. Pero después su voz sonó igual de fuerte y tenebrosa que en el último año y medio.

- Era el chico débil que no sabía que hay gente capaz de prometer la libertad para después quitarla. El chico que no querías para tu ejército.

- Yo prometo que Rusia vivirá cuando acabemos con Sagres. A ti te da igual todo con tal de matarlo y recuperar a tu amiga.

- Cuando vengan ya no será Rusia. Se perderá para siempre.

- No hablamos de libertad, Matt. Hablamos de vidas.

- Mientras haya esperanza de libertad para ellas, me dan igual las vidas.

- Pues entonces no eres el chico del que me habló Irak. - negó con la cabeza, todavía irascible. -

- No tienes ni idea de quien soy, te lo aseguro.

Ambos callaron durante un buen rato. Se miraban fijamente a los ojos, como cada vez que su dialéctica se enfrentaba en una batalla a muerte. Tanto el preso como el nuevo héroe estaban cegados por sus objetivos. Tanto, que habían llegado a hacer y a sacrificar cosas que nunca se les habría pasado por la cabeza hacer. La perspectiva de la justicia parecía negro en los ojos de uno y blanco en los del otro.

- Voy a dar órdenes de cuales van a ser los siguientes pasos a dar en el ejército.

- Tú no eres el subgeneral.

- Lo sé. Connery me ha cedido el honor de serlo por unos instantes. Pero no te preocupes, en un rato vendrán dos soldados a llevarte a la zona central para que lo veas de primera mano.

- ¿Qué? ¿Por qué?

- Porque quiero verte humillado ante tu propio ejército, claro. - le guiñó el ojo, burlándose. - Ah, y feliz año nuevo.

Matt se fue de aquel sótano y de aquella casa, mientras Lagunov ardía en deseos de estamparle miles de veces un ladrillo en la cara a ese cacho de basura andante.

Pasaron las horas y, de nuevo, cientos de soldados se congregaron alrededor del centro de la base militar. El rumor de que Lagunov había sido aprisionado en el calabozo improvisado que tenían se había convertido en un hecho. La mayoría de los miltantes no daban crédito a los acontecimientos tan inmediatos que se sucedían, uno más impactante que el anterior. De alguna manera les gustaba la sensación de novedad, pero por otra tenían miedo de lo que pudiese ocurrir en el futuro.

Iban a oir el discurso del joven capitán, al que algunos soldados le duplicaban la edad, y que había desenmascarado al general infiltrado que pretendía salvarse a sí mismo y conseguir una parte del pastel de Sagres.

Matt se subió a la plataforma donde muchas horas antes había leído el documento que había terminado por derrocar al líder de la formación. Ahora le tocaba a él dirigirse a unos combatientes deseosos por oir a su salvador, por saber que tenía pensado hacer para reconducir su resistencia.

El chico carraspeó con la garganta, preparado para enseñarles a cada uno de ellos, inocentes, la misma lección que le dio Sagres, Ken y Dalia en el episodio más amargo de su vida, en el aeropuerto de San Petersburgo.

Y, sin embargo, sus palabras quisieron salirle de lo poco que le quedaba de corazón. Quisieron aconsejar no cometer los mismos errores que cometió él.

- ¡Miembros de este ejército maldito! ¡Nos quieren quitar de en medio, ya lo habeis visto! ¡Son muy poderosos! ¡Tanto, que utilizan cualquier trampa y engaño para hacernos creer que lo darían todo por nosotros, cuando en realidad trabajan para el enemigo! Y yo me pregunto, ¿hasta ese punto serían capaces de llegar por un capricho desmedido? ¿Por destruir el hogar de tantas personas? Yo siento un calor ardiente en las venas cuando pienso en ello, y ni siquiera he nacido aquí. Entonces no imagino hasta que punto vosotros seríais capaces de hacer justicia y defender lo que es vuestro. No os podeis venir abajo. Ahora no.

Lagunov veía el discurso más o menos cerca, en un costado, con la cabeza gacha, vigilado por tres soldados. Irak y Raf estaban presentes, mirando serios y tensos hacia todos lados. Arina no estaba.

- ¿Hasta dónde seríais capaz de llegar? ¿Hasta que punto podeis cambiar vuestro ser, enervarlo, volverlo un arma de matar a sangre fría? Preguntaos eso. Porque si encontráis la respuesta, si finalmente cambiais vuestro conformismo, podreis cambiar lo que os de la gana. Porque si os mentís a vosotros mismos, si creeis que sois unos simples soldados, vuestras balas no harán el mismo daño.

Matt hizo una pausa corta, razonando en ella las palabras que estaba diciendo, y comprendiendo que las decía de verdad.

- No os mintais. No. Enfrentaos a lo que sois. Dadlo todo hasta el final, hasta que caigais en combate. No os mintais, porque después mentireis vosotros. Y viviréis en vuestra propia mentira, caereis en las de los demás y nunca viviréis como soldados, si no como esas personas sucias que estan en el poder. - se miró a los pies, señalándose a él con la mirada inconscientemente. -

La efusividad incial de la gente que le escuchaba se había venido abajo con el tiempo, con la actitud casi pesimista que, de forma extraña, había empezado a tener su nuevo líder. Sin embargo, continuó, provocando los primeros susurros de incomprensión y miradas confusas.

- Pero por favor, por lo que más querais. Mentíos. Suena contradictorio, lo sé. Pero si teneis que luchar por algo, luchad por el derecho a mentiros sin que nada malo ocurra a vuestro alrededor. Luchad por mentiros cuando estéis en vuestras casas de Rusia, contándoles a vuestros nietos que tan solo fuistes simples soldados en la lucha por la libertad e independencia de vuestro país. Pero por favor, hacedlo. Mentíos cuando no haya necesidad de hacerlo. Cuando sepais que no habrá consecuencias por ello.

Y Matt, sin darse apenas cuenta, había formulado una despedida allí en lo alto, mientras que, más que mirar a la muchedumbre, miraba al infinito, algo emocionado. Un silencio de expectación surgió en el ambiente, y cuando alguien pretendía aplaudir y lanzar un vítore para que el momento frío y extraño se prolongase, se fue discerniendo poco a poco la voz de Skarrev gritando, a lo lejos.

Llegó a toda prisa, cansado por forzar su sobrepeso, jadeando a más no poder. Nadie pareció hacerle caso en un primer momento, tan solo unos pocos que estaban algo alejados del centro. Cuando recobró el aliento se acercó a la primera fila, se hizo un hueco y se quedó en frente de las pilas de metal donde estaba subido Matt.

Le miró directamente a los ojos, entristecido y disgustado, y gritó como si fuera lo último que iba a decir al chaval en toda su vida.

- ¡No puedo hacerlo, Matt! ¡No puedo permitirlo!

- ¿Qué? - musitó él en voz baja, casi para él mismo. Su cara cambió de extrañeza a terror en cuestión de segundos.

- No puedo permitir que todo esto siga así. ¡Estoy en contra de toda esta mierda que has montado, y aunque me lo supliques, aunque me amenazes de muerte, no puedo!

- Skarrev... si tienes algún problema espera y ...

- No, chaval. Si algo aprendí en Ufá es que tengo principios. Y me arrepiento por ponerme a prueba a mí mismo tan tarde, a mi edad. Estoy destrozado, y no quiero ver en ti a esa persona que fui yo en el pasado.

Lagunov contemplaba la escena totalmente ensimismado en ella, sin poderla concebirla del todo, con los ojos muy abiertos y la boca entreabierta, moviendo la cabeza a un lado y a otro de la conversación entre Matt y Skarrev.

- Para ya. - siguió el ruso, negando con la cabeza, indignado. - Y diles la verdad. Diles que eres tú el que se ha aliado con Sagres. ¡Diles que no te raptaron, joder! ¡Que lo tenías pensado desde el principio! ¡Que lo único que quieres es detruir el ejército! - sacó de su bolsillo un CD y lo enseñó. - Este es el CD original. Aquí no hay nada más que una lista de las operaciones de Sagres y la localización de varias bases, entre ellas su base central. No hay rastro de Lazar Lagunov.

Matt dio unos pasos hacia la derecha de la viga mientras Skarrev terminaba de hablar.

Y para cuando los soldados se dieron la vuelta para volver a mirar a Matt y ver como se defendía de las acusaciones, ya no estaba. Lo pudieron ver corriendo más allá del lugar donde estaban, entre las casas de madera y la molestosa arena de la playa que se hundía con cada zancada.

- ¡Idiotas! - de las innumerables veces que había gritado Lagunov, aquella se llevaba el primer puesto sin lugar a dudas. Siguió emitiendo sonidos ensordecedores que acabaron por ponerle la cara roja y que le remarcaron las venas por todo el cuello. - ¡A que rayos estais esperando! ¡Id tras él! ¡Matadle! ¡Todas las unidades, vamos, vamos, vamos! ¡Soltadme, joder! - revolvió sus manos atadas en una cadena.

La mitad de los soldados se quedaron en el sitio, sin saber bien que hacer, superados por las circunstancias. La otra mitad se dispersó para coger las armas, otros para ir a por los coches, otros para ir a atacarle directamente. En cuestión de minutos aquel ejército se había convertido en un caos. Unos pretendían que Lagunov, ya liberado por la confusión, volviese a estar preso.

Otros querían creer a Skarrev y a Lagunov, y se preparaban para dar caza a ese despreciable sujeto que les había mentido despiadadamente a la cara. Luego había una minoría que deambulaban o hablaban entre ellos, sin saber que opción escoger, dudodos y extasiados por la última sorpresa que había ocurrido.

Matt, por su parte, llegó a la tierra inundada de aquellos arbustos rojizos que la devoraban y señalaban al este debido al fuerte viento. Se subió a uno de los convoys más cercanos que encontró, rezando por que tuviese un arma allí dentro, en alguna parte.

Encendió el motor, mientras aparecían los primeros soldados a unos metros y se oían las primeras ráfagas de Kalashnikov.

"Ahí os quedais con vuestra guerrilla, soldaditos de plomo." - pensó, mientras pisaba el acelerador y daba la vuelta.

Abandonaba la península que le vió convertirse en la bestia que era, al igual que aquella misma gente. La diferencia era que los segundos le perseguirían hasta matarle.

Tras el convoy de Matt, cinco, diez, cincuenta, cien más salieron a la misma velocidad.

La base se quedó casi vacía tras una hora, desde que Skarrev había acusado a Matt de mentir y haber manipulado las pruebas. El ruso ex-aliado de Sagres les había enseñado a todos el contenido de aquel CD, y tras hacer varias comparaciones y validaciones informáticas, habían llegado a la conclusión de que, efectivamente, el CD que les había enseñado Matt era una copia manipulada del que le había dejado a Skarrev.

El propio capitán ruso que había protagonizado la situación del día o del año, salió del bar, algo perjudicado, pero no sin ganas de conducir.

Era de noche, y volvía a nevar. Miró a la aurora durante un rato, y posteriormente se dirigió a coger uno de los pocos convoys que quedaban.

De camino vio a lo lejos a Raf y a Irak hablando con desgana y pesar, serios, mirando a la nada. Skarrev se les quedó mirando, curioso. Ellos se dieron cuenta de su mirada y se la devolvieron, en absoluto silencio, con el mismo rostro de preocupación.

Tras unos segundos, Skarrev volvió a mirar al frente y continuó su camino.

Llegó al coche y se montó, pensativo. Estuvo un rato ahí sentado, sin hacer nada más.

Aquel chico era un genio. Un genio malvado.

Un genio malvado con ganas de dejar de serlo.



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