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Capítulo tres

Irrumpió el gran hijo de puta —el puerco espín del jefe— nuestro momento y lo hizo con tanta fuerza que Carlota se puso de pie.

—¿Os parece bonito dejarme tirado? —nos recriminó—. El bar cayéndose y vosotras aquí de cháchara.

Carlota encendió la pantallita por dónde se veía el espectáculo desde el camerino y lo miró.

—Pero qué dices, ¡si están ellas dando el show! —nos defendió.

—El deber era vuestro, no de ellas —nos gritó.

Diana se levantó.

—Oye, baja los humos —Diana se puso delante de él para plantarle cara—, nosotras hemos hecho nuestro turno. ¿Vale?

—Además, ayer las cubrimos nosotras a ellas sin saber un motivo específico así que, estamos en paz —lo miró desafiante Carlota, esta muchacha daba miedo cuando se enfadaba—. Lo justo es que nosotras las cubrimos un día, ellas a nosotras otro. Además, tampoco exageres. Ellas nos han cubierto veinte minutos y nosotras tres largas horas.

—Aquí quien cubre a quien lo decido yo y san se acabó —soltó el cabronazo y me miró—. ¿Y tú? ¿Qué haces ahí sentada? Levántate ya y vete a calentar clientes, ¡ahora! —me gritó para desafiarme.

—Eso sí qué no, ¿no te das cuenta que no está bien? —me defendió Carlota.

—A mi me da igual si está bien o no, aquí se viene a trabajar y punto —nos informó—. Si no dais la talla, ahí tenéis la puerta —nos señaló la puerta del camerino.

—No tienes corazón —le reprochó Diana—. No te importa ni siquiera el bienestar de tus empleados, solo quieres que trabajen como burros por un miserable dinero y un contrato ilegal. ¿Sabes que esto es denunciable?

—¿Así? ¡Tu! —la empujó con un dedo hacia atrás—. ¿Tu eres la que me va a denunciar, niñata?

Me armé de valor y me puse en medio entre ellos.

—Déjala en paz, a las dos —le dije refiriéndome a mis dos amigas.

—Y yo también te denunciaré como siga esto así —le gritó Carlota.

—Anda, si la niña se armó de valor y dejó de gimotear —me dedicó una mirada asesina.

Carlota y Diana fueron a abalanzarse sobre él pero lo evité con un gesto para que ahora me dejasen hablar a mí.

—Un gran jefe se preocupa por sus empleados, no los explota ni los martiriza —dijo entre dientes Diana.

—¿Ese un gran jefe? Si le importa una mierda lo que le pase a Indira y a cualquiera de sus empleadas —gruñó—. Solo sabe pensar con la polla. Si una empleada llora, ¡que le den! si una empleada tiene fiebre y no se tiene de pie, ¡pues que se muera! Total, como a él le importan nuestras vidas tres mierdas.

—Niñas, salid por favor —les pedí a mis amigas para quedarme a solas con él. Más bien les supliqué porque lo estaban empeorando todo con su segunda conversación.

—Ni hablar, con este energúmeno no te vamos a dejar sola —expresó Diana.

—Eso mismo te digo yo también —me respondió Carlota.

—Por favor, salid —dirigí mi mirada hacia la puerta—. Ahora hablaremos, ¿vale?

Mis amigas se miraron y asintieron.

—Estaremos fuera —me comunicó Diana.

—Si necesitas algo, grita que nosotras nos encargaremos de sacarle los ojos a este ser despreciable —lo miró con asco y este le dedicó una sonrisa retorcida.

—A ver si a vuestra amiga si le hacéis caso.

Carlota fue a abalanzarse sobre él pero Diana se lo impidió.

—¿Estarás bien? —se preocupó Diana por mi.

—Si —le contesté.

Diana arrastró a Carlota hacia la puerta y después de abrir la puerta, salieron y se quedaron desde fuera mirándonos como dos estatuas.

—Qué fuerte me parece todo esto...—dejó caer el gilipuertas.

—Cerrad la puerta, por favor —les ordené.

—No —negó Carlota con la cabeza.

Me acerqué a la puerta y la cerré con pestillo, me volví para mirarlo y este me hizo un gesto para que me acercara a él. Me quité las últimas lágrimas que tenía en las mejillas y me aproximé a él.

—¿Qué te ocurre, zanahorita? —estiró la mano para acariciarme el cabello pero me aparté. »Como odio que me llame así«.

—Nada que te importe.

—Oye, siendo así de arisca no vas a conseguir nada. ¿Sabes? —se mordió el labio.

—Es que no quiero conseguir nada y menos si viene de tí.

—Bueno, bueno qué soberbia —intentó provocarme pero no lo consiguió—. Antes se quejaron de tener un salario de mierda, si ellas supieran que se los puedo llenar de extras si ponen de su parte.

—Ya me imagino como...

Se acercó a mí y me puso la mano en la cadera. Esa mirada de asqueroso y pervertido cada día me producía más náuseas, di un paso atrás para mantener las distancias.

—Eres muy astuta, eso me gusta de ti —me informó e intentó tocarme de nuevo pero no lo dejé. »Pues a mí de tí no me gusta nada, al contrario. Detesto todo de ti«.

—Por favor, no me toques.

—¿Y como quieres que te haga el amor si no me dejas tocarte? —se relamió el labio y me miró de arriba a abajo—. No sé... necesitamos contacto físico. ¿No crees? Además, si has hecho que nos quedemos a solas es por que quieres que te dé un buen polvo.

»Asco, no era la palabra que siento ahora mismo por él. Es repugnante, ¿De verdad es tan iluso como para hacerse esas paranoias en la cabeza? Antes muerta que acostarme con él. Si tiene que tener sida, sifilis y todas las enfermedades contagiosas que existan en este mundo«.

—¿Perdón? —lo interrumpí—. Si que tienes nubes en la cabeza tu, ¿no?

—No te hagas la inocente anda, que la otra vez bien que calentabas al castañito ese —me lo recordó y mi alma se vino abajo pero esta vez no podía. Tenía que ser fuerte para enfrentarlo y no podía darme el gusto de verme llorar—. Lo mismo que hiciste con él, puedes hacerlo conmigo. Anda, qué te cuesta si seguro que te lo tiraste. Por uno más no pasa nada —me guiñó el ojo—. A ese si que no le negabas nada, al contrario. Bien que te ofrecías.

—Lo que haga en mi vida privada, no es problema tuyo y, ¿sabes? Antes muerta que acostarme contigo —le escupí en la cara y éste me cogió de las muñecas, me empezó a besar el cuello por la fuerza y yo luchaba para que me dejase—. ¡Suéltame!

—Si tan gallita eres ahora vas a acatar mis órdenes —se pegó a mí y se quitó el escupitajo de la cara. Noté su erección sobre mi falda y sentí un sentimiento de asco combinado con mil sensaciones más. Ninguna buena—. ¿Sabes? Sé que solo tienes este trabajo y lo necesitas. Así que si lo quieres conservar, te vas a acostar ahora mismo conmigo y cada día del año. ¿Estamos? —me gritó.

Forcejeé contra él hasta que de un empujón lo estampé al suelo. Este se quedó completamente noqueado debido al impacto y se fue incorporando poco a poco.

—Hija de la gran puta.

—¡No me vuelvas a tocar en la vida! ¿Entendido? —vociferé con fuerzas—. Eso lo será tu madre.

Se levantó e intentó acercarse a mi pero cogí una botella vacía de Aguardiente que tenía cerca.

—No te acerques más, si no quieres que te rompa la cabeza con esto —me defendí.

—¿Me vas a matar zanahorita? Venga, hazlo si tienes huevos —me desafió e intentó arrebatarmela pero no le dejé.

—Si te atreves a tocarme, soy capaz de hacerlo —le informé con la voz temblorosa.

—Pero si te tiemblan las piernas niña... ¿qué vas a hacer tú? —le lancé una copa y éste la esquivó—. ¿Se puede saber qué haces? ¡Estás loca!

—Las tocas a ellas o a mí y te juro por lo más sagrado que te mato —seguía defendiéndome—. Prefiero ser una loca que un maldito violador como tu.

Levantó la mano para pegarme pero lo esquivé.

—¡Atrévete, cobarde! —le provoqué sin importarme las consecuencias.

Éste intentó agarrarme pero luché con todas mis fuerzas y no lo permití.

—¡Ven aquí puta, no te hagas de rogar más y arrastrate de una vez! —manifestó con ira—. Si no quieres que te despida, rindete a mis pies. ¡YA!

—Qué pena me das, eres penoso —lo apunté con la botella para evitar que se me acercara más—. ¿Tan triste es tu vida como para tener que obligar a las mujeres a que te hagan un favor?

—Yo no las obligo, ellas se me ofrecen putita.

—¿Cómo yo, no? —me reí pero en el fondo estaba temblando de miedo.

—Por ejemplo.

—¿Sabes? No hace falta que me despidas tu —lo enfrenté con furia.

—¿A no? Cuando yo quiera te puedo poner patitas en la calle, nena.

Me empecé a reír fuerte porque la ocasión lo requería.

—¿Tan seguro estás?

—Lo siguiente, baby —me miró con un deseo indescriptible. Tuve que taparme la boca para no vomitar delante de él, aunque ganas no me habían faltado.

—No te voy a dar el lujo, ¿sabes por qué? ¡Porque me largo de aquí, renuncio! —le comuniqué.

—Muy buena esa, pobre castañito —susurró entre dientes—. Ahora entiendo porque no lo volví a ver por aquí. Porque ni él mismo fue capaz de aguantarte. No soportó tus mentiras baratas y se largó.

Ya tocó fondo, eso sí que no se lo iba permitir. Dejé la botella en una mesita, lo cogí por los hombros y le asesté una patada en esos huevos tan asquerosos que tenía.

—¡Ni te atrevas a pronunciar su nombre y mucho a menos a mencionarlo! —le arañé la cara y soltó un quejido de dolor tremendo—. Ni en tus mejores sueños vas a llegar a su altura. ¿Sabes por qué? Por qué no vales nada, cabronazo. No le llegas ni a la suela de los zapatos.

—¡AH!, suéltame puta —me intentó sostener pero me revolvía en un modo que era inaccesible para él—. Ya quisiera él ser como yo.

—O tú como él —provoqué que cayera en el suelo y aproveché ese momento para pegarle con un objeto de madera que pillé a mi altura.

No sabía como lo hizo para ponerme la zancadilla y que me cayera al suelo cerca de él. Rápidamente se puso encima mía e intentó arrancarme la blusa pero, actué con tanta velocidad que le propiné un golpe que hizo que impactara con el pico de una mesa. En ese momento escuché unas voces desde fuera y ví como la puerta se abría de par en par —Félix acababa de destrozarla de una patada—. Mi compañero se abalanzó sobre él y me lo apartó de encima mientras que mis amigas se acercaron a mí para abrazarme.

—¿Indi? ¿Estás bien? —me miró preocupado Félix.

—No debimos de dejarte sola —me abrazó Diana.

—¡Pudo haberte hecho algo! —me revisó todo lo que tenía a la vista—. ¿Te hizo algo?

—No me hizo nada, ya sabéis lo fiera que puedo llegar a ser a veces —señalé al puerco para que vieran los puñetazos y arañazos que le asesté durante el forcejeo—. Si, estoy bien dentro de lo que cabe —me dirigí a Félix.

Félix lo amordazó y lo encerró en un pequeño servicio que había dentro del camerino. Lentamente se acercó a mí y me soltó del agarre de Diana. Me miró cada zona descubierta y me abrazó con fuerza.

—Tienes que irte de aquí, ¡ya! —me advirtió—. Antes de que dé la alarma, tienes que huír.

—¿Pero y dónde va a ir? ¡A su casa no puede esconderse! —le dijo Diana nerviosa.

—Tiene que irse antes de que alguien descubra el pastel —me miró al deshacerme de su abrazo—. En cuanto lo descubran van a buscarte y ahí no vas a tener escapatoria.

—Puede venirse a mi casa —se ofreció mi otra amiga.

—No es un lugar seguro, allí la encontrarán —la miró—. Esta noche la pasará en mi casa y ya miraremos dónde podrá ocultarse.

—No será necesario, me voy a ir mañana a la Vega de San Mateo —les informé mientras cogía todas mis cosas y las metía en mi mochila—. Además, sin pruebas como bien dice él. Me van a refundir.

—¿A qué? —dijeron los tres a la vez.

—A buscarlo, si nadie me ayuda lo tendré que hacer por mis propios medios —miré a Félix—. Por cierto, tu y yo nos debemos una conversación.

—¡Pero... si no sabes dónde está! —dijo Diana.

—¿Qué vas a hacer allí sola? —me preguntó Carlota—. Y pruebas si tenemos, ¡por suerte activé la cámara del camerino con el móvil y grabé como te agredía!

Salí del camerino a toda prisa —sin cambiarme de ropa y sin agradecerle el acto heroico que hizo por mi Car— y ellos me siguieron —antes recogieron sus cosas a petición de Félix—. Félix no respondió a mi comentario pero si me siguió —antes de comprobar que las puertas estaban bien cerradas, como la del baño como la del camerino. Fue tan listo que la atrancó como pudo. Sin avisarme, me cogió lo que sujetaba y me miró.

—Te llevo, no pienso dejarte sola en estas circunstancias.

—No hace falta, sé defenderme sola —le comuniqué—. Ya veré chicas, por lo pronto me las piro.

Salimos del local por una salida que había oculta y nos acercamos al coche de Félix. Él lo abrió y me hizo entrar —nada más estar colocada me puso encima de las piernas mis pertenencias—, con mucha prisa se metió él también en el asiento del copiloto y por el cristal vi como mis amigas lloraban del miedo que tenían.

—Cuídala, por favor —pidió Carlota mientras abrazaba con lágrimas a Diana.

—Y vosotras, subirse también corred —les hizo un gesto con la mano—. Ni loco voy a dejaros a vosotras desamparadas, querais que no también corréis peligro. Os llevaré a la casa de mi tía mientras se arregla todo.

—Por favor —las animé.

—Pero... ¿y nuestro trabajo? —preguntó Carlota con miedo—. ¿Y tu turno?

—Mi jornada ya había terminado, menos mal que no me fui y pude sacaros de ahí sino ni me quiero imaginar lo que podría haber pasado —las miró por el espejo retrovisor—. Ninguno de los cuatro vamos a volver, hablaremos con mi tía a ver si puede darnos empleo su jefe en el viñedo dónde trabaja.

Carlota y Diana se subieron al coche. El motor del coche empezó a rugir y nos dirigimos a la casa de la tía de Félix.

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