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Capítulo IV

Recogió el correo de la bandeja de plata que todas las mañanas dejaba Ambrose junto a su plato del desayuno. Le gustaba revisarlo mientras tomaba el café. Le relajaba.

Apartó las invitaciones a bailes y cenas con un gesto de disgusto. Estaba cansado de ver siempre las mismas caras y tener que comportarse con total corrección. Él prefería los lugares de ambientes más relajados. Fiestas privadas donde uno podía comportarse con más naturalidad y no de manera tan afectada.

No es que no disfrutara de la compañía de gente educada pero cada vez se sentía más observado y juzgado por ellos. Midiendo cada gesto que hacía y a quien era dirigido para tratar de averiguar si era realmente cierto que al fin había decidido buscar esposa.

Naturalmente el que lo hubieran visto en dos ocasiones pasear con la señorita Wick contribuía a que los rumores aumentaran y llevara a pensar que ella era la que recibiría de un momento a otro la tan ansiada proposición. Lord Wick se hinchaba como un pavo real cada vez que coincidía con él en algún evento y lo trataba como si ya hubieran acordado algo entre ellos.

Eso lo fastidiaba enormemente, porque aunque su hija era realmente un encanto, no tenía la chispa que la hiciera mínimamente interesante, quizá era demasiado tímida para su gusto, pero sabía que o dejaba de visitarla o tendría que hablar con su padre y hacerle saber que sus intenciones eran serias. Y aún no estaba preparado para tomar cualquiera de las dos decisiones.

Tomó un sorbo de café y dejó que el fuerte sabor lo inundara antes de tragarlo y volver a rellenar su taza.

Una carta de un orfanato al que ayudaba económicamente y del que era parte del consejo de administración, le llamó la atención y la apartó para leerla más atentamente.

Facturas de su sastre, una carta del administrador de las propiedades de su tía en Glouchester....Un momento, aunque él era el responsable de las propiedades de tía Pru en Inglaterra, no era muy común recibir noticias de él. Simplemente se limitaba a enviarle dos cartas al año poniéndole al corriente. Una a finales de Junio y otra a últimos de Diciembre.

Su tía vivía en Edimburgo, Escocia, su marido había sido el típico escocés enorme y con voz de trueno, y aunque era viuda desde hacía muchos años, había decidido quedarse allí a vivir en lugar de regresar a Londres. Decía, no sin razón, que los escoceses eran mucho más abiertos y francos en su trato, por lo que él se había hecho responsable de todo lo suyo en Inglaterra. Su tía insistía que de todas maneras él sería su heredero, desgraciadamente no había tenido hijos, y que bien podía comenzar a preocuparse por todo ello a pesar de que no pensaba morirse en un futuro cercano.

Damon sonrió al recordarla. No podía tener más de sesenta años y la última vez que la vio se conservaba maravillosamente bien. Ella sería el tipo de mujer que le gustaría tener como esposa. Arrugó el ceño al pensar que también era bastante testaruda y le gustaba salirse siempre con la suya, consiguiéndolo siempre de una manera o de otra. Le rcordaba demasiado a Meredith y Marion, las mujeres de sus amigos y él quería a alguien totalmento contrario a lo que ellas eran.

Abrió la carta sintiéndose culpable porque a pesar del cariño que le profesaba, últimamente no había sido muy considerado con ella. Tía Pru le escribía todos los meses pero le agobiaba con sus reclamos del deber y la obligación que tenía como conde de Arlington. Le pedía en todas y cada una de las cartas que buscara esposa. Damon había dejado de leerlas y se conformaba con saber que sí le escribía es que se encontraba en perfectas condiciones. Él en cambio se dedicaba a enviarle unas cuantas líneas mandándoles sus saludos y deseándole salud.

Sacó la hoja y la leyó con tranquilidad pero al instante se levantó con tal ímpetu, que la silla se desplazó hacia atrás varios metros a través del suelo encerado y chocó con un aparador al que le tenía gran aprecio porque había pertenecido a su familia durante generaciones.

- ¡Ambrose!.- Gritó mientras corría hacia las escaleras sin importarle lo más mínimo parecer que se había vuelto loco.-

- Sí, milord.- El mayordomo lo miraba con el gesto imperturbable desde abajo ya que él había subido a la carrera sin esperar a que aparareciera y sabiendo que lo haría al instante.-

Sin mirar atrás vociferó para hacerse oír.

- ¡Que preparen el carruaje, nos vamos a Glouchester!.-

-Como ordene, milord.-

Damon entró como un vendaval en la habitación y comenzó a tirar la ropa que se llevaría sobre la cama pero Ambrose apareció a su lado y con una mirada le indico que él podía ocuparse de ello perfectamente.

¡Demonios!. ¿Cuánto tiempo podría tardar en llegar Glouchester?.

Enero no era un buen mes para viajar y seguramente eso retrasaría su llegada varios días, y Dios no quisiera, incluso semanas. Los caminos estarían embarrados o peor aún, cubiertos de nieve y eso no facilitaba en absoluto el largo viaje.

Se sentía realmente mal por haber ignorado tanto a Pru, la había tratado como si siempre fuera a estar ahí y ahora resultaba que estaba enferma, realmente enferma. Tanto, como para que fuera su administrador el que le pidiera que fuera a verla. No le había dicho que estaba a las puertas de la muerte pero eso se dejaba entrever, ¿no?. Nadie escribiría una carta como aquella por un simple resfriado.

Se paseaba nervioso por la habitación mientras que Ambrose arreglaba con eficiencia su equipaje.

¿Qué hacía su tía en Glouchester?. Él imaginaba que estaba en Edimburgo pero por lo visto se equivocaba. Trataba de recordar cuando había sido la última vez que ella le había escrito y recordó que bien podían ser cinco o seis meses. ¿Cómo diantres no se había dado cuenta antes?.

Sencillo. Era un maldito egoísta que sólo miraba por él y ahora rezaba porque llegara para verla aunque fuera una última vez y pedirle perdón por su dejadez e indiferencia.

Haría lo que fuera. Daría lo que fuera porque ella se recuperara. La convencería para que viviera con él. No quería volver a separarse de ella aunque tuviera que raptarla para traerla hasta Londres.

***

Glouchester, Inglaterra.

Liseht se cubrió más con la capa para evitar que el frío se colara hasta hacerla tiritar.

- ¡Thomas!.-

Miró al cielo preocupada porque en poco tiempo sería de noche y aún no lo encontraba.

En un descuido habían dejado abierta la puerta abierta y Thomás se había escapado aprovechando el despiste. Tendrían que procurar tener más cuidado y vigilarlo más de cerca.

No era la primera vez, pero sí la que más tiempo llevaba buscándolo y comenzó a preocuparse seriamente. Era muy travieso y le gustaba salir al exterior por mucho frío o calor que hiciera.

- ¡Thomas!.- Gritó de nuevo esperando que apareciera de un momento a otro.-

Todos en la casa se había movilizado para encontrarlo. Bueno, todos menos Pru, ella seguía en su habitación sin saber lo que había ocurrido y así debía ser. Si supiera que Thomas había vuelto a escaparse no dudaría en levantarse de la cama a pesar de que el doctor Grummer le había aconsejado no hacerlo.

La nariz se le estaba congelando por segundos y ya casi ni la sentía. Levantó una mano, cubierta con un guante de lana, para cubrirla y ver si así la hacía entrar en calor.

Salió del camino y se dirigió hacia el lugar donde se había escondido en su última escapada. Era un montículo enorme de piedras en el que le gustaba jugar. Esperaba que esta vez también se encontrara allí porque sino empezaría a desesperarse de verdad.

Comenzaron a caer copos de nieve tan pequeños que flotaban mecidos por el aire y se derretían antes de tocar el suelo.

Perfecto. Ahora empezaría a nevar y ella terminaría congelada. Deseaba volver a casa y tomar una sopa caliente frente al fuego. Sorbió por la nariz y trató de calentarse las manos con el aliento.

-¡Thomas!.- Gritó enojada.- Como no aparezcas en este mismo instante me iré y te dejaré pasar la noche a la intemperie.-

Como si hubiera conseguido decir las palabras mágicas, el perro apareció ante ella dando saltos y mirándola con aquellos ojillos juguetones. La lengua le colgaba a un lado y le ladró dándole la bienvenida.

- Perrito malo.- Suspiró aliviada.-

Se agachó y le acarició entre las orejas antes de levantarlo y llevarlo hasta su pecho para taparlo con su capa. Irremediablemente le manchó el vestido pero el calor que le prodigaba su cercanía era mucho mejor que la preocupación por mantenerse limpia.

Era un cahorro aún y pesaba muy poco. Cuando lo llevaron a casa nadie podía precisar si crecería demasiado o no pero el señor Copton había asegurado que no sería excesivamente grande y ella se había alegrado de ello porque hasta entonces no le habían gustado demasiado los perros, a decir verdad, le gustaban los animales pero les tenía un poco de miedo. Le pasaba igual con los caballos, sabía montar, pero prefería no hacerlo porque ellos parecían adivinar su incomodidad y trataban de hacer lo que les venía en gana. Era un lucha continua que ella terminaba perdiendo, por supuesto aseguraba que el caballo iba donde ella quería aunque no fuera cierto.

- Ahora espero que estés contento por al menos un mes con esta salida porque no pienso salir a buscarte ni una sola vez más, ¿me oíste?.-

Le habló entre risas porque Thomas se había dedicado a lamerle la cara sin importarle lo que ella podía estar diciéndole.

- ¡Basta!. Tendrás que hacer mucho más que eso para que te perdone.-

Rió de nuevo porque el perro la miró como si la comprendiera.

- No sé como lo haces, pero sabes que no puedo enfadarme durante mucho tiempo contigo, granuja.-

Apresuró el paso deseosa de llegar cuanto antes a casa.

***

- ¡Lo encontró!.- Ginny saltó de alegría en cuanto la vio entrar con Thomas en brazos. Y batió palmas contenta de que al fin hubiera aparecido.-

- Estábamos muy preocupados.- Minny se lo quitó de encima y lo dejó en el suelo con delicadeza.-

- Se encontraba donde siempre, pero a partir de ahora tendremos que tener más cuidado de que no se escape.- Dijo tiritando tratando de no morderse la lengua mientras hablaba.-

Todas miraron a Thomas que correteaba entre sus piernas ajeno a la atención que se le prestaba.

- Suba y cámbiese de ropa, le diré a la señora Copton que le prepare algo caliente.- Se ofreció una de las muchachas.-

- Y yo le diré al señor Copton y a Aaron que dejen de buscar.- Minny se sonrojó al nombrar al muchacho.-

- De acuerdo.- Liseth subió ansiando quitarse la ropa embarrada.-

Tenía mucha suerte de estar viviendo allí. Había encontrado una familia en todas aquellas personas que realmente no era nada suyo. No compartían ningún lazo sanguíneo con ninguno y a pesar de todo los quería como si fueran parte de ella. Ahora no se sentía tan sola. Trató de no pensar porque aún le dolía hacerlo.

Había llegado allí hacía más poco más de dos años y aunque al principio se habían resistido a llamarla por su nombre al fin lo había logrado. Ella no estaba de acuerdo con tantos formalismos. Siempre que se hablaran con respeto que mas daba si había o no un Lady por delante y mas si vivían en la misma casa. Si tuvieran invitados entonces se podrían tratar tal y como mandaban las reglas de sociedad pero mientras tanto....

A pesar de haberse quedado sola en el mundo demasiado joven para su gusto había encontrado a quien querer y ser querida a su vez. Definitivamente era alguien muy afortunado.

Recorrió el largo pasillo hasta su habitación y no pudo dejar de sentirse orgullosa de como había cambiado la mansión desde que ella había llegado.

Era un caserón enorme y no todo estaba habitable. Cuando llegó solo tenían preparadas para el uso, unas pocas habitaciones por lo que no necesitaban mucho personal, pero al hacerse cargo ella de todo, poco a poco y de manera sistemática limpiaban y aireaban las habitaciones cerradas para que el abandono no se hiciera tan patente y ella ayudaba en todo lo que podía. Siempre había trabajado en eso y no le importaba doblar la espalda, al contrario, le daba algo en lo que ocuparse y mantenía la mente alejada de otros pensamientos menos fructiferos.

Se recordó, que su familia ahora, eran el señor Copton, que se encargaba del huerto y de hacer todo tipo de reparaciones. La señora Copton, que cocinaba de maravilla y era muy buena costurera. El hijo de ambos Aaron, demasiado guapo y sabedor de ello pero un muchacho encantador, que echaba una mano en todo lo que podía. Y después las dos muchachas que se encargaban de la limpieza, Minny y Ginny, que andaban locas por Aaron pero él parecía ignorarlas por completo. Y por supuesto tenía a Thomas.

Seis meses atrás había aparecido Lady McCallum y ella había temido que todo lo que había conseguido se derrumbara. La distinguida dama era la dueña de aquella mansión y por lo tanto las cosas cambiarían pero después de pocos días se había convertido en alguien muy querido por todos y había pedido que la llamaran por su nombre, aunque lo máximo que había conseguido era que la llamaran Lady Pru. Aunque a Liseth prefería que la tutearan, ella era muy respetuosa con sus mayores y les procuraba el respeto que merecían.

Canturreó al salir de la habitación. No podía pedirle más a la vida, era feliz. No hacía mucho, no tenía muy claro donde iba a acabar pero ahora tenía un hermoso sitio donde vivir y una gran familia a la que cuidar.

- Liseht.-

Escuchó que Lady Pru la llamaba a través de la puerta entreabierta y se apresuró a ir a ver que deseaba.

- Lady Pru, ¿se encuentra bien?.- Le dijo preocupada pero al verla sentada y con una sonrisa en la cara supo que no tenía por lo que preocuparse.

- Mejor que nunca.- Contestó alzando una carta que sostenía entre sus dedos y a la que Liseht ni siquiera había visto.-

- ¿Noticias de sus amigas de Edimburgo?.-

Liseth se sentó en el filo de la cama dispuesta a escucharla. A Lady Pru le encantaba contarle lo que le decían las cartas y después decir lo que ella pensaba que ocultaban leyendo entre líneas.

- Mejor que eso.- Le contestó con un brillo triunfante en los ojos.- El escurridizo de mi sobrino Damon por fin vendrá. Se le espera en unos días. ¿No es eso una buena noticia?.- Dijo tomándola de una mano y apretándola de emoción.-

A Liseth se le congeló la sonrisa en los labios y sintió un escalofrío que le recorría la espalda, pero intentó que la rabia que sentía no hiciera acto de presencia para no incomodar a la dama que tan buena era con ella.

- Por supuesto que lo es, Lady Pru. Ordenaré que preparen su habitación.- Notaba como la mujer la escrutaba con la mirada pero ella fue incapaz de mirarla a los ojos porque entonces sabría cuanto la afectaba la noticia.- Y ahora, le pediré a Ginny que le suba la cena.-

Le temblaban las manos mientras acomodaba los almohadones y la colcha, pero no era por miedo o nerviosismo, sino de puro coraje al escuchar el nombre de esa babosa con ojos.

Cerró la puerta tras de sí y se dejó caer contra la madera.

Bien, el momento que tanto había esperado y temido estaba a punto de llegar. Esperaba que tuviera suficiente entereza como para sobrellevarlo con elegancia. Lo único que pedía era no perder los nervios y hacer recriminaciones que sólo harían que sintiera más vergüenza. Tenía que ser fría si quería que todo marchara bien y no dejarse llevar por su famoso genio.

Él no merecía que ella se sofocara. No merecía nada en absoluto.

***

Lady Pru la vio salir y lamentó que la muchacha no fuera todo lo sincera que a ella le gustaría. Había tenido que tomar cartas en el asunto porque estaba visto que Damon no estaba haciendo nada al respecto y ella se había cansado de esperar a que alguien le contara lo que realmente había ocurrido entre Liseth y el alocado de su sobrino. Había escuchado algo por aquí y por allá, conversaciones a medias y retazos de comentarios y tenía una ligera idea, pero Liseht jamás había nombrado a Damon, ni para bien ni para mal.

Se recostó en los suaves almohadones con una sonrisa satisfecha en los labios.

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