Capítulo quince
Ya estaba atardeciendo cuando me encontraba paseando por la playa de Corralejo. La brisa era muy ligera y el mar estaba en calma. Sabía que esta noche libraba y yo debería de estar con ella pero, no fue así. No quería verla, no quería sentirla ni tenerla cerca porque la situación me estaba matando. Cristian me avisó y yo no lo quise creer, él sabía cómo era pero no. Yo por cabezón seguí y me adentré hasta el fondo. Naufragué como si del Titanic se tratase. Empecé a caminar sin rumbo y a escasos metros la vi frotándose con otro tío y liándose. Ni era el mismo del bar, que vergüenza y asco me producía... Si aún me quedaban dudas, esto ya lo me había aclarado. En ese preciso momento sentí unas ganas terribles de vomitar. Ahora si que no pensaba quedarme de brazos cruzados.
Aceleré el paso y cuando estaba a medio metro, cogí impulso y lo aparté de ella asestándole un puñetazo en toda la cara —y que den gracias que no le partí todos los dientes—. El muyayo se tambaleó y cayó en la arena. De repente, ella clavó la vista en mi y se quedó blanca.
—¿Qué haces chaval? ¿Estás mal de la cabeza o qué? —vociferó el otro intentando levantarse, pero lo volví a empujar y mira si tenía poco equilibrio que cayó de nuevo.
—¿Qué haces? —me gritó Indira, fue a ayudarlo pero la agarré del brazo—. Suéltame.
La cogí de los hombros y la miré.
—Eso digo yo, ¿qué haces tú aquí? —le reproché—. ¿Para eso querías que fuésemos novios? ¿Para acostarte con todo el que pilles?
—¿Perdón? ¡Fuiste tu el que querías que lo fuésemos! —alzó tanto la voz tanto que hasta la playa retumbó—. Yo no me acosté con nadie más —mintió, y el pulpo del suelo estaba con la boca abierta.
—Oye, te estás pasando. Suéltala y no le hables más así —la defendió el pollito sin huevos.
Con la ayuda del pie le tiré arena en los ojos.
—Cállate porque esta chica que está aquí, no solo estaba contigo sino conmigo y varios más. Haz el favor y no te metas.
—¡Mentira! —los ojos se le iban a salir de las órbitas.
El payaso la miró.
—¿Eso es verdad...?
—No, no le creas Si es cierto que... desde hace un tiempo estaba de rollo con él. Una relación esporádica, ya te lo dije —le dio unas explicaciones que para nada me creía.
—Cierto, yo sabía que estabas con él.
—Y con otros —maticé.
—Tío, tú lo que estás es despechado —luché por no darle una patada a él.
—Me río en tu cara chaval, que sepas que esta mañana bien que me comió la polla. Y si tiene el descaro, que te lo niegue delante de mí.
—Cállate —me gritó—. Vete de aquí —miró al otro—. No le creas, está celoso.
—Si, si me voy a ir pero tu te vienes conmigo —la avisé.
—Por encima de mi cadáver —espetó el otro sin poder levantarse.
La cogí de la mano y pasé por encima de él tirando de ella por si no creyese que iba en serio, se lo hice realidad. A grandes zancadas iba recorriendo el camino y ella se iba resistiendo.
—¡Déjame! Para ya de una vez y sé un hombre.
Me paré en seco y la miré.
—¿Enserio, Indira? ¿Cómo te atreves a decirme eso? —le formulé con un gran desconsuelo—. Hasta que no hablemos, no te pienso soltar —la volví a coger, esta vez de la muñeca, y seguí mi trayecto con ella siguiéndome los pasos.
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