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Capítulo cinco

Conforme me acercaba al grupo de chicas tuvo tiempo de girarse ella, me guiñó el ojo coqueta y se apoyó a una silla mientras sus amigas se giraron en mi dirección y me miraron también. La pelirroja me hizo un gesto para que me acercara y así lo hice.

—Hola —las saludé amablemente.

—Hola —me saludaron ellas, menos mi pelirroja.

—Bueno chicas, ahora si me voy. Nos vemos mañana —se acercó a mí y me cogió de la mano. Estaba tan embelesado que ahora era yo el que no era consciente de la situación.

—Pásalo bien —dijo una de ellas

—Y tan bien que lo va a pasar —me dedicó una mirada de arriba a abajo la otra pava mientras ambas cuchicheaban.

Sintiendo nuestros dedos entrelazados, noté un cosquilleo raro en mi interior y con la otra mano me despedí. La pelirrojita se despidió de la misma forma que yo y me sacó de allí tirando de mi. De soslayo, alcancé a ver como me miraban mis amigos sin dar crédito.

Una vez fuera del local, me miró ella a los ojos. Luché como el que más para no perderme en su mirada. «Si esos dos ojos fuesen dos océanos, estaría encantado en ahogarme en ellos».

—¿Cómo viniste? —me preguntó.

—En coche —respondí yo.

—Vamos, ¿tú cómo lo hiciste? —intenté averiguarlo.

—Con una compañera en la guagua.

Ahora fui yo quien tiraba de ella con cuidado y la llevaba a mi coche. Al llegar, lo abrí con el mando a distancia y le abrí la puerta para invitarla a que pasara. Ella me obedeció y más rápido de lo que cantaba un gallo, estaba sentado en el asiento del copiloto arrancando el coche y con todo cerrado. Nos pusimos el cinturón y di marcha atrás sin saber a dónde íbamos.

—¿A dónde vamos?

—¿Me puedes llevar a casa? La guagua*[1] ya pasó y no tengo como ir —me respondió ella sin más.

Auch. Eso dolió, y yo que creía... En fin.

—Guíame entonces —le pedí un poco desilusionado. »Solo se te ocurre a ti imaginarse lo que no es. Ahora resulta que solo te quiere de taxista.¡Bien hecho chaval, te mereces el premio nobel pero por imbécil y masoca. Si esto lo supieran Cristian y David, serías la comidilla del pueblo ahora mismo. ¡Perfecto, oye!«.

Me incorporé a la carretera y con el rabillo del ojo la miré para ver si me decía algo.

Durante los primeros minutos del trayecto, reinaba el silencio. Por lo visto ella se debió de dar cuenta porque ninguno de los dos tomaba la iniciativa de hablar. ¿Sería verdad lo que dicen? A veces el silencio es mejor que mil palabras unidas sin coherencia.

—Vivo a veinte minutos en coche así que sigue recto y cuando lleguemos a la altura de la glorieta de Corralejo, pillas la primera salida y luego continuas en línea recta —me indicó mirándome.

Aunque estaba con ella, me sentía raro ya que en mi subconsciente se imaginaba otra cosa. «A ver si aprendes a no ser tan ingenuo...», me reprochaba una y otra vez.

—De acuerdo —respondí sin ganas de decir mucho.

Cuando fui a coger la primera salida confieso que la miré varias veces. Al hacer el cambio de marchas, pude contemplar la falda de cuero que llevaba y el top de gasa con crepé de doble capa, con tirantes finos, espalda olímpica y abertura delante. Me vi tentado a acariciarle la pierna pero... ¿Para qué? Lo único que me faltaba era quedar como un depravado. Suspiré resignado, no entendía ni cómo ni porqué despertaba todo eso en mi. Seguía conduciendo cuando noté como una mano se había posado sobre mi muslo, ligeramente la miré sin entender y dirigí de nuevo la vista a la carretera.

—¿Eres de Corralejo? —le pregunté para darle al trayecto un poco de vidilla.

—Si, ¿y tu? —bajó su mano hasta mi entrepierna por encima del pantalón y empezó a dejar suaves círculos por el recorrido que estaba haciendo. No sé qué pretendía, pero me estaba... poniendo... tragué saliva.

—Canarias, más bien de Vega de San Mateo —le respondí—. También, viví en Maspalomas. Estudié en la universidad de verano un tiempo —ni yo sé porque le di tanto detalle si total, era un desconocido para ella. ¿Le iba a interesar mi vida? ¡Ni hablar!

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—No he estado allí nunca, tiene que ser bonito. —ni me equivocaba, ni siquiera se interesó cómo haría el resto. ¿Qué estudias? ¿Cómo te fue? ¿Qué tal la experiencia, repitirias?

—¿Maspalomas? —le interrogué.

—No, San Mateo —lentamente posó su mano en mi zona sensible y siguió con la retahíla de caricias sobre mis partes. Un, dos, tres. ¡Tienes que aguantar otra vez!

—¿Y a Maspalomas fuiste? —más tonto y no nacía, ¡qué pregunta! ¿Acaso debe de saberse mi zona así porque sí?

—No, no he salido de esta isla aunque me gustaría —me sorprendió. ¿Cómo pudo estar solo aquí? Si creía que se había recorrido medio mundo para exhibir ese cuerpazo. «Niño, ¡para! ¡no te vayas por los cerros de Úbeda! Aunque pensándolo bien, tendría que ir a esos cerros. Si el dicho tiene tanta fama, debería de incluirlo a mi lista de viajes pendientes».

—Si tu quisieras... Podría llevarte a mi pueblo, pero igual no te gusta —le propuse mientras conducía.

—¿De verdad? —sonrió sorprendida. Claro es que no es muy habitual que conozcas a un chaval y de repente te ofrezca llevarte a su pueblo. ¿En qué cabeza cabe?

—Muy en serio —asentí con la cabeza. Seguía sin apartar la mano de ahí, no era capaz de moverme.

—Molaría —me contestó sonriendo para sí misma, lo que ella no se dio cuenta era de que la estaba mirando aunque estuviese conduciendo. Me quedé con muchas ganas de saber más cosas de ella.

—Mucho, la verdad —conforme iba conduciendo el camino era más desértico y aislado. No le presté mucha atención que digamos ya que no podía concentrarme en esa mano tan... suave y juguetona que solo buscaba volverme más loco de lo que ya me tenía. Deseaba pararla, pero había algo dentro de mí que lo impedía. ¿El porqué? Ni yo mismo lo sabía—. ¿En serio es por aquí? —cuando volví en sí le pregunté porque no me cuadraba el camino por el que iba conduciendo.

—Si, sigue cinco minutos más y ahora te digo lo que tienes que hacer —me ordenó sin ser en verdad una orden estricta a la que debía de cumplir a rajatabla.

—Está bien —seguí conduciendo hasta que apareció una pequeña senda con varios pinos canarios, los mismos que divisé gracias a las luces de mi coche porque era más de noche que un ramal. Casi no se distinguía nada—, los cuales eran altos, densos y amplios. Si había alguien por detrás, juradito que no verías nada ya que no dejaban que se mostrara nada. Vaya que si había un león detrás ni te enterabas. Solo te metías un susto de muerte al acercarte y encontrártelo de frente con los colmillos bien afilado. Qué yuyu, chaval. Lo que me faltaría a mi, ser la cena de un animal salvaje.

Lenguaje canario

*[1] Guagua es un autobús.

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