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—No tienes buena cara—

Adalie alzó la mirada en el instante en que Beelzebub pronunció aquellas palabras, sus ojos azules brillando con una inquietud palpable que no lograba disimular, a pesar de sus esfuerzos por enmascarar sus preocupaciones desde el momento de su llegada.

Era evidente que su disfraz emocional había fracasado; Beelzebub la conocía demasiado bien.

—Estoy bien, es solo que...— Adalie se detuvo, el silencio envolviendo sus palabras mientras reconsideraba si debía revelar lo que realmente la atormentaba. Su mirada se deslizó hacia la pantalla, donde la batalla entre Buddha y Zerofuku se desarrollaba, antes de apartarla con un gesto de resignación —pareces bastante...emocionado con esto del Ragnarok— murmuró, sintiéndose insegura.

Beelzebub había mostrado, desde su llegada, una emoción casi inusual por el combate, lo que suscitó en Adalie una leve sospecha de que el hombre albergaba algún plan oculto. Por su parte, Beelzebub mantuvo su mirada fija en Adalie durante unos momentos, con una seriedad que parecía pesar en el aire, antes de desviar la vista y llevarse un trozo de pera a los labios, como si se negara a desvelar sus pensamientos.

—¿Por qué piensas eso?— preguntó con monotonía, sus ojos rojos vagando en las imágenes que la pantalla transmitía, mirando cada movimiento de los luchadores atentamente.

Adalie frunció el ceño, la irritación surgiendo en su interior como un fuego voraz. Con un movimiento brusco, se puso de pie y avanzó hacia Beelzebub con pasos firmes, señalando con el dedo a Zerofuku en la pantalla, cuyo cuerpo ahora había sido reclamado por Hajun, el "Berserker Legendario del Inframundo", una entidad que emergía de la convergencia de la luz y las sombras.

Beelzebub arqueó una ceja hacia la pelirroja, y su gesto pareció molestarla aún más.

—¿Tú tienes algo que ver con eso, verdad?—

Adalie no era tonta, y Beelzebub lo sabía. Una sonrisa interna se dibujó en su rostro al reconocer lo bien que lo conocía; no tuvo más remedio que responder.

—Fue hace mucho tiempo. Es una larga historia— se dignó a contestar con una simplicidad calculada, mientras se llevaba otro trozo de pera a los labios —¿por qué luces tan molesta de repente?—

Beelzebub era plenamente consciente de que Adalie había descifrado lo que lo atormentaba y, por miedo, se negaba a pronunciarlo en voz alta, esperando que él se viera obligado a confesar.

—Para haber hecho algo así hace tanto tiempo, pareces demasiado interesado y ansioso por ver cómo esa criatura pelea— dijo Adalie, sus ojos azules reflejando una luz que removió el interior de Beelzebub; era una mezcla de decepción y tristeza —Lo habías planeado todo... ¿no? Estás intentando morir aq...—

—No dije eso— interrumpió Beelzebub con frialdad, su mirada fija en un punto vacío, incapaz de enfrentarla.

Adalie sintió un nudo en la garganta, un peso que amenazaba con desbordar sus emociones. Por un instante, sus ojos se humedecieron, pero logró contener las lágrimas que asomaban. Había creído que aquel oscuro episodio pertenecía al pasado, que Beelzebub había liberado su mente de esas inmensas ansias de desvanecerse para siempre. Sin embargo, se dio cuenta de que había estado equivocada.

Siempre lo había estado.

La chica no pronunció palabra alguna; la mirada vacía y perdida de Beelzebub lo decía todo. En un instante, decidió marcharse, limpiándose las lágrimas con determinación, sin preocuparse por el hecho de que aquel lugar estuviera poblado de dioses y criaturas capaces de desmenuzarla en un suspiro. Lo único que necesitaba era alejarse, aunque fuera por unos breves minutos.

Caminó sin rumbo por los pasillos, dejándose llevar por la corriente de sus pensamientos, sin un destino fijo y ignorando los gritos que resonaban desde las gradas. En lo más profundo de su ser, sabía que Beelzebub aún albergaba aquel oscuro anhelo de fallecer, de intentar deshacerse de Satanás. Quizás, por miedo o por pura negación, se había negado a aceptar esa verdad, a enfrentarla. Él había estado aguardando este momento desde hacía mucho tiempo, como un depredador acechando a su presa en la penumbra.

Después de unos minutos de vagar, llegó a una torre desde la cual se extendían ante sus ojos vastos paisajes verdes y islas flotantes que danzaban en el horizonte. En ese instante, las historias que Lucifer le contaba en su infancia resurgieron en su memoria, relatos sobre los dioses y los paisajes que adornaban su mundo.

Sonrió al darse cuenta de que aquellas narraciones habían capturado con sorprendente precisión, la belleza que ahora contemplaba. Cada detalle evocaba el eco de su voz, y la magia de aquellos relatos cobraba vida ante ella.

—Ow, pobre chica—

Pronto, la pequeña sonrisa que comenzaba a adornar el rostro de Adalie se desvaneció como un suspiro al viento al escuchar una voz burlona y cínica que se alzaba a sus espaldas. Estaba lista para volverse, pero el brazo de Loki, fuerte y posesivo, rodeando sus hombros, le impidió tal acción.

—Adie, Adie. No deberías vagar sola por estos rincones, ¿acaso tu novio no te lo ha advertido? Este es un lugar peligroso— el canturreo en la voz del dios del engaño resonó en el aire, provocando que Adalie, con un gesto de desdén, rodara los ojos.

Jamás había cruzado miradas con Loki, pero Hades y Beelzebub habían compartido historias sobre él en más de una ocasión, narrando sus travesuras y cómo, en un arranque de astucia, había llegado a suplantar su identidad. No era difícil reconocerlo tras tales relatos y descripciones vívidas que brillaban en su memoria.

—¿Te importaría soltarme, Loki?— musitó entre dientes, esforzándose por no sonar excesivamente brusca.

No deseaba provocar su ira ni enfrentar las consecuencias de su desdén. A fin de cuentas, seguía siendo humana, y ante la mirada de un dios, su fragilidad se hacía evidente; era como una simple cucaracha, vulnerable y fácil de aplastar bajo un pie divino.

—Vaya, entonces sí me conoces— dijo Loki, fingiendo sorpresa mientras la tomaba por los hombros y la giraba hacia él, quedando así cara a cara —Parece que te han hablado de mí— añadió, sonriendo con una malicia palpable, sus manos posándose bruscamente en las mejillas de la pelirroja.

Ante aquel gesto inesperado, Adalie entrecerró los ojos, sintiendo cómo su corazón latía con una intensidad que casi la ahogaba. En su mente, corrían velozmente los pensamientos, buscando una forma de liberarse de aquel dios que la envolvía en un aire de inminente peligro.

—No pude evitar escuchar esa conversación de hace un rato— dijo con una voz que parecía deslizarse como una sombra entre las palabras— Los problemas de pareja son todo un dilema en estos tiempos.

—Y tu inquebrantable costumbre de husmear en asuntos ajenos también —

Ambos, Adalie y Loki, se volvieron hacia el origen de la voz, encontrándose con la figura de Beelzebub.

—Quitale tus asquerosas manos de encima, Loki— Beelzebub entrecerró los ojos, su voz resonando con un tono sombrío que dejaba claro que no estaba de humor.

—Tranquilízate, no tenía intención de tocarle ni un solo cabello— replicó Loki, riendo con desenfado mientras se alejaba flotando de Adalie. Su sonrisa maliciosa permanecía intacta, como un destello de travesura en su rostro. Al pasar junto a Beelzebub, agregó con un aire de insinuación —Deberías cuidar mejor de ella, quién sabe...— y así, se marchó, dejando a la pareja envuelta en un silencio cargado de tensiones no dichas.

Adalie guardó silencio, sin querer articular palabra alguna. Estaba decidida a marcharse, pero la firmeza de la mano de Beelzebub, que atrapó la suya con una delicadeza que contrastaba con su habitual severidad, la detuvo. La pelirroja no se dio la vuelta; sus ojos se aferraban a algún punto perdido en el suelo, como si el suelo mismo pudiera ofrecerle un refugio ante la tormenta de emociones que la rodeaba. Su corazón latía con fuerza, atrapado entre el deseo de escapar y la necesidad de permanecer.


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