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30

Quedó inmovilizada, como si sus pies se hubieran fundido con el suelo debajo de ella. Su pulso, desbocado en el pecho, y el sudor perlado en su frente, delataban la tensión desatada por la confesión de Satanás. Relamió sus labios con avidez, queriendo  despejar su garganta y dar voz a sus pensamientos, pero las palabras, atrapadas en lo más hondo de sus cuerdas vocales se resistían a emerger.

La mirada penetrante de aquella criatura la envolvía, erizando su piel bajo las telas que la cubrían. Adalie no pudo evitar que sus ojos se encontraran con los de Satanás, y en ellos se reflejó un abismo de horror e incredulidad.

—¿El demonio te comió la lengua? —cuestionó con un tono tenebroso, pero adornado con un toque siniestro de diversión.

Aquellas palabras oscuras rompieron el hechizo que aprisionaba a Adalie en su estado de shock aparente.

—E...estás mintiendo, lo que dices no puede ser...—

—¿Posible?— interrumpió él, el aura tornándose mucho más sofocante de lo que ya era —como se nota lo ingenua que eres. Mi presencia dentro de Beelzebub se origina en su propia naturaleza demoníaca. Yo represento los aspectos oscuros y malévolos inherentes a Beelzebub, pero también soy una entidad separada con mi propia conciencia y voluntad. El amor puro y verdadero tiene un impacto profundo en los seres sobrenaturales, incluso en entidades demoníacas como yo, ese sentimiento actúa como un conducto emocional y espiritual. Todas esas ocaciones en las que experimentaste un amor intenso hacia él, esa emoción tan poderosa actuó como un imán para mi energía negativa. Y por supuesto, aprovechando esa apertura emocional, una pequeña parte de mi esencia se infiltró en tí, anclándose en tu ser y corrompiendo tu capacidad de amar plenamente—

Un silencio absoluto se apoderó del lugar tras aquella impactante explicación. Adalie quedó petrificada, su cuerpo se volvió rígido como una roca, inmóvil ante la revelación. Cada palabra pronunciada por Satanás resonaba en su mente como un eco persistente, mientras intentaba convencerse de que aquello no podía ser cierto, solo un engaño.

No obstante, al intentar articular palabras, una gran sorpresa la envolvió: Satanás había desaparecido, dejándola perpleja.

—Adalie, podrías ayudarme a...—

El segundo hermano de la familia se asomó a la habitación, pero su voz se desvaneció al notar la palidez y rigidez que dominaba a la mujer.

—¿Eh... estás bien?— el chico levantó una ceja, confundido por la situación.

—S... sí, estoy bien— respondió ella  antes de abandonar apresuradamente la habitación.

—¿Interrumpo algo?—

—En absoluto—

Beelzebub encogió sus hombros con un gesto cargado de resignación, dejando escapar un suspiro melancólico. Apoyó sus codos con delicadeza sobre la pulida superficie de la mesa, mientras sostenía su cabeza entre ambas manos, contemplando con desgano el caos que se extendía por todo el espacio.

Una vez más, el resultado de su experimento había sido un rotundo fracaso.

—Señor Hades...— alzó la vista hacia el peliplata, captando su mirada durante unos breves instantes antes de que ésta se desviara, evitando un contacto directo —Usted cree que hice lo correcto al dejar que Adalie se marchara?—

La cuestión atormentaba su mente con implacable insistencia. Deseaba  proteger a Adalie de sufrir el mismo destino funesto que habían padecido sus viejos amigos. No obstante, en ocasiones, se cuestionaba si había tomado la decisión adecuada al permitir que se alejara, conocedor de los despiadados peligros que acechaban en el mundo humano.

—Quizá, en lugar de ello, debí hallar una solución alternativa para evitar que se expusiera a tanto peligro y no vagara sola a su suerte...— musitó con un suspiro cargado de pesar.

La culpa lo estaba carcomiendo.

—Estabas tratando de cuidar de ella y eso es un gesto noble si me lo preguntas— la mano de Hades se posó sobre el hombro de Beelzebub de manera tranquilizadora —tomaste la elección que creías mejor en aquel entonces—

Beelzebub guardó un inquietante silencio durante unos instantes, sumido en sus pensamientos. Y al final, cruzó sus brazos con gesto pensativo, recostándose con desgana en el respaldo de su silla.

—Tengo un mal presentimiento con respecto a Adalie— susurró de repente, mientras sus ojos se encontraban con los de Hades por efímeros segundos antes de apartarlos —es difícil de explicar, pero algo no va bien—

Esa extraña e inquietante sensación lo había venido acosando durante los últimos días, llegando sin previo aviso. Tal vez, en un principio, creyó que su mente jugaba trucos con él, sumiéndolo en la paranoia. Sin embargo, algo en su interior le susurraba que algo no andaba bien con Adalie.

—¿Y qué piensas hacer?— Hades inclinó ligeramente la cabeza, aunque en su interior ya sabía la respuesta, y una sonrisa se dibujó en su rostro en el momento en que  Beelzebub soltó un suspiro de frustración.

—Iré a buscarla—

Observó sus manos, temblorosas y maltratadas por el constante trabajo, marcadas por antiguas cicatrices. Todo su cuerpo se estremecía sin control, mientras las palabras de Satanás la atormentaban día y noche. Aquella entidad no parecía estar bromeando cuando insinuó que una parte de él residía en su interior, y eso la llevó a reflexionar más de lo que deseaba.

Si eso era cierto, ¿qué ocurriría con las personas que ahora la habían acogido? Corrían un riesgo que ella nunca se perdonaría si algo malo les sucediera.

Y ¿qué sería de ella?

Estaba aterrorizada.

—¿Tienes frío? Has estado temblando— Lizzy, una de las hijas mujeres, la sobresaltó —El día es cálido hoy, ¿estás segura de que no estás enferma?— La joven se acercó para comprobar su temperatura, pero se quedó sorprendida cuando Adalie se apartó bruscamente.

—No te aflijas, me encuentro bien — le aseguró con un destello de convicción en su sonrisa —Es simplemente que...—

Lo que más amas percerá

Y en ese preciso instante, una voz penetrante le arrebató el aliento y las palabras. Su semblante se desvaneció en palidez y su corazón se agitó con tanta intensidad que temió que Lizzy pudiera escucharlo.

Sin detenerse a reflexionar, se alejó de aquel lugar, haciendo caso omiso de los desesperados gritos de Lizzy que, desde lejos, suplicaban que volviera y advertían sobre los peligros del bosque. Sin embargo, Adalie hizo caso omiso. Corría con una velocidad desenfrenada, sus pies apenas tocaban el suelo, su corazón parecía querer escapar de su pecho y las ramas bajas de los árboles azotaban implacablemente su rostro.

Necesitaba alejarse, eso era seguro.

—Niña imbecil... —

Y, en ese momento, se detuvo abruptamente, luchando por respirar mientras su corazón amenazaba con desbordarse. Sus piernas se sentían débiles, incapaces de sostenerla. Las náuseas la invadieron sin previo aviso y, sin tiempo para reaccionar, vomitó los restos del desayuno que había ingerido horas atrás.

—¿Acaso vas a llorar, así de debil eres?—

La voz de aquella criatura repugnante colmó la paciencia de Adalie, empujándola hacia un acto desesperado. Con un brazo tembloroso, tomó la daga que Hades le había regalado y la acercó rápidamente a su cuello, en un gesto de desesperación.

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