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6

Beelzebub bostezó en su lugar, dejando a un lado el libro que lo había mantenido absorto durante días. Su atención se desvió hacia la muchacha que yacía sobre el césped, deshojando los pétalos de una flor marchita. El sonido de sus labios tarareando una melodía apenas perceptible para los oídos del demonio, se mezclaba con el susurro del viento y la suave cadencia de las hojas.

—Señor Beelzebub— de repente, Adalie lo llamó con ese tono formal que hizo que el azabache frunciera el ceño ligeramente.

—¿Dime?—

—¿Algún día podré escapar de este lugar?—

Un silencio sepulcral se apoderó de la zona. El viento se detuvo, las aves dejaron de cantar y el bosque mismo se sumió en un denso mutismo, como si estuviera esperando la respuesta del Señor de las Moscas.

—¿Es posible que algún día pueda caminar libremente frente a una multitud sin ser vista como un monstruo?— los labios de Adalie se fruncieron ligeramente mientras liberaba su rostro de la capucha que cubría su cabeza.

Al despojarse de la misma, su cabello quedó al descubierto, siendo visiblemente más largo ahora y mal cortado. La tristeza y la desesperanza se reflejaban en sus ojos, aún esperando la respuesta de Beelzebub.

Pero nunca llegó.

Y Adalie comprendió entonces que estaría condenada hasta el día de su muerte.

—Será mejor que vuelvas a tu hogar, pronto llegará tu familia... ¿o acaso me equivoco?— sugirió el de cabellos oscuros, y la pelirroja se levantó a su vez, contemplando la salida del bosque frondoso que se encontraba a lo lejos —es posible que no pueda venir el próximo domingo, así que no esperes por mí — añadió seriamente, recibiendo un gesto de aprobación por parte de Adalie.

—Nos vemos, señor Beelzebub— se despidió amablemente, antes de colocarse su capucha y emprender su camino de vuelta a casa.

Esmond frunció el ceño al descubrir a su hermana cortando su propio cabello una vez más. La luz del sol se filtraba por la ventana, iluminando el cuarto con un resplandor dorado que parecía resaltar parte de la melena pelirroja que yacía en el suelo, y que había sido cortada sin cuidado, en un acto impulsivo y descuidado.

—¿Qué estás haciendo?— preguntó el rubio con tono de preocupación.

Adalie desvió la mirada, avergonzada por haber sido descubierta en su tarea.

A pesar de ello, siguió cortando sus cabellos con la vieja daga, como si el acto de cortarlos fuera una necesidad imperiosa que no podía ser ignorada.

La daga fue arrebatada de sus manos de un momento a otro. El filo oxidado de la hoja reflejaba la luz del sol en un brillo mortecino, como si fuera un objeto macabro que no perteneciera a ese mundo. Esmond sabía la razón que empujaba a Adalie cortar su cabello de esa manera. Pero no sabía cómo ayudarla, cómo liberarla de esa necesidad compulsiva que la estaba consumiendo.


Se acercó a su hermana con pasos lentos y cautelosos, tratando de no asustarla. La miró fijamente a los ojos, preocupado por lo que estaba sucediendo.


—Adalie...no tienes que seguir haciendo esto— expresó angustiado, tratando de hacerla entrar en razón.

Pero la chica parecía no querer escuchar. Cambió el tema abruptamente, queriendo evadir la conversación que se estaba desarrollando.

—Creí que hoy no te quedarías en casa— habló con voz suave, como si nada estuviera pasando. Pero Esmond no se dejó engañar tan fácilmente.

—Adalie— reprendió el mayor con voz firme. Ahora contaba con treinta y un años de edad y sentía la responsabilidad de proteger y cuidar a su hermana menor.

La habitación se llenó de un silencio incómodo, como si el aire mismo estuviera cargado de tensión. Adalie bajó la mirada, sintiéndose atrapada por la mirada de su hermano. Era consciente de que debía hablar sobre lo que estaba sucediendo, pero le resultaba difícil encontrar las palabras adecuadas. Las emociones se agolpaban en su pecho, amenazando con ahogarla.

Finalmente, después de un largo momento de silencio, Adalie habló con voz temblorosa.

—Parte de mí desearía nunca haber nacido— confesó con voz temblorosa —¿Por qué simplemente no pude tener la apariencia de ustedes? De alguien que...— hizo una pausa, arrepintiéndose de lo que estaba a punto de decir. Pero finalmente se atrevió a continuar —¿Por qué no puedo ser alguien normal y caminar liberemente sin miedo a ser ejecutada...yo...no quiero morir, Esmond—

Las lágrimas brotaron de sus ojos, como un torrente incontenible que amenazaba con arrastrarla. Esmond sintió un nudo en la garganta al ver el dolor y la angustia que la estaban abrumando.

—Adalie, escúchame— habló, acariciando suavemente el cabello de su hermana —no eres tú quien está mal. No podemos elegir cómo nacer en este mundo. Pero si así llegaste a el, debe de ser por algo más grande que nosotros. Tal vez Dios, o alguna otra entidad, quiso que así fuera... pero no para mal. Al contrario, eres única y eso es lo que te hace especial—


Adalie lo miró con ojos tristes, como si no pudiera creer lo que estaba escuchando. Pero poco a poco, la tensión en su cuerpo fue cediendo, como si las palabras de su hermano fueran un bálsamo para su alma herida.

—Lo sé— murmuró finalmente, con un hilo de voz —Pero a veces es difícil sentirse así cuando todo el mundo me mira como si llevase al mismísimo demonio en mi espalda— Esmond la abrazó con fuerza, como si quisiera protegerla del mundo entero. Sabía que no podía resolver todos los problemas de su hermana, pero prometió estár siempre a su lado, apoyándola en cada paso del camino.

—Volviste a cortar tu cabello —aseguró el azabache, caminando por el bosque en compañía de Adalie.

La pelirroja se detuvo en seco, como si un remolino de emociones la hubiera hecho tropezar. Tomó entre sus dedos un mechón mal cortado y recordó el acontecimiento con su hermano semanas atrás. Un suspiro triste escapó de sus labios mientras se dejaba caer en un viejo tronco, junto a Beelzebub.

—MC1R —habló el hombre, pronunciando las letras como si fueran parte de un ritual. Adalie lo miró confundida, esperando que continuara su explicación.

—El color pelirrojo en el cabello es el resultado de una variante genética del gen MC1R, que controla la producción de melanina en el cuerpo —aclaró Beelzebub, continuando con su explicación en un tono pausado  —La melanina es un pigmento que da color a la piel, cabello y ojos. En las personas pelirrojas como tú, el gen MC1R produce una forma de melanina roja, en lugar del pigmento marrón o negro que se encuentra en las personas de cabello oscuro como el mío—

El Señor de las Moscas dirigió su mirada hacia el cielo, casi invisible a través de los árboles del bosque.

—Al contrario de lo que muchos creen, tu cabello no es un signo de brujería, sino una característica genética— finalizó, mirándola de reojos.

Esta historia puede terminar o muy bien, o muy mal. No hay punto medio.

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