8
—Escúchame, William. Debemos liberarnos de Adalie, ¿no puedes verlo? Si llegan a descubrir que hemos escondido a una mensajera del infierno, una bruja... nos condenarán a la horca como cómplices— Jane clavó sus ojos en los de su marido, implorando con angustia que comprendiera la gravedad de la situación —Ese ser no es nuestra hija, es una criatura nacida de la oscuridad, ¡por favor, escúchame!—
—Jane, ya es muy tarde...discutiremos de esto en la mañana— aseguró el hombre,
Las palabras de Jane resonaron en su interior como un eco lejano. Él sabía que su esposa tenía razón, pero una parte de él se negaba a aceptarlo. La presencia de Adalie había sido una carga demasiado pesada para ellos, y el miedo se había apoderado de sus corazones.
Fuera de la habitación, Adalie oía todo con lágrimas en los ojos, aferrada a aquella muñeca que se parecía a ella en apariencia. Era el mismo juguete que su primer amigo, Lucifer, le había obsequiado cuando era niña. Era el único recuerdo presente que tenía de él, y lo atesoraba como si fuera lo más valioso del mundo.
—Una bruja? ¿¡Qué tonterías son esas?! Los humanos pueden ser muy crueles, pero... recuerda esto, Adalie: para mí, nunca serás tal cosa—
Por un momento, recordó las reconfortantes palabras que Lucifer le había dicho una vez, con aquella radiante sonrisa que siempre la hacía sentir segura y protegida. Sus labios se fruncieron mientras acercaba la muñeca a su rostro, sintiendo la ausencia de su mejor amigo.
Lo echaba de menos.
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—¡Exijo saber dónde estoy!— gritó la mujer de unos treinta y nueve años de edad, formando un escándalo en las costas del río Aqueronte que incluso estaba probando la paciencia del barquero —¡Usted, el hombre de pelo plateado, tiene que decirme inmediatamente dónde me encuentro!— amenazó con la botella de alcohol partida al rey del inframundo, quien permanecía impasible ante las amenazas de la humana.
—¡¿Cómo se atreve a dirigirse así al rey?!— exclamó el guardia más leal de Hades, harto de la actitud de la mujer cascarrabias —Señor Hades, propongo que la arrojemos al tártaro y...—
Pero antes de que pudiera decir algo más, la mujer le propinó un golpe en la cabeza, haciéndolo gritar.
—¡Está loca!— protestó con la paciencia al límite.
—¡Basta!— La voz severa de Hades produjo un vasto silencio en todo el lugar, estremeciendo a cada alma que vagaba por la zona. Incluso Caronte retrocedió, no queriendo ser testigo de la furia del griego —respondiendo a su pregunta, noble dama, usted se encuentra en el inframundo. Y por su propio bien, le recomiendo subir a bordo de este bote, a menos que guste deambular por estas costas sin rumbo fijo por el resto de la eternidad— musitó Hades con voz solemne, intentando mantener la compostura tras horas de lidiar con aquella terca mujer que se había empeñado en retrasar sus tareas.
Después de muchas horas de insistencia, la mujer finalmente accedió a subir a bordo del bote que la llevaría a los Prados Asfódelos.
—No se la hizo sencillo— la presencia de Beelzebub no pasó desapercibida para Hades ni para su guardia, quienes se volvieron hacia él con cautela. El rey del inframundo esbozó una sonrisa y encogió los hombros con desenfado.
—¿Qué te trae por aquí, Beelzebub?— preguntó Hades con calma, pero sin ocultar su curiosidad —¿Se debe a "ese" asunto?— añadió con un matiz de complicidad, intuyendo el motivo de la visita del Señor de las Moscas.
—En esta ocasión, no acudo para que intente acabar con mi vida— aclaró, con su mirada posada en el río que se extendía ante él —sólo pasaba por aquí y oí el alboroto... aunque ya debo irme— musitó, dándose media vuelta dispuesto a alejarse del lugar.
—Beelzebub— el llamado de Hades lo obligó a detenerse y girarse hacia su dirección —cuida bien de tu amiga— sonrió, lo que provocó que los ojos del demonio se abrieran como dos grandes platos. Una mueca de diversión se dibujó en el rostro del de ojos amatistas, quien disfrutó de la reacción ajena.
—N...no se de que habla— fingió demencia, marchándose de allí rápidamente.
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—Parece que tu vision regresó—aseguró Beelzebub mientras examinaba detenidamente el área donde antes se encontraban las dolorosas quemaduras, ahora sanadas por completo. Con una mirada de satisfacción, se alejó unos pasos de Adalie —se ve bien—
—Se lo debo a usted— le recordó la pelirroja, sintiendo una gran felicidad al recuperar su visión —¡Oh!— de repente, algo importante vino a su mente —casi lo olvido— tomó la mano del hombre, extendiéndola con la palma abierta y depositando sobre ella unas uvas envueltas en una fina tela —estas son para usted—
—Gracias...supongo— murmuró Beelzebub, recibiendo el obsequio con cierta extrañeza, no estando habituado a semejante trato. Guardó cuidadosamente las uvas en uno de los bolsillos de su pantalón y tomó asiento junto a la mujer en el viejo y carcomido tronco, que yacía caído desde hacía mucho tiempo.
El mutismo del bosque muy pronto fue subyugado por la dulce melodía que Adalie entonaba en voz baja, cual susurro de la brisa entre las ramas.
—Esa melodía...¿de qué es?— se atrevió a preguntar finalmente, teniendo por un momento la absoluta y total atención de Adalie.
La joven levantó la vista, clavando sus ojos azules en los de él. Beelzebub contuvo el aliento, creyendo por un instante que ella podría ver a través de su alma.
—Es parte de una vieja canción de cuna— respondió ella con dulzura —mi hermano mayor solía cantármela cuando era niña y las cosas no iban del todo bien. Suelo tararearla a menudo, generalmente cuando...— hizo una breve pausa, arrepintiéndose al instante de haber compartido aquello —olvídelo, no es nada— musitó.
Sus mejillas se tiñeron de carmesí y bajó la mirada, nerviosa. Beelzebub advirtió su turbación.
—¿Puedo oírla?— pidió de imprevisto, tomándola desprevenida —solo si quieres— se encogió de hombros, desviando su atención hacia el suelo.
—Claro, aunque...no soy experta cantando— avisó, jugando con una pequeña ramita.
—Créeme, puedo soportarlo— bromeó él, aunque su semblante demostrara lo contrario.
Adalie tomó aire.
Recuerdo las lágrimas cayendo por tu cara cuando dije: "nunca te dejaré ir"
Cuando todas esas sombras casi matan tu luz
Recuerdo que dijiste: "No me dejes aquí solo"
Pero todo eso está muerto y se fue y pasó esta noche
—Escuché de un tipo muy interesante que estaba en la ciudad y quería encontrarlo—
Las vívidas imágenes del pasado se proyectaron en la mente de Beelzebub, transportándolo instantáneamente a aquel día en que conoció a sus amigos por vez primera. La escena cobró vida ante sus ojos mientras se remontaba en el tiempo, reviviendo con intensidad el momento.
Sólo cierra los ojos
El sol esta bajando
Estarás bien
Nadie puede hacerte daño ahora
Ven luz de la mañana
Tú y Yo estaremos sanos y salvos
—Todo el mundo lo dice. Parece que estoy maldito por Satanás. Es mejor que tú también te alejes—
—¿Realmente los que dicen eso tienen razón? Si no eres así, entonces diles: "Me importa una mierda, idiota"—
No te atrevas a mirar por tu ventana
Cariño, todo está en llamas
La guerra fuera de nuestra puerta sigue rugiendo
Aférrate a esta canción de cuna
Incluso cuando la música se ha ido, ido.
—¿Qué es lo qué te interesa de mí?—
—Es muy simple. Solo quiero ser tu amigo—
Sólo cierra los ojos
Estarás bien
Ven luz de la mañana
Tú y Yo estaremos sanos y salvos
—Si algo llegara a pasarme, cuida de Adalie por mí...—
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