Capítulo dos
—¿Qué qué pasa? ¿Os parece bonito lo que estáis haciendo? —les dije haciéndome el ofendido, aunque la verdad dicha sea que por dentro me estaba descojonando.
—¿Qué va a pasar? Estamos mirando a las bailarinas —señaló David a la rubia—. Por favor, ¡qué curvas! Con gusto me perdería en ellas ahora mismo —hizo con sus manos unas ondas bastantes curiosas como si estuviese moldeando la figura más bonita del mundo.
—¡Coño, y yo! —Cristian en cambio se fijó en una rubia de estatura media con bastante pecho y un buen culo. «Qué le vamos a hacer, si al tío le van culonas y con unas tetas que te pegan un viaje y te dejan mareado»—. A esa le metía yo de todo menos miedo.
¡Lo siento! ¡No pude evitar soltar una carcajada más grande que la Giralda de Sevilla. Estos dos bobos me miraron y se rieron a la misma vez. «Joder que compaginación, si no estuviese tan seguro de los que les gustaban las almejas hasta diría que hacen buena pareja. Calla, calla mejor no lo digas que aún cobras».
—No, si lo que tengo más que claro es que precisamente no queréis ver los Simpson con ellas —seguí burlándome de ellos.
—¡Habló el pijo de mierda que se pide una Arehucas! —se defendió sin dejar de mirar a la rubia.
David se rió pero en la misma postura que tenía Cristian.
—Eh, un Arehucas es typical Canary Islands. No tengo culpa que no sepáis pedir —seguía de cachondeo y ahora fui yo quien posó la mirada en la pelirroja que contoneaba su cintura de una manera provocadora mientras se mordía el labio. No sé como, pero clavó sus ojos en mí sin dejar su bailecito de lado.
—Ya, ya —dijo Cristian.
—¿Y a ti quién te gusta? —se interesó David.
Esto si que no me lo esperaba. Me quedé tan perdido en la mirada de la pelirroja que ahora fui yo quien los ignoraba por completo. Ellos se debieron de dar cuenta de que la muchacha de cabello color zanahoria no paraba de mirarme con descaro y sutileza. Yo no podía ser menos, yo le seguía el jueguecito de miradas sin ninguna intención de apartarla.
—Creo que adivino quien le mola más... —le informó Cristian a David.
—Y que lo digas... —dejó caer una risita tonta David.
El camarero se acercó con las bebidas, nos las sirvió y se volvió a ir. Acto del cual yo ni me enteré hasta que escuché una exclamación cerca de mí.
—¡Eh! —gritaron Cristian y David al unísono.
»Joder«.
.—Tipos, que estaba de coña —dije sin pensar—, de verdad, estaba de broma cuando os lo dije por la cara de paletos que teníais viéndolas.
—Como la tuya de ahora, ¿no? —me atacó Cristian.
—Mejor no pregunto quién le pone porque, sin duda es la pelirrojita —musitó David divertido.
—Irresistiblemente pelirroja —noté como me ardía el cuerpo y como deseaba tenerla bajo mis sábanas.
—Nada, que no se entera —dijo Cristian.
—Ese cabello liso brillante como la seda me trae de cabeza, esa piel blanquecina junto con esos ojos tan llamativos van a acabar con mi vida —dije mientras hablaba en voz alta y sin percatarme que me estaban escuchando.
—Bueno, bueno... Ahora si que lo perdimos —se tapó la cara con las manos—. Esa tía lo ha hechizado.
—Lo hemos perdido, David —juntó las manos, inclinó la cabeza y añadió—. Amen, que el señor esté con nosotros, digo... Con él.
—Vaya tela. A él lo vamos a perder por una zanahoria pero a ti por tanta copa, creo que te está haciendo efecto sin beberte aún la última que hemos pedido —se bebió todo el Whiskey en un par de tragos mientras observaba a la pelirroja y a su amigo.
—Muy gracioso —se bebió todo el Tequila de golpe—. Por cierto, esa chavala no es que tenga mala fama, es que se va con todo el que pilla. Una putita vamos, el otro día estaba bailando con uno y salieron juntos del bar. Imagínate lo que hicieron después, hablar precisamente no era.
—Vaya, que se la tiró el tío.
—Esa cara angelical es imposible que sea así, me niego a creerlo. Es tan frágil, tan de porcelana —mis alarma saltó tras el comentario mal intencionado que hizo.
—Tu sabrás, solo te aviso —me alertó Cristian—. No quiero que te enchoches con una que no va a ser nada más que un calentón para ti.
—Y qué sabrás tú, porque la hayas visto con uno no tienes porqué llamarla puta —la defendí—. Te aseguro que no es ningún calentón.
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