Capítulo 1
Su figura negra se distinguía escasamente en plena noche, apoyado en la pared observaba a la joven que dormía plácidamente. Como siempre vislumbró una mata de cabello de color miel que sobresalía de las sábanas, en un momento dado la chica se despertó y miró extrañada a su alrededor pero al no ver nada fuera de lugar volvió a tumbarse para seguir durmiendo. La siguió observando por largo rato más y cuando el sol iba a hacer su aparición en el horizonte salió volando.
-.-
Me levanté por la mañana temprano, como siempre apenas había salido el sol y yo no podía quitarme la sensación de que alguien me observaba por las noches, pero cuando me despertaba nunca veía a nadie, era frustrante.
- ¿Qué tal has dormido? - me dijo Helmi alcanzándome para acompañarme a desayunar.
- Bien, bueno... no mal, no del todo. - negué con la cabeza. Volví a tropezarme con la larga túnica dorada que debía vestir y la pateé para apartarla de mis pies - Esta ropa es muy incómoda - dije más para mí que para ella.
- Estás muy hermosa esta mañana Senda y tus ropajes acentúan tu hermosura.
- Sí tu lo dices... - le dije tras encoger los hombros - Oye Helmi, no hace falta que me acompañes todos los días, puedo ir sola hasta el Atrium.
- Es mi deber acompañar a la Vestal hasta el Atrium Vestae, mi deber es protegeros, Vestal, con mi vida si es preciso, las Valquirias servimos a las Vestales.
- Ya... - dije no muy convencida. Helmi era una Valquiria, una de las hijas de Odín a su servicio, eran grandes guerreras y cuidaban de nosotras, las vestales, con gran valor. Asgard era el planeta donde vivíamos, donde los dragones originales vivían y a los cuales servíamos con devoción y sumisión.
- ¡Mira! ¡El descastado! - me dijo de pronto y me asomé por la barandilla de la gran terraza donde se había asomado Helmi para ver al dragón apoyado en uno de los árboles mirando en nuestra dirección.
- No le llames así, Helmi, él no tiene la culpa de ser cómo es.
- Nos está mirando, siempre nos mira.
- Bueno, a nosotras o al resto de las vestales que hacen lo mismo que nosotras y les estamos mirando a él. - Miré a ambos lados y vi cómo mis hermanas las Vestales con sus Valquirias se asomaban a la terraza para observar al hombre que nos miraba a su vez, todas cuchicheaban como nosotras y se reían señalándole. Negué con la cabeza divertida y volví a introducirme en la terraza - Vamos, Helmi, llegaremos tarde.
- Me han dicho que ayer consiguió derrotar a Roth, ¡sin convertirse en dragón! - la miré sorprendida, Roth era uno de nuestros mejores guerreros, ¿cómo había hecho para ganarle?
Volví a asomarme a la ventana y vi que sus ojos azules estaban fijos en mí, o al menos eso me parecía, éramos tantas las chicas asomadas a la terraza que podría estar mirando a cualquiera. Arco era un enigma para mí, había llegado a Asgard más o menos al mismo tiempo que yo por lo que recordaba. Le llamaban descastado porque no era igual que los demás guerreros, él podía convertirse en dragón, era el único de nosotros que podía convertirse en dragón, un increíble dragón negro, gigantesco que surcaba los cielos a una velocidad de vértigo. Era extraño, pero siempre que le veía volar deseaba poder hacerlo con él. Los guerreros como Roth no podían convertirse en dragones y todos le dejaban de lado porque creían que quería suplantar a los originales, los dragones originales, aquellos que no podían convertirse en hombres y que nos habían dado la vida a todos. Por lo visto con el paso del tiempo, Arco, había mejorado aún más en su formación y ahora era capaz de vencer a alguien con tanta experiencia como Roth, el mejor de nuestros guerreros. En fin... dejé de pensar en él y me dirigí al interior del gran edificio con Helmi siguiéndome de cerca, ella se tomaba muy en serio su papel de Valquiria y yo hubiese dado lo que fuera por dejar de ser una Vestal.
Las vestales como yo éramos las sacerdotisas de Asgard, vivíamos todas juntas protegidas por las Valquirias en el Atrium. Cada una de nosotras teníamos asignada una valquiria, la mía era Helmi, la enorme mujerona que me acompañaba en esos momentos, con el cabello dorado como el sol que peinaba en dos gruesas trenzas que danzaban alegremente alrededor de su cara. No era muy inteligente, cierto, pero era buena persona, lo que la hacía muy apreciada ante mis ojos. Helmi no me dejaba ni a sol ni a sombra, parecía que durmiese delante de mi puerta, y se tomaba su deber muy en serio, demasiado en serio. Me acompañó hasta el templo donde cumplíamos con nuestro trabajo y me dejó con un gesto de cabeza en las grandes puertas de cobre.
Al poco tiempo estaba en mi altar y me puse de rodillas para poder empezar. El trabajo de una vestal es el más aburrido del mundo, al menos para mí. Nuestro sagrado deber es enlazar las mentes de los guerreros y guiarles en las batallas, eso es todo, no tenemos ni voz ni voto, no hacemos nada más. Pero alguien debe hacer ese trabajo y las Vestales somos muy apreciadas por nuestros poderes, tanto que somos las mujeres más deseadas para el matrimonio de todos los dominios de los originales... Matrimonio, ¿quién quiere casarse?, bueno... quizá con cierta persona con unos increíbles ojos azules... ¡bah! matrimonio, menuda tontería. De todas las vestales, yo era la que poseía un poder mayor, ninguna me equiparaba en cuanto a la fuerza de mi conexión, eso me hacía estar en una posición privilegiada respecto a las demás, pero realmente a mí no me servía de nada. Pasaba mi tiempo retransmitiendo órdenes y como he dicho, mi trabajo era aburrido. Había hablado con las demás vestales y ninguna jamás entendió qué era lo que le decían a los guerreros, por mi parte sí que me enteraba, de las posiciones defensivas, los refuerzos, los ataques, las estrategias a contemplar, aunque nunca lo había comentado con nadie, ni siquiera con Helmi y lo peor de todo, eran muchas las veces que no estaba de acuerdo con las decisiones que tomaban.
- ¿Por qué avanzan hacia esa zona si claramente es una trampa? - murmuré para mí mientras me esforzaba por hacer llegar la voz de un capitán nervioso al resto de los guerreros. No faltó mucho para ver en mi mente como tenía razón y caían con facilidad en la trampa, di un golpe en el suelo con el puño y la plataforma de cobre se sacudió con el golpe, las demás vestales se volvieron hacia mí sorprendidas. - ¿Podéis relevarme? - pregunté a una de las máximas sacerdotisas que nos vigilaban, esta asintió y salí fuera para coger aire.
Me dirigí hacia una de las terrazas más alejadas, solitaria a esas horas, para descargar mi rabia por lo que había visto, incluso yo podría haber dirigido ese grupo mejor que ese insensato capitán...
- ¿Un mal día? - me volví asustada para ver al descastado al lado mío apoyado en la pared, me sorprendió verlo, ¿cómo había llegado aquí?. Era mucho más alto que yo, con cabello castaño y esos profundos ojos azules que a todas horas suponía me observaban. Levanté la mirada hacia él y no pude evitar fijarme en sus labios...
- No deberías estar aquí, guerrero, si te encuentran cerca de una vestal te azotarán. - le dije ruborizada.
- Me arriesgaré, es raro verte sola. - tenía razón, Helmi nunca se separaba de mí salvo cuando estaba en el Atrium y normalmente estaba sumida en mi trabajo.
- Debo volver, solo quería tomar un poco de aire. - dije intentando entrar, pero el guerrero me cortó el paso.
- Eres incluso más hermosa de cerca - me dijo con una intimidad que me desarmó.
- Y si te acercas más podrás comprobar lo hermosa que será la patada que te pegaré - le contesté, él se rió quedamente.
- No te vayas todavía, déjame disfrutar de tu compañía.
- Si quieres compañía vete con uno de los hijos de Surt, me han dicho que son muy cariñosos cuando te destripan - esto hizo que se pusiese serio.
- Mañana saldré en la siguiente patrulla - se me secó la boca cuando lo dijo y un frío miedo se instaló en la boca de mi estómago.
- Que las bendiciones de Odín te acompañen, guerrero. - le contesté haciendo la bendición con mi mano, pero él solo me la cogió y la apretó contra su pecho, me quedé mirándole estupefacta ante su atrevimiento.
- Te he sentido en otras ocasiones en mi mente, sé que eres capaz de mucho más que de transmitir órdenes, sé que eres capaz de ver con perspectiva la batalla y tomar decisiones.
- ¿Cómo es posible...? - no terminé la frase e intenté retirar mi mano pero él siguió aprisionándola contra su pecho.
- Prométeme que no dejarás que muera. - Le miré aún más sorprendida - Si debo morir que no sea por una decisión estúpida de alguien incompetente.
- ¿Cómo sabes lo que puedo hacer y lo que no? - le pregunté bajando los ojos para que no pudiese ver mis ojos.
- Siento tu mente gritar de angustia y de indignación cuando nos enlazas.
- Eso no es posible, mantengo mi mente a salvo de los demás. - levanté sorprendida los ojos hacia él. - ¿Cómo es posible que sepas lo que hay en mi mente?
- Prométemelo. Si he de morir que sea por alguien como tú, no por una necedad. - me dijo con pasión, volví a ruborizarme, pero asentí. Escuchamos pasos que venían hacia nosotros y me sonrió con una media sonrisa que hizo derretir mi corazón y que le hizo parecer terriblemente atractivo - Sí, sin duda moriría por ti. - me besó con gentileza la mano y se transformó en semihumano echando a volar.
- ¿Vestal Senda? os esperan en el Atrium.
- Voy, voy... yo solo tomaba el aire - miré por encima del hombro por donde había desaparecido el dragón y me dejé guiar hacia el interior del edificio.
Surt era uno de los gigantes que se habían alzado contra los dragones originales, se había convertido en el líder de todos los renegados y finalmente había iniciado una guerra tan larga como el tiempo, una guerra eterna. La guerra llevaba tanto tiempo librándose que había tomado nombre, el Ragnarök, la batalla del fin del mundo. Surt y sus gigantes devoraban estrellas y destruían planetas intentando eliminar a los originales y sus estirpes. Al frente de los originales estaba nuestro padre, Odín, el más poderoso de todos los dragones. A mí me habían traído de una tierra lejana para convertirme en vestal, muchos, como yo, habían entrado al servicio de Odín de la misma manera. Cuando llegábamos nuestros recuerdos eran borrados para que nuestros sentimientos y nuestra nostalgia no interfiriesen en nuestro deber. Nuestras habilidades prevalecían así como nuestras personalidades, pero ninguno de nosotros recordaba quiénes éramos antes de llegar a Asgard. Muchos de los nuestros morían a manos de los gigantes sin tan siquiera poder recordar el nombre de sus madres, en estos momentos perdíamos la guerra y todo decía que el Ragnarök finalmente nos devoraría a todos.
Salí aquella tarde con dolor de cabeza, una vez más había visto perecer a miles de guerreros mandados inútilmente a luchar contra aquellas bestias, además no dejaba de pensar en mi encuentro con el descastado, mañana saldría a luchar y según iba la guerra era muy probable que muriera... ¡maldita sea!
- No traes buena cara - me dijo Helmi al alcanzarme.
- Algunas veces envidio no ser una valquiria como tú. - le contesté con pesar.
- Las vestales sois muy importantes, ¿por qué querrías ser una valquiria?, no hay mayor honor que ser una vestal.
Resoplé sin que me viese, bien pensado las valquirias tampoco es que pudiesen hacer mucho en ese mundo de grandes dragones. Es cierto que iban por ahí con armaduras molonas y enseñando piel pero su trabajo, al final, solo era ser niñeras de un montón de niñas lloricas como éramos las vestales.
- Senda - me llamó la Suma Vestal y le hicimos una reverencia al ponernos a su altura. - Nuestro padre, Odín, te espera.
- Sí, gran sacerdotisa - le dije con tono contenido.
Y aquí estaba otro de mis grandes problemas... Odín, el gran y poderoso dragón, padre de todo y de todos, el hacedor de nuestra existencia y... un maldito grano en el culo.
Es cierto que no habíamos empezado con buen pie y nuestra relación no había mejorado con el tiempo. Lo primero que recuerdo, tras despertar, es hallarme en su presencia y desde luego no fue el mejor de los comienzos...
- "¿Quién eres??? - le grité asustada al despertarme en la gran colina donde él yacía. Allí en medio de un hermoso día, en una pradera verde de hierba olorosa como si estuviese en un bello cuadro, estaba el mayor dragón dorado que había visto jamás, el único dragón dorado que había visto jamás.
- Bienvenida, hija mía, hace tiempo que te espero. Soy Odín, tu padre.
- ¡Qué te den! - miré a todas partes intentando encontrar un modo de escapar.
- Serás la más bella de mis hijas, sin duda - le miré por un momento con estupor.
- ¿Qué me has hecho? - le pregunté rabiosa - ¿por qué no recuerdo nada?
- Nada debes recordar, solo a mí. Ven, déjame recrearme en ti. - no sé si fue el tono en que me lo dijo, o su voz, o que tenía la sensación de haber pasado ya por esto, por la sensación de estar a merced de alguien que la furia hirvió dentro de mí.
- Ni te acerques, monstruo. No sé qué diantres me has hecho pero lo averiguaré y pagarás por ello. Desde luego no sé quién crees que soy. - escupí.
- Eres mi hija y me servirás, me debes obediencia y lealtad.
- ¿Obediencia?, ¿lealtad?. Te equivocas monstruo - dije irguiéndome en toda mi altura - no conozco amo ni señor, no obedezco ni me doblego y jamás otorgaré mi lealtad a quien no se la haya ganado.
- Soy tu padre, hija mía.
- Devuélveme mis recuerdos y hablaremos.
- Mis guerreros me pertenecen, no deben recordar otra cosa más que su existencia conmigo.
- No sé que me has quitado, pero te puedo asegurar algo, cuando descubra aquello que me has obligado a olvidar te lo haré pagar..."
A partir de ahí nuestra relación, bueno, se resintió un poco. Odín acostumbraba a llamarme casi todas las tardes y allí iba yo seguida por mi fiel Helmi, toda emocionada porque vería desde lejos al gran dragón original, menos mal que no escuchaba nuestras conversaciones porque si lo hubiera hecho, esa extraña adoración que parecía sentir hacia mí, se habría esfumado.
Nos cruzamos con los guerreros que entrenaban en el gran campo, muchos de ellos dejaron de entrenar al vernos aparecer y como siempre Roth surgió a nuestro paso.
- Tarde hermosas te esperan, vestal. - me saludó omitiendo a Helmi del saludo lo cual hizo que hiciese un ruidito impaciente al verse apartada.
- Guerrero. - dije secamente e intenté continuar mi camino sin conseguirlo, pero él se interpuso delante de mí.
- Nuestro padre gozará de tu compañía con el mismo deseo que los demás quisiéramos... - bla, bla, bla, pensé, siempre igual, qué cansino era.
- Gracias. - volví a ser lo más seca posible.
- Esperaré con ansia tu regreso para volver a ver tu hermoso rostro - ni siquiera le contesté y solo hice un gesto con la cabeza. Cuando nos alejamos un poco le dije a Helmi.
- Hay que volver por otro sitio cuando volvamos.
- No hay otro sitio por el que volver al Atrium, vestal, es obligatorio pasar por aquí.
- Mierda... - solo repliqué.
- ¡Mira! El descastado vuelve a mirarnos. - volví mis ojos y me encontré con la mirada azul intensa del dragón, miles de mariposas se revolucionaron en mi interior y creo que me sonrojé y todo. - Es mucho más guapo que Roth, ¿no crees?
- No... no me he fijado. - dije simplemente y volví al frente mi mirada.
En el fondo pensaba exactamente lo mismo, el descastado era guapísimo, ¡buf! me entraban calores solo de mirarlo, era increíble. Roth era un tipo guapo, sin duda, pero al lado del dragón no tenía nada que hacer. Como he dicho, las vestales somos codiciadas como esposas y eso era lo único que buscaba el idiota de Roth, una esposa perfecta. Por lo que sabía, al tío se le morían como moscas las esposas, había estado casado con una valquiria, una tal Sif, pero había muerto hacía tiempo en una de las múltiples batallas contra los hijos de Surt. Ahora iba en busca de otra esposa y por lo visto yo tenía todas las papeletas. Era una enorme mole de músculos hiperdesarrollados, con una larga cabellera pelirroja y una barba perfectamente cuidada. Siempre llevaba al cinto un hermoso martillo labrado, decían que había sido hecho por los enanos, aunque nunca he visto a uno de esos enanos de los que tanto hablaba, lo acariciaba y le sacaba brillo todo el rato, el martillo había estado durante generaciones en su familia y tenía nombre, Mjolnir y solía hablar con él como si de una persona se tratase.
Por mi parte intenté concentrarme en mi siguiente visita, Odín, había algo que ese dragón original no me había dicho y solo soportaba aquellos encuentros buscando lo que me habían robado, mis recuerdos. Sé que había algo importante que había olvidado, algo muy importante y quería recuperarlo a todo costa, era como ver algo por el rabillo del ojo pero cuando te giras ya no está ahí. Recuperaría mis recuerdos y volvería a ser yo, pero mientras debía averiguar cómo hacerlo y para eso debía seguir hablando con el gran dragón que decía ser mi padre.
Averiguaría qué me habían arrebatado y lo recuperaría... algunas noches manos infantiles acariciaban la mía, pero nunca conseguía sujetarlas para saber a quienes pertenecían, otras eran unas hermosas crines las que se enredaban entre mis dedos y un ansia de volar me consumía por dentro... ¿Quién era?, sé que no era una vestal, que mi destino no era quedarme al margen viendo como otros luchaban, pero entonces... ¿quién era yo?. Solo sé mi nombre, Senda, pero cuando lo pronuncio algo más quiere salir detrás... jinete...
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