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A Beelzebub no le resultaría extraño que una niña de apenas seis años no comprendiera el verdadero significado de la muerte. Sin embargo, cuando Adalie, con sus ojos cristalinos y sus mejillas sonrojadas, dejó escapar lágrimas de dolor, el azabache no pudo evitar sorprenderse.
Los ojos de Beelzebub se posaron sobre ella con compasión, consciente de su impotencia frente a la fragilidad de la vida.
—Fue mi culpa, ¿verdad?— preguntó de pronto, con un torrente de sollozos que brotaba de su garganta. —Soy yo quien está maldita, fue por mi culpa que Lucifer murió, porque estuvo demasiado tiempo a mi lado — las lágrimas resbalaban por su rostro angelical y afligido, tiñendo sus mejillas de un color escarlata —Señor Beelzebub, por favor dígame, ¿fue mi culpa, no es verdad?—
El Señor de las Moscas observó en silencio a la niña. Sus ojos, rojos como la sangre, reflejaban la tristeza que sentía por ella.
—No— respondió con voz apagada —no eres tú quien está maldita. No fue tu culpa la muerte de Lucifer. No te aflijas por algo que no está en tus manos controlar—
Adalie, con su corazón destrozado por la culpa y el dolor, asintió con la cabeza, incapaz de articular palabra.
—Oye Beelzebub, si algo llegara a pasarme...cuida de Adalie por mí—
Las últimas palabras de Lucifer momentos antes de la tragedia, resonaron en la mente de Beelzebub, como un eco doloroso que se repetía sin césar. El azabache frunció el ceño y apretó los puños, sintiendo cómo la ira se apoderaba de su ser. Buscaría a Satanás y lo haría pagar por lo que había hecho.
Y Juró que protegería a la niña con su vida, si era necesario.
Sus músculos se destensaron cuando finalmente logró controlar su ira y su dolor. Como si la presencia de Adalie lo hubiera ayudado a encontrar la calma que necesitaba.
—Ve a casa, Adalie— ordenó con voz firme, sin voltear a verla —ya no hay motivos para que vengas aquí—
La pequeña bajó la mirada, sus hombros encogidos por la pérdida. Beelzebub se dió cuenta de que no había sido justo con ella, pero no podía permitirse mostrar debilidad en ese momento. Ambos habían perdido a alguien muy querido, aquel hombre con una sonrisa cálida como el sol de primavera, los había dejado con un vacío en el corazón que no sabrían cómo llenar.
Adalie, con su inocencia intacta, no entendía completamente la magnitud del dolor que Beelzebub estaba sintiendo. Pero ella sabía que algo estaba mal.
—Señor Beelzebub, ¿está usted bien?— preguntó tímidamente.
El demonio se volteó para mirarla, con un brillo de tristeza en sus ojos.
—No, no estoy bien— confesó finalmente.
La decaída mirada de Adalie se llenó de compasión y ternura.
—Yo estaré aquí para ayudarlo, Señor Beelzebub— prometió con una sonrisa tímida —Lucifer me hablaba de usted, sé que es un buen sujeto—
Beelzebub sonrió por primera vez desde la muerte de sus amigos, agradecido por la presencia reconfortante de Adalie. Y tal como había prometido a su amigo fallecido, decidió que estaría allí para ella, sin imaginarse la tormenta que se avecinaba.
Con un gesto de la mano, Beelzebub le indicó que podía irse a casa.
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Después de los trágicos acontecimientos, Beelzebub se sumió en una búsqueda obsesiva por descubrir todo lo que pudiera sobre Satanás. No había día en que no estuviera inmerso en libros antiguos y pergaminos polvorientos, buscando pistas y respuestas que lo llevaran a aquel ser demoníaco que había asesinado a sus amigos . El sueño era un lujo que no podía permitirse, y las horas se desvanecían en la oscuridad de su estudio.
Pero, a pesar de eso, no olvidaba a la pequeña Adalie. Los domingos, dejaba de lado sus investigaciones y se permitía un momento de descanso, para visitar el mundo humano y asegurarse de que la niña estaba bien.
Era un momento de respiro en medio del caos.
Adalie lo recibía con una sonrisa radiante, y Beelzebub se permitía un momento de paz en su compañía. Hablaban de cosas triviales y en otras ocaciones, él trataba de seguirle los juegos que la pequeña acostumbraba a jugar con Lucifer.
La amistad entre ambos se fortalecía día a día, y ninguno de los dos volvió a sentirse solo en la presencia del otro.
Pero cuando las cosas parecían ir de maravillas, todo se fue cuesta abajo; y un domingo como cualquier otro, Beelzebub simplemente no regresó.
El tiempo pasó sin piedad para la niña, quien jamás se cansó de esperar a Beelzebub. Días, meses y años transcurrieron, mientras aún mantenía la esperanza de volver a ver a su amigo.
No obstante, pese a su fe inquebrantable, Beelzebub nunca volvió a aparecer en su vida. Adalie se preguntaba qué había pasado con él, si había encontrado al responsable y había logrado vengarse por la muerte de Lucifer, o si algo más había sucedido.
La incertidumbre y la tristeza se apoderaron de su corazón, y ella comenzó a pensar que tal vez todo había sido su culpa, al igual que lo que había ocurrido con Lucifer.
Llegó a creer que realmente estaba maldita, y ese pensamiento la atormentaba día y noche, culpándose a sí misma por lo ocurrido.
—Sólo cierra los ojos
El sol está bajando...— cantó en voz baja, como si las palabras de la canción pudieran protegerla del dolor que sentía en su corazón.
Se encontraba acurrucada en su cama, abrazando su almohada con fuerza. El sol estaba bajando en el horizonte, y el frío de la noche comenzaba a sentirse en su piel.
—Estarás bien
Nadie puede hacerte daño ahora...— lágrimas brotaron de sus ojos —ven luz de la mañana...
Tú y yo estaremos.... sanos y salvos— murmuró, dejando que las lágrimas se convirtieran en llantos silenciosos que sacudían su cuerpo.
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—Rápido...rápido— imploró, inmerso en la oscuridad de su laboratorio. Inquieto y con las manos entrelazadas —por favor...mátame...de la manera más brutalmente posible— su mano temblorosa se posó sobre la marca en su pecho semidescubierto —solo quiero morir...—
Beelzebub había dedicado todo de sí para encontrar y matar a Satán. En su búsqueda incansable, encontró a Lilith, una antigua amiga de Lucifer que había sido informada no solo sobre la muerte del ángel, sino también sobre las pérdidas de Azazel y Samael.
Y se ofreció ayudar a Beelzebub a encontrar al responsable de todo.
Aunque en un principio Beelzebub rechazó la oferta de Lilith, el destino pareció conspirar en su contra y, finalmente, ambos se encontraron unidos en su misión. Juntos, recorrieron los bordes más exteriores del Valhalla hasta los abismos más profundos del Helheim en busqueda de información que los guiara a Satanás.
Y en el transcurso de su búsqueda, Beelzebub había comenzado a sentir un afecto profundo por Lilith, pero la tragedia se cernió sobre ellos cuando la mujer fue brutalmente asesinada. Ese evento desgarrador hizo que Beelzebub descubriera la verdad más oscura sobre sí mismo: que en realidad era el mismísimo Satanás, quien se mantenía encerrado en su interior todo ese tiempo.
Y qué él había sido el responsable de las muertes de sus amigos.
Siempre que el amor alcanzara su cúspide, Satanás tomaba posesión de su cuerpo y destruía a la persona que Beelzebub amaba. Así, se vió atrapado en un ciclo de dolor y sufrimiento, incapaz de encontrar la paz o el alivio.
El peso de la verdad lo obligó a alejarse de todos, incluyendo de Adalie, a quien había prometido cuidar como última petición de Lucifer.
Sabía que no podría perdonarse jamás si algo le sucedía a Adalie, aunque también estaba seguro de que ella ya era una mujer adulta que posiblemente ya no poseía ningún recuerdo.
—Lo siento Lucifer...no he podido cumplir mi palabra...—
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La daga cortaba sin piedad los rizados cabellos rojos de la joven, que caían al suelo como plumas de ave. Maldecía una y otra vez, mientras escuchaba a sus padres discutir acaloradamente sobre su causa en la habitación de al lado, pensando en llevarla a juicio para que la sentenciaran a muerte.
Y todo por culpa de su cabello, que había sido la causa de su desgracia desde el momento en que nació. Desde entonces, se había convertido en un estigma que la había perseguido toda su vida, privándola de la felicidad y la libertad.
—¿Sabes? En mi opinión tienes un cabello muy bonito. Los que están mal son ellos—
El recuerdo de Lucifer se presentó en la mente de la joven en un momento de debilidad. Las lágrimas de tristeza se mezclaron con lágrimas de añoranza, sintiendo un dolor agudo en su pecho al recordar a aquel que había sido su amigo en los días pasados.
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