Capítulo trece
Volví a la barra y me dirigí a Félix —el muyayo estaba secando copas y arreglando todo para acabar su turno—. Éste me miró.
—¿Aún sigues aquí? Creía que ya te habías ido.
—No —negué con la cabeza—. De casualidad... ¿has visto a Indi?
—No, ¿aún no salió? —me preguntó.
—No —respondí en un tono severo.
—Qué raro... —se extrañó hasta él.
—Voy un segundo al servicio, si la ves salir dile que me espere y sino iré al coche —expuse temiéndome lo peor.
—Ve tranquilo, cualquier cosa te digo.
Me encaminé hacia el baño y entré. Me acerqué al lavabo y me empecé a enjuagar la cara con agua del grifo. Cuando me sequé bien el rostro, me pareció escuchar unos gemidos de una mujer y un hombre procedentes de uno de los cubículos del baño. Me quedé en silencio y mi corazón se detuvo cuando reconocí esa voz, muy a mi pesar era la de Indira y la del hijo de puta de su ex. Acto seguido, cerré los puños con fuerza y empecé a sollozar en silencio. No se había reunido conmigo por estar follando con ese individuo. Me hervía la sangre y solo deseaba abrirles la puerta —para matarlo—. Me contuve y me agaché para ver las piernas de los dos, confirmado: eran las de Indira. Las reconocería aunque estuviera a kilómetros de ella. Sin hacer ruido, salí porque si les montaba una escena quedaría como un despechado cornudo y ella me gritaría que no tiene que darme explicaciones, Puro bla, bla bla. Así que, eché unas fotos por debajo y logré capturar sus cuerpos desnudos haciéndolo. Después salí y me despedí de Félix con la mano.
—Dile que la espero en el coche —no giré la cara para que no viese lo desencajado que estaba. Me sequé las lágrimas, me fui hacía el coche y lo abrí. A posteriori, me senté en mi asiento y cerré la puerta. Sinceramente me dieron ganas de desaparecer del mapa pero quería saber lo cínica que era y a qué estaba dispuesta a llegar —hundí mi cara entre mis manos y me apoyé en el volante. Más tarde, escuché la puerta del acompañante cerrarse y me incorporé. Sucedió todo tan velozmente que ni me enteré en el momento en el que sentó en el asiento.
—Perdón por tardar tanto, una amiga tenía problemas y me quedé a consolarla. Estaba destrozada —fingió arrepentimiento. «Y para consolarlo tuviste que follartelo, maldita puta». Me daba asco ella y me daba asco yo. Qué ciego estuve todo este tiempo. Yo pensando que era mía y a mis espaldas se lo estaba tirando—. ¿Me llamaste?
—Sí, y tu compañera también —dije frío.
—Perdóname, es que... —me giró la cara para que la mirara porque en ningún momento la pude mirar de frente. En este caso sería ella quien no pudiera mirarme después de lo que vi—. ¿Estás bien? Tienes mala cara...«por tu culpa, fulana».
—SÍ, sólo que estoy cansado y me caigo de sueño —«Bienvenida a tu juego, si tu eres capaz de mentirme. Yo también».
—Pobrecito, vamos a mi casa si quieres —me besó y sin yo hacer nada, me sentí muy sucio y engañado.
Fingí que me había gustado el beso y arranqué el coche. Tiempo después llegamos a su casa y me tumbé en la cama —previamente deshecha y ya me encontraba en boxers—. Luego, ella entró al cuarto —completamente desnuda— y se subió encima mía. Empezó a lamerme el cuerpo pero simulé estar medio dormido, así que no la correspondí.
—Qué pasa chiquito... ¿no me vas a poseer? —me mordisqueó el ombligo y la piel de la caja torácica—. Estoy muy prendida que me siento completamente tuya . «Viva la falsedad, si señor», aplaudí en mi interior.
No dije nada, simulé que me había quedado dormido y ella se cansó porque al rato se quedó dormida también. Estuve tan ciego que aún no me lo podía creer.
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