Capítulo cuatro.
Pablo
Ya habían transcurrido más de dos semanas desde que nos habíamos mudado a nuestro gran palacio. La verdad es que estábamos encantados ya que nos encantaba cada parte de nuestra nueva casita, la primera que teníamos compartida y propia ambos. Aunque dejar mi otra casita fue algo triste sabíamos que el nuevo cambio iba a ser mucho mejor, aquello ya se me quedaba pequeño para los planes más cercanos que tenía. Entre ellos era pedirle a Indira que se casase conmigo y luego —aunque igual para ella era un poco pronto— le plantearía que encargásemos un bebé a la cigüeña. No habían dos cosas que más ilusión me hiciesen que poder ver como engordaba mi princesa por tan entrañable motivo y por supuesto, no quería esperar ni un minuto más para casarme con la mujer de mi vida.
Inmerso en mis cavilaciones, no me di ni cuenta que eran ya las nueve de la noche. Saqué de mi bolsillo una cajita con un anillo precioso —una vez que había preparado la cena, el césped con una gran mantita de esas de corazones, toda cursi y un gran ramo de flores—. El mismo que le pensaba dar a mi querida en cuanto apareciese. Sin esperarmelo, noté como alguien gritaba mi nombre desde la puerta corredera. ¡Joder! Me llevé un susto de infarto.
—¡Amor! Ábreme la puerta corredera, porfa —me pedía mi niña asomándose por la puerta que había al lado de la puerta principal de entrada del garaje.
—¡Voy! —logré decir a prisa y corriendo. Guardé volando el anillo y le abrí la puerta con el mando a distancia. Me aproximé hasta su cochecito y le entreabrí la puerta para que saliera.
—Gracias, amor —dijo mientras se bajaba, sacaba el bolso y cerraba el coche.
—¿Qué tal las clases de baile con las peques, tesoro? —me preguntó con una sonrisa resplandeciente y con la que cada día me volvía más loco.
—Muy tranquilas, ¿y tú qué tal el día libre? —la abracé y la besé con amor.
—Saliste un poquito antes —la pegué a mí y cerré la puerta corredera con el mando—. Pues en casa, haciendo cosas.
—¿Al final no saliste? —me preguntó mi pelirroja.
—Que va, quería un día tranquilo.
—Como me hubiera gustado haber pasado el día contigo, jope —hizo pucheritos y casi me la como con papas arrugás.
—Y a mi que lo hicieras, ven te he preparado el cuarto de baño para que te duches —tiré de ella y entré de su mano para que no me viese la sorpresa que había en el jardín. Subimos hasta nuestra habitación y sobre la cama le puse un vestido nuevo con unas sandalias de cuña a juego.
—Wow —espetó ella con los ojos abiertos—. ¿Y esto?
—Un pequeño regalito —la volví a pegar a mi y le comí la boca con bastante intensidad.
—Qué bonito es, me encanta mi príncipe —me besó con deseo—. ¿Puedo ponérmelo al salir? Quiero probarmelo —me planteó sin apartar la vista sobre el detallito que le hice—. Gracias, voy a darme una ducha rápida y vengo. ¿O quieres ahorrar agua conmigo? —me empezó a hacer guiñitos sugerentes.
Aunque muriese de ganas por ir y hacerla mía, no debía porque tenía que ponerme bien elegante y acicalado para mi bella dama.
—No me tientes —me mordí el labio.
—¿Y si lo hago? —me provocó pegándose más. «Aguanta, Pablito, aguanta.
—No me dejarás más alternativa —le saqué la lengua.
—Uy, uy antes de que acabemos haciendo travesuras voy a ducharme —me besó—. No tardo.
—Tranquila, si desde después no pasa —bromeé un poquito.
—Me atrae esa idea —se contoneó como la primera vez que la vi en el Spectrum disco bar.
No pude contenerme y le di una palmadita en el pompis. Ahora si de un respingo mi muyaya favorita entró al baño para ducharse. Por consiguiente, me puse como un galán de telenovela. Ni Andres Wiese —un actor peruano— podría superarme ni le tenía nada que envidiar. Tras unos segundos, me eché mi mejor perfume y salí hasta dónde tenía toda la sorpresa. Nada más llegar, encendí una iluminación especial que había instalado y me puse alerta por si veía salir a mi niña.
Empecé a dar vueltas de los nervios, las manos me sudaban y no sabía en qué posición ponerme.
—¿Pablo? —escuché desde la puerta principal—. ¿Dónde estás?
—Aquí —alcé la voz temeroso pero con confianza, necesitaba que esta noche saliese de las mil maravillas. Si ella me amaba y yo a ella, no podía pasar de esta noche la propuesta.
Pausadamente empecé a escuchar los tacones de Indi, cuando la tuve enfrente vi como sus ojos se empezaron a humedecer.
—Me muero —espetó emocionada y yo lentamente me puse a su altura—. No me digas que es nuestro aniversario hoy y se me pasó, no jodas que me confundí. Que yo sepa, es mañana.
—Si te mueres que sea de amor por mi —le canté al estilo de Carlos Rivera—. Y es mañana pero... hoy quiero inaugurar nuestro día con algo especial.
https://youtu.be/eque7FLe-5U
—¡Te como! —me cogió de los mofletes y me empezó a besar por todas partes—. ¡Por dios! Si estás guapísimo.
—Yo si que te voy a comer, muñequita mía —le di una vueltecita y me quedé embobado por cómo le quedaba el atuendo sencillito que le había elegido—. ¡Diosa! Eres digna de una pasarela de moda.
https://youtu.be/LiMwJjycl3s
—¿Tu crees? Pues tú tampoco te quedas atrás, seríamos dos modelos ejemplares —nos achuchamos con cariño y repartiendonos dulces besitos, además aproveché para darle el ramo de flores.
—Pues habrá que postularse, igual hasta nos cojen —le acaricié el cabello ondulado que se había hecho. Estaba perfecta, ella en sí era perfecta en todos los sentidos.
Los dos estallamos entre risas y la acerqué hacía el picnic. Me senté y la senté sobre mis piernas.
—Me fascina todo, ¿no me digas que todo lo preparaste tú? —me preguntó embobada con los ojitos brillantes.
—Claro, desde los canapés como las papas arrugás y las costillas agridulces con arroz.
—¡Pero si tengo a todo un chef en casa! —exclamó cayendose una babita por la boca—. Madre de dios, hasta comida turca y rollitos de primavera. ¡Adoro! —pronunció haciéndole el paso a Laura Pausini.
—¡Adorame toda la vida! —la besé con pasión y descorché una botella de vino. Serví una copita para cada uno y brindamos.
—Por nosotros, por nuestra casa y por todo lo que nos queda por vivir.
—¡Por una vida juntos y un irresistiblemente unidos! —brindamos de nuevo entrelazando nuestros vasos para darnos de beber.
Aprovechamos esa acción para compartir toda la cenita que había preparado. Tras compartir un par de horas entre risas, emociones y momentos únicos. Las doce de la noche estaba cada vez más cerca así que con su ayuda recogimos todo, pusimos el ramo de flores en un jarrón con agua y trajimos dos copitas con mousse de gofio —uno de los postres más ricos de las Islas Canarias. Tanto para los habitantes locales, como los que vienen a hacer turismo desde fuera, descubren en el mousse de gofio; uno de los más fabulosos e inolvidables platos a conocer y recomendar—. Luego, nos volvimos a acomodar en el césped como estábamos antes.
—Me encanta este postre —vi cómo se relamía los labios y no pude evitar caer en la tentación pero en vez de imitarla, lo hice en sus labios.
—Y yo adoro saborearlo de tu boca —le guiñé un ojito.
—No te jode, y eso a mí también —me dio un piquito—. ¿Esto también lo hiciste tú?
—Ajá —respondí terminándome el postre.
—¿Si? —observé cómo se terminaba la copa, se levantaba y me quitaba mi copa vacía de las manos.
—Claro, cariño —la miré atontado.
—Y no te da vergüenza no haberlo hecho antes, lo que me estaba perdiendo de ti, muyayo —bromeó Indi.
—Tranquila, no habrá día ahora que no te sorprenda —la rodeé por las piernas para que no se le cayeran las copas.
—Yo también haré todo lo posible para hacerlo —me lanzó un beso—. Voy a la cocina a dejar esto y vuelvo.
—¿Te acompaño?
—No, no tardó —me besó y la vi alejarse con las cosas.
Sin pensármelo dos veces, aproveché para ponerme de pie y estar listo para arrodillarme nada más apareciese. Estaba de los nervios y titubeaba si sería capaz de hacerle la pregunta del millón. ¡No podía más, el miedo que me daba de no ser capaz de pronunciar palabra y hacerlo como planeado era inmenso!
Intenté hacer ejercicios mentales de meditación para ver si así me ayudaba a relajarme. Empecé a dar vueltas sobre mí mismo y cuando me di cuenta, la tenía enfrente. Haciéndole caso a mí corazón y no a mi cabeza, me arrodillé delante de ella y le miré emocionado aunque muerto de nervios.
—Pablo... qué, ¿Qué estás haciendo? Levántate, anda —tiró de mis manos hacía arriba para que de un impulso me levantase. Definitivamente, me negué.
—No —negué con la cabeza—, antes necesito hacer algo.
—Pues hazla, pequeño —insistió pero de pie.
—Lo haré pero antes de que vuelvas a replicar escúchame —Le pedí.
—Te escucho —me acarició el cabello y me miró a los ojos.
—Esta vez, voy a ser breve porque prácticamente lo sabes todo —y ahora sí, cogí carrerilla
—Adelante, amor.
—Te amo y necesito expresarlo de otras formas. ¿Quieres que te lo diga en el altar? —le propuse sacando la cajita y mostrándole el anillo de compromiso.
Indira me miró asombrada. De golpe y porrazo noté como se ponía nerviosa y empezaba a temblar de pies a cabeza. Las lágrimas empezaron a florecer de sus ojos tan lindos. Por unos instantes se quedó de piedra —hasta le dio tiempo a taparse la cara con las manos— y temí que la respuesta fuera un rotundo no pero, me tranquilicé cuando se abalanzó para mi y me besó.
—¡Si! ¡Oui! ¡Yes! ¡Ja! ¡Bai! —me abrazó con fuerza y fue justo ahí cuando yo me rompí de la emoción—. ¡En todos los idiomas posibles, mil veces si! ¡Si quiero ser tu esposa! ¡Tu amante, tu amiga, la madre de tus hijos, tu todo!
Sin soltar la cajita, me incorporé cogiéndola a ella en brazos. Le dí un par de vueltas en el aire y lo único que me salió:
—¡Me ha dicho que sí! ¡Que lo sepa todo el mundo, la mujer más especial y bonita es mía! ¡Joderos, hombres envidiosos de este planeta tierra!
—¡Y que se entere todo el mundo que este gran hombre es absolutamente mío! Por siempre Irresistiblemente unidos —la dejé con cuidado en el suelo, ella aún estaba enganchada a mi cuello.
—¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAH! —grité de emoción y empecé a saltar con ella a la vez—. ¡Toma, toma que tomatá!
—Loco —empezó a reírse mi princesa.
—Déjame que grite, no quepo en mí —la cogí por la carita y le planté más de un beso seguido—. Me estoy volviendo loco de felicidad, todo gracias a ti.
Le cogí de una mano y le puse el anillo en el dedo correspondiente. Casi me equivoqué de dedo pero con su ayuda lo logré. ¡Con ella todo lo lograré!
https://youtu.be/4rlrxB1gi40
—¡Y tu en si me vuelves loca, muñeco! —miró ilusionada el anillo y me volvió a comer la boca.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro