Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 24

Tarco se sujetaba el brazo herido mientras iba hacia el Palacio de los Sanadores, había estado lento esa mañana y el combate lo había ganado Toka. Negó con la cabeza, tenía demasiadas cosas en las que pensar, demasiadas cosas por las que preocuparse y todo eso estaba pasando factura a su formación. Desde que su madre le hubiese dejado como regente del reino de los dragones su trabajo se había multiplicado por mil, casi no tenía tiempo ni para dormir y ahora perdía combates...

- ¡Maldita sea mi suerte! – dijo mientras entraba por las grandes puertas azuladas que daban paso al palacio.

- Príncipe Tarco – le llamó una sanadora - ¿os han herido? – dijo tomando con delicadeza el brazo.

- Poca cosa – respondió el chico.

- Pasad a una de las salas, un sanador irá ahora a veros. Informaré al Maestro de Sanadores de vuestra presencia, alteza.

- No hace... - empezó a decir pero vio cómo la sanadora se daba la vuelta para irse tras una rápida reverencia – falta... - terminó para él solo.

Entró en una habitación blanca donde todo el mobiliario era blanco, la pureza del entorno era tal que dañaba la vista.

- No me extraña que a madre no le guste este sitio – dijo sentándose en la cama.

Oyó la puerta y levantó la mirada, su boca se abrió y vio sorprendido a la hermosa criatura que había entrado por la puerta. Llevaba la túnica de los aprendices de sanadores, pero la chica que había entrado era sin duda la más guapa que había visto jamás. Su cabello era de un color dorado intenso y sus ojos eran verdes aguamarina encerrados entre largas pestañas. Sus labios tenían el color de la cereza madura y su piel era tan blanca que se le transparentaban las venas debajo de ella.

- Alteza – dijo con voz aguda y cantarina – empezaré yo la sanación hasta que venga un maese.

- ¡Claro! – reaccionó Tarco – Pu... puedes llamarme Tarco – la chica le sonrió dulcemente.

- Gracias, pero prefiero alteza.

- Ya... esto... ¿eres aprendiz? – la chica asintió – y... ¿tienes nombre?

- Galatea, mi señor – respondió mientras la luz azulada empezaba a salir de sus manos.

- Galatea – respondió Tarco como saboreando el nombre. De pronto se dio cuenta - ¡te conozco! Eres la hija del maestro de sanadores.

- Así es, alteza. Soy Galatea de la Casa Prima. – Posó sus hermosos ojos en él y luego continuó trabajando.

- ¿Galatea?, ¿qué tal lo llevas? – dijo de pronto el mismo maestro de sanadores entrando por la puerta.

- Bien padre, pero no puedo terminar la sanación, es demasiado para mí.

- Alteza, ¿recordáis a mi hija Galatea? – dijo el maestro dirigiéndose al príncipe.

- Sí, acabamos de saludarnos.

- Dejadme ver ese brazo. Lo hacías bien Galatea, recuerda que tienes que curar primero los nervios antes de los músculos.

- Espera – dijo de pronto Tarco preocupado – me quedará bien el brazo, ¿no? – la chica se incorporó ofendida y se apartó de su lado, su padre solo rió.

- Tranquilizaos, mi príncipe. Mi hija es una de nuestros estudiantes más capaces, está muy bien dotada para la sanación, solo le daba un pequeño consejo. – Tarco vio como Galatea le miraba indignada y él se sonrojó.

- Perdonad, no quería decir que no... es decir, me disculpo por mis..., eso que siento... ¡buf!

- Me recordáis mucho a vuestra madre, alteza – se rió de nuevo el maestro sanador.

- Sí... también se atraganta cuando da explicaciones... Solo pensaba que si no se me curaba bien el brazo, Slar me iba a soltar uno de sus sermones. – la cara del maestro se tensó ante la mención de la gárgola.

- El general Slar.... – dijo más para él que para el príncipe, y este pensó que no debía ser fácil tratar con él. – no creo que tarde mucho en aparecer por aquí.

- ¿Es cómo dicen, padre? – el maestro cruzó una mirada con Tarco y los dos sonrieron nerviosos.

- Peor... es un maldito grano en el culo – respondió el príncipe.

- ¿¿¿Dónde demonios está mi chico??? – bramó una voz en el exterior de la sala. Tarco puso los ojos en blanco.

- General, lo están sanando, solo fue un pequeño golpe... - oyeron la voz de un sanador.

- Eso lo decido yo, ¿en qué sala está?

- Por favor, maestro – dijo con voz urgente Tarco – decidme que habéis acabado.

La puerta se abrió de golpe asustando a los que estaban dentro y un enfurecido Slar entró dentro sin llamar.

- Aquí estás, principito. Has perdido un combate contra un montón de piedras, ¿en qué piensas?? – le gritó. Tarco negó con la cabeza y la bajó pero antes vio la mirada de pena que le lanzaba Galatea, al menos no seguía enfadada.

- General, estoy terminando la sanación, debéis esperar fuera – dijo el maestro de sanadores.

- Esperaré aquí donde pueda ver si haces un buen trabajo, túnica azul. Yo diré si mi chico está bien sanado o no.

- ¿Cómo osáis? – dijo levantándose el maestro furioso - ¿cuestionáis mi trabajo???

- Sí se trata de uno de mis chicos por supuesto que sí – respondió Slar elevándose en toda su estatura.

- ¿Quién os creéis que...

- ¡Soy el tutor de los príncipes! – interrumpió gritando Slar – y hasta la vuelta de los reyes yo decido lo que está bien para ellos.

- ¡Slar! – Crim, el sanador de la Reina, entró en la habitación en ese momento – Pide disculpas al maestro de sanadores, tus palabras son inapropiadas e injustas.

- No me digas lo que tengo que...

- ¡Hazlo! – gritó el sanador. Tarco miró al sanador de su madre con sorpresa, siempre había sido tosco y huraño pero nunca le había visto con esa autoridad.

- Lamento mis palabras, túnica azul, me pongo nervioso cuando algo le pasa a los niños – Tarco empezó a quejarse de que usase esa palabra pero Slar le pegó un violento beso en la coronilla que le dejó mareado. – Saldré fuera para esperar al príncipe – y dicho esto salió sin dar ninguna otra explicación dejándoles solos. El maestro de sanadores se dirigió al sanador Morlan.

- Vaya Crim, no creí que vería nunca cómo salías en mi defensa. Has llegado en buen momento, eres al único al que hace caso. – le dijo el maestro.

- No se lo toméis en serio, maestro, Slar es un buen hombre, solo estaba preocupado – explicó el sanador.

- Gracias de todas formas – respondió el maestro, el sanador solo asintió y salió el también con aquel aspecto huraño que le caracterizaba. – Esto ya está, mi príncipe. – dijo al rato.

- Gracias maestro, espero no volver a pasar por aquí en una buena temporada.

- Me han dicho que usáis el ungüento de la vieja Tilly, ¿por qué sentir dolor si os lo podemos quitar? – le preguntó.

- ¿Habéis visto al gigante de ahí fuera? Con tal de no tener que soportar otro de sus numeritos haré cualquier cosa.

- Ya veo, se nota que el general os aprecia.

- En exceso... - afirmó Tarco y escuchó a Galatea reírse por detrás. Salieron de la sala y Tarco agradeció al maestro la sanación.

- No tenéis porqué dar las gracias, es nuestro trabajo.

- Madre siempre dice que los sanadores son el recurso más valioso de nuestro reino. – afirmó el príncipe.

- La reina es una mujer sabia, alteza, siempre ha protegido y salvaguardado al gremio de los sanadores. – Un maese hizo su aparición en ese momento llamando al maestro. – Disculpadme alteza, he de irme. – los dos chicos se quedaron solos y se miraron azorados.

- Debo irme yo también – dijo Tarco dándose cuenta que se había quedado parado mirándola.- Slar no tardará en volver a aparecer.

- Sí, yo... debo seguir con las sanaciones pendientes – dijo ella sin mucha prisa.

- Nunca había hablado con un aprendiz de sanadora. ¿Es difícil vuestra formación? – respondió Tarco intentando alargar la conversación solo un poco.

- A mí me lo parece, pero supongo que es muy distinta a la formación que tenéis vosotros o a la de los jinetes.

- Creo que muchas veces olvidamos que hay más aprendices que nosotros.

- Mi padre me contaba que tu madre solía curiosear por aquí cuando era aprendiz, ¿nunca has visto el palacio de los sanadores por dentro?

- Mi madre siente demasiada curiosidad por todo – dijo Tarco meditabundo – pero no, alguna vez he estado aquí para alguna sanación pero no lo he recorrido.

- ¿Quieres una visita turística?

- Claro, no veo a Slar cerca y no volveré a la escuela hasta la hora de comer.

- Entonces ven por aquí, te enseñaré dónde damos nosotros nuestra formación.

Galatea le guió por el impresionante palacio de sanadores, allí el blanco lo dominaba todo salvo por el azul claro de las túnicas de los sanadores, los distintos tonos de azul decían quiénes eran maestros y quienes aprendices. Estaba todo tan limpio e inmaculado que Tarco tuvo la sensación de que sería capaz de ver las huellas que dejaban sus pies en el suelo de mármol. La conversación con Galatea fue franca, interesante y divertida, le sorprendió gratamente disfrutando de la visita, donde se lo enseñó todo. El maestro de sanadores tenía razón, su madre había mejorado y ampliado las instalaciones de los sanadores, ya no sanaban solo a los dragones y a sus jinetes, el reino entero se beneficiaba de las habilidades de los sanadores y vio una larga fila de gente ser atendida por distintos aprendices y sus maestros.

- Vaya, es increíble – admitió cuando descansaron un poco – no tenía ni idea de que fuese así.

- La reina y mi padre han trabajado mucho mejorando el sistema de sanación, ahora es mucho más eficaz y podemos llegar a mucha más gente. – de repente la chica se quedó callada por un momento pero arrancó a hablar – Siento... lo de tu padre, seguro que la reina traerá de vuelta al rey. – Tarco asintió mientras sonreía tristemente.

- Si alguien puede conseguirlo es ella, gracias.

- No debe ser fácil por lo que estáis pasando vosotros, tu hermano y tú, digo.

- Bueno, cada cual tenemos lo nuestro, todos debemos hacer sacrificios en estos tiempos, quizá a nosotros nos corresponde hacer más por el rango que tenemos.

- Supongo... - dijo ella mirando al suelo.

- Bueno, me has enseñado el palacio, ¿quieres que te enseñe lo que hacemos los dragones?

- ¿El qué? – dijo ella sorprendida. Tarco desplegó sus alas de manera teatral.

- Volar – la chica se rió y asintió feliz.

- Príncipe Tarco – una voz le llamó y el chico volvió a transformarse en humano antes de darse la vuelta.

- Consejero Zalta, ¿ha ocurrido algo? – el Señor de la casa Zalta se acercó a él con un maese sanador detrás.

- Joan trae noticias de los humanos, no son buenas, alteza. Debemos reunir al consejo.

- Ya... yo... - miró a la chica que le miraba a su vez – Lo siento Galatea, otro día será...

- No os preocupéis alteza, primero es el deber.

- Sí... el deber – dijo él con pesar. Inclinó la cabeza a modo de saludo y siguió al Señor de Zalta de vuelta a la salida.

- Joan ha traído consigo una delegación humana, por lo visto tienen algunas exigencias y están molestos. Ha intentado contenerlos todo lo posible, pero ya no sabe qué más hacer – empezó a explicar el consejero.

- Los humanos siempre están igual, ¿acaso no les basta con lo que tienen?, ¡maldito egoísmo suyo! – dijo enfadado Tarco. Apríus se paró y miró al príncipe.

- Vuestros ojos refulgen igual que los de vuestra madre cuando se enfada, alteza. Vuestro exterior es igual que el del rey pero vuestro interior es como el de la reina... No debéis perder el control delante de la delegación humana, guardaos vuestros sentimientos y no los expreséis.

- ¡Sé controlar mi carácter, consejero! – estalló el chico – ¡no necesito que me recuerden a todas horas que debo controlarme!! – éste se quedó callado mirando al joven – Lo siento, no debería haberos contestado así, consejero.

- No os preocupéis alteza, si os soy sincero me gusta ver que tenéis el fuego de vuestra madre dentro. Ella ha logrado imposibles, vos también lo haréis, estoy seguro. Pero esta batalla no se ganará con furias, sino con palabras.

- Mi hermano estará allí también, sabéis bien que estas situaciones las domina bien Caram. – Iba a echar a andar cuando el consejero le cogió del brazo.

- Permitidme un consejo mi joven príncipe, sé que Caram es inteligente y es y será el mejor consejero que tendréis jamás. Pero vos sois el regente, seréis el rey, vos reináis, no Caram, ni el consejo, ni yo... No necesitamos un eco en el trono sino a un rey, no dejéis nunca las decisiones en manos de vuestros consejeros porque entonces dejaréis el reino en sus manos. Es potestad vuestra reinar, vuestro derecho... pero también vuestra obligación.

- ¡Así que aquí estás! – dijo Slar aterrizando a su lado – llevo buscándote media hora, ¿Dónde estabas niño? ¡Zalta!, ¿qué haces aquí?, ¿ha ocurrido algo?

- Joan ha llegado con una delegación de humanos, general, hemos convocado al consejo.

- Brrr... - gruñó la gárgola – reuniones interminables toda la tarde, encima no está Draco. – dijo con sopor. Cogió al príncipe bruscamente por el cuello y lo atrajo a su pecho - ¿te encuentras bien, principito?

- Estoy bien, Slar, ¡suéltame! – dijo intentando desembarazarse de la gárgola. Apríus hizo un escueto amago de risa que escondió tras una forzada tos.

Caram buscó con la mirada a su hermano y le vio entrar con Slar y el consejero Zalta, se dirigió a él y le hizo un gesto, su hermano le respondió con otro mirando a Slar.

- Bien, principitos, comportaos – les dijo éste poniéndose tras ellos en su papel de tutor. Tras esto uno de los consejeros empezó la reunión.

- ¿Dónde estabas? – le preguntó en voz baja Caram a su hermano.

- Fui al palacio de sanadores a que me curasen el brazo, conocí a una aprendiz, es guapa... y simpática.

- ¿Quién?

- Galatea, es la hija del maestro de ...

- ¿Galatea?

- ¿La conoces? – le preguntó Tarco.

- Claro que conozco a Galatea, lo que me sorprende es que no la conozcas tú.

- ¿Por qué debería conocerla?

- Pasamos muchas tardes jugando con ella de pequeños, ¿no te acuerdas? – Tarco miró a su hermano sorprendido.

- ¿De qué hablas?

- Cuando madre nos llevaba con ella al palacio de sanadores jugamos mucho con ella y su hermano Galadel, ¿cómo no puedes acordarte?, te encantaba cuando Galatea hacía chispas azules con sus manos.

- ¿Aquella niña rubia que...? ¡vaya! No las había relacionado. ¿Cómo puedes acordarte tú de ella?

- Galatea es una buena amiga, seguimos en contacto.

- ¿Cómo?

- Yo he seguido acompañando a madre en esas visitas, es parte de mi formación como consejero. Tú te quedaste la peor parte, acompañabas a padre y a Draco a los consejos.

- ¿Alguna vez te habló de mí? – preguntó su hermano.

- ¿Para qué diantres me iba a hablar Galatea sobre ti?

- Sssshhhhh... - les chistó por detrás Slar y Caram miró hacia abajo avergonzado.

- Me gustó su conversación. – volvió a decir Tarco.

- Ya... su conversación, ¿ahora lo llaman así? – se rió de su hermano.

- No te pases...

- ¡Atended! Malditos críos, la exposición de Joan es importante.

- ¡Sí, señor! – dijeron ambos al mismo tiempo avergonzados.

- ¿Sabías que Joan y Slar están liados? Se besaron antes delante de todo el mundo. – dijo Caram intentando no hablar en voz alta.

- ¿¿¿Qué???? – gritó Tarco y todo el mundo se quedó mirando a los príncipes.

- Alteza, ¿algo que alegar? – preguntó una Joan furiosa por la interrupción.

- No, continuad... Disculpad mi interrupción.

- ¿Se puede saber qué os pasa, niños? – dijo detrás de ellos Slar de nuevo.

- ¿Estás con ella?, ¿con la pelirroja? – preguntó Tarco a su tutor dándose la vuelta para hablar con él.

- Eso no te incumbe, cachorro. – por un momento vio rubor en las mejillas de la gárgola.

- ¿Lo sabe madre? – el rubor se acentuó y Tarco abrió la boca por la sorpresa.

- No se lo has dicho a madre – acusó Caram.

- La pequeña tentación no estaba cuando sucedió, ya la pondré al corriente cuando vuelva. – dijo carraspeando fuertemente.

- Se lo va a comer – dijo Caram a Tarco y este se rió con ganas – Madre se pondrá furiosa cuando sepa que estás con ella, con la dragona infernal.

- Callad los dos o lo siguiente que veréis será un zarpazo mío.

- Eso no me lo pierdo, en cuanto haga una conexión contigo lo sabrá... ¡Y Draco va a flipar! – dijo de nuevo Caram y los dos hermanos rieron con ganas ante el rubor intenso que cubría el rostro de la vieja gárgola.

- Madre no te perdonará nunca que la abandones por ella precisamente.

- No tengo nada que deciros, cachorros imberbes, atended al consejo.

- Dicen que Joan nunca ha querido un jinete desde que madre voló por primera vez con ella y ansía que la reclame, se conforma con poco la dragona si está contigo. – dijo Tarco para picarle mientras seguían riéndose.

- ¡Basta los dos! – rugió el viejo dragón y por segunda vez el consejo fue interrumpido.

- ¿Se puede saber qué pasa? – inquirió de nuevo Joan mirando al trío enfadada.

- No es necesario que continuéis, dragona. – dijo Tarco de repente levantándose. Algo en su postura y en su voz hizo que todos recordasen al rey. – Os agradezco vuestra exposición pero mi decisión es firme. Delegados humanos, mi respuesta es NO. No os daremos más recursos naturales ni os permitiremos la explotación descontrolada de los que tenéis.

- ¡Necesitamos más! – gritó un humano enfadado.

- Compartís el planeta con muchas razas, humano. – dijo el joven dirigiéndose hacia él, puso las manos a la espalda como hacía Arco y caminó erguido hasta pararse en medio del gran salón. – Durante generaciones los tuyos han sabido controlar los recursos y la población. Seguiréis las leyes que rigieron a vuestros antepasados, las leyes que todos aprobamos en la última asamblea.

- Hay muchas razas que no usan los recursos. – dijo otro humano.

- Repartimos el mundo en la primera asamblea después de la guerra, humano, los recursos fueron también repartidos. Se han hecho acuerdos y negociaciones, hemos sido justos y equitativos con todas las razas.

- Nosotros somos... - empezó a decir el humano pero Tarco le interrumpió.

- Sois una raza más dentro de nuestro planeta, una raza con un gran potencial, delegado, sin duda la raza humana tiene mucho potencial, pero también es autodestructiva y egoísta. Mi padre, el rey dragón, hace un trabajo sumamente peligroso, media entre las razas de la Tierra, su ausencia no nos exime de nuestras obligaciones ni nos libera de nuestros compromisos. Respetad los acuerdos, haced uso de las leyes que todos votamos para conseguir mejoras, pero no exijáis delegado, pues la raza humana no está por encima de ninguna otra raza.

- Su padre nos habría... - Tarco volvió a interrumpir.

- Mi padre hace tiempo que habría acabado con vuestras ínfulas. Yo he sido más paciente, quizá debido a mi inexperiencia o quizá debido a la esperanza de que todo se solucionase. Nuestros dragones han intentado mediar y solucionar vuestros problemas de abastecimientos, Joan estaba haciendo una gran exposición sobre ello pero vos solo tenéis el alma llena de ansia y de deseo hacia los recursos de otras razas sin pagar por ellos. Nada de lo que dijera Joan habrías aceptado, ¿no es así humano? – el delegado tuvo el decoro de sonrojarse.

- Usted no es quien... - Tarco se enderezó, con los brazos a la espalda y la piernas abiertas para mantener el equilibrio parecía un titán enfurecido, su parecido con el rey dragón fue notable, pero su voz sonó cargada de ira como la de la reina y todos se encogieron de miedo ante la potente voz que surgió de su pecho.

- Soy Tarco, hijo de Calem, regente del reino de los dragones y hasta que mi padre vuelva, humano, soy el señor de todas las razas aliadas. Soy quien, soy el único quien puede dictar leyes. ¿Queréis romper los tratados?, ¡adelante!. La raza humana se escindirá de la Gran Asamblea. – los humanos gritaron asustados, ese era el peor panorama posible.

- No, no... - dijo el delegado asustado – negociaremos, pactaremos nuevos contratos.

- Bien, sabia decisión humano. Concluiremos el consejo aquí, disfrutad de la hospitalidad del reino de los dragones, entonces.

Tarco salió y detrás su hermano menor también, éste vio que Tarco tenía los puños apretados con fuerza y hacía todo lo posible por no perder el control.

- ¡Tío!, eso ha sido auténtico. – le dijo.

- Debería haberle arrancado la cabeza a ese mequetrefe.

- Lo has hecho genial, ¿qué te ha entrado? – le volvió a decir su hermano.

- Padre está prisionero, madre arriesga su vida intentando salvarle y Draco está con ella intentando protegerla. ¿Qué nos queda, hermano? – se dio la vuelta furioso – Un maldito nido de rufianes como los humanos que intentan volver a dominar la tierra. ¡Estoy harto!

- Oye, para el carro, tío – le dijo su hermano cogiéndole por los brazos, Tarco inspiró fuertemente.

- Estoy cansado, solo eso, desearía que padre y madre estuviesen aquí... yo...

- Si madre hubiese estado aquí se habría organizado una buena, ella no se habría controlado como lo has hecho tú. Estoy orgulloso de ti, Tarco, vas a ser un gran rey.

- Coincido con eso, alteza – dijo una voz a sus espaldas y vieron al maestro de jinetes apostado en una columna mientras se apoyaba en el bastón que siempre llevaba. – Ha sido una gran demostración, joven príncipe.

- ¿Creéis que he estado equivocado, maestro?

- No, creo que habéis tomado la mejor de las decisiones, no podría haber acabado de otro modo.

- ¿Qué pasará ahora?

- Los humanos pactarán, tranquilo, después de tu amenaza se calmarán los ánimos, con un poco de suerte la reina volverá antes de que vuelvan a incendiarse.

- Yo creo que lo hizo genial, ¿no creéis, maestro? – le dijo Caram, Tarco solo sonrió a su hermano de medio lado.

- Sin duda fue toda una declaración, estoy orgulloso. – contestó Dorc con satisfacción

- Yo sí que estoy orgulloso del cachorro – Slar apareció como siempre de la nada y agarró a los dos jóvenes entre sus largos brazos – Estoy orgulloso de los dos, ¡qué bien os estoy criando! – dijo con orgullo.

- ¿No crees que nuestros padres tendrían también algo que ver? – dijo Tarco riéndose.

- Y Draco, no nos olvidemos – dijo Caram intentando soltarse.

- ¡Bah!, sandeces, ¿qué sabrán ellos de educar críos? – todos se echaron a reír ante las confiadas palabras de la gárgola.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro