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Capítulo 26

Me desperté con la habitual sensación de que alguien me observaba y sonreí en la oscuridad.

- ¿Quieres dejar de hacer eso, Escamoso? – le dije a mi marido, unos dientes blancos refulgieron en la oscuridad.

- Las viejas costumbres nunca se pierden, querida mía. – se levantó y caminó hacia la terraza, allí se apoyó en la barandilla con ambas manos e inspiró el aroma de la noche. Me levanté y fui hacia él abrazándole por la espalda.

- ¿Estás bien? – le pregunté.

- Fue peor tortura mi mente que los malos tratos que recibí. – me dijo de pronto.

- ¿Tu mente?

- Me dijiste que me amabas cuando nos separamos, pero después de todo aquel tiempo dudé de si te acordarías de mí, dudé tantas veces... Me torturaba a mí mismo preguntándome si no fue una ilusión aquello que vi en tus ojos, que escuché de tus labios y cuando finalmente apareciste fue como tocar el cielo.

- No debiste dudar nunca, Arco, nunca.

- La mente te juega malas pasadas en soledad, querida mía. Y ahora... que he recuperado mis recuerdos no puedo evitar sentirme mal conmigo mismo.

- ¿Por qué? – le di la vuelta para mirarle a los ojos. – Has regresado – sonreí – hemos regresado.

- Olvidé a nuestros hijos, Senda. Tú te acordabas al menos de ellos, para mí no existió nada durante el tiempo que estuve sin recuerdos, ¿cómo pude olvidar a nuestros hijos? – me quedé callada y miré al suelo. - ¿Por qué no pude recordar al menos la sensación de que algo me esperaba como te pasaba a ti?, ¿qué clase de padre soy?

Yo era tan hija de Odín como Arco, pero fue Idrasil el que me creó durante eones, por eso la influencia de Odín no era tan fuerte en mí como en los demás, pero esa información no podía decírsela a Arco en ese momento, no hasta que mi plan estuviese en marcha.

- No te sientas mal por ello, Arco. Todos olvidamos, todos.

- Pero tú querías volver a toda costa, eras tú la que querías recuperar tus recuerdos a cualquier precio, yo me hubiese conformado con aquella vida de no ser por ti.

- No te preocupes por eso ahora, ven a la cama, vamos...

- Pero ha de preocuparme, mientras yo estaba sin memoria tú te sacrificabas por los dos. Ni siquiera podías dormir en nuestra habitación, has debido de sufrir tanto, amor mío. – ahora la que se sentía culpable era yo...

- Esto... Arco, yo... - debía confesar, me sentía tan culpable... y ¡grandes ancestros! que pasase lo que tuviese que pasar – Cuando estuviste fuera Draco y yo... estuvimos... - pero él solo me paró con un beso y cuando se separó de mí me dijo.

- No me importa lo que hicisteis Senda, no quiero saberlo.

- Pero yo... - me cogió por los hombros para mirarme a los ojos.

- No necesito saberlo, amor mío.

- Pero yo necesito decírtelo, Arco, estuvimos...

- No. – me respondió categórico – No quiero que me cuentes nada. Viniste a por mí arriesgando tu vida y la de mis jinetes, me rescataste, me sacaste de las arenas del olvido. No quiero saber más. Solo sé que estamos juntos de nuevo, que nuestros hijos están a nuestro lado.

- Habría recorrido el universo entero hasta encontrarte. – le dije. Él solo asintió. Le miré esperando una reacción, algo que indicase que podía confesar aquello que hice pero solo me dijo.

- ¿Qué te parece si esta mañana nos tomamos el día libre y lo pasamos en el bosque eterno? Tú y yo. Solos.

- Eso sería maravilloso.

- Entonces tenemos una cita, mi reina.

Después de un frugal desayuno nos separamos antes de encontrarnos en la explanada para nuestra cita, estaba nerviosa, emocionada como cuando era un aprendiz y le veía de vez en cuando. Todavía no sabía bien qué pensar de su decisión de no saber nada de lo que había sucedido entre Draco y yo pero por el momento lo dejé estar, ya no podía enfrentarme a más problemas o mi mente explotaría.

- Gárgola... - maldije en silencio.

- ¿Podemos hablar tentación? – Slar acababa de aterrizar a mi lado.

- ¿De cómo me has traicionado?, ¿de cómo te has liado con la dragona infernal?, ¿de cómo abandonas a tu jinete? – dije con rabia.

- Sí, de eso. - me contestó tranquilo.

- Voy a matar a la pelirroja y cuando veas sus despojos esparcidos por el suelo no tendrás ganas de tirártela más.

- ¿Vas a seguir con tus florituras o vas a hablar conmigo, niña?

- ¡Te la estás tirando!

- Que yo recuerde el ser tu dragón no me exime de estar con una hembra.

- ¡Diantres! ¿y no había otra perra más que esa?

- No te permito que hables de ella así.

- Oh... disculpa, tienes razón. Señora perra, entonces. – dije ya furiosa.

- Bien, cuando quieras hablar sabes dónde encontrarme. – dijo saliendo volando.

- Cuando las ranas críen pelo entonces... - dije murmurando ofuscada.

Entré en la escuela en busca de Tarnan o del Maestro Dorc para que me diesen los últimos reportes, me deslicé sin ser vista por los maeses para que no me entretuviesen y poder ir lo antes posible a la explanada para encontrarme con Arco y al dar la vuelta en una esquina me detuve sorprendida. Mi niño, mi bebé, mi cosita preciosa, mi primogénito estaba besando a una chica rubia al pie de un árbol, me quedé con la boca abierta sin poder reaccionar siquiera, pero... ¡¡¡qué demonios!!! ¡¡¡maldita gárgola estúpida!!!, ¿no se suponía que debía preocuparse que mis cachorros no hiciesen tonterías?. Se separaron y pude observar que la chica llevaba una túnica azul, ¿era una sanadora?, no un aprendiz de sanador... pero, ¿qué? ¿¿¿esa no es Galatea????. Por favor... creo que de esta me da un infarto. Se separaron nerviosos y Tarco miró a su alrededor buscando mirones, ni siquiera me vio cuando fijó su vista para donde yo estaba y finalmente se fueron cada uno por su lado. ¿Cuándo se había hecho mi bebé tan mayor?, me golpeé la frente con la mano, ¿y ahora?

- Odio a los dragones... - dije en voz baja.

Me fui derecha a la gran biblioteca, necesitaba un sitio donde poder pensar y la biblioteca era el mejor de los lugares para ello. Cuando atravesé las grandes puertas de madera labrada lancé un suspiro de tranquilidad.

- ¿Madre? – di un gritito por el susto y con la mano en el corazón me di la vuelta para ver a Caram.

- Caram, cariño mío, qué susto me has dado.

- ¿Te he asustado?, es extraño, no recuerdo nunca haberlo conseguido. Me crucé contigo y no me viste, me preocupó tu cara. ¿Estás bien?

- Claro, cielo mío, un poco cansada. – le acaricié el rostro con amor - ¿Qué tal tú?

- Estoy contento por volver a teneros.

- Eso está bien, mi bebé – le miré extrañada porque no se quejó cuando se lo dije. - ¿Caram? – le llamé suavemente y se abrazó a mí con fuerza.

- Madre, no vuelvas a abandonarnos – me susurró al oído y yo también le abracé, lamentablemente eso era algo que no podía prometer en ese momento.

- Os protegeré, mi bebé, os juro que os protegeré. No dejaré que nada ni nadie os haga daño. Nadie volverá a haceros daño. – le contesté. Pasado el rato se rehízo.

- He de irme, el maestro Dorc quiere repasar conmigo la situación de la guardia del rey. – dijo separándose y enjuagándose disimuladamente las lágrimas.

- Lo estás haciendo muy bien, mi niño. Estoy orgullosa de ti. Pero ve primero con tu padre, quedé con él en la explanada y me está esperando, me ha prometido llevarme al bosque eterno. Id a decirle buenos días tu hermano y tú, sé que se alegrará de veros antes de partir. Yo os veré en un momento.

- De acuerdo, madre. – dijo saliendo por la terraza para irse volando. El maestro Garrick se acercó a mí y le saludé con cariño.

- ¿Qué necesitáis de mi biblioteca, majestad?

- ¿Os acordáis del libro de Silas, Maestro?, ¿podría volver a prestármelo? – cuando yo era un aprendiz, Garrick me había proporcionado el diario de un humano que había vivido en tiempos de los grandes originales, había algo en él que quería volver a leer...

- Por supuesto, majestad, ¿puedo preguntar para qué lo queréis?

- Solo quiero contrastar información, ahora que he conocido a algunos originales.

- Os lo llevaré más tarde, majestad. – dijo haciendo una reverencia.

Había leído aquel libro cuando fui un aprendiz, cuando el original se puso en contacto conmigo por primera vez. Me lo sabía de memoria de todas las veces que lo leí intentando descifrar aquellas palabras. Silas no había sido un jinete como yo, sino un servidor de los originales, después de conocer a Odín suponía que habría sido uno de los sacerdotes que en todo momento le acompañaban, pero... había algo más, algo que nunca había llegado a comprender y que ahora entendía. Dentro del libro de Silas estaba la clave para que mi plan funcionase, si yo tenía razón, si lo que había leído en aquel viejo manuscrito era cierto... Mi plan tendría éxito y yo conseguiría aquello que me había propuesto, acabar con Odín y Surt, acabar con el Ragnarök. Corrí para la explanada, mañana tendríamos un consejo en Bruselas donde volveríamos a reunir a los representantes de la gran Asamblea, les expondría mi plan para acabar con aquella guerra, pero hoy... hoy solo quería disfrutar de ser un jinete de dragón.

Arco me esperaba con mis dos hijos, los tres hacían bromas y hablaban distendidos. Me gustó verles juntos, las palabras que me dijera Arco todavía resonaban en mis oídos, se sentía culpable por haberlos olvidado. Y yo me sentía culpable por no decirle todo lo que sabía, por mantenerle al margen de mis planes y encima sabiendo que siempre había tenido problemas al esconderle lo que quería, me había metido en muchos líos al tenerle apartado, pero sabía que no apoyaría nada de lo que pensaba hacer. Arco era un dragón y actuaría como un dragón... No... era mejor que no supiese lo que iba a hacer a continuación, nadie debía enterarse de mi siguiente paso... era demasiado arriesgado.

Me fijé en Tarco y no pude evitar ruborizarme al recordar que le había visto besándose con Galatea, vi que Slar se acercaba y la furia me pudo, no solo se acostaba con esa estúpida dragona sino que encima había permitido que una niñata se acercase a mi pequeño bebé, iba a matar a esa gárgola... Mi esencia se disparó y mis tentáculos hicieron su aparición, llegamos los dos al mismo tiempo delante del rey y este enarcó una ceja en mi dirección.

- Querida mía... ¿vas a volar así? – dijo señalando mis tentáculos de esencia que golpeaban el suelo con violencia. Me concentré para volver a introducir mi esencia dentro de mí.

- Quería comentarle algo a Slar, solo será un momento.

- Date prisa y... ¿jinete?, no empieces una guerra antes de terminar con la tenemos entre las manos.

- Por supuesto, majestad. – contesté socarronamente mientras le hacía una reverencia – Atenderé vuestros deseos. – Slar y yo nos separamos unos pasos de los dragones y le cuchicheé. - ¿¿Por qué diantres has dejado que Tarco se líe con una aprendiz de sanador?

- ¿Tarco? – me preguntó perplejo.

- Sí, Tarco. Y no una sanadora cualquiera, es la hija del maestro de sanadores.

- ¿La niña rubia?

- ¡Slar! ¡¡estamos en guerra!!, lo que menos necesita mi hijo son distracciones.

- El chico lo hace bien, no creo que pase nada malo.

- ¿Y ahora le defiendes?, ¿de parte de quién estás?. Si no estuvieses liado con esa dragona infernal te habrías dado cuenta de lo de Tarco.

- No eres justa, tentación, y tus palabras empiezan a rallar en el agravio. Ten cuidado, niña, no te voy a permitir esa actitud.

- Tú y yo tendremos unas palabras a mi vuelta, Gárgola. – amenacé a Slar. Tarco y Caram se contenían para no reírse, ¿qué ocurría con ellos?

- Como queráis mi reina – dijo él tranquilamente. Vi que Joan se acercaba a nosotros pero avisé a mi dragón – Aléjala de mi vista si no quieres que haga realidad mis amenazas antes de tiempo, gárgola. – Este negó con la cabeza pero se dirigió donde estaba la dragona para separarla de mi lado.

- ¿Tienes algo que contarme? – me preguntó el rey.

- Odio a los dragones – simplemente dije y mis hijos estallaron en estruendosas carcajadas.

- ¿También a este dragón? – me preguntó sonriendo mi marido. Negué con la cabeza.

- Te libras por el momento...

- Muy bien, cachorros – dijo el rey dirigiéndose a los niños – Portaos bien, volveremos en la tarde.

- Cuidaremos del frente, padre – dijo Tarco y por un momento me vi arrancando el pelo a la rubia tonta que se había atrevido a tocar a mi bebé de ese modo. Arco debió de recibir algún fogonazo de mi mente porque me miró extrañado.

- Confío en vosotros, hijos míos.

Hacía tanto tiempo que no volábamos juntos que alargamos todo lo que pudimos el vuelo. Finalmente sentí a Arco cansado y le dije que bajásemos al Bosque Eterno, allí parecía que no había pasado el tiempo, como siempre su atmósfera era inmutable... eterna. A pesar de ser mediodía y que el sol brillaba en lo alto, la luz se filtraba de forma mortecina entre las copas de los árboles, casi de manera reverente como para no molestar al viejo bosque. Arco y yo paseamos de la mano y finalmente nos sentamos al lado de una pequeña fuente natural que manaba graciosamente entre dos piedras.

- No hay lugar en el mundo que me guste más que el Bosque Eterno, cuando seamos muy mayores y no tengamos responsabilidades con el reino, prométeme que viviremos aquí.

- ¿Dejarás de ser un jinete de dragón para convertirte en una ninfa del bosque? – me reí ante la pregunta del rey.

- A lo mejor, quizá este sea un buen sitio donde morir, Escamoso.

- ¿Por qué no quieres contarme aquello que ocultas en tu mente? – me preguntó serio.

- ¡Oh venga! Estamos en un sitio idílico, no quiero hablar de nada... - le dije lanzándome a su cuello para besarle.

- Me preocupas, te noto diferente. – me separé asombrada.

- ¿Diferente?, ¿en qué?, a lo mejor es por el nuevo peinado.

- Tu alma, ¿crees que no se ver dentro de mi jinete?, ¿qué no te conozco lo suficiente para saber que algo ha cambiado dentro de ti? – me puse alerta y cerré aún más mi mente bajo un posible escrutinio.

- Lo que nos pasó nos ha cambiado a los dos, Escamoso. Solo tenemos que aprender a convivir con ello.

- Bien, no me lo cuentes por el momento. Mañana partiremos hacia el consejo mundial, tendremos tiempo para hablarlo. ¿Qué ocurre con Slar? – me preguntó para cambiar de tema.

- Se está tirando a la dragona infernal, ¿te lo puedes creer?, esa maldita siempre anda tras todo lo que es mío. – me enfurruñé como una niña.

- Creo que no estás siendo justa en tus apreciaciones, amor mío. – me dijo simplemente y yo le miré mal.

- Me da lo mismo, Slar es mi dragón. Bueno, arreglaré eso de alguna forma... pero hay algo que quiero enseñarte. – le mostré mis recuerdos de Tarco con la chica sanadora.

- Una hija de Prima, vaya.

- Es mi bebé, Arco, ¿no puedes decirle algo? – el rey sonrió con tristeza.

- Es ley de vida, querida, los niños se están haciendo hombres. No podemos parar eso.

- Pero es mi pequeñín – lloriqueé – Todo esto es culpa de Slar – dije de pronto.

- ¿Slar? – preguntó confuso.

- Debería haber estado velando por los chicos, no debería haber permitido que ocurriese.

- No hay nada de malo en lo que ha ocurrido, querida mía.

- Si la maldita gárgola no hubiese estado ocupado con la dragona infernal nada de esto habría ocurrido. – me puse una mano en la barbilla. – Puedo hacer un pack, me cargo a la dragona y a la sanadora... dos por el precio de una. – Una estruendosa carcajada me hizo levantar la vista para mirar a mi marido – Creo que es una buena idea.

- Te quiero hija de Morlan, pero no le dirás nada a nuestro hijo. Déjale tranquilo.

- ¿Puedo asesinar a la gárgola y a la dragona al menos? – Arco se encogió de hombros y dijo con su habitual flema.

- Puedes hacerlo si así te place, querida mía.

- Pomposo, Escamoso, muy pomposo.

-.-

Draco miraba los informes que le habían dejado, la pila de papeles parecía que no bajaba nunca, mañana se irían al consejo y no estaría todo preparado.

- ¿Dónde anda la pequeña cuando se la necesita? – murmuró para él. Una corriente de aire hizo que levantase la vista. - ¿Necesitabas algo, cadáver? – le preguntó a su visitante.

- Necesito ayuda con la pequeña tentación.

- ¿Qué has hecho ahora?

- Está imposible, se ha enfadado conmigo. – Draco le miró sereno.

- Bueno, ¿y qué esperabas?

- Habla con ella, a ti te escuchará. – se sentó Slar en uno de los butacones.

- Sabes que no lo hará, solo quiere recuperarte y compartirte con Joan no entraba entre sus planes. Dale tiempo, lo acabará superando y lo entenderá.

- ¿Estás seguro estirado?

- Completamente, sabes que Senda siempre acaba entrando en razón de una forma u otra. Ahora bien, ¿Joan? – vio cómo su amigo se encogía de hombros azorado.

- Pasamos mucho tiempo juntos en sus misiones con los humanos, no sé... ocurrió.

- Y se ha convertido en algo serio por lo visto.

- No tengo que ocultarme, florecilla – dijo molesto – Me gusta esa hembra, es fogosa y no tiene un jinete rondándola que me moleste.

- No, solo tú tienes un jinete que os ronda – contestó Draco divertido.

- No quiero hacer daño a la cría, hermano, no con lo que está ocurriendo.

- No te preocupes tanto, cadáver, sabes que Senda acabará cediendo, solo busca nuestro bien. – vio como Slar se repantingaba en la butaca y Draco negó con la cabeza suspirando por lo bajo, por lo visto hoy no iba a terminar el papeleo. Por lo que fue hacia la licorera y le sirvió a su amigo un vaso junto con el suyo.

- ¿Qué pasó en el rescate del rey?, habéis cerrado vuestra mente a esos recuerdos. – preguntó Slar, ahora era el turno de Draco en sonrojarse.

- No... no hablemos de ese asunto, amigo mío.

- ¿Tan grave fue?

- No lo sé, sinceramente, no lo sé. – respondió Draco abatido. Una oleada de conexiones envolvió sus mentes en ese momento provenientes de numerosos jinetes.

- Pero, ¿qué demonios...? – gritó Slar mirando a su amigo sorprendido, los dos salieron rápidamente hacia la terraza para lanzarse al vuelo.

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