Capítulo 10
Elisabeth, se despojó de la última prenda y se sumergió en la bañera que había mandado preparar. A la luz del fuego encendido en la chimenea cercana, su habitación era un juego de sombras que junto con el silencio que imperaba en la casa harían que su cuerpo y su mente se relajaran después de su encuentro con esa imbécil.
Sonrió al recordar lo ocurrido hacía apenas unas horas. Le había dado un buen susto a la pequeña señorita Carrington, rió con satisfacción mientras alcanzaba el paño y lo frotaba con el delicado jabón de gardenias.
La reconfortaba en gran medida saber que a pesar de que no podía detener esa boda si que estaba más que dispuesta a hacerle la vida imposible a cualquier mujer que se atreviera a tocar a Nick. Al imaginarse a alguien tocando su magnífico torso... los brazos musculados...besando sus labios, una rabia tan intensa surgía de ella que casi no podía respirar. ¡Era suyo! ¡Suyo! Lo único que necesitaba para que él se diera cuenta era tiempo. Estaban hechos el uno para el otro, lo podía sentir cada vez que lo miraba, pero ella había tardado mucho menos en aceptarlo, Starling al fin y al cabo era hombre, y todo el mundo sabía que eran un poco lentos en el terreno de los sentimientos.
Miró el fuego mientras que una cuidada uña golpeaba rítmicamente el filo de la bañera. Se fijó con gran fastidio que una se le había roto seguramente cuando agarró a la mosquita muerta.
Después de todo saber que le había hecho daño con ella bien merecía tal sacrificio.
Esa niña no se merecía un hombre como Nick, nunca le daría lo que necesitaba. El era un hombre pasional bajo esa fachada de frialdad que proyectaba al mundo, y sabía con certeza que solamente ella podía darle bajo las sabanas lo que él necesitaba. Miró con anhelo su cama y se los imaginó allí, con sus cuerpos entrelazados, gimiendo y dándose placer mutuamente.
¡Lo deseaba tanto!.
Sus manos comenzaron a acariciarse tal y como le gustaría que él lo hiciera. Los pezones se le endurecieron al contacto de sus dedos y todo el cuerpo le respondía ante las imágenes que pasaban ante ella. Se estremeció de deseo cuando se boca la besaba con pasión, cuando su lengua batallaba queriendo imponerse, cuando esas manos la tocaban con maestría y la hacían pedir más entre jadeos.....Sí, sería magnífico cuando sucediera.
Estaba totalmente excitada. Abrió un poco las piernas para darse placer. Lo necesitaba dentro de ella, embistiéndole con fuerza.....
Gemía cuando escuchó que alguien entraba en su habitación, abrió los ojos y sonrió de forma seductora. Vaya, vaya, vaya, por una vez su querido esposo llegaba en un momento en el que le sería muchísimo más útil que su diestra mano.
Se puso de pie y dejó que el agua se resbalara por su cuerpo. Levantó un brazo con la palma hacia arriba, invitándolo a que terminara lo que ella había empezado. Lo necesitaba en ese momento. Estaba tan caliente que sabía que explotaría con el más leve contacto.
Lord Carmichael entró con paso lento, la vió ponerse en pie y su cuerpo brillante por el agua le hizo tener una erección inmediata.
Sabía por el resplandor de sus ojos que estaba muy excitada, que había sido una niña muy mala a sus espaldas.
Con una sonrisa de medio lado se acercó a ella. Recorrió su cuerpo con la mirada y se detuvo en sus pechos. Siempre le habían fascinado. Elisabeth lo sabía y con una mano se los acariciaba seductoramente.
Intentó salir de la bañera pero Carmichael se lo impidió.
- Si llego a saber que estás tan dispuesta habría llegado antes, querida.- Le dijo con la voz rasposa por el deseo.
- Quizás... si llegas antes no me hubieras encontrado tan dispuesta, amor.- Le contestó sin dejar de mirarlo.
La acercó a él de forma fiera, agarrándola por la cintura sin importarle que se mojaran sus ropas.
Sus manos le sujetaban con fuerza el trasero, clavándole los dedos. Sabía que a ella le gustaba jugar duro cuando se encontraba en ese estado de lascivia.
La escuchó gemir cuando su lengua le torturaba uno de sus pechos. ¡Oh sí, eran tan perfectos...!. Ella se retorcía entre sus brazos pidiendo más.
Dejó que su manos la acariciaran a placer.
- Creo que necesito que me ayudes a darte lo que quieres-....Y esperó.
Elisabeht se relamió los labios, impaciente.
Comenzó a desabrochar el pantalón para liberar lo que anhelaba tener entre sus piernas, dentro de ella.....
Oleadas de deseo la invadían y no podía esperar mucho más.
Lo sopesó en su mano y comenzó a acariciarlo, arriba y abajo, arriba y abajo.
Le gustaba el poder que tenía sobre los hombres a través del sexo y su marido no era la excepción.
Alec cerró los ojos disfrutando de las caricias y con sus mano la obligó a arrodillarse. Bajó la cabeza y la miró mientras ella se introducía su pene entre los labios.
Aspiró con fuerza aire, esa lengua hacía maravillas sobre su piel.
Le agarró la cabeza indicándole que acelerara el ritmo.
Su miembro se hinchó aún más. Notaba que la liberación de la tensión acumulada se acercaba. Ella intentó retirarse pero se lo impidió sujetándola fuertemente por el pelo y entonces se derramó dentro de ella.
Ellisabeth le siguió acariciando con la lengua hasta que él se relajó. Levantó la cabeza.
- Por favor, te necesito.....- le suplicó con una sonrisa traviesa.
Alec se arrodilló e hizo que se sentara con la espalda apoyada en la bañera. Se situó detrás de ella y comenzó a acariciarle la espalda con lentas pasadas, estimulando su cuerpo. Le acariciaba los pechos mientras le mordía la nuca. Una de sus manos se introdujo entre sus muslos y la frotó en su hendidura.
- ¿Sabes? Esta noche te vi en Almakc's.-
Elisabeht lo escuchaba a medias perdida entre olas de placer.
-¿Sí?.. y.. porqué... no te acercaste..-giraba las caderas para intensificar el roce de sus dedos.
Alec acercó sus labios a su oreja y le introdujo la lengua. Ella gimío cuando uno de sus dedos realizó la misma operacíon más abajo.
- Parecías muy entretenida hablando con la prometida de Laughton.- intensificó el movimiento de su mano.
Vió como ella se quedó quieta por un momento al escuchar el nombre de ese perro, pero la lujuría en ese momento alcanzaba la cumbre y con un gruñido se abandonó.
La sintío palpitar y relajarse contra su pecho.
- Me prometiste que no te acercarías a él.- le dijo cariñosamente acariciándole la espalda de nuevo.
Después de un potente orgasmo se encontraba casi sin fuerzas. Abrió los ojos y girando la cabeza para mirarlo por encima del hombro le sonrió.
- Querido, yo no me acerqué a él, me encontré con esa mocosa por casualidad cuando salí a la terraza eso es todo...
Sabía que le mentía, él había estado allí desde que las dos muchachas salieran del salón y al ver a su esposa momentos después le pudo la curiosidad y se ocultó detrás de una de las columnas de la terraza.
Le masajeó los hombros y ella se relajó bajo sus dedos.
- Sabes que el único hombre en mi vida eres tu.- le mintió descaradamente.
Carmichael se crispó, se desplazó frente a ella y sin dejar que sus sentimientos se reflejaran en su rostro, le acarició la cara y le pasó las manos por los hombros, dejándolas allí, con sus pulgares acariciando su estilizado cuello.
- Mientes muy bien, querida, pero creo que será la última vez que lo hagas.-
Y sin darle tiempo a que ella le preguntara a que se refería apretó su garganta y la empujó para sumergirla en el agua.
Con una mano le sujetaba la cabeza y la otra la mantenía en su vientre impidiendo que pudiera levantarse. Luchó como una fiera y con sus largas uñas le produjo unas profundas heridas en las manos pero no los sintió hasta mucho después.
Le tiraba con fuerza de las mangas de su chaqueta, con desesperación...
La miraba mientras sus movimientos se hacían más lentos, más esporádicos. No supo cuanto tiempo la sujetó así, pero cuando la soltó notó el agua fría.
Se levantó y fue hacia la ventana. La abrió y dos sombras desde el jardín se movieron hacia el interior de la casa. Sabía que tenía que tenía que ser esa noche y había tomado las medidas oportunas.
Ellos se encargaría de que su cuerpo apareciera en el río y de que testigos afirmaran que se había lanzado a él sin que nadie pudiera impedirlo.
Se giró y la miró allí, desmadejada. La había amado como a ninguna otra, la había perdonado cuando apareció de nuevo tras haberse ido con él, sin importarle su orgullo ni que todos los que lo conocían opinaran que era un auténtico cornudo. Quería creer todas las mentiras que su pérfida boca le contó, pero después de esa noche sabía que nunca pararía, que si ese maldito la llamaba, ella le abandonaría de nuevo.
No podía permitirlo.
La iba a echar mucho de menos.
Se ocuparía del mayordomo y la sirvienta que habían visto a la señora llegar esa noche a la casa. Les daría un buen dinero con el que no soñarían tener ni en mil años y les diría que no pisaran Inglaterra en lo que les restara de vida.
Por primera vez en muchos meses se sintió bien consigo mismo. Su vida de nuevo tenía un sentido, una meta, y había conseguido dar el primer paso para llegar a ella.
El segundo paso sería Nicholas Starling.
Nick acompañó a Meredith y su familia a su casa. Iban en el coche de los Remington y el suyo los seguía de cerca.
Sabía que tendría que esperar a estar casados para hablar con ella de Lady Carmichael. No sabía cuanto le contaría él pero sí estaba seguro de que quería que ella le dijera lo que esa arpía le había dicho.
Miró a su prima, quizás ella no tendría el menor reparo en dicírselo. Lo había intentado allí, en la terraza, pero Meredith se lo había impedido.
Bien, primero lo intentaría con su prometida y si eso no funcionaba le preguntaría a la señorita Remington.
Posó la mirada en Meredith, tenía un poco más de color en sus mejillas, pero sabía que su linda cabecita le daba vueltas a algo y le mataba no saber el qué.
No entendía como podía percibir con tanta nitidez los estados de ánimos que se producían en esa mujer, pero todo en ella lo tenía subyugado.
Lástima que no pudiera visitarla al día siguiente, ya que éste sería el anterior a la boda y estarían todos muy ocupados con los últimos retoques de la ceremonia.
No habría muchos invitados, sólo las personas más intimas y cercanas a la familia. Su madre aparecería en la iglesia, según le había informado, llegaría directamente de Dreams, la casa que se encontraba a una hora de camino de Londres.
Torció el gesto al recordar el nombre de su propiedad, seguramente alguno de los anteriores dueños dejó que su esposa la bautizara así.
Su madre no había podido desplazarse a Londres para conocer a su prometida, aunque sabía que era su deber haber ido a visitarla para realizar la presentación, pero su relación con su progenitora no era todo lo fluida que se podría esperar entre madre e hijo, y en un acto de rebeldía como los que tenía hacía quince años se había negado a hacer el viaje.
Si ella hubiera demostrado alguna vez algo más que simple trato cordial hacia él quizás las cosas serían de otra manera.
En ese momento el coche se detuvo.
Habían llegado a su destino.
Una vez en el recibidor, Lady Remington y su hija los dejaron solos para que se despidieran.
Nick la tomó de las manos y se las besó.
- Mañana no podré visitarte, espero que me extrañes.- Acompañó sus palabras con una sonrisa traviesa.
Meredith se animó un poco ante su comentario.
- Yo espero lo mismo, milord.- Dijo tímidamente lanzándole una mirada a través de su pestañas.
El rió. Se acercó un poco más a ella y acariciándole el labio la miró a los ojos.
- No tengas la menor duda de que lo haré.- Se inclinó y le besó en la nariz.
Ella se sonrojó y miró con nerviosismo a Hubert, el mayordomo, que miraba hacia un lado para darles un poco de intimidad.
Starling notó su inquietud, inclinó la cabeza y salió a la noche.
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