Capítulo diez
La muyaya se quitó de encima para dejarme sin ninguna prenda de ropa y la puso sobre la parte superior. Nuevamente, me hacía rabiar y arder de deseo. En un acto reflejo me incorporé y ella se sentó en mis piernas, me acercó una copa y ella cogió la suya.
—¿Brindamos? —me sugirió.
—Claro —le sonreí.
Chocó su copa contra la mía y nos la bebimos poco a poco sin dejar de mirarnos. Tras finalizar el contenido, dejamos las copas y ella me ofreció un suculento fruto del bosque. Yo lo mordí y ella posó sus dientes en el extremo. A la vez nos la devoramos, cogí otra y me la metí en mi boca, me impregné con todo el sabor y le di un par de besos inocentes en las comisuras hasta que introduje mi lengua en su boca e hice el beso más profundo. Ella gimió y yo gemí también. «El arehucas estaba rico, la fruta del bosque estaba rica y ella estaba... buff». Después de un buen rato jugueteando, arrastré su tanga por sus piernas hasta reunirlo junto a mi ropa. Como era ya de costumbre, mi obsesión eran las dos que no me dejaba ver. Ella notó mis intenciones y se puso encima mía para besarme el cuello, cuando vi la más mínima oportunidad rodé con ella encima y la dejé debajo de mi cuerpo. Aquí las vistas eran muchos mejores. Sin que dijese nada —lo cierto es que ni oportunidad le di— le arranqué el sujetador de un bocado y le puse sobre sus senos frambuesas para irme comiéndomelas sobre ella mientras le regalaba muchas caricias y besos tan tímidos como cálidos. Ella gritaba de placer —sin haber metido nada en su respectivo lugar— y yo seguía con mi cometido. Se las devoré hasta enloquecer, sentía como notaba mi erección sobre ella y me señaló el primer cajón de la mesita.
—Allí —miré en esa dirección.
—¿Qué pasa ahí? ¿Qué hay ahí? —le hice doble pregunta sin apartarme de su cuerpo.
—Hay condones, coge uno y póntelo.
Me puse al lado de ella. Estiré mi mano, abrí el cajón y saqué uno. Después de sacarlo de su envoltorio, fui a ponérmelo pero ella se adelantó —sin incorporarse— y fue ella quien me lo puso al final. Una vez listo me puse encima de ella y sin titubear la penetré. Sobre las seis de la madrugada dejamos de tener sexo y caímos tan rendidos que nos dormimos enseguida.
Unas horas después —era ya la una del mediodía—, me desperté y la contemplé. Nuestras piernas estaban enredadas y ella estaba apoyada de una forma un poco incómoda a la almohada. Me di cuenta que ni deshicimos la cama y eso provocó que las sábanas cayeran por un lado debido al gran movimiento que le dimos durante toda la noche. De repente me entraron unas ganas terribles de hacerle el amor —de nuevo— pero me contuve. Poco a poco me deshice del enredo y me levanté para luego vestirme —después de taparla un poco con un cachito de sábana—. A continuación, busqué la cocina y con lo que encontré en la nevera hice un zumo recién exprimido de naranja y corté un plato con fruta. Al terminarlo, volví a la habitación y apagué la luz —seguía encendida de la noche anterior y ninguno la apagamos. Lástima de vatios que gastamos y bendita la luz que me permitió ver mejor su cuerpo—. Una vez dentro, puse el desayuno en la mesita y me recosté al lado de ella. Inesperadamente, abrió los ojos y se los frotó con una mano.
—Buenos días —esbocé una sonrisa al ver como el contacto de nuestros ojos chocaban.
La pelirroja abrió la boca para bostezar —y me pareció lo más tierno que había visto jamás— y se estiró para luego incorporarse con el impulso de sus manos. Se tapó los pechos con las sábanas con las que yo previamente la había tapado —qué lástima, me encantaba tener esas vistas de buena mañana. Quién no hubiese reaccionado antes para acariciarla nuevamente—.
—Buenos días, ¿aún sigues aquí?
—Si, no quise irme sin despedirme antes —no entendía su manera de dar los buenos días. «Después de pasar toda la noche haciendo el amor, ¿ahora porqué se comporta así?».
—Muy considerado por tu parte —me dedicó una media sonrisa.
—He traído un desayuno —le señalé con la mirada lo que había preparado y me incorporé cuando ella también se acomodó mejor. Le di su vaso de zumo, cogí yo el mío y en medio coloqué las frutas—. Que aproveche.
—Igualmente —el desayuno inició cuando le iba a dar fruta con mi mano pero me giró la cara, gesto que me pareció un poco feo—. Oye, nada de darnos el desayuno. Por que hayamos pasado la noche juntos no quiere decir que tengamos algo —me dijo fría.
Fui a hablar pero me callé. Cuando terminamos recogí todo —incluso la suciedad de anoche y mi condón, el que me había quitado antes de vestirme— y lo llevé a la cocina. Fregué y lo dejé escurriendo. De inmediato, ella apareció por la puerta con las pocas cosas que me había dejado en la habitación y ya estaba vestida. Me acerqué a ella y la besé, minutos después cogí mis pertenencias.
—Bueno, debo irme —le informé—. ¿Podremos vernos otro día?
—Claro, cuando quieras.
—¿Puedo buscarte aquí o debo de ir a tu trabajo? —le pregunté.
—Dónde más te pique —se acercó a mí y me besó los labios.
—Me parece perfecto, nos vemos entonces —me giré en dirección a la puerta de salida y cuando ya estaba a punto de salir la volví a mirar. Ella ya estaba en el pasillo mirando como me iba—. Una cosa.
—Dime. —¿Puedes guardarte mi número de teléfono? —le rogué con los ojos.
—Como no, apúntate el mío y dame un toque —saqué mi teléfono, ella se aproximó a mí y me lo dijo. Yo lo apunté y ella también el mío. Aunque ella me puso de nombre "Mrs Arehucas" y yo a ella "Miss Arehucas". Una vez más se negó a decirme su nombre —hasta para apuntarlo en el contacto, tampoco quiso descubrir tan pronto el mío— así que nada más salir le pensaba cambiar el nombre para ponerle »Mi pelirroja«.
—Bueno, ahora sí —se pegó a mi y me comió la boca—, luego te llamo si eso.
—Okey, hasta otra —se apartó de mí.
Me incliné para besarla pero no me dejó y de repente se apartó.
—Sin compromiso. Aunque hayamos hecho lo de anoche, somos libres. Ni yo soy tuya, ni tu eres de mi propiedad —me partió medio corazón con ese comentario tan innecesario.
—¿Se repetirá? Yo... —hice una pausa chiquitica—, te quiero conocer.
—No te digo que no pero, todo será sin contrato y en el ámbito carnal —a lo Maluma Baby—, así que no te hagas ilusiones conmigo —fue tan directa que hasta me dolió más de lo pensado.
https://youtu.be/9xByMBYDRmY
—Acepto tu »sin contrato y sin compromiso« —le comuniqué, aunque estaba en desacuerdo.
—Bien, pues ya está todo dicho —espetó ella—. Chao.
—Adiós —me despedí con la mano, salí y cerré la puerta.
Al estar dentro del coche suspiré, le cambié el nombre en el teléfono y me tapé la cara con las manos. Cuando estaba fuera del trance, guardé el móvil en un lugar seguro, arranqué mi vehículo —anticipadamente, miré el edificio de nuevo— y me dirigí a mi casa.
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