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—¿Crees que vas a asustarme con esa estúpida daga en tu cuello? Por favor niña imbecil, aunque murieras yo seguiría viviendo

—Eres muy ruidoso— musitó con desdén, sosteniendo con firmeza la hoja afilada de la daga junto a su cuello.

Y en ese instante, esa risa abominable resonó, desencadenando una agonía tan intensa que le obligó a soltar la daga y postrarse de rodillas en el suelo, apretando su cabeza entre las palmas de sus manos. Ahogó los alaridos, manteniendo los ojos cerrados mientras se esforzaba por inhalar y exhalar en una secuencia rítmica, deseando que el dolor insoportable se desvaneciera.

—Resultaste ser más divertida que aquel imbecil. Oh, pobre chiquilla, tan desalentadora y temerosa. Eres tan frágil que cualquier acción que emita te hará sufrir; no resistes nada—

Cada palabra pronunciada se clavaba como afiladas hojas en su mente, mientras luchaba con todas sus fuerzas para no desvanecerse ante el dolor que, finalmente, cesó. Se dejó caer al suelo, su rostro se encontró con la suave hierba bajo sus pies. Estaba tan agotada que carecía de energías para incorporarse, convencida de que exhalaría su último aliento en aquel mismo lugar.

¿Uh? Tu hermano contemplaría con profunda decepción el estado en el que te encuentras ahora. Él sacrificó todo para cuidar de alguien tan inútil como tú. Innumerables gritos y disputas con su familia, ¿y todo ello para qué? Para descubrir que su amada hermanita no era más que un alma desprovista de utilidad. Y ¿qué decir de Lucifer? Cuántas lecciones te impartió cuando eras una repugnante niña. Y luego está tu querido Beelzebub, quien solo simuló preocuparse por ti y solo te consideró una fuente de dolores de cabeza—

Aquel ser infernal no parecía tener intenciones de cesar sus palabras  y recordarle cuán desdichada era, no obstante, ella guardó silencio y, con las escasas fuerzas que le restaban, logró girar su cuerpo hasta quedar boca arriba. Sus ojos azules contemplaron cómo era envuelta por la frondosidad de los árboles del bosque, meciéndose al compás del viento.

Incluso tu propia madre te desprecia, aquella mujer que te otorgó la vida tuvo la certeza de tu abominable existencia desde el mismo día en que te dio a luz. Acepta tu destino, estás condenada a la desdicha, destinada a vagar solitaria, sin el más mínimo atisbo de am...—

Las palabras de Satanás quedaron suspendidas en el aire cuando, sin previo aviso, la daga se hundió en el pecho de Adalie, traspasada por su propia mano, dejando al demonio sin aliento.

—Haces...demasiado ruido— La sangre brotó de sus labios y sus ojos perdieron su brillo, cerrándose lentamente.

Humana estúpida

De súbito, un extraño presentimiento hizo que detuviera en seco sus pasos, como si sus más primarios instintos le alertaran de que alguna desgracia había acontecido. Los ojos rojos de Beelzebub escudriñaron con recelo la entrada del bosque, sin lograr determinar con precisión hacia dónde dirigir sus pasos. Ignoraba por completo el paradero de Adalie, y ni siquiera se le cruzó por la mente solicitar la asistencia de Hermes para dar con ella.

Sus manos, hasta entonces recluidas en los bolsillos de la oscura gabardina que le cubría, cayeron pesadamente a ambos costados, mientras exhalaba un denso suspiro de resignación. Era un pensamiento absurdo creer que lograría dar con su paradero, cuando la realidad dictaba que la muchacha bien podía encontrarse en cualquier parte. No obstante, justo cuando se disponía a marcharse, una inquietante sensación se apoderó de él, un amargo sabor que invadió su boca que hizo detener en seco su retirada.

En ese preciso instante, una intuición le hizo saber que Adalie no se hallaba demasiado lejos, como si una sutil conexión le revelara su cercanía.

—Parece que no te rendirás así de fácil

Conforme se adentraba en la profundidad del bosque, ya bien entrada la noche, su rostro, hasta entonces inexpresivo, se contrajo en un gesto de repulsión al percibir aquella voz que despertaba en él un profundo sentimiento de odio. Lejos de detenerse, prosiguió impasible con su avance, escudriñando con cautela todas y cada una de las direcciones.

Hasta que a lo lejos, algo llamó su atención.


Despertó confusa y aturdida, aquejada por un palpitante dolor de cabeza que la hizo gemir. Todo a su alrededor aparecía borroso e indistinto, pero era consciente de seguía con vida, a pesar de la apuñalada que ella misma se había propinado. Bien sabía que Satanás no iba a permitir que la muerte la reclamara con tanta facilidad.

El crepitar anaranjado de las llamas se distinguía tenuemente en su visión, provocando que frunciera el ceño mientras, con lentitud, se incorporaba y frotaba sus ojos, tratando de recobrar la claridad de su mirada. Poco a poco, su aturdimiento fue despejándose, haciéndole tomar conciencia de su entorno y la situación en la que se hallaba.

Finalmente, cuando su visión se aclaró por completo, todos sus sentidos entraron en estado de máxima alerta. Una gran hoguera crepitaba en el centro de aquella colina boscosa en la que ahora se hallaba, rodeada por la arboleda que la ceñía. En torno a las llamas, se hallaban congregadas cinco mujeres, todas ellas adultas pero de una belleza cautivadora.

Estas parecían sumidas en profundos pensamientos, con la mirada perdida en las danzantes llamas que iluminaban sus semblantes. Adalie las observó con recelo, tragando saliva.

—Es una linda daga—

Una de las mujeres, de oscura cabellera sedosa y tez pálida, habló entonces, sosteniendo en sus manos la daga que Hades le había obsequiado. Adalie, por su parte, permaneció en un silencio sepulcral, sin pronunciar palabra alguna.

Seguramente se la habían quitado cuando todavía estaba inconsciente.

Adalie se sobresaltó cuando una de las mujeres se acercó de súbito, invadiendo abruptamente su espacio personal. Las manos de la desconocida se posaron con delicadeza sobre las mejillas de Adalie, acariciándolas con suavidad mientras sus ojos marrones la escrutaban con una intensa y penetrante mirada. La extraña recorrió lentamente el semblante de Adalie hasta finalmente tomar su barbilla, obligándola así a encontrar sus ojos.

—Qué joven y frágil eres...— susurró la mujer con una sonrisa enigmática que hizo estremecer a Adalie hasta la médula. Acto seguido, la tomó del brazo y la arrastró suavemente, pero con firmeza, hacia la cercana hoguera crepitante.

—Él nos ha hablado de tí—

Una vez más, Adalie se sobresaltó al sentir cómo las manos de la misteriosa mujer de negra cabellera se posaban con delicadeza sobre sus hombros desde su espalda, mientras su cálido aliento rozaba suavemente el lóbulo de su oreja.

¿Acaso aquella tortuosa situación no tendría fin?

—Has pasado por tanto, mi querida niña— murmuró la mujer con una voz extremadamente suave, casi comprensiva —Ahora que estás aquí, puedes hacer que todo cambie. Una vida sin dolor, ni sufrimiento... solo entregada a los más exquisitos placeres que la vida puede ofrecernos, los que él puede brindarnos—

—¡Basta!—

Logrando safarse del agarre de la mujer con un firme empujón, Adalie las observó a cada una con el ceño fruncido, mientras ellas simplemente le respondían con sonrisas serenas.

—Están completamente desquiciadas si creen que voy a unirme a ustedes — expresó Adalie entre dientes, sus ojos azules mostrándose fríos e implacables ante aquellas mujeres a las que su gente se refería como brujas.

Todo lo que estaba pasando era una completa pesadilla de la cual ansiaba despertar.

—Deberías considerarlo— replicó una de ellas con tono suave pero firme —No tienes a donde ir, la familia que te acogió no durará mucho contigo. ¿Acaso no querías conocer el mundo? ¿Vivir una vida sin temores? Él puede darte todo eso y mucho más, si tan solo...—

—Escucharlas solo me da náuseas—

Una voz sombría y grave interrumpió entonces a una de las mujeres, provocando que todas dirigieran su atención hacia un punto oscuro entre los árboles, donde una presencia que Adalie logró reconocer fácilmente se encontraba oculta en la oscuridad, hasta finalmente mostrarse ante la luz de las llamas.

—Beelzebub...— susurró la pelirroja.

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