Capítulo once.
Unos meses después
A partir del día en que lo hicimos por primera vez, los encuentros se hicieron un hábito para nosotros y cada día experimentabamos algo diferente aunque no se me olvidará aquel »sin contrato y sin compromiso« que en ese momento me destrozó por así decirlo. Ambos disfrutabamos de la compañía que nos dábamos mutuamente y todo lo que compartíamos juntos —sexo, sexo y mas sexo—. Con tal de verla, me conformaba con eso aunque en mí habían crecido una serie de sentimientos y dependencia a ella, a su piel, a su todo. No la quería pero si la amaba —esto no se lo dije ni una vez por miedo a que se alejara de mi, pero en el fondo tenía la esperanza de que con el paso del tiempo ella me viera de otra manera. Y cuando menciono eso es a que me viese como a algo más formal. No solo necesitaba sexo con ella sino otro tipo de contrato, de esos que son para toda la vida—. En ese instante estábamos en mi casa, concretamente en mi cama —como era de costumbre— y completamente fundidos en uno. La posición sexual de la vaquera era una de nuestras favoritas —entre otras, claro—, yo tenía las piernas estiradas y ella estaba me rodeaba las piernas a la misma vez que estaba sentada sobre mí.
—Me encantas —le susurré y le mordí el labio inferior mientras hacíamos el amor «para ella chingar aunque nuestra relación haya cambiado lo suficiente durante este tiempo».
—¿A qué no sabes lo que te acabas de ganar? —dirigí mi mirada a sus pupilas con curiosidad.
Negué con la cabeza y nos movimos simultáneamente para darnos más diversión y placer.
—No —agregué para no dejarla con la duda.
—Saber mi nombre y claramente, conocer yo también el tuyo —me besó los labios con ternura—, si quieres, aún.
¿Enserio se lo preguntaba? Si sentía que mi corazón iba a salirse por mi boca. ¡Me llenaba de ilusión ponerle nombre y apellido a mi musa.
—Lo deseo —dije sin más.
—¿Más que a mi? —me rodeó con los brazos el cuerpo.
—No, pero siempre he imaginado como sería el momento en el que me desvelaras tu nombre. Ni tu buzón lo tiene, solo tienen iniciales escritas para mi mala suerte —apostillé.
Ella se rio —y como me volvía loco su risa— y me besó otra vez.
—Bueno, no aspires a tanto colega —me sacó la lengua y hasta eso era totalmente perfecto para mi.
—Ya decía yo que todo era muy bonito para ser cierto —me uní a su risa ilusionado.
—Encantada, me llamo Indira —me tendió la mano como pudo, aunque estábamos demasiado cerca para ello.
—Encantado, Indira —le devolví el gesto tendiendole mi mano—, yo soy Pablo.
Sellé mis labios a los de ella con un beso lleno de pasión y la abracé.
—Bonito nombre, ¿no serás la pareja de Danna Paola —actriz, cantante, modelo y compositora mexicana—. Lo digo porque con su canción "Oye Pablo", está buscando a un chico que se llama como tu.
—Sería una gran coincidencia, si —me carcajeé—. Pero no, ella no es mi novia. Yo solo tengo ojos para una pelirrojita llamada Indira —rocé mi nariz con la suya para llevar a cabo un besito de gnomo. Ojalá, fuese mi novia.
—¿A sí? —exclamó divertida porque en el fondo sabía a quién me refería—, entonces no podremos seguir con esto, Pablo —nunca me gustó mi nombre, pero en sus labios me fascinaba—.
La apreté a mi más y le devoré la boca mientras llegabamos al éxtasis con un beso.
—No es necesario que dejemos nada, Indira.
—Cierto, no hay nada que dejar —y de verdad, sabía cómo fastidiarme con un par de palabras. Menos mal que esta vez hice caso omiso al comentario.«Pablo ignorando comentario, loading«—. Sabemos perfectamente lo que hay.
Me dejé caer con ella encima y me puso nata montada del bote sobre mi cuello —de esa que compras del mercadona, marca hacendado. Mercadona, mercadona. Tarareé mentalmente—. Me lo quitó a lengüetazos y yo repetí el mismo proceso con sus dos hombros y lo que podía saborear de sus pezones bien duros.
—¿Qué hora es? —me preguntó sin dejar de besarme.
Miré el reloj de mi mesita y la miré.
—Las diez, ¿a qué hora tenías que estar en el curro?
—Once y media, el show comienza a las doce así que en esa media hora me arreglo en el camerino —dijo para sacarme de mi duda.
—¿Nos levantamos y preparo unos sandwiches vegetales para cenar? Así te puedes duchar mientras lo hago.
—¿No prefieres ducharnos juntitos, echar otro rapidito y luego cenar? —allá iba una propuesta indecente a lo Romeo Santos. Guiño Guiño.
—Acepto, me encanta ese plan —la achuché—, pero antes quiero saber más. Cuéntame de tí, ¿a qué te dedicas en tu tiempo libre? ¿Cuáles son tus gustos? ¿comida favorita? Quiero conocerte más —lo dije tan a carrerilla que parecí un loco. Vergüencita ajena me di pero estaba tan loco por saber todo de ella que no me pude controlar.
—Míralo que curiosito él pero, no pienso soltar prenda así que vamos ya para la ducha que sino me pilla el toro —otra vez, me dejó a medias. Otra maldita vez.
Se levantó de encima mía y cogió su ropa de la silla, me levanté mientras tiraba de mí y le di una vuelta para dejarla a espaldas de mi, luego dejé caer una sutil palmadita en su trasero. Me pegué a ella y la abracé por la cintura, besé su hombro y cogí impulso para que fuésemos caminando al mismo compás hasta meternos en el servicio —por el camino cogí mi ropa para vestirme nada más salir—.
—Yo te llevaré al trabajo.
—Me harías un gran favor —me agradeció poniendo sus manos encima de las mías.
Entramos a la ducha, cerramos la puerta, encendimos el grifo —antes me puse otro globito— y entre jugueteos terminamos haciéndolo de nuevo. Al cabo de un rato, terminamos nuestro affaire, arreglamos el baño y nos vestimos. A continuación cenamos y nada más llegar al bar ella me hizo sentarme en un asiento en la barra.
—Voy a cambiarme, ¿vale? —me informó.
—¿No puedo acompañarte? —hice un pucherín para ver si se le ablandaba ese corazoncito que tenía en el pecho.
—No, hoy se cambian conmigo mis compis.
Asentí resignado.
—Disfrutaré del espectáculo, entonces —dije.
—Cuando termine prometo que podremos pasar la noche juntos —sonreí y ella también lo hizo—, ahora te veo aunque sea desde el escenario —le di otra palmada en el culo y ella sonrió.
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